Por Agustín Alonso, catedrático emérito de Tecnología Nuclear de la Universidad Politécnica de Madrid (EL MUNDO, 14/03/11):
Una nación entera sufre ahora las graves consecuencias de un fenómeno natural incontrolable y destructivo, que ha supuesto la pérdida de vidas humanas y la destrucción de bienes materiales necesarios y valiosos; en este caso nos referimos a la generación y distribución de energía eléctrica. En el momento que se escriben estas líneas, miles de trabajadores están haciendo todo lo posible para mantener en estado seguro dos unidades nucleares en el emplazamiento de Fukushima Daiichi. Como consecuencia de esta situación anormal, cerca de 300.000 personas están sufriendo los inconvenientes y angustias propias de una evacuación prolongada. Nuestra más cordial consideración por el esfuerzo de unos y la paciencia de los otros.
El potente terremoto del pasado 11 de marzo detuvo de forma automática, como estaba previsto, el funcionamiento de 11 centrales nucleares cercanas al epicentro, y se iniciaron las operaciones previstas para extraer el calor residual y llegar al estado de parada en frío, lo que requería la disponibilidad de energía eléctrica. La pérdida del suministro exterior exigió la entrada en servicio de los generadores diésel de emergencia, que funcionaron correctamente hasta que el tsunami invadió la central e impidió el suministro del combustible a los generadores. Las centrales afectadas quedaron aisladas de todo suministro eléctrico, excepto las baterías necesarias para la instrumentación y el control. La disponibilidad de generadores diésel fue el objetivo más urgente, comenzó así el esfuerzo sobrehumano para conseguir la refrigeración del núcleo del reactor, haciendo uso de todas las posibilidades que ofrecen las centrales nucleares y los procedimientos previstos para hacer frente a circunstancias tan adversas.
El método mejor consistía en la introducción de agua en el núcleo del reactor, dejar que la ebullición se lleve el calor del combustible y hacer borbotear el vapor producido hasta una piscina que existe para tales casos en el fondo del recinto hermético que alberga el reactor nuclear. De esta forma, el vapor se condensa en la piscina de agua, que se calienta. En circunstancias normales, el agua retorna al reactor a través del sistema de refrigeración, que en dichas centrales quedó fuera de servicio. Al no disponer de este sistema, hubo que poner en práctica otro método, también previsto: dejar que el agua de la piscina se caliente y evapore, lo que aumenta la presión en el recinto cerrado, como en una olla de cocina, que disminuye dejando salir el vapor y el aire al exterior a través de filtros. Como el agua ha pasado por el núcleo del reactor es inevitable que arrastre algún elemento radiactivo; esta circunstancia ha requerido la evacuación de los alrededores, al menos hasta tres kilómetros de distancia. De esta forma se han estabilizado la mayor parte de las unidades nucleares aceptadas.
Las unidades 1 y 3 de la central de Fukushima Daiichi no pudieron ser refrigeradas completamente por el proceso antes descrito, por distintas razones y en días distintos; en el primer caso, por no disponer de suficiente potencia eléctrica; en el segundo, por fallos en los sistemas de suministro de agua, lo que ha producido el deterioro de las varillas combustibles, que han reaccionado con el vapor de agua, generando hidrógeno y debilitándose por oxidación dejando escapar una pequeña fracción de los productos radiactivos más volátiles, tales como los gases nobles, el yodo y el cesio, que se han detectado en los alrededores de la central. El hidrógeno desprendido se hizo pasar, tal vez erróneamente, al edificio del reactor, donde reaccionó de forma violenta con el oxígeno del aire, explosión que destruyó este edificio. Cabe esperar que esta segunda explosión sea evitada en la unidad número 3.
Las unidades afectadas tienen todavía un tercer procedimiento, también previsto, para extraer el calor del reactor, se trata de refrigerar la vasija del reactor a través de su pared exterior. Hay que llenar de agua el recinto de contención, de forma que la parte más caliente de la vasija del reactor quede sumergida en agua, el gran volumen de agua añadido podrá absorber una gran cantidad de calor, incluso puede llegar a hervir. Los expertos nucleares japoneses han elegido para ello el agua del mar, lo que, de alguna forma, supone renunciar a recuperar la central. Se espera que este procedimiento pueda ser muy efectivo, aunque largo.
En el caso de que fallase todo lo anterior, todavía existe un último procedimiento en manos de las autoridades para limitar, e incluso anular, las consecuencias de los accidentes nucleares que puedan producir daños radiológicos a la salud de las personas. Se trata de poner en marcha el plan de emergencia, previamente establecido y comprobado. Los responsables japoneses han demostrado tener al día tal proceso. Se ha visto cómo se ha procedido paulatinamente, de acuerdo con el riesgo de cada fase, a proponer a la población encerrarse en sus casas, evacuar sus domicilios e incluso se ha previsto la administración de pastillas de yoduro potásico, inofensivo para la salud, para proteger el cuerpo contra el yodo radiactivo.
Sería una gran satisfacción para todo el mundo que nuestros amigos japoneses vuelvan pronto a sus hogares sin haber experimentado un episodio radiactivo serio. Ello es posible.
En todo caso, será también necesario y cortés agradecer a nuestros colegas japoneses la información detallada que, sin duda, suministrarán al resto del mundo, que servirá, como en otros casos, para mejorar la seguridad de las centrales nucleares, instalaciones imprescindibles para la generación de energía eléctrica.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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