lunes, octubre 06, 2008

Tiempo de enseñar y de estudiar

Por Ángel Gabilondo, rector de la Universidad Autónoma de Madrid (LA VANGUARDIA, 06/10/08):

Se habla reiteradamente, y con buenas razones, de la importancia de aprender. Incluso se insiste en acuñar expresiones ya asentadas del tipo “aprender a aprender”. No se trata de desconsiderar esta necesaria denominación. Al contrario. Sin embargo, nos inquieta que pudiera desprenderse de ello algo así como que uno mismo, por sí mismo, desde sí mismo, a base de tesón y de esfuerzo, pudiera crecer solo. Sin duda es un camino, pero no todo crecimiento se nutre exclusivamente de la dedicación y, menos aún, se reduce al empeño. También es cierto, en última instancia, que ningún crecimiento puede producirse únicamente con una determinada intervención externa. Uno crece, nadie le crece. Pero ello no ha de ser una coartada para abandonar a alguien, nunca mejor dicho, a su propia suerte.

Nos permitimos reivindicar, en esta ocasión, que para aprender requerimos de los demás. Incluso para ser autodidacta es indispensable la existencia y la asistencia de los otros. No nos amparemos en la excusa de que eso es cosa de cada cual y asumamos la necesidad de enseñar y de que nos enseñen.

Enseñar no es sólo mostrar o exhibir. Tiene razón quien dijo que enseñar es dejar aprender y que lo más difícil de enseñar es el aprender, enseñar a aprender. Eso es lo que podemos esperar de quien es un maestro, no sólo del enseñar sino del aprender. Efectivamente, necesitamos más que nunca de esos buenos maestros, en la lectura más abierta y amplia de lo que ello significa. Nos hacen falta aquellos a quienes no sólo escuchar o seguir, sino sobre todo con quienes hacer algo. Por ejemplo, estudiar, o desear, o necesitar ponerse en ello. El hecho de que sea necesario aprender siempre no significa que no hayamos de aprender algo alguna vez o que alguien nos lo enseñe, o que nos indique el camino para que con estudio lleguemos a ello.

Hemos de reivindicar el estudio. Tal vez sea demasiado esperar aquello en lo que creemos, que estudiar pueda llegar a ser estimulante y placentero. Quizás en el corazón de la palabra estudio se convoca a un esfuerzo serio e intenso, a una reflexión, a una determinada labor personal, a un demorarse, a un escuchar lo que se dice y se viene diciendo, a una labor pausada y cuidadosa. No hemos de temer señalar que hay una línea que entrelaza enseñar con investigar. Mientras este último término recibe hoy los parabienes y el reconocimiento social, parecería que estudiar, aunque sea para aprender, se considerase un modo poco actual de hacer las cosas, propio de otros métodos. Pero sin estudio no hay ni conocimiento ni transferencia del saber. Es cierto que no se trata de adquirir conocimiento, si por tal se entiende algo así como tomar algo y depositarlo en un supuesto recipiente interior. Pero es asimismo adecuado reconocer que el estudio procura no sólo disciplina personal, también procura incorporación, que es más que la adquisición y otra cosa que ella, de conocimientos. Ni enlatados, en buena conservación, ni clausurados, sino, en definitiva, saberes y modos de saber. Por eso, singularmente en las actuales circunstancias de proliferación de discursos sobre la pertinencia de aprender, señalamos la necesidad ineludible de estudiar.

Por otra parte, es un camino adecuado para abrirnos a otras perspectivas y liberarnos del limitado horizonte en el que nos desenvolvemos. En definitiva, alguien que es capaz de enseñar de verdad no ha de conformarse con un mero proceso de adaptación a lo ya existente, como si el objetivo consistiera en que uno llegara a ser quien ya es aquel a quien enseña, como si profesores o educadores hubieran de reducirse a asimilarse, a repetir y a reproducir en ellos lo que el estudiante o el discípulo es. No estamos negando que haya una pluralidad de modos de enseñar y que, efectivamente, es preciso organizar, programar, promover, orientar, como parte consustancial de esa esencial tarea que no se reduce a impartir discursos. Hace falta formación y oficio y se requiere preparación y dedicación. E, insistimos ahora, conocimiento y un modo determinado de saber.

Aunque enseñar no es precisamente enseñarse a sí mismo, está claro que se enseña no sólo a partir de lo que uno ya sabe. En gran parte se aprende desde lo que uno es, no limitándose a copiarlo o reiterarlo. Y no simplemente porque lo que en verdad se enseña es también una forma de vivir lo que ya se sabe, sino porque se enseña fundamentalmente por contagio, por contacto, acercándose a alguien y acercándose con él a algo otro que lo que ya ambos saben. Enseñar es un acto de comunicación, una relación y, en cierta medida, una transformación. No un trasvase de saber, sino una transmisión que requiere sintonizar y tener la capacidad de escuchar algo con alguien, no sólo de escucharle a él.

Se puede enseñar y se debe estudiar. Asumamos la responsabilidad y seamos exigentes, sobre todo con nosotros mismos. Estos caminos son a menudo lentos pero es indispensable insistir en que si no hay transmisión, ni traslación, ni recreación del conocimiento y del saber, se producirá el resentimiento y la violencia de quien es exigido y convocado a tareas para las que no se ha ofrecido la posibilidad de formarse. Incluso para pedir conviene darse.

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