Por Juan Villoro, escritor (EL PERIÓDICO, 02/10/08):
Si alguien llega en estos días al aeropuerto de la Ciudad de México, encuentra una caseta que dice: “Taxi autorizado”. Ahí, un letrero de la Procuraduría del Consumidor agrega: “Este establecimiento puede estar violando la ley”. ¡Bienvenidos al país donde lo autorizado es ilegal!
En el 2006, después de una elección muy impugnada, Felipe Calderón asumió la presidencia. Llegó al podio por una ruta de asaltabancos, sirviéndose de una puerta trasera. La oposición, que lo acusaba de fraude, se había propuesto vedarle la entrada. Dos años después, Calderón gobierna un país donde solo prospera el crimen. Todos los días se publica el rojo marcador del delito: los 12 decapitados de ayer en Yucatán son relevados por los 24 ejecutados de hoy en La Marquesa.
LA SOCIEDAD pasó por un proceso de negación, pensando que los narcotraficantes se mataban entre sí, hasta ser alcanzada por el espanto. El 15 de septiembre dos granadas atentaron contra la multitud que celebraba la fiesta de la Independencia en Morelia. Ese mismo día, los habitantes de Villahermosa recibieron por correo electrónico amenazas de que serían secuestrados. El narcotráfico ha dejado de ser un fenómeno regional o circunscrito a los “interesados”. México compite con Irak en el mayor número de secuestros y periodistas asesinados. Cualquiera puede ser víctima. En este clima de terror difuso, no sabemos quién es el enemigo, solo sabemos que está contra nosotros.
Calderón recibió un país dividido. Para reafirmarse, mandó un mensaje de fuerza: el Ejército patrulla el país. Este desafío frontal llevó a enfrentamientos entre los cárteles y a la sistemática ejecución de policías.
Mientras, las redes de financiación y distribución del crimen organizado han seguido intactas y no se ha detenido a ningún alto mando relacionado con el tema. Un negocio que mueve el 10% del PIB solo puede prosperar con complicidades oficiales; sin embargo, el último funcionario implicado en delitos de este tipo fue Mario Villanueva, gobernador de Quintana Roo. Su caso fue investigado en tiempos del presidente Zedillo. Los gobiernos de la alternancia, el de Vicente Fox y el de Felipe Calderón, han sido incapaces de investigarse a sí mismos.
El limitado margen de maniobra con que Calderón llegó al poder hacía deseable una política de confluencia, pero su gabinete no es plural ni siquiera en términos de su propio partido (el conservador PAN). El inexperto Secretario de Gobernación, Juan Camilio Mouriño, vinculado con negocios petroleros en tiempos en que se propone la privatización del sector, se mantiene en el cargo porque la inseguridad del presidente lo lleva a preferir un amigo a un aliado.
México tiene una economía de monopolios. El cemento, la telefonía, la televisión, la industria cervecera y la banca están en muy pocas manos. Tampoco ante la cúpula empresarial Calderón pudo marcar distancia, entre otras cosas porque el Consejo Coordinador Empresarial, que aglutina a los barones de los monopolios, lo ayudó a llegar a la presidencia a través de la guerra sucia en televisión que presentó al candidato de la izquierda como émulo de Hugo Chávez: “un peligro para México”. Calderón ha permitido que la Iglesia intervenga en política y ha visto con indiferencia cómo el gobernador de Jalisco (miembro del PAN) dona millones al clero a cambio de la ayuda recibida en su campaña.
Si a esto se agrega que la guerrilla del Ejército Popular Revolucionario cometió el atentado más importante de su historia en un oleoducto de Pemex y que la izquierda política mantiene una oposición nada constructiva, la presidencia es un rincón asediado.
En el plano económico, México crece a un ritmo inferior al de Perú y Ecuador. Las principales fuentes del dinero circulante son el petróleo, que no es renovable; las remesas que los emigrantes mandan de Estados Unidos (y dejarán de llegar cuando regularicen su situación o no tengan familiares a quienes enviar dinero) y el narcotráfico. ¿Puede haber diseño menos alentador, repartido entre 14 millones de supermillonarios, 40 millones de pobres y 62 millones de una naufragante clase media?
Calderón heredó un país roto. Su aislamiento político y su incapacidad de indagar las fuentes reales de la corrupción han llevado a la inoperancia de la ley. No solo estamos perdiendo la guerra contra el crimen: ni siquiera sabemos quién está de nuestra parte. Hace poco se detuvo a una banda que tenía uniformes policiales. Lo raro no es eso: lo raro es que la policía –cómplice del delito– tenga uniforme.
¿HACIA DÓNDE va México? Todo parece indicar que el PRI volverá por sus fueros. Ante la inoperancia de la derecha y los pleitos internos de la izquierda, crece la “nostalgia del sistema”. El PRI es visto como el partido que por lo menos “sabía robar”. Durante 71 años, impuso un orden abusivo, amparado en una retórica socialdemócrata, que beneficiaba de manera corporativa a algunos sectores. Devoraba y concedía: era el Ogro Filantrópico descrito por Octavio Paz. El desastre de la hora mexicana hace pensar que el PRI debía fallecer para sobrevivir. Nada más lógico en el país de Pedro Páramo que un muerto decida el destino. Un cadáver se prepara para volver a gobernar.
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