Por Pedro González-Trevijano, Rector de la Universidad Rey Juan Carlos (ABC, 01/12/08):
He dejado transcurrir cierto tiempo antes de ocuparme de los comicios presidenciales norteamericanos, y al hacerlo ahora no voy a referirme al resultado electoral, a la alta participación registrada, a su influencia en las relaciones con España, ni siquiera al liderazgo de Barack Obama. Sirvan a tales efectos las consideraciones de Eugenio Trías en su Tercera, «Donde arrecia el peligro». Lo que deseo resaltar es otra cosa complementaria, pero diferente: la entidad, calidad y ética pública de los discursos de los dos contrincantes tras conocerse el escrutinio. Por supuesto, el del próximo presidente, pero también el de McCain. Una intervención, en el caso del candidato republicano, que fue mucho más allá del habitual reconocimiento caballeroso de la derrota. Un ejemplo de lo que la ciudadanía esperaría de dos servidores de la Res publica, dos hombres -por lo expresado en sus intervenciones- con pretensiones de estadistas. Tras escuchar un resumen de sus palabras, y leer después sus textos íntegros, creo que los apologetas del sistema americano tendrían razón para seguir considerándolo como paradigma de los regímenes constitucionales. «América y democracia -dijo W. Whitman en su libro Perspectivas democráticas- son términos recíprocos». O, como reseñaba ya Alexis de Tocqueville en la Introducción a su obra La democracia en América, «Ccnfieso que en América he visto algo más que América: allí he buscado una imagen de la democracia misma».
En esos discursos sobresalen los perfiles de una exposición conceptualmente bien construida, argumentalmente impecable, de fuerte carga ideológica y emocional, incluso lírica, mediáticamente impactante, socialmente seductora y externamente no exenta de retórica y hasta de épica. Unos discursos aglutinadores de los correlativos deseos de informar, explicar, justificar, persuadir, impulsar y animar. Y dirigidos no sólo a los suyos, sino a todos, pues, finalizada la contienda electoral, ya no hay unos ni otros. Los enfrentamientos, disputas, partidismos, facciones y banderías quedan aparcados. La llamada es, a partir de este instante, a la unidad, al agrupamiento, a la conciliación y a la coparticipación en el proyecto colectivo de una esperanzada Nación. Todos se sienten, y reclaman ser tratados, como americanos de idéntica condición y semejante consideración: «América no son ellos, somos nosotros». Unos discursos, tanto los del victory speech, como antes los del concesión speech, que rememoran, por su capacidad para galvanizar los ánimos, a los de Abraham Lincoln, Franklin D. Roosvelt, Harry Truman o John. F. Kennedy, y que se caracterizarían por los siguientes rasgos:
1) Honestos. Los discursos expresan, sin tapujos ni ambages, lo que se espera en tan compleja situación económica, pero también política. Disfrutan de conciencia moral. Se señalan las líneas de actuación para construir el futuro común. No se distrae a la ciudadanía con espúreas actuaciones nacidas al hilo de reprobables esquizofrenias de una clase política endogámica. Como apuntaba Ignacio Camuñas en su Tercera, «De la crisis económica a la crisis política», las crisis económicas pueden comportar el dramatismo de las peores crisis políticas. Así se entiende la admonición del nuevo presidente -«Los Estados Unidos deben curarse a sí mismos»- y el paralelo reconocimiento de su tarea: «Sabemos que los retos que nos traerá el día de mañana son los mayores de nuestras vidas: dos guerras, un planeta en peligro, la peor crisis financiera desde hace un siglo». Un texto que recuerda el mítico mensaje de Winston Churchill: «Quiero decir a la Cámara, lo que he dicho a este Gobierno. No tengo nada que ofrecer sino sangre, sudor y lágrimas».
2) Realistas. Una cualidad siempre exigible. El éxito de las venideras políticas depende del acertado diagnóstico de los problemas. De no ser así, la mejor de ellas está avocada a una desesperante inutilidad o al frustrante fracaso. La Política, afirmaba ya el clásico, «es el arte de hacer posible lo necesario».
3) Animosos. Pero, siendo realistas, rezuman, simultáneamente, en la tradición del Sueño Americano, una dosis de optimismo para afrontar las dificultades: «Si todavía queda alguien que aún duda de que EE.UU. es un lugar donde todo es posible, esta noche es la respuesta». En resumen, cambio y esperanza: Yes, we can. Como afirmaría antes De Gaulle, «debemos llevar a buen término, pese a las inmensas dificultades, una honda renovación que le dé a cada hombre y a cada mujer de nuestra patria mayor abundancia, mayor seguridad, mayor felicidad, y que nos haga más numerosos, más poderosos, más fraternales».
5) Comprometidos con los mejores valores cívicos. El inquilino de la Casa Blanca lo refirió certeramente: «Nuestra fortaleza radica en el poder de nuestras ideas: democracia, libertad, oportunidad y esperanza». Es decir, los valores y principios conformadores de los Estados democráticos y de Derecho. «Una joven Nación concebida -señalaba Abraham Lincoln- sobre la base de la libertad y obediente al principio de que todos los hombres son iguales».
No hay comentarios.:
Publicar un comentario