Por ÁNGELES ESPINOSA (ElPais.com, 26/04/2009)
La perorata antiisraelí y antisionista de Mahmud Ahmadineyad en Ginebra, el lunes pasado, no fue una sorpresa para nadie, mucho menos para los judíos de Irán. Esta minoría ha visto cómo, desde que llegara al poder en 2005, el presidente de su país cuestionaba una y otra vez el Holocausto, sin la menor consideración hacia sus sentimientos. De poco ha servido que sus representantes le afearan su conducta. Ahmadineyad, que parece disfrutar cada vez que irrita a Occidente, ha encontrado en ese asunto una vía automática de lograrlo.
Y, sin embargo, los 20.000 judíos de Irán constituyen la mayor comunidad de esa confesión en Oriente Próximo fuera de Israel. La República Islámica se jacta de que los judíos, como el resto de las minorías religiosas -a excepción de los bahaís-, tienen libertad de culto e incluso disponen de un escaño reservado en el Parlamento. En Teherán, donde se concentra el grueso de la comunidad, cuentan con tres sinagogas, tres escuelas, una organización para la enseñanza religiosa y un hospital, la mayoría de cuyos empleados y pacientes son musulmanes.
¿Por qué, entonces, la fijación de Ahmadineyad? "Su objetivo es estar en la primera página de todos los periódicos", declara el analista Saeed Leylaz, muy crítico con el actual Gobierno iraní. "Busca la popularidad ante las elecciones del próximo mes de junio". Aunque, como afirmaba un editorial de este periódico, "Ahmadineyad no ha ido a Suiza a defender la suerte de los palestinos", los comicios presidenciales tampoco lo explican todo. Muchos iraníes le critican que dedique más tiempo a la cuestión palestina que a resolver la crisis económica que atraviesa su país.
"Ha sido una provocación en toda regla", interpreta un embajador europeo en Teherán. En medios diplomáticos occidentales, el tono de la intervención de Ahmadineyad se lee en el contexto más amplio de la reciente oferta de diálogo de EE UU. "Mientras (Barack) Obama les ha tendido la mano, los dirigentes iraníes responden con lo de Ginebra, con una conferencia de fiscales que acusa de crímenes contra la humanidad a varios responsables israelíes y con el encarcelamiento de una periodista estadounidense", afirma la fuente.
La demonización de Israel constituye uno de los pilares de la Revolución Islámica de 1979. No obstante, con el paso del tiempo y la realpolitik que siempre ha caracterizado a los dirigentes iraníes, ese elemento, como el antiamericanismo, se había convertido en un mero eslogan. Durante los Gobiernos del reformista Mohamed Jatamí incluso empezó a utilizarse el nombre de Israel en lugar de la nomenclatura revolucionaria de "entidad sionista". Ahmadineyad ha significado una vuelta a los principios.
De ahí que algunos observadores estimen imposible la normalización con Estados Unidos. Significaría, más pronto o más tarde, la disolución de la República Islámica. Con todo, el lenguaje de Ahmadineyad en Ginebra fue más moderado que en ocasiones anteriores. En un cambio de última hora, que pilló por sorpresa a los intérpretes, sustituyó una frase en la que calificaba el Holocausto de "ambiguo y dudoso" por otra en la que denunció "el abuso del asunto del Holocausto". Tampoco repitió la ominosa referencia a que Israel terminará borrado del mapa. Han sido más bien el momento y el lugar elegidos lo que puede complicar sus posibilidades de acercamiento a la superpotencia.
En cualquier caso, lo ocurrido en Ginebra muestra la brecha que existe entre Occidente y el resto del mundo sobre si el tratamiento de los palestinos por parte de Israel debe abordarse en un foro sobre racismo y xenofobia.
"No se estaba dirigiendo tanto a la comunidad internacional como a nosotros, los árabes", ha escrito por su parte Tariq al Homayed en Al Sharq al Awsat. En gran medida, logró su efecto. La mayoría de los medios árabes ha atribuido a un sesgo pro israelí el boicoteo de una treintena de países al discurso de Ahmadineyad. "Da la impresión de que algunos intentan colocar a Israel fuera del alcance de la crítica, no sólo en Israel, sino en las poderosas capitales occidentales", aseguraba un editorial del diario palestino Al Quds. Incluso el saudí Al Watan afirmaba que la actitud occidental es "imposible de entender, a menos que sea en apoyo de Israel en sus prácticas racistas contra los palestinos".
Aunque muchos iraníes no comulgan con el estilo provocador de su presidente, ni siquiera los sectores más críticos del régimen han levantado la voz a su regreso de Ginebra. "Una cosa es el Holocausto, que no nos compete juzgar a nosotros, y otra la ocupación de Palestina, que es una política que no logramos entender", señala el antes citado Leylaz. Incluso en la comunidad judía se subraya ese matiz. "El boicoteo de algunos delegados nos ha parecido una ofensa hacia el pueblo iraní", manifiesta Cimmak Morsadegh, el representante judío en el Parlamento de Teherán. "Oír las opiniones de la otra parte no significa compartirlas, pero ese acto evidenció la política de doble rasero de ciertos países", insiste antes de recordar que eso no ha sucedido cuando han intervenido ante foros similares personas como Idi Amín o Gaddafi.
Sin duda, la enemistad política y verbal entre Israel e Irán hace difícil casar la condición de judío con la de habitante de la República Islámica. Aun así, la comunidad judía iraní se aferra a sus raíces y siempre se ha negado a convertirse en arma arrojadiza contra las autoridades de su país. El malestar con el sistema que dejan entrever no parece muy distinto del de otros iraníes no musulmanes. Se sienten tolerados, más que parte integrante del sistema.
La perorata antiisraelí y antisionista de Mahmud Ahmadineyad en Ginebra, el lunes pasado, no fue una sorpresa para nadie, mucho menos para los judíos de Irán. Esta minoría ha visto cómo, desde que llegara al poder en 2005, el presidente de su país cuestionaba una y otra vez el Holocausto, sin la menor consideración hacia sus sentimientos. De poco ha servido que sus representantes le afearan su conducta. Ahmadineyad, que parece disfrutar cada vez que irrita a Occidente, ha encontrado en ese asunto una vía automática de lograrlo.
Y, sin embargo, los 20.000 judíos de Irán constituyen la mayor comunidad de esa confesión en Oriente Próximo fuera de Israel. La República Islámica se jacta de que los judíos, como el resto de las minorías religiosas -a excepción de los bahaís-, tienen libertad de culto e incluso disponen de un escaño reservado en el Parlamento. En Teherán, donde se concentra el grueso de la comunidad, cuentan con tres sinagogas, tres escuelas, una organización para la enseñanza religiosa y un hospital, la mayoría de cuyos empleados y pacientes son musulmanes.
¿Por qué, entonces, la fijación de Ahmadineyad? "Su objetivo es estar en la primera página de todos los periódicos", declara el analista Saeed Leylaz, muy crítico con el actual Gobierno iraní. "Busca la popularidad ante las elecciones del próximo mes de junio". Aunque, como afirmaba un editorial de este periódico, "Ahmadineyad no ha ido a Suiza a defender la suerte de los palestinos", los comicios presidenciales tampoco lo explican todo. Muchos iraníes le critican que dedique más tiempo a la cuestión palestina que a resolver la crisis económica que atraviesa su país.
"Ha sido una provocación en toda regla", interpreta un embajador europeo en Teherán. En medios diplomáticos occidentales, el tono de la intervención de Ahmadineyad se lee en el contexto más amplio de la reciente oferta de diálogo de EE UU. "Mientras (Barack) Obama les ha tendido la mano, los dirigentes iraníes responden con lo de Ginebra, con una conferencia de fiscales que acusa de crímenes contra la humanidad a varios responsables israelíes y con el encarcelamiento de una periodista estadounidense", afirma la fuente.
La demonización de Israel constituye uno de los pilares de la Revolución Islámica de 1979. No obstante, con el paso del tiempo y la realpolitik que siempre ha caracterizado a los dirigentes iraníes, ese elemento, como el antiamericanismo, se había convertido en un mero eslogan. Durante los Gobiernos del reformista Mohamed Jatamí incluso empezó a utilizarse el nombre de Israel en lugar de la nomenclatura revolucionaria de "entidad sionista". Ahmadineyad ha significado una vuelta a los principios.
De ahí que algunos observadores estimen imposible la normalización con Estados Unidos. Significaría, más pronto o más tarde, la disolución de la República Islámica. Con todo, el lenguaje de Ahmadineyad en Ginebra fue más moderado que en ocasiones anteriores. En un cambio de última hora, que pilló por sorpresa a los intérpretes, sustituyó una frase en la que calificaba el Holocausto de "ambiguo y dudoso" por otra en la que denunció "el abuso del asunto del Holocausto". Tampoco repitió la ominosa referencia a que Israel terminará borrado del mapa. Han sido más bien el momento y el lugar elegidos lo que puede complicar sus posibilidades de acercamiento a la superpotencia.
En cualquier caso, lo ocurrido en Ginebra muestra la brecha que existe entre Occidente y el resto del mundo sobre si el tratamiento de los palestinos por parte de Israel debe abordarse en un foro sobre racismo y xenofobia.
"No se estaba dirigiendo tanto a la comunidad internacional como a nosotros, los árabes", ha escrito por su parte Tariq al Homayed en Al Sharq al Awsat. En gran medida, logró su efecto. La mayoría de los medios árabes ha atribuido a un sesgo pro israelí el boicoteo de una treintena de países al discurso de Ahmadineyad. "Da la impresión de que algunos intentan colocar a Israel fuera del alcance de la crítica, no sólo en Israel, sino en las poderosas capitales occidentales", aseguraba un editorial del diario palestino Al Quds. Incluso el saudí Al Watan afirmaba que la actitud occidental es "imposible de entender, a menos que sea en apoyo de Israel en sus prácticas racistas contra los palestinos".
Aunque muchos iraníes no comulgan con el estilo provocador de su presidente, ni siquiera los sectores más críticos del régimen han levantado la voz a su regreso de Ginebra. "Una cosa es el Holocausto, que no nos compete juzgar a nosotros, y otra la ocupación de Palestina, que es una política que no logramos entender", señala el antes citado Leylaz. Incluso en la comunidad judía se subraya ese matiz. "El boicoteo de algunos delegados nos ha parecido una ofensa hacia el pueblo iraní", manifiesta Cimmak Morsadegh, el representante judío en el Parlamento de Teherán. "Oír las opiniones de la otra parte no significa compartirlas, pero ese acto evidenció la política de doble rasero de ciertos países", insiste antes de recordar que eso no ha sucedido cuando han intervenido ante foros similares personas como Idi Amín o Gaddafi.
Sin duda, la enemistad política y verbal entre Israel e Irán hace difícil casar la condición de judío con la de habitante de la República Islámica. Aun así, la comunidad judía iraní se aferra a sus raíces y siempre se ha negado a convertirse en arma arrojadiza contra las autoridades de su país. El malestar con el sistema que dejan entrever no parece muy distinto del de otros iraníes no musulmanes. Se sienten tolerados, más que parte integrante del sistema.
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