Por Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid, y autor de El islam. Cultura, religión y política, Trotta, 2009, 2ª edición (EL PAÍS, 18/04/09):
El 19 de abril de 2005 los cardenales de la Iglesia católica reunidos en Cónclave eligieron a Joseph Alois Ratzinger -que tomó el nombre de Benedicto XVI- como sucesor de Juan Pablo II, de cuyo pontificado había sido el principal y más influyente ideólogo durante casi un cuarto siglo.
En el momento de su elección Ratzinger tenía 78 años, tres años más de la edad de jubilación de los obispos y uno más que Juan XXIII cuando accedió al pontificado en octubre de 1958. Sin embargo, cualquier parecido entre ambos itinerarios y sus formas de gobernar la Iglesia católica es pura coincidencia. A sus 77 años el diplomático Juan XXIII, sin apenas experiencia pastoral ni conocimiento de los entresijos de la Curia romana, llevó a cabo, contra todo pronóstico, una verdadera revolución copernicana en el seno de la Iglesia: enterró la Cristiandad y dio paso a una estación largos siglos desconocida en el Vaticano: la primavera. El anciano Papa sorprendió al mundo entero con un cambio de paradigma sin precedentes: del anatema al diálogo, de la cristiandad medieval al encuentro con la modernidad, de la rigidez doctrinal al pluralismo teológico, de la condena a la misericordia, de la intransigencia a la tolerancia, de la Iglesia aliada con el trono a la iglesia de los pobres, del tradicionalismo al aggiornamento.
Benedicto XVI ha hecho el viaje inverso: del diálogo con la modernidad a su más enérgica condena; de generoso mecenas de algunos teólogos de la liberación (pagó de su bolsillo la publicación de la tesis doctoral de Leonardo Boff) a inquisidor. El joven Ratzinger inició su trabajo teológico bajo el signo de la reforma de Juan XXIII, quien le invitó a participar como perito en el Concilio Vaticano II junto a otros colegas condenados otrora por Pío XII: los alemanes Karl Rahner y Bernhard Häring, el francés Y. Mª Congar, el holandés Edward Schillibeekcx y el teólogo suizo emergente Hans Küng. No tardó, sin embargo, en distanciarse de todos ellos e incluso de responsabilizarles de los abusos posconciliares, para seguir la senda de la ortodoxia y la escalada hacia el poder, que le llevó primero al arzobispado de Múnich, después al cardenalato, luego a la presidencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, finalmente, a la cúpula del Vaticano.
Tres son los factores que pudieron influir en su involución ideológica: la concepción pesimista del ser humano bajo la influencia de Agustín de Hipona -su teólogo preferido-, la incomprensión y el desconcierto ante la revolución estudiantil de 1968 y el miedo a asumir las consecuencias reformadoras del Vaticano II. Así fue diseñando su teoría de la restauración eclesial que recoge Vittorio Messori en el libro-entrevista Informe sobre la fe, que se convirtió en la hoja de ruta del pontificado de Juan Pablo II.
En la homilía pronunciada en la Misa para elegir nuevo Papa el día del comienzo del Cónclave, Ratzinger expuso las líneas maestras de su pontificado: a) muchos cristianos se han dejado llevar por los vientos cambiantes de las corrientes ideológicas de un extremo a otro: del marxismo al liberalismo hasta el libertinaje, del colectivismo al individualismo, del ateísmo a un vago misticismo; b) se está imponiendo en el mundo la “dictadura del relativismo que no reconoce nada que sea definitivo y que deja como última medida sólo al propio yo y a sus deseos”; c) lo único que permanece en la eternidad es el alma humana, cuyo fruto es lo sembrado en ella.
Y no se ha apartado un ápice de ese guión que entonces escribió. Durante sus cuatro años como jefe del Estado de la Ciudad y líder del catolicismo mundial ha mantenido posturas claramente ofensivas para numerosos e importantes colectivos sociales, religiosos y étnicos.
1. Las comunidades indígenas latinoamericanas -el 10 % de la población- se sintieron instrumentalizadas y heridas en su dignidad durante el viaje de Benedicto XVI a Aparecida (Brasil) en 2007 para inaugurar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, cuando afirmó que la vuelta a las religiones precolombinas no era un progreso, sino un retroceso y una involución hacia el pasado. En el mismo viaje acusó veladamente a los nuevos líderes políticos latinoamericanos de autoritarios, de estar sometidos a ideologías superadas y de no actuar en concordancia con la visión cristiana del ser humano y de la sociedad. Volvió a criticar a los teólogos de la liberación de politización, falso mesianismo, ideas erróneas y dependencia del marxismo, como hiciera cuando estaba al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Acusaciones que fueron ratificadas con la condena del teólogo hispano-salvadoreño Ion Sobrino.
2. Ha provocado la indignación de los judíos -13 millones-, al readmitir en la “comunión eclesial” sin ningún tipo de arrepentimiento al obispo Richard Williamson, de la Hermandad Sacerdotal de San Pío X, que niega el Holocausto. Tuvo que ser la canciller alemana Angela Merkel quien exigiera a su compatriota Benedicto XVI pedir disculpas a los judíos y la inmediata rectificación al obispo seguidor de Lefebvre.
3. Los musulmanes -1.300 millones- se sintieron profunda y gravemente ofendidos en el discurso de Ratisbona, en septiembre de 2006, en el que afirmó que Mahoma no trajo más que males al mundo, ya que impuso la fe con la espada y proclamó la guerra santa, al tiempo que vinculó al Dios del islam con la violencia y la irracionalidad. Con esas afirmaciones Benedicto XVI se distanciaba de la iniciativa pacífica de la Alianza de Civilizaciones, asumida por la ONU y más de cien países, y se alineaba con la estrategia belicista del Choque de Civilizaciones de Bush.
4. Los africanos -856 millones- se han sentido muy ofendidos por las declaraciones del Papa durante su viaje a Camerún y Angola contrarias al uso de los preservativos. Éstos, dijo, no sólo no solucionan el problema del sida, sino que lo agravan todavía más. Afirmación deudora de una teología de la muerte que le convierte en responsable de la extensión y agravamiento del sida en África, que afecta a millones y millones de personas en ese continente. Tal aseveración ha provocado la reacción del Parlamento belga, quien ha pedido a su Gobierno que condene unas declaraciones tan inaceptables y que exprese su protesta al Vaticano.
5. Los protestantes -650 millones- y los cristianos ortodoxos -250 millones- se vieron discriminados en el documento vaticano de julio de 2007, que identifica la Iglesia de Cristo con la Iglesia católica, a la que considera la única verdadera, califica a las Iglesias Ortodoxas como Iglesia imperfecta y niega que las Iglesias de la Reforma sean Iglesia. Mayor retroceso en el camino del ecumenismo, imposible.
6. Los cristianos conciliares han visto frenadas no pocas de las reformas eclesiales y litúrgicas del Vaticano II cuando Benedicto XVI instauró la celebración de la misa en latín según el rito tridentino de manera ordinaria y reintegró en la Iglesia católica a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, de monseñor Lefebvre, defensora de la Iglesia del ancien régime y contraria a la libertad religiosa. Al levantar la excomunión de los integristas, sin exigirles la aceptación del concilio Vaticano II, no son ellos quienes se incorporan al cristianismo conciliar. Es, más bien, el Papa quien se convierte al integrismo y lleva a la Iglesia en esa dirección.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
El 19 de abril de 2005 los cardenales de la Iglesia católica reunidos en Cónclave eligieron a Joseph Alois Ratzinger -que tomó el nombre de Benedicto XVI- como sucesor de Juan Pablo II, de cuyo pontificado había sido el principal y más influyente ideólogo durante casi un cuarto siglo.
En el momento de su elección Ratzinger tenía 78 años, tres años más de la edad de jubilación de los obispos y uno más que Juan XXIII cuando accedió al pontificado en octubre de 1958. Sin embargo, cualquier parecido entre ambos itinerarios y sus formas de gobernar la Iglesia católica es pura coincidencia. A sus 77 años el diplomático Juan XXIII, sin apenas experiencia pastoral ni conocimiento de los entresijos de la Curia romana, llevó a cabo, contra todo pronóstico, una verdadera revolución copernicana en el seno de la Iglesia: enterró la Cristiandad y dio paso a una estación largos siglos desconocida en el Vaticano: la primavera. El anciano Papa sorprendió al mundo entero con un cambio de paradigma sin precedentes: del anatema al diálogo, de la cristiandad medieval al encuentro con la modernidad, de la rigidez doctrinal al pluralismo teológico, de la condena a la misericordia, de la intransigencia a la tolerancia, de la Iglesia aliada con el trono a la iglesia de los pobres, del tradicionalismo al aggiornamento.
Benedicto XVI ha hecho el viaje inverso: del diálogo con la modernidad a su más enérgica condena; de generoso mecenas de algunos teólogos de la liberación (pagó de su bolsillo la publicación de la tesis doctoral de Leonardo Boff) a inquisidor. El joven Ratzinger inició su trabajo teológico bajo el signo de la reforma de Juan XXIII, quien le invitó a participar como perito en el Concilio Vaticano II junto a otros colegas condenados otrora por Pío XII: los alemanes Karl Rahner y Bernhard Häring, el francés Y. Mª Congar, el holandés Edward Schillibeekcx y el teólogo suizo emergente Hans Küng. No tardó, sin embargo, en distanciarse de todos ellos e incluso de responsabilizarles de los abusos posconciliares, para seguir la senda de la ortodoxia y la escalada hacia el poder, que le llevó primero al arzobispado de Múnich, después al cardenalato, luego a la presidencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, finalmente, a la cúpula del Vaticano.
Tres son los factores que pudieron influir en su involución ideológica: la concepción pesimista del ser humano bajo la influencia de Agustín de Hipona -su teólogo preferido-, la incomprensión y el desconcierto ante la revolución estudiantil de 1968 y el miedo a asumir las consecuencias reformadoras del Vaticano II. Así fue diseñando su teoría de la restauración eclesial que recoge Vittorio Messori en el libro-entrevista Informe sobre la fe, que se convirtió en la hoja de ruta del pontificado de Juan Pablo II.
En la homilía pronunciada en la Misa para elegir nuevo Papa el día del comienzo del Cónclave, Ratzinger expuso las líneas maestras de su pontificado: a) muchos cristianos se han dejado llevar por los vientos cambiantes de las corrientes ideológicas de un extremo a otro: del marxismo al liberalismo hasta el libertinaje, del colectivismo al individualismo, del ateísmo a un vago misticismo; b) se está imponiendo en el mundo la “dictadura del relativismo que no reconoce nada que sea definitivo y que deja como última medida sólo al propio yo y a sus deseos”; c) lo único que permanece en la eternidad es el alma humana, cuyo fruto es lo sembrado en ella.
Y no se ha apartado un ápice de ese guión que entonces escribió. Durante sus cuatro años como jefe del Estado de la Ciudad y líder del catolicismo mundial ha mantenido posturas claramente ofensivas para numerosos e importantes colectivos sociales, religiosos y étnicos.
1. Las comunidades indígenas latinoamericanas -el 10 % de la población- se sintieron instrumentalizadas y heridas en su dignidad durante el viaje de Benedicto XVI a Aparecida (Brasil) en 2007 para inaugurar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, cuando afirmó que la vuelta a las religiones precolombinas no era un progreso, sino un retroceso y una involución hacia el pasado. En el mismo viaje acusó veladamente a los nuevos líderes políticos latinoamericanos de autoritarios, de estar sometidos a ideologías superadas y de no actuar en concordancia con la visión cristiana del ser humano y de la sociedad. Volvió a criticar a los teólogos de la liberación de politización, falso mesianismo, ideas erróneas y dependencia del marxismo, como hiciera cuando estaba al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Acusaciones que fueron ratificadas con la condena del teólogo hispano-salvadoreño Ion Sobrino.
2. Ha provocado la indignación de los judíos -13 millones-, al readmitir en la “comunión eclesial” sin ningún tipo de arrepentimiento al obispo Richard Williamson, de la Hermandad Sacerdotal de San Pío X, que niega el Holocausto. Tuvo que ser la canciller alemana Angela Merkel quien exigiera a su compatriota Benedicto XVI pedir disculpas a los judíos y la inmediata rectificación al obispo seguidor de Lefebvre.
3. Los musulmanes -1.300 millones- se sintieron profunda y gravemente ofendidos en el discurso de Ratisbona, en septiembre de 2006, en el que afirmó que Mahoma no trajo más que males al mundo, ya que impuso la fe con la espada y proclamó la guerra santa, al tiempo que vinculó al Dios del islam con la violencia y la irracionalidad. Con esas afirmaciones Benedicto XVI se distanciaba de la iniciativa pacífica de la Alianza de Civilizaciones, asumida por la ONU y más de cien países, y se alineaba con la estrategia belicista del Choque de Civilizaciones de Bush.
4. Los africanos -856 millones- se han sentido muy ofendidos por las declaraciones del Papa durante su viaje a Camerún y Angola contrarias al uso de los preservativos. Éstos, dijo, no sólo no solucionan el problema del sida, sino que lo agravan todavía más. Afirmación deudora de una teología de la muerte que le convierte en responsable de la extensión y agravamiento del sida en África, que afecta a millones y millones de personas en ese continente. Tal aseveración ha provocado la reacción del Parlamento belga, quien ha pedido a su Gobierno que condene unas declaraciones tan inaceptables y que exprese su protesta al Vaticano.
5. Los protestantes -650 millones- y los cristianos ortodoxos -250 millones- se vieron discriminados en el documento vaticano de julio de 2007, que identifica la Iglesia de Cristo con la Iglesia católica, a la que considera la única verdadera, califica a las Iglesias Ortodoxas como Iglesia imperfecta y niega que las Iglesias de la Reforma sean Iglesia. Mayor retroceso en el camino del ecumenismo, imposible.
6. Los cristianos conciliares han visto frenadas no pocas de las reformas eclesiales y litúrgicas del Vaticano II cuando Benedicto XVI instauró la celebración de la misa en latín según el rito tridentino de manera ordinaria y reintegró en la Iglesia católica a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, de monseñor Lefebvre, defensora de la Iglesia del ancien régime y contraria a la libertad religiosa. Al levantar la excomunión de los integristas, sin exigirles la aceptación del concilio Vaticano II, no son ellos quienes se incorporan al cristianismo conciliar. Es, más bien, el Papa quien se convierte al integrismo y lleva a la Iglesia en esa dirección.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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