Por Juan-José López Burniol, notario (EL PERIÓDICO, 16/04/09):
He visto hace poco dos películas que, dispares por la historia que cuentan y el ambiente en que se desarrollan, tienen en común idéntico trasfondo: la decadencia de la familia tradicional y su parcial pero progresiva sustitución por otras formas de convivencia que, llegado el momento preciso, funcionan como ámbitos de solidaridad primaria, tal y como si de la familia se tratase. La primera es Gran Torino, una más que correcta película de Clint Eastwood, que –sin llegar al nivel de sus últimas creaciones– cuenta la historia de un obrero, polaco de origen y ya jubilado de la industria del automóvil, que decide, después de quedarse viudo, seguir viviendo solo en su casa de siempre, sita en un barrio progresivamente degradado por la inmigración. Alejado física y espiritualmente de sus dos hijos, que trabajan y viven con sus familias en otras ciudades, el jubilado –hombre de genio fuerte, marcado por su experiencia en la guerra de Corea–, se lleva al principio fatal con sus vecinos asiáticos, pero, con el tiempo y el discurrir de los acontecimientos, encuentra en ellos –y les da también, hasta el extremo– lo que parece, en principio, que solo puede hallarse en el seno de la familia.
LA SEGUNDA –The visitor, de Tom McCarthy– narra la peripecia de un profesor universitario de Nueva Inglaterra, también viudo y con un hijo en el extranjero, que pasa los días solo, cada vez más egoísta y sin ilusión por su trabajo. Un día en que va a Nueva York, encuentra su apartamento ocupado por una pareja de inmigrantes a la que un estafador se lo ha alquilado. Tras superar su primer impulso de echarlos, les permite quedarse y, poco a poco, establece con ellos una relación que, al ser detenido el chico, se extiende a la madre de éste. Y, a medida que la relación se hace más estrecha, renace primero y se manifiesta después la capacidad de entrega –de amor– del desencantado profesor.
No hace falta mucha perspicacia para advertir los puntos de contacto de ambas historias: la soledad de muchas personas –como los dos protagonistas, ambos viudos y con hijos que están lejos y con los que tienen poca relación–, por la disolución de la familia tradicional en el mundo global emergente, lo que provoca un resurgir de las relaciones de vecindad y de las casuales. Al mismo tiempo, queda claro también en las dos películas que solo se logra arañar un poco de felicidad en la vida a través de la entrega a los demás, lo que choca con la idea de que son los límites impuestos por la convivencia en sociedad los que provocan el malestar de la civilización.
En el último siglo, la familia patriarcal se ha visto superada por dos razones: 1) La creciente demanda del mercado laboral y la oferta de más oportunidades educativas para las mujeres han facilitado a estas su independencia económica, que es el presupuesto de su autonomía personal. 2) Los avances de la biología, la farmacología y la medicina, han permitido el control del embarazo. Las consecuencias de este cambio social han sido inmediatas. Primero, ha hecho crisis el modelo de familia basado en el compromiso a largo plazo, lo que se manifiesta en la proliferación de rupturas matrimoniales; y, más tarde, ha aumentado el retraso en la formación de parejas y la frecuencia de la vida en común sin matrimonio. Ello ha provocado, no solo el fin de la familia patriarcal, también la aparición de una creciente variedad de estructuras familiares, con lo que se ha diluido el predominio del modelo clásico de familia nuclear (parejas casadas en primeras nupcias y sus hijos).
Pero la crisis de la forma clásica de familia no significa, en modo alguno, la quiebra actual de la familia, si bien es cierto que sus formas de organización han experimentado fluctuaciones. Las encuestas muestran que la familia es uno de los valores que más aprecian los ciudadanos, añadiendo que su creciente prestigio viene dado por la mayor necesidad psicológica que tenemos de ella. Pero ya no hay una Familia con mayúscula, con un patrón normativo único, sino una pluralidad de familias con minúscula, formadas por personas que creen en ella y se organizan según su leal saber y entender.
HOY, ELmatrimonio no es el único medio de acceder a la familia, ya que –en la dinámica tozuda de los hechos– la familia ha dejado de ser una realidad institucional rígida, de acceso exclusivo a través del contrato matrimonial. A la familia también se accede a través de la posesión de estado, que genera la unión estable de pareja. Y, asimismo, en ocasiones, se dan muy heterogéneas situaciones de convivencia de personas que, sin constituir una familia en el sentido tradicional del término, comparten establemente una misma vivienda y están unidas por vínculos de parentesco colateral, más o menos lejano, o de simple amistad y compañerismo.
Así, pues, de la familia institucionalizada se está pasando, rápidamente, a la familia individualizada. De la familia a las familias, caracterizadas todas ellas por constituir un ámbito de solidaridad primaria. El único ámbito en el que se quiere a alguien por lo que es; no por lo que tiene, ni por lo que sabe, ni por lo que puede. Parece que todo pasa, pero lo esencial permanece.
He visto hace poco dos películas que, dispares por la historia que cuentan y el ambiente en que se desarrollan, tienen en común idéntico trasfondo: la decadencia de la familia tradicional y su parcial pero progresiva sustitución por otras formas de convivencia que, llegado el momento preciso, funcionan como ámbitos de solidaridad primaria, tal y como si de la familia se tratase. La primera es Gran Torino, una más que correcta película de Clint Eastwood, que –sin llegar al nivel de sus últimas creaciones– cuenta la historia de un obrero, polaco de origen y ya jubilado de la industria del automóvil, que decide, después de quedarse viudo, seguir viviendo solo en su casa de siempre, sita en un barrio progresivamente degradado por la inmigración. Alejado física y espiritualmente de sus dos hijos, que trabajan y viven con sus familias en otras ciudades, el jubilado –hombre de genio fuerte, marcado por su experiencia en la guerra de Corea–, se lleva al principio fatal con sus vecinos asiáticos, pero, con el tiempo y el discurrir de los acontecimientos, encuentra en ellos –y les da también, hasta el extremo– lo que parece, en principio, que solo puede hallarse en el seno de la familia.
LA SEGUNDA –The visitor, de Tom McCarthy– narra la peripecia de un profesor universitario de Nueva Inglaterra, también viudo y con un hijo en el extranjero, que pasa los días solo, cada vez más egoísta y sin ilusión por su trabajo. Un día en que va a Nueva York, encuentra su apartamento ocupado por una pareja de inmigrantes a la que un estafador se lo ha alquilado. Tras superar su primer impulso de echarlos, les permite quedarse y, poco a poco, establece con ellos una relación que, al ser detenido el chico, se extiende a la madre de éste. Y, a medida que la relación se hace más estrecha, renace primero y se manifiesta después la capacidad de entrega –de amor– del desencantado profesor.
No hace falta mucha perspicacia para advertir los puntos de contacto de ambas historias: la soledad de muchas personas –como los dos protagonistas, ambos viudos y con hijos que están lejos y con los que tienen poca relación–, por la disolución de la familia tradicional en el mundo global emergente, lo que provoca un resurgir de las relaciones de vecindad y de las casuales. Al mismo tiempo, queda claro también en las dos películas que solo se logra arañar un poco de felicidad en la vida a través de la entrega a los demás, lo que choca con la idea de que son los límites impuestos por la convivencia en sociedad los que provocan el malestar de la civilización.
En el último siglo, la familia patriarcal se ha visto superada por dos razones: 1) La creciente demanda del mercado laboral y la oferta de más oportunidades educativas para las mujeres han facilitado a estas su independencia económica, que es el presupuesto de su autonomía personal. 2) Los avances de la biología, la farmacología y la medicina, han permitido el control del embarazo. Las consecuencias de este cambio social han sido inmediatas. Primero, ha hecho crisis el modelo de familia basado en el compromiso a largo plazo, lo que se manifiesta en la proliferación de rupturas matrimoniales; y, más tarde, ha aumentado el retraso en la formación de parejas y la frecuencia de la vida en común sin matrimonio. Ello ha provocado, no solo el fin de la familia patriarcal, también la aparición de una creciente variedad de estructuras familiares, con lo que se ha diluido el predominio del modelo clásico de familia nuclear (parejas casadas en primeras nupcias y sus hijos).
Pero la crisis de la forma clásica de familia no significa, en modo alguno, la quiebra actual de la familia, si bien es cierto que sus formas de organización han experimentado fluctuaciones. Las encuestas muestran que la familia es uno de los valores que más aprecian los ciudadanos, añadiendo que su creciente prestigio viene dado por la mayor necesidad psicológica que tenemos de ella. Pero ya no hay una Familia con mayúscula, con un patrón normativo único, sino una pluralidad de familias con minúscula, formadas por personas que creen en ella y se organizan según su leal saber y entender.
HOY, ELmatrimonio no es el único medio de acceder a la familia, ya que –en la dinámica tozuda de los hechos– la familia ha dejado de ser una realidad institucional rígida, de acceso exclusivo a través del contrato matrimonial. A la familia también se accede a través de la posesión de estado, que genera la unión estable de pareja. Y, asimismo, en ocasiones, se dan muy heterogéneas situaciones de convivencia de personas que, sin constituir una familia en el sentido tradicional del término, comparten establemente una misma vivienda y están unidas por vínculos de parentesco colateral, más o menos lejano, o de simple amistad y compañerismo.
Así, pues, de la familia institucionalizada se está pasando, rápidamente, a la familia individualizada. De la familia a las familias, caracterizadas todas ellas por constituir un ámbito de solidaridad primaria. El único ámbito en el que se quiere a alguien por lo que es; no por lo que tiene, ni por lo que sabe, ni por lo que puede. Parece que todo pasa, pero lo esencial permanece.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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