Por José Félix Merladet, ex diplomático y funcionario europeo (EL CORREO DIGITAL, 15/04/09):
La piratería es una forma de terror tan vieja como la navegación humana. Hoy vuelve a ser un fenómeno de actualidad por el notorio incremento de ataques piratas sobre todo frente a las costas de Somalia, donde se han doblado en un año. También por el creciente riesgo de entreveramiento entre piratería y terrorismo.
Históricamente, la piratería era una actividad habitual, bien documentada en la Grecia clásica. De hecho, la palabra ‘pirata’ podría provenir del griego ‘peiratés’ (bandido) o de ‘pyros’ (fuego), pues los piratas hacían piras con las naves saqueadas para no dejar huellas. El fenómeno se extendió tanto que los piratas estuvieron a punto de asfixiar el suministro de alimentos a la propia Roma. En esencia, el concepto de piratería no ha cambiado con el paso de los siglos: es un crimen que afecta a marinos y navíos extranjeros a los que se ataca con el propósito de robar su carga, exigir rescate por los pasajeros, convertirlos en esclavos y muchas veces apoderarse de la nave misma. Como tal no se prohibió internacionalmente hasta que se dieron tres circunstancias y fechas esenciales: en 1830 los franceses tomaron Argel, lo que supuso el fin de los temibles piratas berberiscos; en 1856 las potencias europeas firmaron una declaración prohibiendo las patentes de corso, y en 1890 el Acta de Bruselas terminó oficialmente con la esclavitud.
En estos tiempos escuchamos noticias preocupantes. El pasado año, en Somalia, se registraron 111 ataques a navíos, frente a los dos contabilizados en 2004. ¿Ha vuelto la piratería? ¿Es una nueva forma de terrorismo? Parecía que la piratería naval había sido reemplazada por la aérea, con connotaciones terroristas que la marítima no suele tener. Pero, en realidad, la piratería en el mar nunca ha cesado, favorecida por el hecho de que una gran parte del comercio internacional pasa por franjas muy pequeñas de agua que son muy fáciles de atacar o por zonas donde los Estados no tienen capacidad de control. Es el caso del Golfo de Adén y el Cuerno de África, del Estrecho de Malaca o las accidentadas costas indonesias. O de puntos muy calientes como Bangladesh, Filipinas y África Occidental, especialmente Nigeria.
Los filibusteros de hoy usan armamento moderno y GPS. Peinan las aguas costeras, donde se dan 8 de cada 10 ataques, en lanchas rápidas u operan en alta mar desde barcos nodriza hasta 400 millas de la costa. Actúan en pequeños grupos, normalmente de cinco a siete personas, con apoyo logístico que puede ser de los propios servicios de vigilancia costera, y en algunos operativos pueden movilizar hasta setenta individuos. Muchas veces llegan disfrazados de guardacostas o de policía portuaria. Se calcula que en Somalia hay unos 2.000 piratas en al menos cinco ‘gangs’ organizados sobre todo de la región de Puntlaand, donde la mayoría de la población es musulmana suní.
En este país se conjuga una ausencia de poder central gubernamental efectivo desde la caída de Siad Barre en 1991 con una situación, no tan conocida pero relacionada, de esquilmamiento de sus aguas sin obstáculos por pesqueros extranjeros. Esto ha llevado a muchos pescadores arruinados a cambiar de oficio y hacerse piratas. La región tiene algunos de los niveles más altos del mundo en desnutrición y sufre continuamente una grave crisis humanitaria. Todo ello sin olvidar la corrupción de las autoridades locales y la actitud de los señores de la guerra, Estados dentro del Estado, que se dividen las aguas territoriales entre ellos.
Pero el pasado año fue particularmente nefasto, con los secuestros de grandes navíos, como el superpetrolero ‘Sirius Star’, que llevaba 80 millones de euros en crudo, y el barco ucraniano ‘Faina’, cargado de 33 tanques -ambos en noviembre-; el del ‘Playa de Bakio’ en abril; o el del velero galo ‘Tanit’, de sangriento desenlace, hace sólo unos días. Según el BMI (buró marítimo internacional), en 2008 los ataques conocidos en todo el mundo fueron 293: 49 navíos (42 en Somalia) y 889 tripulantes secuestrados (815 en Somalia). Los somalíes obtuvieron 23 millones de euros de los secuestros. Cifras nunca vistas desde la creación del BMI en 1991.
En los ataques más graves se captura toda la carga y a veces el propio barco, que se repinta y cambia de nombre, bandera y matrícula. Además de las víctias mortales y heridos, las pérdidas económicas pueden alcanzar los dos dígitos de millones de euros. Sin descartar los riesgos de colisión o de desastres medioambientales, sobre todo en el caso de gaseros y petroleros en los que, una vez trasladada la carga, se deja a la tripulación bajo el puente y el barco a la deriva.
Teniendo en cuenta que la mayoría del comercio mundial (80%) se hace por mar no es aceptable que la seguridad del transporte marítimo siga muy por detrás de la de la aviación civil. Sin embargo, la persecución de este delito es muy difícil por los vacíos legales, la falta de autoridades competentes, la inadecuada cooperación internacional y la ausencia de voluntad política en algunos lugares. Además, la mayoría de estos ataques nunca son denunciados. Por varias razones: evitar que suban las primas del seguro, inoperancia, miedo de las autoridades locales, etcétera.
Si bien el terrorismo emplea el terror como medio para obtener fines políticos y la piratería lo usa con fines de lucro inmediato, las fronteras entre ambos cada vez son más difusas. Se sabe que Al-Qaida tiene proyectos para paralizar vías de transporte marítimo como el Canal de Suez y el Estrecho de Malaca, utilizando barcos o materiales tóxicos o radioactivos e incluso, si pudiera, pequeñas bombas nucleares, para encarecer así los fletes mundiales de forma considerable.
A través de Malaca los petroleros transportan un 40% del crudo mundial hacia Oriente. Bin Laden, después del ataque al ‘Limburg’ de 2002, anunció que atentaría contra los intereses de los países industrializados y en especial contra su suministro de petróleo. Soñó con repetir el desafío de los piratas de la antigüedad: asfixiar a Roma. Al-Qaida tiene su propio manual señalando los puntos a atacar en los barcos, cómo fijarles minas, cómo dispararles misiles desde lanchas, cómo transformar un gasero en bomba flotante y cómo usar fuerabordas cargadas de explosivos para destruir navíos grandes o depósitos de gas o de petróleo en los puertos. La posibilidad de que los terroristas coordinen un ataque con piratas no debe descartarse.
La respuesta militar es ya intensa gracias sobre todo a la ‘Operación Atalanta’ de la UE, que es la primera acción militar naval decidida en el marco de la Política Europea de Seguridad y Defensa y que ha supuesto el envío de 14 buques de guerra desde diciembre. Se trata de una respuesta implícita a los miembros escépticos sobre la capacidad de la Unión para lanzar operaciones de defensa reforzada. El Gobierno español, que participa con 323 militares, asumió el mando de la fuerza aeronaval el 6 de abril para los próximos cuatro meses. La resolución 1838 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas del pasado 7 de octubre llamaba a los países con navíos de guerra en aguas somalíes a aplicar la fuerza para reprimir la piratería. La experiencia muestra que cuando los gobiernos comprenden el problema y responden con determinación, empleando los recursos necesarios en naves, equipo y personal, los ataques cesan rápidamente. En el caso somalí es también fundamental la cooperación de los líderes de los clanes enfrentados: las negociaciones para la reconciliación nacional en Yibuti y la elección del jeque Sharif Ahmed como nuevo presidente el pasado 31 de enero son un promisorio comienzo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
La piratería es una forma de terror tan vieja como la navegación humana. Hoy vuelve a ser un fenómeno de actualidad por el notorio incremento de ataques piratas sobre todo frente a las costas de Somalia, donde se han doblado en un año. También por el creciente riesgo de entreveramiento entre piratería y terrorismo.
Históricamente, la piratería era una actividad habitual, bien documentada en la Grecia clásica. De hecho, la palabra ‘pirata’ podría provenir del griego ‘peiratés’ (bandido) o de ‘pyros’ (fuego), pues los piratas hacían piras con las naves saqueadas para no dejar huellas. El fenómeno se extendió tanto que los piratas estuvieron a punto de asfixiar el suministro de alimentos a la propia Roma. En esencia, el concepto de piratería no ha cambiado con el paso de los siglos: es un crimen que afecta a marinos y navíos extranjeros a los que se ataca con el propósito de robar su carga, exigir rescate por los pasajeros, convertirlos en esclavos y muchas veces apoderarse de la nave misma. Como tal no se prohibió internacionalmente hasta que se dieron tres circunstancias y fechas esenciales: en 1830 los franceses tomaron Argel, lo que supuso el fin de los temibles piratas berberiscos; en 1856 las potencias europeas firmaron una declaración prohibiendo las patentes de corso, y en 1890 el Acta de Bruselas terminó oficialmente con la esclavitud.
En estos tiempos escuchamos noticias preocupantes. El pasado año, en Somalia, se registraron 111 ataques a navíos, frente a los dos contabilizados en 2004. ¿Ha vuelto la piratería? ¿Es una nueva forma de terrorismo? Parecía que la piratería naval había sido reemplazada por la aérea, con connotaciones terroristas que la marítima no suele tener. Pero, en realidad, la piratería en el mar nunca ha cesado, favorecida por el hecho de que una gran parte del comercio internacional pasa por franjas muy pequeñas de agua que son muy fáciles de atacar o por zonas donde los Estados no tienen capacidad de control. Es el caso del Golfo de Adén y el Cuerno de África, del Estrecho de Malaca o las accidentadas costas indonesias. O de puntos muy calientes como Bangladesh, Filipinas y África Occidental, especialmente Nigeria.
Los filibusteros de hoy usan armamento moderno y GPS. Peinan las aguas costeras, donde se dan 8 de cada 10 ataques, en lanchas rápidas u operan en alta mar desde barcos nodriza hasta 400 millas de la costa. Actúan en pequeños grupos, normalmente de cinco a siete personas, con apoyo logístico que puede ser de los propios servicios de vigilancia costera, y en algunos operativos pueden movilizar hasta setenta individuos. Muchas veces llegan disfrazados de guardacostas o de policía portuaria. Se calcula que en Somalia hay unos 2.000 piratas en al menos cinco ‘gangs’ organizados sobre todo de la región de Puntlaand, donde la mayoría de la población es musulmana suní.
En este país se conjuga una ausencia de poder central gubernamental efectivo desde la caída de Siad Barre en 1991 con una situación, no tan conocida pero relacionada, de esquilmamiento de sus aguas sin obstáculos por pesqueros extranjeros. Esto ha llevado a muchos pescadores arruinados a cambiar de oficio y hacerse piratas. La región tiene algunos de los niveles más altos del mundo en desnutrición y sufre continuamente una grave crisis humanitaria. Todo ello sin olvidar la corrupción de las autoridades locales y la actitud de los señores de la guerra, Estados dentro del Estado, que se dividen las aguas territoriales entre ellos.
Pero el pasado año fue particularmente nefasto, con los secuestros de grandes navíos, como el superpetrolero ‘Sirius Star’, que llevaba 80 millones de euros en crudo, y el barco ucraniano ‘Faina’, cargado de 33 tanques -ambos en noviembre-; el del ‘Playa de Bakio’ en abril; o el del velero galo ‘Tanit’, de sangriento desenlace, hace sólo unos días. Según el BMI (buró marítimo internacional), en 2008 los ataques conocidos en todo el mundo fueron 293: 49 navíos (42 en Somalia) y 889 tripulantes secuestrados (815 en Somalia). Los somalíes obtuvieron 23 millones de euros de los secuestros. Cifras nunca vistas desde la creación del BMI en 1991.
En los ataques más graves se captura toda la carga y a veces el propio barco, que se repinta y cambia de nombre, bandera y matrícula. Además de las víctias mortales y heridos, las pérdidas económicas pueden alcanzar los dos dígitos de millones de euros. Sin descartar los riesgos de colisión o de desastres medioambientales, sobre todo en el caso de gaseros y petroleros en los que, una vez trasladada la carga, se deja a la tripulación bajo el puente y el barco a la deriva.
Teniendo en cuenta que la mayoría del comercio mundial (80%) se hace por mar no es aceptable que la seguridad del transporte marítimo siga muy por detrás de la de la aviación civil. Sin embargo, la persecución de este delito es muy difícil por los vacíos legales, la falta de autoridades competentes, la inadecuada cooperación internacional y la ausencia de voluntad política en algunos lugares. Además, la mayoría de estos ataques nunca son denunciados. Por varias razones: evitar que suban las primas del seguro, inoperancia, miedo de las autoridades locales, etcétera.
Si bien el terrorismo emplea el terror como medio para obtener fines políticos y la piratería lo usa con fines de lucro inmediato, las fronteras entre ambos cada vez son más difusas. Se sabe que Al-Qaida tiene proyectos para paralizar vías de transporte marítimo como el Canal de Suez y el Estrecho de Malaca, utilizando barcos o materiales tóxicos o radioactivos e incluso, si pudiera, pequeñas bombas nucleares, para encarecer así los fletes mundiales de forma considerable.
A través de Malaca los petroleros transportan un 40% del crudo mundial hacia Oriente. Bin Laden, después del ataque al ‘Limburg’ de 2002, anunció que atentaría contra los intereses de los países industrializados y en especial contra su suministro de petróleo. Soñó con repetir el desafío de los piratas de la antigüedad: asfixiar a Roma. Al-Qaida tiene su propio manual señalando los puntos a atacar en los barcos, cómo fijarles minas, cómo dispararles misiles desde lanchas, cómo transformar un gasero en bomba flotante y cómo usar fuerabordas cargadas de explosivos para destruir navíos grandes o depósitos de gas o de petróleo en los puertos. La posibilidad de que los terroristas coordinen un ataque con piratas no debe descartarse.
La respuesta militar es ya intensa gracias sobre todo a la ‘Operación Atalanta’ de la UE, que es la primera acción militar naval decidida en el marco de la Política Europea de Seguridad y Defensa y que ha supuesto el envío de 14 buques de guerra desde diciembre. Se trata de una respuesta implícita a los miembros escépticos sobre la capacidad de la Unión para lanzar operaciones de defensa reforzada. El Gobierno español, que participa con 323 militares, asumió el mando de la fuerza aeronaval el 6 de abril para los próximos cuatro meses. La resolución 1838 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas del pasado 7 de octubre llamaba a los países con navíos de guerra en aguas somalíes a aplicar la fuerza para reprimir la piratería. La experiencia muestra que cuando los gobiernos comprenden el problema y responden con determinación, empleando los recursos necesarios en naves, equipo y personal, los ataques cesan rápidamente. En el caso somalí es también fundamental la cooperación de los líderes de los clanes enfrentados: las negociaciones para la reconciliación nacional en Yibuti y la elección del jeque Sharif Ahmed como nuevo presidente el pasado 31 de enero son un promisorio comienzo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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