Por Norman Manea, escritor rumano. Su último libro publicado es El sobre negro (Tusquets). Traducción: Víctor Ivanovici (EL PAÍS, 24/04/09):
Este año se cumplen 20 años de la caída del Muro de Berlín y de las demás murallas que separaban la Europa del Este de la del Oeste y del resto del mundo. Diferente de país a país, la transición a la democracia no ha sido fácil en ninguno de ellos. Los 40 años de sociedad enquistada en el socialismo real han dejado huellas profundas, tanto en las mentalidades de los hombres como en la organización social y política de sus comunidades.
1989 significó para la población del Este un formidable alivio, potenciado por enormes esperanzas. Tras ello había de seguir una doble y difícil operación de rescate: del pasado manipulado y deformado por el Estado totalitario regido por el partido único, y asimismo del porvenir, en el seno de la comunidad de países libres y desarrollados. Sin un examen honesto de los años de dictadura comunista y de los que la precedieron, la adaptación a los requisitos del presente resultaría superficial y efímera.
La democracia y el capitalismo no llegaron con una oferta idílica de libertad y prosperidad instantáneas, sino con las contradicciones propias del mundo actual: desigualdades sociales en aumento, el problema de las minorías de toda índole (en el caso de Rumania, sobre todo el de los nómadas roma), la necesidad de proteger el medio ambiente y avalar la salud pública, la marginalización de sectores de la población, por razones de edad o bien de formación profesional deficiente, etcétera. La naturaleza y el nivel de estos retos se vieron reflejados en las distintas reacciones individuales frente a los mismos. Mientras algunos se esforzaban por crear una atmósfera de regeneración democrática de la sociedad, otros se enteraron pronto de que el Partido Único sería desplazado por el todopoderoso Don Dinero. Del enriquecimiento rápido, las más veces por corrupción -me refiero específicamente a Rumania, pero sospecho que su caso no es único-, gozaron más que nada varios “espabilados” conectados a las redes del sistema anterior.
Las elecciones libres, la libertad de prensa y el libre mercado constituyeron los factores básicos del cambio. Cambio visible no sólo en los primerizos grupos de diálogo social, los primeros proyectos humanitarios y de defensa de los derechos ciudadanos fundamentales, sino también en una nueva clase “capitalista” de nuevos ricos que cambiaron intempestivamente la libretita roja (el carné) de militantes del Partido por la libreta de cuenta bancaria, mucho más operativa y eficiente. Entretanto, el pendular de la opinión pública, tras largos años de dogmatismo y vigilancia ubicua, favorecía el nacionalismo y la beatería. De hecho, en todos los países de la Europa oriental el enfrentamiento entre el sincronismo centrífugo y cosmopolita y el autoctonismo centrípeto y etnocéntrico tiene un historial largo y agitado.
Paulatinamente, la situación poscomunista se ha encaminado por mejores rumbos, aunque la corrupción aún dista mucho de ser erradicada, la demagogia y las duplicidades siguen presentes en el escenario político de cada día. Los residuos del pasado remoto o reciente, el bizantinismo tradicional en la región y el hábito de sobrevivir mediante la doblez bajo dictaduras de derecha o de izquierda, conviven activamente con la renovación. Las contradicciones naturales entre los nuevos y los antiguos miembros de la Unión Europea, explicables por las diferencias de desarrollo y evolución entre unos y otros países durante la posguerra, también tienen su aspecto positivo: el de replantear de ambos lados los términos del partnership.
Sin embargo, en Europa del Este ya se respira con naturalidad. La gente tiene acceso a la información, puede viajar, estudiar y trabajar fuera de las fronteras. El salto hacia la heterogénea normalidad se vislumbra asimismo en detalles aparentemente triviales e insignificantes. Bajo el régimen de Ceaucescu el programa de televisión era de unas pocas horas diarias, dedicadas, principalmente, al bienamado Conductor (líder) y a su Partido. Por ejemplo, un partido de fútbol entre equipos europeos sólo podía verlo quien tenía la suerte de poseer una antena capaz de sintonizar, en Bucarest, capital del país, la televisión búlgara; en Jasi, capital de la provincia de Moldavia, la televisión ucraniana; en Cluj, centro de Transilvania, la televisión húngara. Hoy los televidentes de Rumania acceden a emisoras del mundo entero, futbolistas rumanos son “exportados”, equipos locales “alquilan” jugadores extranjeros, propietarios de clubes deportivos se enriquecen o quiebran como en cualquier otra región del Carnaval planetario.
Semejante normalización también puede leerse en la prensa cotidiana, que ofrece las noticias más importantes del día mezcladas con informaciones de interés menor, pero “picantes” y a menudo vulgares. Algunos titulares recientes: “En Italia otros dos rumanos detenidos por violación”; “La UE duplica ayuda financiera a países del Este”, “La UE ha llegado a compromiso sobre redes energéticas”, “La UE plagia a Ceaucescu” (se parangona el lenguaje comunitario con el comunista, que sólo admitía el trato de “camarada”), “Los búlgaros quieren ser gobernados en secreto por la UE”, “Informe de Naciones Unidas denuncia racismo y xenofobia en Italia”, “El ministro británico del Interior ha alquilado dos películas porno”, “Tenemos déficit de influencia en Europa”, “Reconciliación ‘histórica’ de la Iglesia romano-católica con la Iglesia ortodoxa rusa a través del rechazo del preservativo”, “Eslovaquia no reconocerá la independencia de Kosovo”, “Negocio próspero: peluquera polaca en la frontera con Alemania”, “Según parlamentarios rusos el Tribunal Penal Internacional de La Haya ha agotado su misión”, “Mínimo tres horas diarias navegan por Internet los rumanos”, “Los bomberos más sexy del mundo”, “Papá Playboy padece crisis”, etcétera.
Las miradas de todos se dirigen, constantemente, hacia Europa. Otra alternativa de futuro no existe para los países del Este. La ayuda económica europea ha sido esencial para impulsar su desarrollo, los principios de derecho impuestos a sus legislaciones han creado nuevas oportunidades de armonía social, las relaciones culturales con Occidente han reanimado la vida artística y la dinámica editorial, fundaciones y universidades europeas y norteamericanas (sobre todo la Fundación Soros) han patrocinado en forma determinante la prensa libre y los viajes de estudios.
El deseo de vincularse a Europa no sólo nace en esos países por motivaciones económicas inherentes, sino también por profundos antecedentes históricos, relacionados, entre otras cosas, con su religión católica o protestante (casos de Polonia, Hungría, Alemania del Este, los países bálticos) o con las raíces latinas de su cultura (caso de Rumania). En casi todos los territorios del antiguo campo comunista, el alejamiento de Rusia conlleva un normal sentimiento de alivio. El eslogan “La luz llega desde Oriente”, repetido hasta la saciedad durante los primeros años del comunismo, en breve tiempo se ha revelado una diversión cínica, no sólo a raíz de la represión que han sufrido Hungría, Checoslovaquia y Polonia, sino también debido a la vida cotidiana larvaria, bajo un espeso manto de oscuridad, a que se ha visto condenado todo el bloque oriental. Lastimosamente, hasta hoy en día Rusia inspira más bien miedo.
La simpatía, creciente al principio, hacia unos Estados Unidos vencedores de la guerra fría, durante la cual el Occidente europeo dio más de una vez pruebas de deplorable oportunismo, ha venido conjugándose poco a poco con la conciencia, siempre más acusada, de pertenecer a Europa. La elección de Obama, recibida con justificado entusiasmo por doquier en el mundo, ha sido menos celebrada en el Este. Tal escepticismo parece radicar en la “moderación” del mandatario estadounidense hacia Rusia e Irán, en sus medidas “estatalistas” de recuperación económica e incluso, a veces, en prejuicios raciales.
A 20 años de haber vivido el impacto de la liberación, Europa del Este está inmersa en el tumulto de la actualidad planetaria.
Es de esperar -y es absolutamente necesaria- la colaboración estrecha entre una poderosa nueva Europa (Este + Oeste) y la nueva América pos-Bush. Los peligros que amenazan al mundo son inmediatos, devastadores y globales. Los malentendidos, las suspicacias, las postergaciones en el proceso de cooperación ya no pueden justificarse.
La luz sigue llegando desde el Occidente unido y unificador.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Este año se cumplen 20 años de la caída del Muro de Berlín y de las demás murallas que separaban la Europa del Este de la del Oeste y del resto del mundo. Diferente de país a país, la transición a la democracia no ha sido fácil en ninguno de ellos. Los 40 años de sociedad enquistada en el socialismo real han dejado huellas profundas, tanto en las mentalidades de los hombres como en la organización social y política de sus comunidades.
1989 significó para la población del Este un formidable alivio, potenciado por enormes esperanzas. Tras ello había de seguir una doble y difícil operación de rescate: del pasado manipulado y deformado por el Estado totalitario regido por el partido único, y asimismo del porvenir, en el seno de la comunidad de países libres y desarrollados. Sin un examen honesto de los años de dictadura comunista y de los que la precedieron, la adaptación a los requisitos del presente resultaría superficial y efímera.
La democracia y el capitalismo no llegaron con una oferta idílica de libertad y prosperidad instantáneas, sino con las contradicciones propias del mundo actual: desigualdades sociales en aumento, el problema de las minorías de toda índole (en el caso de Rumania, sobre todo el de los nómadas roma), la necesidad de proteger el medio ambiente y avalar la salud pública, la marginalización de sectores de la población, por razones de edad o bien de formación profesional deficiente, etcétera. La naturaleza y el nivel de estos retos se vieron reflejados en las distintas reacciones individuales frente a los mismos. Mientras algunos se esforzaban por crear una atmósfera de regeneración democrática de la sociedad, otros se enteraron pronto de que el Partido Único sería desplazado por el todopoderoso Don Dinero. Del enriquecimiento rápido, las más veces por corrupción -me refiero específicamente a Rumania, pero sospecho que su caso no es único-, gozaron más que nada varios “espabilados” conectados a las redes del sistema anterior.
Las elecciones libres, la libertad de prensa y el libre mercado constituyeron los factores básicos del cambio. Cambio visible no sólo en los primerizos grupos de diálogo social, los primeros proyectos humanitarios y de defensa de los derechos ciudadanos fundamentales, sino también en una nueva clase “capitalista” de nuevos ricos que cambiaron intempestivamente la libretita roja (el carné) de militantes del Partido por la libreta de cuenta bancaria, mucho más operativa y eficiente. Entretanto, el pendular de la opinión pública, tras largos años de dogmatismo y vigilancia ubicua, favorecía el nacionalismo y la beatería. De hecho, en todos los países de la Europa oriental el enfrentamiento entre el sincronismo centrífugo y cosmopolita y el autoctonismo centrípeto y etnocéntrico tiene un historial largo y agitado.
Paulatinamente, la situación poscomunista se ha encaminado por mejores rumbos, aunque la corrupción aún dista mucho de ser erradicada, la demagogia y las duplicidades siguen presentes en el escenario político de cada día. Los residuos del pasado remoto o reciente, el bizantinismo tradicional en la región y el hábito de sobrevivir mediante la doblez bajo dictaduras de derecha o de izquierda, conviven activamente con la renovación. Las contradicciones naturales entre los nuevos y los antiguos miembros de la Unión Europea, explicables por las diferencias de desarrollo y evolución entre unos y otros países durante la posguerra, también tienen su aspecto positivo: el de replantear de ambos lados los términos del partnership.
Sin embargo, en Europa del Este ya se respira con naturalidad. La gente tiene acceso a la información, puede viajar, estudiar y trabajar fuera de las fronteras. El salto hacia la heterogénea normalidad se vislumbra asimismo en detalles aparentemente triviales e insignificantes. Bajo el régimen de Ceaucescu el programa de televisión era de unas pocas horas diarias, dedicadas, principalmente, al bienamado Conductor (líder) y a su Partido. Por ejemplo, un partido de fútbol entre equipos europeos sólo podía verlo quien tenía la suerte de poseer una antena capaz de sintonizar, en Bucarest, capital del país, la televisión búlgara; en Jasi, capital de la provincia de Moldavia, la televisión ucraniana; en Cluj, centro de Transilvania, la televisión húngara. Hoy los televidentes de Rumania acceden a emisoras del mundo entero, futbolistas rumanos son “exportados”, equipos locales “alquilan” jugadores extranjeros, propietarios de clubes deportivos se enriquecen o quiebran como en cualquier otra región del Carnaval planetario.
Semejante normalización también puede leerse en la prensa cotidiana, que ofrece las noticias más importantes del día mezcladas con informaciones de interés menor, pero “picantes” y a menudo vulgares. Algunos titulares recientes: “En Italia otros dos rumanos detenidos por violación”; “La UE duplica ayuda financiera a países del Este”, “La UE ha llegado a compromiso sobre redes energéticas”, “La UE plagia a Ceaucescu” (se parangona el lenguaje comunitario con el comunista, que sólo admitía el trato de “camarada”), “Los búlgaros quieren ser gobernados en secreto por la UE”, “Informe de Naciones Unidas denuncia racismo y xenofobia en Italia”, “El ministro británico del Interior ha alquilado dos películas porno”, “Tenemos déficit de influencia en Europa”, “Reconciliación ‘histórica’ de la Iglesia romano-católica con la Iglesia ortodoxa rusa a través del rechazo del preservativo”, “Eslovaquia no reconocerá la independencia de Kosovo”, “Negocio próspero: peluquera polaca en la frontera con Alemania”, “Según parlamentarios rusos el Tribunal Penal Internacional de La Haya ha agotado su misión”, “Mínimo tres horas diarias navegan por Internet los rumanos”, “Los bomberos más sexy del mundo”, “Papá Playboy padece crisis”, etcétera.
Las miradas de todos se dirigen, constantemente, hacia Europa. Otra alternativa de futuro no existe para los países del Este. La ayuda económica europea ha sido esencial para impulsar su desarrollo, los principios de derecho impuestos a sus legislaciones han creado nuevas oportunidades de armonía social, las relaciones culturales con Occidente han reanimado la vida artística y la dinámica editorial, fundaciones y universidades europeas y norteamericanas (sobre todo la Fundación Soros) han patrocinado en forma determinante la prensa libre y los viajes de estudios.
El deseo de vincularse a Europa no sólo nace en esos países por motivaciones económicas inherentes, sino también por profundos antecedentes históricos, relacionados, entre otras cosas, con su religión católica o protestante (casos de Polonia, Hungría, Alemania del Este, los países bálticos) o con las raíces latinas de su cultura (caso de Rumania). En casi todos los territorios del antiguo campo comunista, el alejamiento de Rusia conlleva un normal sentimiento de alivio. El eslogan “La luz llega desde Oriente”, repetido hasta la saciedad durante los primeros años del comunismo, en breve tiempo se ha revelado una diversión cínica, no sólo a raíz de la represión que han sufrido Hungría, Checoslovaquia y Polonia, sino también debido a la vida cotidiana larvaria, bajo un espeso manto de oscuridad, a que se ha visto condenado todo el bloque oriental. Lastimosamente, hasta hoy en día Rusia inspira más bien miedo.
La simpatía, creciente al principio, hacia unos Estados Unidos vencedores de la guerra fría, durante la cual el Occidente europeo dio más de una vez pruebas de deplorable oportunismo, ha venido conjugándose poco a poco con la conciencia, siempre más acusada, de pertenecer a Europa. La elección de Obama, recibida con justificado entusiasmo por doquier en el mundo, ha sido menos celebrada en el Este. Tal escepticismo parece radicar en la “moderación” del mandatario estadounidense hacia Rusia e Irán, en sus medidas “estatalistas” de recuperación económica e incluso, a veces, en prejuicios raciales.
A 20 años de haber vivido el impacto de la liberación, Europa del Este está inmersa en el tumulto de la actualidad planetaria.
Es de esperar -y es absolutamente necesaria- la colaboración estrecha entre una poderosa nueva Europa (Este + Oeste) y la nueva América pos-Bush. Los peligros que amenazan al mundo son inmediatos, devastadores y globales. Los malentendidos, las suspicacias, las postergaciones en el proceso de cooperación ya no pueden justificarse.
La luz sigue llegando desde el Occidente unido y unificador.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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