Por Pablo Zapata Lerga, escritor (EL CORREO DIGITAL, 23/04/09):
Ahora digo -dijo a esta sazón don Quijote-, que el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho» (D. Q., II, 25). Y no estará de más que en estos días primaverales de resonancias cervantinas volvamos sobre el tema que tanto ocupaba al ilustre hidalgo de causas perdidas.
Amigos míos que saben de qué pie cojeo me suelen decir -unos con cierto pesar, otros como acto de sinceridad y otros como gesto de suficiencia- que no leen nunca un libro. En otras circunstancias no me impresionaría demasiado, pero es que muchos de esos ‘no lectores compulsivos’ han pasado por la Universidad (no sé si la Universidad pasó por ellos). ¿De qué han servido tantos años de estudio de la lengua y la literatura? ¿Para qué ha servido toda una carrera universitaria? Han estudiado sólo lo necesario para una titulación utilitaria. ¿Dónde queda el concepto de ‘universtitas’?
El informe PISA -hecho con distanciamiento, conocimiento y objetividad- sigue dándonos machaconamente un aldabonazo todos los años: en este país se lee muy poco, con todo lo que conlleva ahora y ha traído a lo largo de los años. Pero los políticos siguen a la gresca, no se enteran, y ministerio tras ministro se empeñan en hacer a bote pronto planes etéreos que se olvidan al día siguiente y no llevan a ningún término. A los datos me remito, y es año tras año. Ya Larra decía: «Es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas». Pobrecillo, como era clarividente, se suicidó de asco patrio al ver que la esperanza era una utopía, que la ilusión estaba ya enterrada. Lo de los amores fue la puntilla.
¿Y qué pasa por que no lea un libro?, dirá más de uno, y algunos con ostentación jactanciosa. Efectivamente, si no lees, no pasa nada, nadie se muere, se puede vivir perfectamente, hay pueblos enteros que no han leído nunca. Si no sabes quién fue Picasso, no pasa nada, puedes vivir largos años teniendo buena vista; si no te acercas a una rústica y humilde iglesia románica, no pasa nada, puedes andar por los caminos de la vida; si no escuchas nunca música de la grande, no pasa nada, hay miles de oídos con otras músicas, no te va a salir miel por los oídos; si no vas nunca al cine o al teatro, no pasa nada, que bastante teatro es la vida; si no sabes nada de Julio César, Alejandro, Napoleón o Cortés, no pasa nada, tus negocios pueden ir bien por el mundo; si no sitúas los accidentes geográficos más importantes del mundo, no pasa nada, te puedes pasear por ellos si tienes dinero; si no lees nada sobre religiones o filosofías, no pasa nada, que la abuelita tampoco leyó sobre estos temas y fue feliz.
Efectivamente, no pasa nada por que no abras un libro. No te vas a morir si tienes este rasero, no eres más ni menos guapo, no eres más ni menos rico. Pero es que hay otros aspectos que sobrepasan el mero comer, dormir, vivir o vegetar. Mirando así las cosas, por leer no eres ni más ni menos importante. No pasa nada, no pasa nada.
Pues sí pasa, y mucho. Con este criterio, veamos dónde queda la literatura, la música, la pintura, la arquitectura, el teatro… las ARTES. Si prescindes de las artes, efectivamente, podrás vivir, pero te falta mucho, te falta lo que de propio ha creado el ser humano, su inteligencia, y por tanto la creatividad, que es lo que nos distingue de los animales, de los borricos (¿con segunda?).
La cultura tiene un coste excepcional precisamente porque no se puede comprar con dinero, he ahí su valor. La cultura es enriquecimiento interior, cultivo, que no tiene que ver con la acumulación de títulos. En medio de tanta tecnología, que puede resultar asfixiante, hay que saber distinguir entre los estudios necesarios para adquirir un título que te capacite para el ejercicio de una profesión (el estudio como necesidad) y el estudio como enriquecimiento personal, como cultivo. La concepción griega del ocio y el nec-ocio, la renacentista, la de la Ilustración: saber para iluminar la mente.
Pues bien, el único medio de adquirir esa cultura enriquecedora está en el texto escrito, aparte de lo que aprendemos en la vida, que es el mejor libro, y en el saber viajar. «Todo lo que ha pasado en la Historia termina durmiendo en los libros», nos dice Unamuno. No importa si ese libro tiene el soporte de internet, fotocopia, artilugios deslumbrantes que están ya en el mercado, etcétera. Es la letra impresa.
¿Qué se les puede decir a ésos que proclaman que no pasa nada si no leemos? Es difícil convencer a quien no lo ha experimentado. ¿Se imaginan a un riojano exaltando las cualidades de un buen vino a uno de Laponia que no lo ha probado en su vida? Quien no lo ha experimentado no lo puede valorar. Por la vía de la lectura entramos en contacto con un mundo exterior a nosotros, con lo que no sólo vivimos de nuestras experiencias, sino que nos enriquecemos con las de otros, bien sean reales o ficticias. Cuando leemos, nos evadimos, salimos de nosotros y soñamos, que es algo muy saludable, tanto para el cuerpo como para el espíritu. Las personas soñadoras, sobre todo los más pequeños, llevan el brillo en los ojos. Y precisamente porque estamos en fechas cervantinas, voy a leer unos capítulos de su gran libro para soñar y evadirme de la realidad, sin exagerar en el dicho de Borges: «No hay que leer ningún libro que no haya cumplido cien años». Y también dice el argentino que la lectura «es una de las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres».
No quiero terminar sin traer una cita de Federico García Lorca, de 1931: «Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevski, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita, pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego; tenía terrible sed y no pedía agua, pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir a la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural de un cuerpo con hambre, sed o frío dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida».
Si esto dicen los genios, por algo será.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Ahora digo -dijo a esta sazón don Quijote-, que el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho» (D. Q., II, 25). Y no estará de más que en estos días primaverales de resonancias cervantinas volvamos sobre el tema que tanto ocupaba al ilustre hidalgo de causas perdidas.
Amigos míos que saben de qué pie cojeo me suelen decir -unos con cierto pesar, otros como acto de sinceridad y otros como gesto de suficiencia- que no leen nunca un libro. En otras circunstancias no me impresionaría demasiado, pero es que muchos de esos ‘no lectores compulsivos’ han pasado por la Universidad (no sé si la Universidad pasó por ellos). ¿De qué han servido tantos años de estudio de la lengua y la literatura? ¿Para qué ha servido toda una carrera universitaria? Han estudiado sólo lo necesario para una titulación utilitaria. ¿Dónde queda el concepto de ‘universtitas’?
El informe PISA -hecho con distanciamiento, conocimiento y objetividad- sigue dándonos machaconamente un aldabonazo todos los años: en este país se lee muy poco, con todo lo que conlleva ahora y ha traído a lo largo de los años. Pero los políticos siguen a la gresca, no se enteran, y ministerio tras ministro se empeñan en hacer a bote pronto planes etéreos que se olvidan al día siguiente y no llevan a ningún término. A los datos me remito, y es año tras año. Ya Larra decía: «Es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas». Pobrecillo, como era clarividente, se suicidó de asco patrio al ver que la esperanza era una utopía, que la ilusión estaba ya enterrada. Lo de los amores fue la puntilla.
¿Y qué pasa por que no lea un libro?, dirá más de uno, y algunos con ostentación jactanciosa. Efectivamente, si no lees, no pasa nada, nadie se muere, se puede vivir perfectamente, hay pueblos enteros que no han leído nunca. Si no sabes quién fue Picasso, no pasa nada, puedes vivir largos años teniendo buena vista; si no te acercas a una rústica y humilde iglesia románica, no pasa nada, puedes andar por los caminos de la vida; si no escuchas nunca música de la grande, no pasa nada, hay miles de oídos con otras músicas, no te va a salir miel por los oídos; si no vas nunca al cine o al teatro, no pasa nada, que bastante teatro es la vida; si no sabes nada de Julio César, Alejandro, Napoleón o Cortés, no pasa nada, tus negocios pueden ir bien por el mundo; si no sitúas los accidentes geográficos más importantes del mundo, no pasa nada, te puedes pasear por ellos si tienes dinero; si no lees nada sobre religiones o filosofías, no pasa nada, que la abuelita tampoco leyó sobre estos temas y fue feliz.
Efectivamente, no pasa nada por que no abras un libro. No te vas a morir si tienes este rasero, no eres más ni menos guapo, no eres más ni menos rico. Pero es que hay otros aspectos que sobrepasan el mero comer, dormir, vivir o vegetar. Mirando así las cosas, por leer no eres ni más ni menos importante. No pasa nada, no pasa nada.
Pues sí pasa, y mucho. Con este criterio, veamos dónde queda la literatura, la música, la pintura, la arquitectura, el teatro… las ARTES. Si prescindes de las artes, efectivamente, podrás vivir, pero te falta mucho, te falta lo que de propio ha creado el ser humano, su inteligencia, y por tanto la creatividad, que es lo que nos distingue de los animales, de los borricos (¿con segunda?).
La cultura tiene un coste excepcional precisamente porque no se puede comprar con dinero, he ahí su valor. La cultura es enriquecimiento interior, cultivo, que no tiene que ver con la acumulación de títulos. En medio de tanta tecnología, que puede resultar asfixiante, hay que saber distinguir entre los estudios necesarios para adquirir un título que te capacite para el ejercicio de una profesión (el estudio como necesidad) y el estudio como enriquecimiento personal, como cultivo. La concepción griega del ocio y el nec-ocio, la renacentista, la de la Ilustración: saber para iluminar la mente.
Pues bien, el único medio de adquirir esa cultura enriquecedora está en el texto escrito, aparte de lo que aprendemos en la vida, que es el mejor libro, y en el saber viajar. «Todo lo que ha pasado en la Historia termina durmiendo en los libros», nos dice Unamuno. No importa si ese libro tiene el soporte de internet, fotocopia, artilugios deslumbrantes que están ya en el mercado, etcétera. Es la letra impresa.
¿Qué se les puede decir a ésos que proclaman que no pasa nada si no leemos? Es difícil convencer a quien no lo ha experimentado. ¿Se imaginan a un riojano exaltando las cualidades de un buen vino a uno de Laponia que no lo ha probado en su vida? Quien no lo ha experimentado no lo puede valorar. Por la vía de la lectura entramos en contacto con un mundo exterior a nosotros, con lo que no sólo vivimos de nuestras experiencias, sino que nos enriquecemos con las de otros, bien sean reales o ficticias. Cuando leemos, nos evadimos, salimos de nosotros y soñamos, que es algo muy saludable, tanto para el cuerpo como para el espíritu. Las personas soñadoras, sobre todo los más pequeños, llevan el brillo en los ojos. Y precisamente porque estamos en fechas cervantinas, voy a leer unos capítulos de su gran libro para soñar y evadirme de la realidad, sin exagerar en el dicho de Borges: «No hay que leer ningún libro que no haya cumplido cien años». Y también dice el argentino que la lectura «es una de las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres».
No quiero terminar sin traer una cita de Federico García Lorca, de 1931: «Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevski, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita, pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego; tenía terrible sed y no pedía agua, pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir a la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural de un cuerpo con hambre, sed o frío dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida».
Si esto dicen los genios, por algo será.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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