Por Juanjo Sánchez Arreseigor, historiador y especialista en el mundo árabe (EL CORREO DIGITAL, 21/04/09):
Han pasado varios meses desde el despliegue de una fuerza naval multinacional en las aguas de Somalia. Cada vez más países han enviado efectivos a la zona. Sin embargo, el balance hasta el momento es bastante pobre. De hecho, con 20 barcos retenidos simultáneamente y más de 200 rehenes, es como si no se hubiera mandado fuerza alguna.
La armada internacional ha fracasado en parte por factores que pueden ser superados, como falta de coordinación o de experiencia, pero existen otros: los gobiernos no terminan de tomarse en serio la amenaza pirata y un despliegue naval prolongado es muy caro, de manera que aportan contingentes mínimos. Además, en vez de enviar un gran número de helicópteros y patrulleras, destinan sólo un reducido número de poderosas unidades de combate, como fragatas o destructores. Eso es como enviar elefantes para luchar contra hormigas. Las naves grandes son necesarias, pero serán siempre demasiado escasas en número para ser realmente eficaces por sí solas.
Los diferentes contingentes forman una flota demasiado heterogénea que carece de unas reglas de combate unificadas y, lo que es mucho más grave, de un mando único. Sobre el papel ese mando existe, pero en realidad no es así. Se trata de un mando rotatorio -ahora le toca precisamente a España ejercerlo- y sólo se aplica a la gestión cotidiana y las operaciones tácticas más sencillas de la flota combinada. En la práctica cada contingente responde única y exclusivamente ante su propio gobierno. No se trata de una flota combinada, sino de una flota aglomerada.
Si el mando supremo y todo el Estado mayor cambian cada pocos meses, no hay verdadera coordinación operativa ni estrategia a largo plazo. Si la autoridad efectiva la ejercen dos decenas de gobiernos situados a miles de kilómetros del teatro de operaciones, el almirante que tenga la desgracia de ejercer su teórico mando sobre esta ‘jaula de grillos’ posee una autoridad efectiva ligeramente superior a la que ejerce el portero de una comunidad de vecinos. Es necesario designar a un almirante en jefe permanente respaldado por un estado mayor internacional. Es necesario, además, que los diferentes gobiernos acepten otorgarle a ese almirante la autoridad efectiva sobre todas las naves. Eso significa renunciar a darles órdenes directamente a sus propios contingentes y asumir pasar por una cadena de mando unificada.
No se trata de aceptar que toda la autoridad la ejerza un solo país, como los norteamericanos en Vietnam o Irak, con los demás contingentes reducidos al papel de comparsas o unidades auxiliares. La cuestión es articular una verdadera alianza donde todos los socios actúen por consenso y sean tratados como iguales en lo político, independientemente de las fuerzas que aporten. Una vez logrado esto, es factible integrar los diferentes contingentes de cada uno en una única fuerza militar unificada. Así lo hicieron los aliados durante la Segunda Guerra Mundial.
La coordinación política necesaria para afrontar la piratería en el Índico no debería suponer una dificultad insuperable. No se trata de decidir el destino del mundo entero, como en 1941, sino de solventar un engorroso problema de orden público de carácter local. ¿Pero si dejase de ser un problema local? Se supone que la piratería somalí es el resultado de la desintegración del Estado y el colapso de cualquier autoridad central. Sin embargo, Somalia es sólo uno de los más de 30 Estados fallidos actualmente existentes. Son Estados que existen únicamente de nombre, pues el gobierno ha dejado de funcionar y no ha surgido nada ni nadie para ocupar su lugar. Algunos de esos Estados fallidos no poseen fachada costera. Otros no están situados junto a rutas marítimas importantes. Aun así, dentro de 10 años podríamos tener que lidiar con otras cinco o seis Somalias repartidas por todo el mundo.
Por desgracia, es un error creer que la piratería sistemática sólo puede florecer en ausencia de un gobierno efectivo. La región somalí de Puntland tiene un gobierno operativo aunque la comunidad internacional no lo reconozca, pero los piratas tienen su principal base de operaciones precisamente en Puntland. Existen decenas de Estados que no se han colapsado pero que están gobernados por déspotas corruptos como los de Puntland. ¿Qué hacemos si algunos de estos déspotas deciden apadrinar bajo mano la piratería para enriquecerse u hostigar a sus enemigos? ¿Si Isabel I de Inglaterra lo hizo, por qué ellos no? Ni siquiera es necesario que el gobierno central se manche las manos. Allá donde la administración local esté lastrada por la inoperancia, la corrupción o el caciquismo, puede surgir la piratería. Alguien, a base de ver una y otra vez las noticias de Somalia, puede acabar cayendo en la cuenta de que podría hacer lo mismo. No se necesitan más que unos mínimos conocimientos de navegación, una lancha rápida, audacia y algunos fusiles.
En Marruecos ya existen bandas organizadas para actuar por mar, trasladando emigrantes irregulares. Sólo hace falta que una de ellas haga números y se dé cuenta de que el rescate de un solo mercante le puede proporcionar más dinero que mil viajes en patera o, peor aún, que los barcos se mueven y pueden escaparse, pero las localidades costeras españolas y las playas abarrotadas de turistas son blancos fijos. ¿Comprenden ahora por qué es necesario erradicar la piratería somalí cuanto antes? ¡Ojalá que estas líneas no sean proféticas!
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Han pasado varios meses desde el despliegue de una fuerza naval multinacional en las aguas de Somalia. Cada vez más países han enviado efectivos a la zona. Sin embargo, el balance hasta el momento es bastante pobre. De hecho, con 20 barcos retenidos simultáneamente y más de 200 rehenes, es como si no se hubiera mandado fuerza alguna.
La armada internacional ha fracasado en parte por factores que pueden ser superados, como falta de coordinación o de experiencia, pero existen otros: los gobiernos no terminan de tomarse en serio la amenaza pirata y un despliegue naval prolongado es muy caro, de manera que aportan contingentes mínimos. Además, en vez de enviar un gran número de helicópteros y patrulleras, destinan sólo un reducido número de poderosas unidades de combate, como fragatas o destructores. Eso es como enviar elefantes para luchar contra hormigas. Las naves grandes son necesarias, pero serán siempre demasiado escasas en número para ser realmente eficaces por sí solas.
Los diferentes contingentes forman una flota demasiado heterogénea que carece de unas reglas de combate unificadas y, lo que es mucho más grave, de un mando único. Sobre el papel ese mando existe, pero en realidad no es así. Se trata de un mando rotatorio -ahora le toca precisamente a España ejercerlo- y sólo se aplica a la gestión cotidiana y las operaciones tácticas más sencillas de la flota combinada. En la práctica cada contingente responde única y exclusivamente ante su propio gobierno. No se trata de una flota combinada, sino de una flota aglomerada.
Si el mando supremo y todo el Estado mayor cambian cada pocos meses, no hay verdadera coordinación operativa ni estrategia a largo plazo. Si la autoridad efectiva la ejercen dos decenas de gobiernos situados a miles de kilómetros del teatro de operaciones, el almirante que tenga la desgracia de ejercer su teórico mando sobre esta ‘jaula de grillos’ posee una autoridad efectiva ligeramente superior a la que ejerce el portero de una comunidad de vecinos. Es necesario designar a un almirante en jefe permanente respaldado por un estado mayor internacional. Es necesario, además, que los diferentes gobiernos acepten otorgarle a ese almirante la autoridad efectiva sobre todas las naves. Eso significa renunciar a darles órdenes directamente a sus propios contingentes y asumir pasar por una cadena de mando unificada.
No se trata de aceptar que toda la autoridad la ejerza un solo país, como los norteamericanos en Vietnam o Irak, con los demás contingentes reducidos al papel de comparsas o unidades auxiliares. La cuestión es articular una verdadera alianza donde todos los socios actúen por consenso y sean tratados como iguales en lo político, independientemente de las fuerzas que aporten. Una vez logrado esto, es factible integrar los diferentes contingentes de cada uno en una única fuerza militar unificada. Así lo hicieron los aliados durante la Segunda Guerra Mundial.
La coordinación política necesaria para afrontar la piratería en el Índico no debería suponer una dificultad insuperable. No se trata de decidir el destino del mundo entero, como en 1941, sino de solventar un engorroso problema de orden público de carácter local. ¿Pero si dejase de ser un problema local? Se supone que la piratería somalí es el resultado de la desintegración del Estado y el colapso de cualquier autoridad central. Sin embargo, Somalia es sólo uno de los más de 30 Estados fallidos actualmente existentes. Son Estados que existen únicamente de nombre, pues el gobierno ha dejado de funcionar y no ha surgido nada ni nadie para ocupar su lugar. Algunos de esos Estados fallidos no poseen fachada costera. Otros no están situados junto a rutas marítimas importantes. Aun así, dentro de 10 años podríamos tener que lidiar con otras cinco o seis Somalias repartidas por todo el mundo.
Por desgracia, es un error creer que la piratería sistemática sólo puede florecer en ausencia de un gobierno efectivo. La región somalí de Puntland tiene un gobierno operativo aunque la comunidad internacional no lo reconozca, pero los piratas tienen su principal base de operaciones precisamente en Puntland. Existen decenas de Estados que no se han colapsado pero que están gobernados por déspotas corruptos como los de Puntland. ¿Qué hacemos si algunos de estos déspotas deciden apadrinar bajo mano la piratería para enriquecerse u hostigar a sus enemigos? ¿Si Isabel I de Inglaterra lo hizo, por qué ellos no? Ni siquiera es necesario que el gobierno central se manche las manos. Allá donde la administración local esté lastrada por la inoperancia, la corrupción o el caciquismo, puede surgir la piratería. Alguien, a base de ver una y otra vez las noticias de Somalia, puede acabar cayendo en la cuenta de que podría hacer lo mismo. No se necesitan más que unos mínimos conocimientos de navegación, una lancha rápida, audacia y algunos fusiles.
En Marruecos ya existen bandas organizadas para actuar por mar, trasladando emigrantes irregulares. Sólo hace falta que una de ellas haga números y se dé cuenta de que el rescate de un solo mercante le puede proporcionar más dinero que mil viajes en patera o, peor aún, que los barcos se mueven y pueden escaparse, pero las localidades costeras españolas y las playas abarrotadas de turistas son blancos fijos. ¿Comprenden ahora por qué es necesario erradicar la piratería somalí cuanto antes? ¡Ojalá que estas líneas no sean proféticas!
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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