Por Andrea Canino, presidente del Consejo de Cooperación Económica (EL PAÍS, 13/04/09):
El G-20 de Londres ha mostrado una imagen esperanzadora. Aunque la euforia por las medidas contra los paraísos fiscales ha ocultado parcialmente la urgencia de resolver los problemas derivados de los activos basura, deben saludarse ciertos avances como la triplicación de los recursos del FMI y la creación del Consejo de Estabilidad Financiera. La cumbre ha tenido, no obstante, un gran ausente: el comercio internacional.
En ese ámbito, nunca la distancia entre palabras y hechos fue tan abismal. Los planes de rescate de la mayoría de países del G-20 favorecen la industria nacional, incluso en detrimento de la competitividad a largo plazo. En flagrante contradicción con el adagio “tus exportaciones son mis importaciones y viceversa y, por tanto, si los intercambios disminuyen, ambos perdemos”, la demagogia y el cortoplacismo han impuesto una visión proteccionista.
La tendencia al populismo ha llevado a gran parte de los gobiernos a renegar de los compromisos librecambistas alcanzados en la cumbre de Washington. Condicionar las ayudas sectoriales a criterios de mantenimiento, o relocalización, de puestos de trabajo en territorio nacional ha supuesto una asignación de recursos poco racional. Relocalizar, a expensas del contribuyente, en territorios estructuralmente no competitivos en ciertas actividades equivale a una triple derrota. La primera, al sustraer recursos que podrían contribuir a desarrollar sectores con porvenir. La segunda, al destruir los mercados receptores de nuestras exportaciones mediante la reducción del poder adquisitivo. La tercera, en la postcrisis, cuando esas actividades repatriadas artificialmente vuelvan a desaparecer.
En consecuencia, la OMC prevé que el comercio internacional caiga este año un 9%, su mayor contracción desde la II Guerra Mundial. No olvidemos que la intensificación de los intercambios comerciales ha sido una fuente de prosperidad y crecimiento. Asimismo, ha contribuido a mantener tasas de inflación y tipos de interés a niveles aceptables y, por consiguiente, beneficios históricamente elevados. La responsabilidad por el hundimiento del comercio no puede atribuirse enteramente a los gobiernos pero, si la crisis se prolonga, la proliferación del proteccionismo causaría daños irreparables.
El proteccionismo es, así pues, la receta para el infierno. La “localización” de la economía supondrá un aumento de los niveles de inflación y los tipos de interés, así como una drástica reducción de los márgenes. Además, ningún modelo autárquico ha demostrado su viabilidad. Puesto que el G-20 de Londres ha dado pie al establecimiento de listas negras y grises en relación con los paraísos fiscales, seamos ahora coherentes, permitiendo que, en el G-8 de la Magdalena y el próximo G-20 de Nueva York, se presenten listas equivalentes de países no cooperativos en el ámbito comercial.
No engañemos al electorado: la única manera de salvaguardar el empleo es hacer bien aquello en lo que podemos ser mejores. Atención, esto no equivale a un laissez aller. Ser librecambista implica un esfuerzo ininterrumpido para que el comercio internacional se desarrolle en el respeto absoluto del principio de competencia. Con este objetivo en mente, el Consejo de Cooperación Económica, que presido desde hace seis años, ha actuado a favor de la adopción del pilar exterior de la Estrategia de Lisboa por parte de la Unión Europea.
El proteccionismo no es el único asunto clave en relación con el comercio internacional. Los próximos G-8 y G-20 deberían igualmente plantear claramente la cuestión de los grandes desequilibrios mundiales y aportar soluciones. El pacto histórico entre China y EE UU, “yo compro tus productos, tú financias mis déficits”, es una de las causas profundas de la crisis económica que vivimos: la excesiva tasa de ahorro de los países emergentes ha provocado un crecimiento espectacular de la esfera financiera en los países donde se ha invertido este ahorro, resultando en la formación de burbujas especulativas y endeudamiento desmesurado.
Reunir periódicamente los principales dirigentes mundiales para mejorar la regulación financiera es un objetivo loable, pero supone ocuparse de los síntomas en lugar de las causas. El comercio internacional debe empezar a reequilibrarse, lo que implica un nuevo Breton Woods que ponga fin a la preeminencia del dólar en las reservas internacionales y al subsiguiente benign neglect. De igual modo, es preciso reequilibrar las paridades de cambio y pedir a las economías emergentes, basadas hasta ahora en la exportación, que contribuyan a la recuperación global mediante el desarrollo de su demanda interna.
La crisis actual es una ocasión única para reorganizar la economía mundial sobre bases virtuosas y mutuamente benéficas. El Consejo de Cooperación Económica trabaja para contribuir a las próximas reuniones de la Magdalena y Nueva York con proposiciones capaces de contribuir a una gobernanza eficaz por parte del FMI y la OMC. Sería deseable que los gobiernos las tengan en cuenta, dado que se nutren de la experiencia de más de 100 grandes empresas europeas, muchas de ellas líderes mundiales. Evitar un nuevo shock global, probablemente más devastador que el actual, será exclusivamente posible actuando no sólo sobre los efectos sino también sobre las causas de nuestra fragilidad.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
El G-20 de Londres ha mostrado una imagen esperanzadora. Aunque la euforia por las medidas contra los paraísos fiscales ha ocultado parcialmente la urgencia de resolver los problemas derivados de los activos basura, deben saludarse ciertos avances como la triplicación de los recursos del FMI y la creación del Consejo de Estabilidad Financiera. La cumbre ha tenido, no obstante, un gran ausente: el comercio internacional.
En ese ámbito, nunca la distancia entre palabras y hechos fue tan abismal. Los planes de rescate de la mayoría de países del G-20 favorecen la industria nacional, incluso en detrimento de la competitividad a largo plazo. En flagrante contradicción con el adagio “tus exportaciones son mis importaciones y viceversa y, por tanto, si los intercambios disminuyen, ambos perdemos”, la demagogia y el cortoplacismo han impuesto una visión proteccionista.
La tendencia al populismo ha llevado a gran parte de los gobiernos a renegar de los compromisos librecambistas alcanzados en la cumbre de Washington. Condicionar las ayudas sectoriales a criterios de mantenimiento, o relocalización, de puestos de trabajo en territorio nacional ha supuesto una asignación de recursos poco racional. Relocalizar, a expensas del contribuyente, en territorios estructuralmente no competitivos en ciertas actividades equivale a una triple derrota. La primera, al sustraer recursos que podrían contribuir a desarrollar sectores con porvenir. La segunda, al destruir los mercados receptores de nuestras exportaciones mediante la reducción del poder adquisitivo. La tercera, en la postcrisis, cuando esas actividades repatriadas artificialmente vuelvan a desaparecer.
En consecuencia, la OMC prevé que el comercio internacional caiga este año un 9%, su mayor contracción desde la II Guerra Mundial. No olvidemos que la intensificación de los intercambios comerciales ha sido una fuente de prosperidad y crecimiento. Asimismo, ha contribuido a mantener tasas de inflación y tipos de interés a niveles aceptables y, por consiguiente, beneficios históricamente elevados. La responsabilidad por el hundimiento del comercio no puede atribuirse enteramente a los gobiernos pero, si la crisis se prolonga, la proliferación del proteccionismo causaría daños irreparables.
El proteccionismo es, así pues, la receta para el infierno. La “localización” de la economía supondrá un aumento de los niveles de inflación y los tipos de interés, así como una drástica reducción de los márgenes. Además, ningún modelo autárquico ha demostrado su viabilidad. Puesto que el G-20 de Londres ha dado pie al establecimiento de listas negras y grises en relación con los paraísos fiscales, seamos ahora coherentes, permitiendo que, en el G-8 de la Magdalena y el próximo G-20 de Nueva York, se presenten listas equivalentes de países no cooperativos en el ámbito comercial.
No engañemos al electorado: la única manera de salvaguardar el empleo es hacer bien aquello en lo que podemos ser mejores. Atención, esto no equivale a un laissez aller. Ser librecambista implica un esfuerzo ininterrumpido para que el comercio internacional se desarrolle en el respeto absoluto del principio de competencia. Con este objetivo en mente, el Consejo de Cooperación Económica, que presido desde hace seis años, ha actuado a favor de la adopción del pilar exterior de la Estrategia de Lisboa por parte de la Unión Europea.
El proteccionismo no es el único asunto clave en relación con el comercio internacional. Los próximos G-8 y G-20 deberían igualmente plantear claramente la cuestión de los grandes desequilibrios mundiales y aportar soluciones. El pacto histórico entre China y EE UU, “yo compro tus productos, tú financias mis déficits”, es una de las causas profundas de la crisis económica que vivimos: la excesiva tasa de ahorro de los países emergentes ha provocado un crecimiento espectacular de la esfera financiera en los países donde se ha invertido este ahorro, resultando en la formación de burbujas especulativas y endeudamiento desmesurado.
Reunir periódicamente los principales dirigentes mundiales para mejorar la regulación financiera es un objetivo loable, pero supone ocuparse de los síntomas en lugar de las causas. El comercio internacional debe empezar a reequilibrarse, lo que implica un nuevo Breton Woods que ponga fin a la preeminencia del dólar en las reservas internacionales y al subsiguiente benign neglect. De igual modo, es preciso reequilibrar las paridades de cambio y pedir a las economías emergentes, basadas hasta ahora en la exportación, que contribuyan a la recuperación global mediante el desarrollo de su demanda interna.
La crisis actual es una ocasión única para reorganizar la economía mundial sobre bases virtuosas y mutuamente benéficas. El Consejo de Cooperación Económica trabaja para contribuir a las próximas reuniones de la Magdalena y Nueva York con proposiciones capaces de contribuir a una gobernanza eficaz por parte del FMI y la OMC. Sería deseable que los gobiernos las tengan en cuenta, dado que se nutren de la experiencia de más de 100 grandes empresas europeas, muchas de ellas líderes mundiales. Evitar un nuevo shock global, probablemente más devastador que el actual, será exclusivamente posible actuando no sólo sobre los efectos sino también sobre las causas de nuestra fragilidad.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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