Por Boban Minic, periodista (EL PERIÓDICO, 16/04/09):
El día 26 de marzo, la cancillera alemana, Angela Merkel, insinuó que Croacia debería ser el último país en integrarse en la UE, antes de la pausa para el descanso y consolidación de la alianza europea. La influyente mandataria alemana acabaría, de este modo, el trabajo llevado a cabo por sus antecesores, que, a inicios de los años 90, indujeron a Eslovenia y Croacia a tomar el camino de la prematura separación e independencia que, si no fue la causa, fue la mecha de las sangrientas guerras balcánicas. Los demás países, sin protectores poderosos, se quedarían fuera, y la ampliación de la casa común se podría frenar en las fronteras de los países del occidente de los Balcanes.
El guión alemán, que va en contra de la proclamada política de la Unión de que la integración de esos países y de Turquía es una prioridad y una garantía de la paz y la estabilidad en la zona, cosechó el apoyo de unos (Bélgica y Holanda) y expresiones de malestar de otros dentro del mismo Consejo Europeo. El desacuerdo con más peso era de dos altos representantes de la comunidad internacional en Bosnia: el saliente, Miroslav Laicak, y el entrante, Valentin Inzko, personajes que, por la naturaleza de su cargo, conocen mejor la situación y pueden valorar las consecuencias de una medida similar. Sería altamente peligroso dejar a los países en cuestión sin la perspectiva europea, que es lo único que les anima a buscar los acuerdos políticos y les desanima a volver a las armas, piensan los diplomáticos.
Varias veces, arriesgándome a que me colgaran la etiqueta de alarmista, he alertado del frágil equilibrio de los Balcanes, donde, en muchos de los casos, solo la presencia de las tropas internacionales, como el palo, y la perspectiva de entrar en la UE, como la zanahoria, evitan el desenlace que una vez ya provocó jaquecas del mundo entero. La propuesta alemana derrumbaría las esperanzas, que ya se están apagando al constatar el largo camino y la lentitud del proceso que espera a los países menos afortunados de los Balcanes.
EN BOSNIA, por ejemplo, la situación es dramática. El país no funciona, la organización política y territorial es insostenible. Bosnia tiene un 43% de paro y, según Forbes, ocupa el puesto 119 entre 127 países recomendables para hacer negocios. Además, está al frente de las listas de corrupción y crimen organizado. El mismo ministro de economía bosnio anuncia la bancarrota de Estado, y ya ha habido varios suicidios causados por la pobreza. La prestigiosa revista Economist Intelligence Unit sitúa el país en el primer puesto de la lista de los estados con riesgo de revueltas y disturbios. La agonía que empezó con la guerra recibió su base legal con el tratado de Dayton, se agravó con el precedente de Kosovo y llegó al límite con la crisis económica, está ahora a punto de estallar. Lo dice The New York Times en un reportaje que alerta a Occidente de la posibilidad de una nueva guerra balcánica y del alto coste que el hecho tendría para el mundo. La mayoría de los comentaristas claman por la prolongación de la presencia de representantes políticos y fuerzas armadas de Occidente como garantía de estabilidad de la región.
Solo dos días después de la declaración de Merkel, los ministros de Asuntos Exteriores de la UE tuvieron que garantizar a los países de los Balcanes que, aunque con retraso, entrarían en bloque en la Unión. Pero, al mismo tiempo, Alemania se opone a la candidatura de Montenegro, y Holanda continúa vetando a Serbia. Bosnia no cumple los requisitos, Kosovo no tiene el reconocimiento de muchos miembros de la UE, todos dependen de la ratificación del Tratado de Lisboa, con oposición de Irlanda y la República Checa y… el círculo se cierra. Paralelamente, crece el sentimiento antieuropeo en la misma UE. Algunos recuerdan con nostalgia sus antiguas monedas. Como decía J. Ignacio Torreblanca en El País, hoy en día en Europa hay dos tipos de europeos: los que la tienen (y no la quieren) y los que la quieren (y no la tienen).
HAY UN CASO, diría que anecdótico, que podría frenar la iniciativa alemana y que describe muy bien el parchís balcánico. Eslovenia, como miembro de la UE, ha vetado repetidamente, por conflictos fronterizos, la entrada de Croacia en el club europeo, asegurando que mantendrá el veto hasta que Zagreb ceda en su contencioso (no se atrevió a hacer lo mismo con la entrada de Croacia en la OTAN: a EEUU no se le enseñan los dientes tan fácilmente). Estos pocos kilómetros de tierra y mar, se convirtieron de golpe, para ambos países, en una cuestión de orgullo nacional, un asunto de vida y muerte, y parece que la situación no se resolverá en un futuro próximo, por lo que da la sensación de que se retrasará la iniciativa alemana de cerrar la puerta de la UE una vez Croacia esté dentro. Es como en un viejo chiste balcánico sobre un pescador que captura un pez de oro al que puede pedir tres deseos: una bonita casa, mucho dinero y… que se hunda el barco del vecino. En una versión política y actual, el barco se sustituye por la entrada en la UE.
Espero, sin embargo, que los políticos europeos tengan más sensibilidad a la hora de tomar decisiones que juegan con pueblos enteros. Si no por altruismo, al menos por el egoísmo de evitar resultar salpicados por el coste que tendría un terremoto balcánico provocado por el portazo de la UE.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
El día 26 de marzo, la cancillera alemana, Angela Merkel, insinuó que Croacia debería ser el último país en integrarse en la UE, antes de la pausa para el descanso y consolidación de la alianza europea. La influyente mandataria alemana acabaría, de este modo, el trabajo llevado a cabo por sus antecesores, que, a inicios de los años 90, indujeron a Eslovenia y Croacia a tomar el camino de la prematura separación e independencia que, si no fue la causa, fue la mecha de las sangrientas guerras balcánicas. Los demás países, sin protectores poderosos, se quedarían fuera, y la ampliación de la casa común se podría frenar en las fronteras de los países del occidente de los Balcanes.
El guión alemán, que va en contra de la proclamada política de la Unión de que la integración de esos países y de Turquía es una prioridad y una garantía de la paz y la estabilidad en la zona, cosechó el apoyo de unos (Bélgica y Holanda) y expresiones de malestar de otros dentro del mismo Consejo Europeo. El desacuerdo con más peso era de dos altos representantes de la comunidad internacional en Bosnia: el saliente, Miroslav Laicak, y el entrante, Valentin Inzko, personajes que, por la naturaleza de su cargo, conocen mejor la situación y pueden valorar las consecuencias de una medida similar. Sería altamente peligroso dejar a los países en cuestión sin la perspectiva europea, que es lo único que les anima a buscar los acuerdos políticos y les desanima a volver a las armas, piensan los diplomáticos.
Varias veces, arriesgándome a que me colgaran la etiqueta de alarmista, he alertado del frágil equilibrio de los Balcanes, donde, en muchos de los casos, solo la presencia de las tropas internacionales, como el palo, y la perspectiva de entrar en la UE, como la zanahoria, evitan el desenlace que una vez ya provocó jaquecas del mundo entero. La propuesta alemana derrumbaría las esperanzas, que ya se están apagando al constatar el largo camino y la lentitud del proceso que espera a los países menos afortunados de los Balcanes.
EN BOSNIA, por ejemplo, la situación es dramática. El país no funciona, la organización política y territorial es insostenible. Bosnia tiene un 43% de paro y, según Forbes, ocupa el puesto 119 entre 127 países recomendables para hacer negocios. Además, está al frente de las listas de corrupción y crimen organizado. El mismo ministro de economía bosnio anuncia la bancarrota de Estado, y ya ha habido varios suicidios causados por la pobreza. La prestigiosa revista Economist Intelligence Unit sitúa el país en el primer puesto de la lista de los estados con riesgo de revueltas y disturbios. La agonía que empezó con la guerra recibió su base legal con el tratado de Dayton, se agravó con el precedente de Kosovo y llegó al límite con la crisis económica, está ahora a punto de estallar. Lo dice The New York Times en un reportaje que alerta a Occidente de la posibilidad de una nueva guerra balcánica y del alto coste que el hecho tendría para el mundo. La mayoría de los comentaristas claman por la prolongación de la presencia de representantes políticos y fuerzas armadas de Occidente como garantía de estabilidad de la región.
Solo dos días después de la declaración de Merkel, los ministros de Asuntos Exteriores de la UE tuvieron que garantizar a los países de los Balcanes que, aunque con retraso, entrarían en bloque en la Unión. Pero, al mismo tiempo, Alemania se opone a la candidatura de Montenegro, y Holanda continúa vetando a Serbia. Bosnia no cumple los requisitos, Kosovo no tiene el reconocimiento de muchos miembros de la UE, todos dependen de la ratificación del Tratado de Lisboa, con oposición de Irlanda y la República Checa y… el círculo se cierra. Paralelamente, crece el sentimiento antieuropeo en la misma UE. Algunos recuerdan con nostalgia sus antiguas monedas. Como decía J. Ignacio Torreblanca en El País, hoy en día en Europa hay dos tipos de europeos: los que la tienen (y no la quieren) y los que la quieren (y no la tienen).
HAY UN CASO, diría que anecdótico, que podría frenar la iniciativa alemana y que describe muy bien el parchís balcánico. Eslovenia, como miembro de la UE, ha vetado repetidamente, por conflictos fronterizos, la entrada de Croacia en el club europeo, asegurando que mantendrá el veto hasta que Zagreb ceda en su contencioso (no se atrevió a hacer lo mismo con la entrada de Croacia en la OTAN: a EEUU no se le enseñan los dientes tan fácilmente). Estos pocos kilómetros de tierra y mar, se convirtieron de golpe, para ambos países, en una cuestión de orgullo nacional, un asunto de vida y muerte, y parece que la situación no se resolverá en un futuro próximo, por lo que da la sensación de que se retrasará la iniciativa alemana de cerrar la puerta de la UE una vez Croacia esté dentro. Es como en un viejo chiste balcánico sobre un pescador que captura un pez de oro al que puede pedir tres deseos: una bonita casa, mucho dinero y… que se hunda el barco del vecino. En una versión política y actual, el barco se sustituye por la entrada en la UE.
Espero, sin embargo, que los políticos europeos tengan más sensibilidad a la hora de tomar decisiones que juegan con pueblos enteros. Si no por altruismo, al menos por el egoísmo de evitar resultar salpicados por el coste que tendría un terremoto balcánico provocado por el portazo de la UE.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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