Por Naomi Klien, columnista de The Nation y The Guardian. Autora de La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 27/04/09):
No todo funciona a las mil maravillas en el país de la obamamanía, y lo cierto es que no se discierne con claridad lo que explica este cambio de talante. Tal vez obedezca al rancio olor que despide la última operación de rescate financiero a cargo del Tesoro estadounidense. O a las noticias en el sentido de que el principal asesor económico del presidente, Larry Summers, ganó millones de bancos y fondos especulativos de alto riesgo de Wall Street cuya regulación más estricta obstaculiza ahora. O acaso todo el tema ya empezó antes, con el silencio de Obama durante el ataque de Israel contra Gaza.
Sea cual fuere la última gota que pueda colmar el vaso, la cuestión se cifra en que un número creciente de entusiastas de Obama empieza a considerar la posibilidad de que su hombre, en definitiva, no va a salvar el mundo si no arrimamos todos realmente el hombro. La cuestión tiene su enjundia. Si la ola de extremo entusiasmo que condujo a Obama al poder se trueca en un movimiento político independiente, suficientemente combativo para impulsar programas capaces de responder a la crisis actual, habremos de dejar de confiar y empezar a exigir.
El primer paso, sin embargo, es comprender hasta el tuétano el incómodo y arriesgado espacio intersticial en que se agazapan numerosos movimientos progresistas en Estados Unidos. Para lograrlo, necesitamos un nuevo lenguaje, un lenguaje específico para la era Obama. He aquí una muestra inicial.
Abatimiento. Como en el caso de una resaca, embarga el abatimiento y la postración después de haberse regalado con ciertas cosas buenas en su momento pero no del todo saludables y que provocaron luego sentimientos de remordimiento e incluso de vergüenza. Constituye el equivalente político de un desvanecimiento tras una subida de azúcar. Una frase de ejemplo: “Cuando oí un discurso económico de Obama me saltó el corazón en el pecho. Pero cuando intenté explicarle a un amigo sus planes para afrontar los millones de despidos laborales y ejecuciones de hipotecas, me quedé sin saber qué decir. Me invadió una intensa postración”.
Montaña rusa de esperanza. Como si de una montaña rusa se tratara, las ondulaciones - en el ámbito de las esperanzas depositadas en la nueva era-dan cuenta de las intensas subidas y bajadas de la era Obama, el cambio de rumbo entre la alegría por un presidente que apoya la educación sexual segura y el abatimiento al enterarse de que el sistema de monopago sanitario se evapora precisamente cuando podría convertirse en una realidad. Otra frase de ejemplo: “Me quedé tan impactado cuando Obama dijo que cerraría Guantánamo… Pero en este momento se afanan como locos para impedir que los presos de Bagram obtengan protección legal.
¡Que paren esta montaña rusa! Me bajo”.
Nostalgia de esperanza. Como quienes sienten la nostalgia de su hogar, hay personas que experimentan también intensamente la nostalgia del sentimiento de esperanza. Echan de menos la llamarada de optimismo de la campaña electoral y tratan continuamente de recobrar ese esperanzado sentimiento; normalmente, exagerando la significación de esos gestos (relativamente modestos) de dignidad por parte de Obama. Otra frase de ejemplo: “La verdad es que me embargó la nostalgia de la esperanza frente a una eventual escalada militar en Afganistán, aunque vi un vídeo de Michelle en su huerto de cultivo orgánico en YouTube yme sentí como el día de la toma de posesión del presidente. Claro que luego, cuando oí que la Administración Obama boicoteaba una conferencia de las Naciones Unidas sobre el racismo, la nostalgia me invadió de nuevo. Me dediqué a ver fotos de Michelle con atuendos firmados por diseñadores independientes de ropa étnica. Me animó”.
Cuelgue de esperanza. Con el síndrome de abstinencia de la esperanza, en este caso el drogata lo pasa mal en busca de un buen cuelgue (estrechamente relacionado con la nostalgia de esperanza, pero más intenso y que suele afectar a hombres de media edad). Otra frase de ejemplo: “Joe me dijo que en realidad cree que Obama quiso a propósito que Summers trabajara con él para que hiciera estallar por los aires la reciente operación de rescate financiero, de forma que el presidente contara con el pretexto que necesita para hacer lo que en realidad quiere hacer: nacionalizar los bancos y convertirlos en cooperativas de crédito. ¡Vaya cuelgue de esperanza!”.
Quiebra de esperanza. Como en el caso del amante con el corazón roto, el obamanita de corazón destrozado no está loco, sino terriblemente triste. Atribuyó poderes mesiánicos a Obama y ahora es presa del desconsuelo por la decepción. Otra frase de ejemplo: “Yo creía que Obama nos obligaría por fin a afrontar la herencia de la esclavitud en este país y a abrir un debate nacional serio sobre la cuestión racial. Pero ahora nunca parece hablar de ello y emplea retorcidos argumentos legales para impedir que abordemos los delitos de la era Bush. Cada vez que le oigo decir ´adelante´ me rompe el corazón”.
Latigazo a la esperanza. Como en el caso de una reacción adversa de 180 grados, este tipo de latigazo afecta a los más entusiastas de Obama, convertidos ahora en sus críticos más acérrimos. Otra frase de ejemplo: “Al menos con Bush todo el mundo sabía que era un gilipollas. Ahora tenemos las mismas guerras, cárceles ilegales y corrupción en Washington, pero todos se comportan como las asombrosamente felices esposas de Stepford. Ha llegado el latigazo a la esperanza en toda regla”.
Mientras intentaba poner nombre a esta serie de dolencias relacionadas con la esperanza y sus fracasos, me pregunté lo que habría dicho el fallecido radiofonista Studs Terkel sobre nuestro abatimiento colectivo. Nos habría instado a no ceder a la desesperación. Uno de sus últimos libros fue La esperanza es lo último que muere.La cuestión estriba ahora, lejos de abandonar la esperanza, en proporcionarle mejores moradas en las fábricas, barrios y escuelas, donde últimamente rebrotan sentadas y protestas.
El politólogo Sam Gindin dijo recientemente que el movimiento obrero puede hacer algo más que proteger el statu quo. Puede exigir, por ejemplo, que las plantas de fabricación de coches se conviertan en instalaciones que apuesten por un futuro verde, capaces de fabricar vehículos de transporte público con esta óptica y emplear tecnologías basadas en energías renovables.
“Ser realista - ha manifestado-significa destilar esperanza de los discursos para ponerla en manos de los trabajadores”. Idea que me conduce al último término de este glosario.
Raíces de esperanza. Otra frase de ejemplo: “Es hora de dejar de esperar que la esperanza se imponga y de empezar a fomentarla desde las mismas raíces de la esperanza”.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No todo funciona a las mil maravillas en el país de la obamamanía, y lo cierto es que no se discierne con claridad lo que explica este cambio de talante. Tal vez obedezca al rancio olor que despide la última operación de rescate financiero a cargo del Tesoro estadounidense. O a las noticias en el sentido de que el principal asesor económico del presidente, Larry Summers, ganó millones de bancos y fondos especulativos de alto riesgo de Wall Street cuya regulación más estricta obstaculiza ahora. O acaso todo el tema ya empezó antes, con el silencio de Obama durante el ataque de Israel contra Gaza.
Sea cual fuere la última gota que pueda colmar el vaso, la cuestión se cifra en que un número creciente de entusiastas de Obama empieza a considerar la posibilidad de que su hombre, en definitiva, no va a salvar el mundo si no arrimamos todos realmente el hombro. La cuestión tiene su enjundia. Si la ola de extremo entusiasmo que condujo a Obama al poder se trueca en un movimiento político independiente, suficientemente combativo para impulsar programas capaces de responder a la crisis actual, habremos de dejar de confiar y empezar a exigir.
El primer paso, sin embargo, es comprender hasta el tuétano el incómodo y arriesgado espacio intersticial en que se agazapan numerosos movimientos progresistas en Estados Unidos. Para lograrlo, necesitamos un nuevo lenguaje, un lenguaje específico para la era Obama. He aquí una muestra inicial.
Abatimiento. Como en el caso de una resaca, embarga el abatimiento y la postración después de haberse regalado con ciertas cosas buenas en su momento pero no del todo saludables y que provocaron luego sentimientos de remordimiento e incluso de vergüenza. Constituye el equivalente político de un desvanecimiento tras una subida de azúcar. Una frase de ejemplo: “Cuando oí un discurso económico de Obama me saltó el corazón en el pecho. Pero cuando intenté explicarle a un amigo sus planes para afrontar los millones de despidos laborales y ejecuciones de hipotecas, me quedé sin saber qué decir. Me invadió una intensa postración”.
Montaña rusa de esperanza. Como si de una montaña rusa se tratara, las ondulaciones - en el ámbito de las esperanzas depositadas en la nueva era-dan cuenta de las intensas subidas y bajadas de la era Obama, el cambio de rumbo entre la alegría por un presidente que apoya la educación sexual segura y el abatimiento al enterarse de que el sistema de monopago sanitario se evapora precisamente cuando podría convertirse en una realidad. Otra frase de ejemplo: “Me quedé tan impactado cuando Obama dijo que cerraría Guantánamo… Pero en este momento se afanan como locos para impedir que los presos de Bagram obtengan protección legal.
¡Que paren esta montaña rusa! Me bajo”.
Nostalgia de esperanza. Como quienes sienten la nostalgia de su hogar, hay personas que experimentan también intensamente la nostalgia del sentimiento de esperanza. Echan de menos la llamarada de optimismo de la campaña electoral y tratan continuamente de recobrar ese esperanzado sentimiento; normalmente, exagerando la significación de esos gestos (relativamente modestos) de dignidad por parte de Obama. Otra frase de ejemplo: “La verdad es que me embargó la nostalgia de la esperanza frente a una eventual escalada militar en Afganistán, aunque vi un vídeo de Michelle en su huerto de cultivo orgánico en YouTube yme sentí como el día de la toma de posesión del presidente. Claro que luego, cuando oí que la Administración Obama boicoteaba una conferencia de las Naciones Unidas sobre el racismo, la nostalgia me invadió de nuevo. Me dediqué a ver fotos de Michelle con atuendos firmados por diseñadores independientes de ropa étnica. Me animó”.
Cuelgue de esperanza. Con el síndrome de abstinencia de la esperanza, en este caso el drogata lo pasa mal en busca de un buen cuelgue (estrechamente relacionado con la nostalgia de esperanza, pero más intenso y que suele afectar a hombres de media edad). Otra frase de ejemplo: “Joe me dijo que en realidad cree que Obama quiso a propósito que Summers trabajara con él para que hiciera estallar por los aires la reciente operación de rescate financiero, de forma que el presidente contara con el pretexto que necesita para hacer lo que en realidad quiere hacer: nacionalizar los bancos y convertirlos en cooperativas de crédito. ¡Vaya cuelgue de esperanza!”.
Quiebra de esperanza. Como en el caso del amante con el corazón roto, el obamanita de corazón destrozado no está loco, sino terriblemente triste. Atribuyó poderes mesiánicos a Obama y ahora es presa del desconsuelo por la decepción. Otra frase de ejemplo: “Yo creía que Obama nos obligaría por fin a afrontar la herencia de la esclavitud en este país y a abrir un debate nacional serio sobre la cuestión racial. Pero ahora nunca parece hablar de ello y emplea retorcidos argumentos legales para impedir que abordemos los delitos de la era Bush. Cada vez que le oigo decir ´adelante´ me rompe el corazón”.
Latigazo a la esperanza. Como en el caso de una reacción adversa de 180 grados, este tipo de latigazo afecta a los más entusiastas de Obama, convertidos ahora en sus críticos más acérrimos. Otra frase de ejemplo: “Al menos con Bush todo el mundo sabía que era un gilipollas. Ahora tenemos las mismas guerras, cárceles ilegales y corrupción en Washington, pero todos se comportan como las asombrosamente felices esposas de Stepford. Ha llegado el latigazo a la esperanza en toda regla”.
Mientras intentaba poner nombre a esta serie de dolencias relacionadas con la esperanza y sus fracasos, me pregunté lo que habría dicho el fallecido radiofonista Studs Terkel sobre nuestro abatimiento colectivo. Nos habría instado a no ceder a la desesperación. Uno de sus últimos libros fue La esperanza es lo último que muere.La cuestión estriba ahora, lejos de abandonar la esperanza, en proporcionarle mejores moradas en las fábricas, barrios y escuelas, donde últimamente rebrotan sentadas y protestas.
El politólogo Sam Gindin dijo recientemente que el movimiento obrero puede hacer algo más que proteger el statu quo. Puede exigir, por ejemplo, que las plantas de fabricación de coches se conviertan en instalaciones que apuesten por un futuro verde, capaces de fabricar vehículos de transporte público con esta óptica y emplear tecnologías basadas en energías renovables.
“Ser realista - ha manifestado-significa destilar esperanza de los discursos para ponerla en manos de los trabajadores”. Idea que me conduce al último término de este glosario.
Raíces de esperanza. Otra frase de ejemplo: “Es hora de dejar de esperar que la esperanza se imponga y de empezar a fomentarla desde las mismas raíces de la esperanza”.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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