Por Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicosde Washington. Traducción: JoséMaría Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 02/04/09):
Se ha informado de fuentes fidedignas que en el breve periodo que el presidente Obama ha estado en la Casa Blanca su cabello ha encanecido. Parte de sus asesores le ha indicado que el problema más importante y apremiante del mundo es el de Oriente Medio, entendiendo por ello Gaza y Palestina. Hillary Clinton ha visitado la región y otros diplomáticos se han dirigido a Siria y Turquía. Ahora, sin embargo, sus asesores le dicen a Obama que la situación en Pakistán es mucho más crítica y que, aunque debería perseguirse la conclusión de un acuerdo de paz (o, al menos, una tregua), la quiebra y desintegración del país constituye un peligro mucho mayor e inmediato.
Entre tanto, se encuentra bajo fuego graneado tanto de los republicanos como de los demócratas por mostrarse demasiado pesimista sobre la crisis financiera y no hacer gala de suficiente liderazgo. Los europeos, por su parte, se quejan de que si llaman a Washington nadie coge el teléfono porque la mayoría de subsecretarios/ as nombrados/ as que debería trabajar a las órdenes de Timothy Geithner, secretario del Tesoro, ni siquiera han sido nombrados/ as. Se trata de cargos que no suscitan precisamente entusiasmo en estos tiempos.
Pero Washington se queja, a su vez, de que cuando llama a Europa recibe distintas explicaciones, indicaciones y quejas procedentes de las distintas capitales. Todos suscriben el libre comercio, pero siguen acudiendo a rescatar sus bancos y sectores industriales en dificultades, iniciativa que no deberían adoptar de acuerdo con las diversas constituciones del continente. Todo el mundo apela al liderazgo de Washington, que Washington interpreta como un llamamiento a que Estados Unidos corra con el gasto del estímulo económico. Y Washington, por otra parte, apela al liderazgo chino y alemán por la fortaleza de sus economías.
Los chinos han prometido gastar el 6% de su PIB en estimular la economía, más que Estados Unidos. Pero tal actuación exige un periodo de un par de años, siendo así que es menester actuar con urgencia. Alemania prevé asignar sólo la mitad, y Francia aún menos; Merkel y Sarkozy, temerosos de la inflación, quieren que cada país (y no la comunidad mundial) decida cuánto va a gastar en reactivar la economía. Hoy, 2 de abril, los líderes del G-20 se reúnen en Londres para intentar abordar la situación y coordinar sus esfuerzos. Aunque al principio se confiaba mucho en esta reunión, las esperanzas depositadas en ella han menguado. Casi nadie confía en que la acción conjunta llegue muy lejos salvo en lo que se refiere a una liquidación de los paraísos fiscales para los muy ricos, la aplicación de normativas más severas en el sector bursátil y la concesión de más fondos al Banco Mundial. Washington quiere rebajar impuestos, a lo que se oponen Francia y Alemania.
Los historiadores recordarán otra conferencia celebrada en Londres en 1933, en medio de la Gran Depresión. En aquel entonces los principales problemas se cifraban en la estabilización de las divisas y el comercio libre. Se produjo el desplazamiento de Gran Bretaña como principal potencia económica, en tanto el resto de los países, que querían que Estados Unidos tomara las riendas, comprobaron que este país rechazaba cargar el fardo sobre sus espaldas. El balance de la conferencia fue nulo.
Roosevelt, que en un principio no quiso que Estados Unidos participara en la reunión, cambió luego de opinión por tres veces en otras tantas semanas y los delegados europeos no alcanzaron mayor claridad en sus propuestas.
Actualmente asistimos a una ausencia similar de claridad y decisión. Es cierto que Alemania y Francia están de acuerdo en lo que no quieren hacer. Estos países rechazan el llamamiento de Estados Unidos a realizar un mayor esfuerzo para estimular la economía y salvar las economías más frágiles, sin caer en la cuenta - por lo visto-de que tal actitud podría representar también el final de una Europa construida durante tantos años con tanto esfuerzo. En Gran Bretaña, los conservadores emplean más tiempo en atacar a Gordon Brown (aún más ásperamente que lo hicieron en el caso de Tony Blair) que en intentar formular una política propia. En Estados Unidos, los republicanos parecen más interesados en intentar perjudicar al presidente Obama que en salvar la economía de su país.
¡Qué lío! Por lo que parece, sólo se adoptará una iniciativa tajante en caso de que las consecuencias políticas de la crisis sean más amenazadoras. Poco se ha reparado, en relación con esta conferencia de Londres, en el hecho de no haberse anunciado su lugar exacto de celebración (la de 1933 se desarrolló en un museo de geología…). ¿Por qué? Porque se preveían grandes manifestaciones hostiles a la reunión.
Empezaron la última semana de marzo y sus organizadores hablaban de un millón de manifestantes, de una gran afluencia de gente que pretendían hacer avanzar bajo la divisa “el pueblo primero”. Grupos cristianos radicales marcharon ayer junto con el Consejo Musulmán del Reino Unido (”sólo el islam tiene la respuesta”), trotskistas, grupos antiglobalización y muchos otros. Intentaron bloquear las calles e impedir que la gente acudiera al trabajo.
Estas manifestaciones ayudarán indudablemente a que la gente se desahogue… Todos odian a los banqueros, todos están contra el paro y la pobreza. Constituirá un penoso espectáculo. Sin embargo, la protesta crecerá, como en 1933. El capitalismo - dijeron entonces-había fracasado, pero ¿qué podía reemplazarlo? Según algunos, el comunismo poseía las respuestas, pero como ya sabemos no es en absoluto lo que sucedió en los años treinta… Las protestas fueron en una dirección muy distinta.
En esta ocasión, el comunismo tiene aún menos posibilidades y varios movimientos populistas se beneficiarán de la protesta. Ya sucede de hecho en países de Europa Occidental y del Este: tal actitud va contra los principales partidos, es xenófoba, piden líderes fuertes, no más democracia. Es posible que cuando los líderes de los principales países se sientan en peligro por la creciente protesta política, emprendan una iniciativa común. Dudo de que se produzca antes. Pero, ¿qué tipo de acción? Los manifestantes tampoco tienen una respuesta clara.
Se ha informado de fuentes fidedignas que en el breve periodo que el presidente Obama ha estado en la Casa Blanca su cabello ha encanecido. Parte de sus asesores le ha indicado que el problema más importante y apremiante del mundo es el de Oriente Medio, entendiendo por ello Gaza y Palestina. Hillary Clinton ha visitado la región y otros diplomáticos se han dirigido a Siria y Turquía. Ahora, sin embargo, sus asesores le dicen a Obama que la situación en Pakistán es mucho más crítica y que, aunque debería perseguirse la conclusión de un acuerdo de paz (o, al menos, una tregua), la quiebra y desintegración del país constituye un peligro mucho mayor e inmediato.
Entre tanto, se encuentra bajo fuego graneado tanto de los republicanos como de los demócratas por mostrarse demasiado pesimista sobre la crisis financiera y no hacer gala de suficiente liderazgo. Los europeos, por su parte, se quejan de que si llaman a Washington nadie coge el teléfono porque la mayoría de subsecretarios/ as nombrados/ as que debería trabajar a las órdenes de Timothy Geithner, secretario del Tesoro, ni siquiera han sido nombrados/ as. Se trata de cargos que no suscitan precisamente entusiasmo en estos tiempos.
Pero Washington se queja, a su vez, de que cuando llama a Europa recibe distintas explicaciones, indicaciones y quejas procedentes de las distintas capitales. Todos suscriben el libre comercio, pero siguen acudiendo a rescatar sus bancos y sectores industriales en dificultades, iniciativa que no deberían adoptar de acuerdo con las diversas constituciones del continente. Todo el mundo apela al liderazgo de Washington, que Washington interpreta como un llamamiento a que Estados Unidos corra con el gasto del estímulo económico. Y Washington, por otra parte, apela al liderazgo chino y alemán por la fortaleza de sus economías.
Los chinos han prometido gastar el 6% de su PIB en estimular la economía, más que Estados Unidos. Pero tal actuación exige un periodo de un par de años, siendo así que es menester actuar con urgencia. Alemania prevé asignar sólo la mitad, y Francia aún menos; Merkel y Sarkozy, temerosos de la inflación, quieren que cada país (y no la comunidad mundial) decida cuánto va a gastar en reactivar la economía. Hoy, 2 de abril, los líderes del G-20 se reúnen en Londres para intentar abordar la situación y coordinar sus esfuerzos. Aunque al principio se confiaba mucho en esta reunión, las esperanzas depositadas en ella han menguado. Casi nadie confía en que la acción conjunta llegue muy lejos salvo en lo que se refiere a una liquidación de los paraísos fiscales para los muy ricos, la aplicación de normativas más severas en el sector bursátil y la concesión de más fondos al Banco Mundial. Washington quiere rebajar impuestos, a lo que se oponen Francia y Alemania.
Los historiadores recordarán otra conferencia celebrada en Londres en 1933, en medio de la Gran Depresión. En aquel entonces los principales problemas se cifraban en la estabilización de las divisas y el comercio libre. Se produjo el desplazamiento de Gran Bretaña como principal potencia económica, en tanto el resto de los países, que querían que Estados Unidos tomara las riendas, comprobaron que este país rechazaba cargar el fardo sobre sus espaldas. El balance de la conferencia fue nulo.
Roosevelt, que en un principio no quiso que Estados Unidos participara en la reunión, cambió luego de opinión por tres veces en otras tantas semanas y los delegados europeos no alcanzaron mayor claridad en sus propuestas.
Actualmente asistimos a una ausencia similar de claridad y decisión. Es cierto que Alemania y Francia están de acuerdo en lo que no quieren hacer. Estos países rechazan el llamamiento de Estados Unidos a realizar un mayor esfuerzo para estimular la economía y salvar las economías más frágiles, sin caer en la cuenta - por lo visto-de que tal actitud podría representar también el final de una Europa construida durante tantos años con tanto esfuerzo. En Gran Bretaña, los conservadores emplean más tiempo en atacar a Gordon Brown (aún más ásperamente que lo hicieron en el caso de Tony Blair) que en intentar formular una política propia. En Estados Unidos, los republicanos parecen más interesados en intentar perjudicar al presidente Obama que en salvar la economía de su país.
¡Qué lío! Por lo que parece, sólo se adoptará una iniciativa tajante en caso de que las consecuencias políticas de la crisis sean más amenazadoras. Poco se ha reparado, en relación con esta conferencia de Londres, en el hecho de no haberse anunciado su lugar exacto de celebración (la de 1933 se desarrolló en un museo de geología…). ¿Por qué? Porque se preveían grandes manifestaciones hostiles a la reunión.
Empezaron la última semana de marzo y sus organizadores hablaban de un millón de manifestantes, de una gran afluencia de gente que pretendían hacer avanzar bajo la divisa “el pueblo primero”. Grupos cristianos radicales marcharon ayer junto con el Consejo Musulmán del Reino Unido (”sólo el islam tiene la respuesta”), trotskistas, grupos antiglobalización y muchos otros. Intentaron bloquear las calles e impedir que la gente acudiera al trabajo.
Estas manifestaciones ayudarán indudablemente a que la gente se desahogue… Todos odian a los banqueros, todos están contra el paro y la pobreza. Constituirá un penoso espectáculo. Sin embargo, la protesta crecerá, como en 1933. El capitalismo - dijeron entonces-había fracasado, pero ¿qué podía reemplazarlo? Según algunos, el comunismo poseía las respuestas, pero como ya sabemos no es en absoluto lo que sucedió en los años treinta… Las protestas fueron en una dirección muy distinta.
En esta ocasión, el comunismo tiene aún menos posibilidades y varios movimientos populistas se beneficiarán de la protesta. Ya sucede de hecho en países de Europa Occidental y del Este: tal actitud va contra los principales partidos, es xenófoba, piden líderes fuertes, no más democracia. Es posible que cuando los líderes de los principales países se sientan en peligro por la creciente protesta política, emprendan una iniciativa común. Dudo de que se produzca antes. Pero, ¿qué tipo de acción? Los manifestantes tampoco tienen una respuesta clara.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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