Por PILAR BONET - Chisinau - (ElPais.com, 12/04/2009)
"Queremos viajar. ¿Por qué nosotros, que también estamos en Europa, hemos de esperar y pagar por un visado de la UE?", se quejaba Lena, una estudiante moldava que el viernes acudió a la plaza del Gobierno. Con sus compañeros de una escuela técnica, Lena siguió una convocatoria de protesta difundida por Internet y fracasada, porque los estudiantes se asustaron y la policía tomó medidas tras el mitin del martes que degeneró en vandalismo. La cifra de detenidos superaba ayer los 250, según el Ministerio del Interior. Defensores de derechos humanos creen que son más.
Como miles de jóvenes, Lena cuestionaba la victoria de los comunistas en las elecciones del pasado domingo, un resultado electoral que consideraba fraudulento, y compartía su ira hacia las instituciones del Estado y la sensación de que sus líderes no llevan a Moldavia hacia Europa. No importa quién tiene la razón. Tras el desencuentro entre los adolescentes urbanos y los dirigentes eurocomunistas hay problemas generacionales, culturales, de estilo y también económicos.
Los enfurecidos que saquearon el Parlamento y la presidencia atribuyen todos los males a los eurocomunistas, en el Gobierno desde 2001. Ven al presidente Vladímir Voronin y sus camaradas como represores, que sofocan a la prensa y frenan el desarrollo del país. Es obvio que no reconocen la habilidad de Voronin para compaginar las buenas relaciones con Rusia, por una parte, con un rumbo de integración proeuropea, por la otra, y ambas cosas con los esfuerzos para recuperar la región separatista del Transdniéster, algo muy difícil sin el visto bueno de Moscú.
Voronin ha facilitado un nuevo recuento independiente de los votos, lo cual no encaja en la imagen de un dictador. Y el comunismo moldavo tiene apoyo en la sociedad, según los sondeos que vaticinaron su triunfo electoral y la victoria, si se confirma. En las zonas rurales, el presidente encuentra un ambiente más propicio que en la capital, Chisinau. "Voto por los comunistas porque ahora al menos tengo subsidio de paro. Antes, en lugar de dinero, a los parados nos daban macarrones y botas de goma", manifestaba Mijaíl, que recibe 300 lei al mes (20 euros) en el pueblo de Dorotscaia.
El lenguaje de los manifestantes era contundente. "Ya no podemos soportar más a los comunistas, que no quieren gente educada, sino gente inculta. Queremos ir hacia Europa, y ahora nos vamos todos a atacar la radio", exclamaba el martes un chico de 22 años que dijo ser estudiante de informática. El asalto a la radio no llegó a producirse.
Con una vehemencia semejante a la de los jóvenes, Voronin acusa a Rumania de instigar un golpe de Estado. Chisinau tiene roces con Bucarest, que se niega a firmar un tratado fronterizo, pero de la presencia de banderas rumanas y de pintadas irredentistas no se infiere que el ánimo predominante en Moldavia sea la unión con Rumania ni que ese país prepare un golpe. Muchos no ven diferencia entre ser rumano y ser moldavo, porque sus abuelos eran rumanos y vivían entre el río Prut y el Dniéster (hoy territorio de Moldavia), cuando esto era la Besarabia rumana (1918-1940). Muchos además son ciudadanos de los dos países. Rumania ha repartido hasta 100.000 pasaportes entre los moldavos.
"Veo a Rumania como un puente hacia la UE. Primero hay que conseguir que Rusia nos deje en paz, y luego decidir si nos unimos a Rumania o si entramos en la UE como país independiente", señalaba Vitali, de 20 años.
El nacionalismo prorrumano que estalló en Moldavia en 1989- 1990, cuando esta república era aún parte de la URSS, provocó una reacción separatista de los eslavos del Transdniéster, la orilla izquierda del Dniéster, un territorio conquistado a los turcos por el Imperio Ruso que nunca fue de Rumania. Hoy la identidad cultural rumana -reprimida en época soviética- goza de reconocimiento en Moldavia, y Rumania significa sobre todo una puerta hacia Europa. El problema es que, al ingresar en la UE, Bucarest impuso el visado de pago a los moldavos. Moldavia les responde ahora con la misma moneda. Pero una discriminación de los vecinos rumanos respecto a otros ciudadanos de la UE, que no necesitan visado en Moldavia, difícilmente calmará los ánimos.
"Queremos viajar. ¿Por qué nosotros, que también estamos en Europa, hemos de esperar y pagar por un visado de la UE?", se quejaba Lena, una estudiante moldava que el viernes acudió a la plaza del Gobierno. Con sus compañeros de una escuela técnica, Lena siguió una convocatoria de protesta difundida por Internet y fracasada, porque los estudiantes se asustaron y la policía tomó medidas tras el mitin del martes que degeneró en vandalismo. La cifra de detenidos superaba ayer los 250, según el Ministerio del Interior. Defensores de derechos humanos creen que son más.
Como miles de jóvenes, Lena cuestionaba la victoria de los comunistas en las elecciones del pasado domingo, un resultado electoral que consideraba fraudulento, y compartía su ira hacia las instituciones del Estado y la sensación de que sus líderes no llevan a Moldavia hacia Europa. No importa quién tiene la razón. Tras el desencuentro entre los adolescentes urbanos y los dirigentes eurocomunistas hay problemas generacionales, culturales, de estilo y también económicos.
Los enfurecidos que saquearon el Parlamento y la presidencia atribuyen todos los males a los eurocomunistas, en el Gobierno desde 2001. Ven al presidente Vladímir Voronin y sus camaradas como represores, que sofocan a la prensa y frenan el desarrollo del país. Es obvio que no reconocen la habilidad de Voronin para compaginar las buenas relaciones con Rusia, por una parte, con un rumbo de integración proeuropea, por la otra, y ambas cosas con los esfuerzos para recuperar la región separatista del Transdniéster, algo muy difícil sin el visto bueno de Moscú.
Voronin ha facilitado un nuevo recuento independiente de los votos, lo cual no encaja en la imagen de un dictador. Y el comunismo moldavo tiene apoyo en la sociedad, según los sondeos que vaticinaron su triunfo electoral y la victoria, si se confirma. En las zonas rurales, el presidente encuentra un ambiente más propicio que en la capital, Chisinau. "Voto por los comunistas porque ahora al menos tengo subsidio de paro. Antes, en lugar de dinero, a los parados nos daban macarrones y botas de goma", manifestaba Mijaíl, que recibe 300 lei al mes (20 euros) en el pueblo de Dorotscaia.
El lenguaje de los manifestantes era contundente. "Ya no podemos soportar más a los comunistas, que no quieren gente educada, sino gente inculta. Queremos ir hacia Europa, y ahora nos vamos todos a atacar la radio", exclamaba el martes un chico de 22 años que dijo ser estudiante de informática. El asalto a la radio no llegó a producirse.
Con una vehemencia semejante a la de los jóvenes, Voronin acusa a Rumania de instigar un golpe de Estado. Chisinau tiene roces con Bucarest, que se niega a firmar un tratado fronterizo, pero de la presencia de banderas rumanas y de pintadas irredentistas no se infiere que el ánimo predominante en Moldavia sea la unión con Rumania ni que ese país prepare un golpe. Muchos no ven diferencia entre ser rumano y ser moldavo, porque sus abuelos eran rumanos y vivían entre el río Prut y el Dniéster (hoy territorio de Moldavia), cuando esto era la Besarabia rumana (1918-1940). Muchos además son ciudadanos de los dos países. Rumania ha repartido hasta 100.000 pasaportes entre los moldavos.
"Veo a Rumania como un puente hacia la UE. Primero hay que conseguir que Rusia nos deje en paz, y luego decidir si nos unimos a Rumania o si entramos en la UE como país independiente", señalaba Vitali, de 20 años.
El nacionalismo prorrumano que estalló en Moldavia en 1989- 1990, cuando esta república era aún parte de la URSS, provocó una reacción separatista de los eslavos del Transdniéster, la orilla izquierda del Dniéster, un territorio conquistado a los turcos por el Imperio Ruso que nunca fue de Rumania. Hoy la identidad cultural rumana -reprimida en época soviética- goza de reconocimiento en Moldavia, y Rumania significa sobre todo una puerta hacia Europa. El problema es que, al ingresar en la UE, Bucarest impuso el visado de pago a los moldavos. Moldavia les responde ahora con la misma moneda. Pero una discriminación de los vecinos rumanos respecto a otros ciudadanos de la UE, que no necesitan visado en Moldavia, difícilmente calmará los ánimos.
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