Por Antonio Garrigues Walker, jurista (ABC, 24/09/08):
Decía Julián Marías -y su reflexión sigue siendo válida- que los americanos no estaban preparados aún para la filosofía. Los americanos -al contrario de lo que hacen, según Ortega, los argentinos- siempre «están a las cosas». No al porqué de las cosas, sino a su para qué. No tienen todavía como pueblo el grado de escepticismo y de relativismo del mundo europeo, ni su larga experiencia histórica, ni sus encantos y desencantos intelectuales y sociales, ni tampoco su pereza profunda. Son un pueblo joven, vivo, fuerte, optimista, sanamente ingenuo, todavía inexperto para aquellos temas en los que se requiere una lenta maduración, pero tremendamente capaz en casi todos los demás terrenos.
Esa es la diferencia básica que siempre hay que recordar cuando se intentan juzgar desde Europa los acontecimientos en los Estados Unidos. Es, como suele decirse, «otro mundo» y no hay que empeñarse por lo tanto en interpretar su realidad utilizando exclusivamente nuestra óptica y nuestros valores. No podemos inventarnos una América que no existe. Los americanos tienen -y eso es decisivo en términos sociológicos- un concepto substancialmente distinto del papel del Estado y de la sociedad civil en la vida de la ciudadanía y son en concreto, no un poco, sino mucho más conservadores, mucho más patriotas y mucho más religiosos que los europeos. Todo eso justifica y explica actitudes, preferencias y reacciones que en Europa nos cuesta entender con justeza. Pongamos, por ejemplo, las distintas valoraciones sobre la elección de Sarah Palin como candidata a vicepresidente con McCain, una mujer que defiende -al más puro estilo de los «neocons»- un americanismo en su versión más nítida y radical y que exhibe con orgullo, sin el más leve pudor, todos sus convencimientos y dogmatismos religiosos, sociales y políticos, lo cual le hace conectar bien -por eso fue la elegida- con un amplio sector de votantes conservadores en las distintas capas sociales.
En las últimas elecciones presidenciales, George W. Bush ganó con sorprendente facilidad al Senador Kerry a pesar de la mala situación económica del país y de la ya entonces complicada situación de la guerra de Irak, porque supo, de un lado, capitalizar, -a veces de forma abusiva- la prioridad absoluta de la seguridad nacional frente a cualquier otro argumento, y de otro, porque incidió con éxito en la escasa capacidad de su oponente para afrontar estos problemas. En la actualidad la situación económica ha empeorado gravemente y la guerra de Irak se ha convertido en un ejemplo perfecto de «desastre esplendoroso». ¿Cuál puede ser ahora la salida para la candidatura republicana? La respuesta es clara. La seguridad nacional volverá a ser un eje clave de la campaña. McCain está haciendo y hará todo lo posible para alejarse y desentenderse de la herencia del presidente Bush pero, al igual que él, se presentará como el único capacitado para garantizar esa seguridad, magnificando los viejos y los nuevos riesgos y entre estos últimos el que está planteando recientemente una nueva Rusia cada vez más fuerte, más ambiciosa y más agresiva. Esta nueva contienda -tómese nota- será, sin duda, positiva para McCain que concentrará su dialéctica, como hizo Bush con Kerry, en la inexperiencia y la ineptitud de Barack Obama. ¿Volvemos pues a lo mismo? ¿Se repetirá la historia? Entra dentro, muy dentro, de lo posible. Pero…
América no está en su mejor momento. A pesar del éxito inicial del dramático plan de salvamento que han puesto en marcha, la situación económica es ciertamente inquietante y no parece que tenga soluciones fáciles, y aún menos rápidas. El mundo financiero americano es además consciente -aunque ello no les preocupe en exceso- de su responsabilidad a escala mundial. Por otra parte, el trauma del 11S -un trauma que los europeos nunca hemos sabido valorar e interpretar correctamente- empieza a perder, aunque sea levemente, su vigor y su impacto emocional y la manipulación demagógica de los riesgos exteriores ya no va a ser tan fácil, ni tan efectiva electoralmente. El mismo argumento de la inexperiencia puede volverse en contra de quien lo utilice. McCain, decía un analista político, tiene «un exceso de experiencia demasiado antigua» que podría resultar más peligroso que el «defecto inicial» de Obama. Kennedy y Clinton, -añadía- también fueron acusados de jóvenes inexpertos.
Todas estas consideraciones pueden ayudar significativamente a Obama pero lo que más va a beneficiarle es la sensación colectiva generalizada de que América tiene que abrir una nueva página histórica y buscar -como propuso en su tiempo Kennedy- una «nueva frontera». El lema sobre el cambio con que inició su campaña Obama es todo un acierto. En estas elecciones se han ido abriendo todas las cajas de Pandora posibles. De unas elecciones reservadas exclusivamente a candidatos blancos varones anglosajones hemos pasado en el 2008 a dos candidaturas de hispanos, un afroamericano -¡todavía hay gente que no se lo cree!- y una mujer, Hillary Clinton, que ha estado muy cerca de alcanzar la nominación, lo cual en los Estados Unidos tiene mucho más valor sociológico que en Europa. A partir de ahora todos los escenarios electorales van a ser posibles en una sociedad que necesita, en efecto, superar una etapa presidencial que ha sido profundamente negativa, tanto para la credibilidad económica como para la imagen exterior de los Estados Unidos, en donde se han alcanzado récords históricos de antiamericanismo, un tema que ya empieza a sensibilizar y a preocupar a su ciudadanía.
La capacidad americana para afrontar situaciones difíciles ha sido hasta el momento admirable. Cuando se ponen a ello, y ya lo están, saben reconocer los errores, establecer estrategias y sobre todo adecuar los medios a los objetivos hasta lograr que las fuerzas del mercado vuelvan a funcionar con naturalidad y eficacia. Así lo hicieron con las burbujas tecnológica y contable y así lo harán con la burbuja inmobiliaria aún cuando ésta sea -nadie debe dudarlo- más intensa, más extensa y más peligrosa que las anteriores. Hay que apostar decididamente a favor de una salida positiva e incluso saludable de esta encrucijada económica que ha venido a coincidir, desafortunadamente, con un proceso electoral complejo y delicado en el que todavía nos esperan algunas sorpresas.
Lo importante ahora será que un país decisivo para el mundo, una vez superada esta situación, aproveche la dura experiencia para modificar ciertos comportamientos y rectificar algunas conductas y en especial las relativas a su pasión por el unilateralismo y a sus tentaciones autárquicas y aislacionistas que siempre han carecido de justificación pero que en estos momentos son verdaderamente inaceptables.
Obama o McCain tendrán que asumir que su país puede y debe liderar un proceso de globalización en donde tendrán que aceptar y apoyar unas instituciones globales que operen con capacidad de acción y la debida independencia. Los patriotismos y los nacionalismos de todo orden no pueden impedir que se avance con fuerza en una gobernanza global civilizada, ética y solidaria. Ese es el verdadero «gran paso» que necesita la humanidad. Y sobre eso -aunque no sean enteramente conscientes de ello- van a votar los americanos en las elecciones de Noviembre.
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