Por Ian Gibson, escritor (EL PERIÓDICO, 25/09/08):
Los herederos del desaparecido más famoso de la guerra civil preferirían, por razones difícilmente entendibles, que siguiera yaciendo en la pequeña fosa común donde parece fue enterrado en agosto de 1936 con otras tres víctimas de la represión fascista de Granada. Lo preferirían, pero después de oponerse durante años a la búsqueda de los restos del poeta acaban de reconocer que, a la vista de la providencia del juez Garzón, no vale la pena seguir porfiando, ya que los descendientes de dos de los asesinados con Lorca –el maestro republicano Dióscoro Galindo González y el torero Francisco Galadí Melgar– sí quieren exhumar a sus sacrificados.
Se trata de dos familias contra una, y en este país hay algo que se llama democracia y derechos humanos, además de una ley de la memoria histórica. En una primera valoración he llamado “encomiable replanteamiento” la resolución, que ha sido y es noticia mundial. No sé si a los herederos se les ocurrió preguntarse, antes de tomarla, cuál sería la opinión del poeta sobre la cuestión casi hamletiana de si abrir o no abrir la fosa. Yo estoy convencido de que Lorca estaría al lado de las otras familias implicadas, por mucho que le molestara que a él se le removiesen los huesos. Porque el autor de Yerma –y creo saber lo que digo– estaba siempre al lado de los perdedores, de los que sufren, de los débiles, de los lisiados, de los agredidos. Atribuía tal talante al hecho de ser granadino. A su juicio ello le inclinaba “a la comprensión simpática de los perseguidos. Del gitano, del negro, del judío…, del morisco que todos llevamos dentro”.
¿Les importa a los herederos del poeta saber si se encuentra realmente en el lugar que se ha dicho, señalado por el enterrador Manuel Castilla Blanco 20 años después, y si lo torturaron sus verdugos antes de acabar con él? No creo que hayan dicho nada al respecto. Sería interesante conocer su respuesta. Por otro lado, nadie les está exigiendo –ni tiene derecho a exigirlo– que al poeta se le desentierre. Muchos, tal vez casi todos, nos conformaríamos con que quedara demostrado científicamente dónde está y cómo murió. Por Granada circulan los más variopintos rumores acerca del asunto: se dice que no está donde se ha afirmado; que los mismos fascistas lo cambiaron de sitio a los pocos días para que no quedase huella del crimen; que su familia consiguió del régimen en los años 50 sacarlo sigilosamente y meterlo en otro lugar (Huerta de San Vicente en Granada, el malagueño pueblo de Nerja, incluso Madrid), y así por el estilo, con una nueva tontería cada día.
A mí me parece que tal situación no es buena para nadie, empezando con la propia familia del poeta. No. Queremos saber dónde están los restos del mejor embajador español de todos los tiempos. Queremos saber exactamente qué hicieron con él los que se levantaron en armas contra el pueblo español en julio de 1936. Estamos asqueados de tanto bulo, de tanta incertidumbre, tanta mentira.
LAS CIFRAS QUE se van conociendo de la represión franquista son tan espeluznantes –y lo serán más– que numerosos investigadores e historiadores están ya manejando los términos genocidio, política de exterminio y lesa humanidad. Tales crímenes no prescriben. La ley de amnistía de 1977, preconstitucional, no impide, no puede impedir, investigar lo ocurrido. Si el juez Garzón decide que hubo genocidio podrá proceder en seguida. Espero que no tarde.
Lo más terrible de aquel régimen fue la enormidad de la matanza sistemática llevada a cabo después de la guerra, hasta prácticamente 1950. La vieja guardia representada por Manuel Fraga –que algo sabe de sentencias de muerte– sigue, como siempre, con lo de las “barrabasadas” cometidas por el otro bando. Pero el otro bando no empezó la guerra y además nadie niega que hubo muchísimos paseos ilegales en la zona republicana. Los vencedores tuvieron 40 años para desenterrar a sus muertos, y lo hicieron a rajatabla. Parece mentira que personas que se consideran cristianas puedan estar en contra, a estas alturas, de que las familias de los perdedores busquen a los suyos, acusándoles por más inri de “reabrir” heridas que nunca se han podido cerrar.
FEDERICO García Lorca ha sido, hasta hoy, el máximo símbolo del dolor de su pueblo, traicionado, machacado y humillado por el fascismo. Lo podría ser a partir de ahora de la reconciliación nacional… si la derecha española fuera capaz por fin de asumir y lamentar, con magnanimidad, el horror de la represión impuesta por el franquismo. Y ello por la humanidad bienhechora de una obra poética y teatral españolísima que llega a los últimos confines del globo con su mensaje de amor al prójimo. Lorca admiraba profundamente a Cristo, como demuestran sus copiosos escritos juveniles, y en cada obra, desde Mariana Pineda hasta La casa de Bernarda Alba, su identificación con quienes sufren es patente.
Mi esperanza es que se encuentren sus restos, que sepamos la verdad de su calvario, por dura que sea, y que sirvan sus inspiradas palabras para que, por fin, haya paz, piedad y perdón en este tan sufrido rincón de la tierra.
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