Por Benigno Pendás, profesor de Historia de las Ideas Políticas (ABC, 30/08/08):
Hay demasiados Estados en el mundo. Antes era un club selecto. Apenas una docena en los tiempos de Westfalia. Mucho más cerca en el tiempo: el 1 de agosto de 1914, al empezar la Primera Guerra Mundial, los autores más rigurosos aceptaban a 43 Estados como miembros de la comunidad internacional. A saber, 21 europeos y otros tantos americanos, además de Japón; en un segundo nivel, China, Persia, Siam y acaso Etiopía o Liberia. A día de hoy, el número de miembros de pleno derecho en Naciones Unidas supera los 190. Las desigualdades de población son abrumadoras, desde los más de 1.300 millones en la República Popular China hasta los casi 50 que no alcanzan el millón de habitantes. Lo mismo ocurre con la superficie. La antigua Unión Soviética superaba los 22 millones y medio de kilómetros cuadrados, aunque la actual Federación Rusa se ha quedado sólo en 17 millones. Canadá y Estados Unidos pasan de 9, Brasil de 8, Australia de 7… En el extremo opuesto, eligiendo al azar, Nauru cuenta con 21 kilómetros cuadrados, Barbados con 430, Singapur con 590… Rusia está dispuesta a contribuir a la degradación de la estatalidad. Termino con las cifras: Abjasia tiene 216.000 habitantes y Osetia del Sur apenas 66.000. El disparate salta a la vista.
Las identidades falsas contribuyen a crear problemas. No son naciones, ni territorios con personalidad propia, sino -en particular, Osetia- regiones controladas por mafiosos dispuestos a enriquecerse a costa del conflicto. Muchos, por cierto, son siloviki, igual que Vladímir Putin, esto es, antiguos burócratas del servicio de inteligencia. Gente sin escrúpulos, que sabe hacer dinero pero no crear riqueza. Antes, el negocio se llamaba «Ciudad de la Vida Socialista», como en la novela de Soljenitsin: recuerden al desdichado personaje que el lector conoce cuando le quedan 3.653 días de condena en el campo de concentración. Ahora, el asunto se disfraza de «espacio post-soviético». El Kremlin rompe la tregua olímpica y sigue a lo suyo. Añoranza de la Unión Soviética, no nos engañemos. No se trata, claro, del ámbito ideológico, porque el comunismo fue un desastre de tal calibre que nadie lo echa de menos. Otra cosa es la condición perpetua en la hegemonía euroasiática, desde el monje Filoteo de Pskov y la idea de Moscú como tercera Roma, liberadora de los pueblos eslavos. El pretexto siempre es el mismo. Todo nacionalismo necesita territorios irredentos. Ucrania y Bielorrusia forman parte constitutiva del imaginario patriótico. El Cáucaso es una zona histórica de influencia. Georgia está gobernada por otro populismo imprudente, dispuesto a dar marcha atrás al proceso zarista de rusificación completado por el propio Stalin. Es curioso: el tirano nacido en Gori era una criatura del centralismo sistemático impuesto por Alejandro III. Así se escribe la historia.
Rusia no está en condiciones de ser un gigante a escala global, pero sigue siendo una potencia regional. Mal vecino para la Europa occidental, y tal vez algún día para China. A Washington ahora le importa menos. Retirados los «neocons» a sus cuarteles de verano, ya no se trata de exportar democracia sino de defender con inteligencia el interés nacional. Vuelven los «realistas» estilo Henry Kissinger, si es que alguna vez se habían ido. Incluso «Condi» Rice retorna a sus orígenes con un largo artículo en una revista de prestigio. La actitud de la declinante Administración Bush en la crisis de Georgia está más cerca del minimalismo que del activismo de la primera etapa en Irak. De ahí esa primera acción indirecta a través del «amigo» en la región, esta vez la Unión Europea bajo el mandato del hiperactivo Sarkozy. Visto el resultado, ha tenido que movilizar a la OTAN y acelerar el acuerdo con Varsovia y Praga. Cumplido su objetivo, el Kremlin sale fortalecido. También en las relaciones internacionales juega el factor psicológico. Mucho más, por supuesto, en una época determinada por la construcción mediática de la realidad. Acaso el problema le llegue por esta vía indirecta, si se confirman ciertos indicios de barbarie genocida. Ni siquiera una dictadura fría y distante puede ser indiferente ante el Espíritu de la Época. ¿Influencia en las elecciones americanas? Georgia trae al primer plano la política internacional en su aspecto más ingrato para la retórica universalista. Está claro a quién benefician los aires de Guerra Fría. Acaso los rusos tienen algo que decir sobre la opción entre demócratas y republicanos…
Ya saben: será el primer martes después del primer lunes de noviembre. Extraña fórmula, pero no arbitraria, al servicio de una vieja sociedad de granjeros con tiempo limitado para cumplir sus compromisos políticos. Las librerías están repletas de obras efímeras sobre Barack Obama y John McCain. Se habla de sus «confesiones» públicas. Egoísta, uno; infiel sin excesos, el otro. ¿Quién ganará? Obama, cómo no, es el favorito de los medios, de los progresistas convencionales y de los americanos que hablan con europeos. Por tanto, cuidado con la impresión que recibe el viajero en sus contactos con ambientes urbanos, universitarios, incluso empresariales. Hay también una América profunda, fiel al espíritu de los pioneros, una tierra de frontera vertebrada en torno al motel y la estación de gasolina. Un buen consejo. No hagan ustedes pronósticos fáciles ni se dejen llevar por impresiones superficiales. En ABC escriben buenos conocedores de la realidad social y política en los Estados Unidos: todos están de acuerdo en reclamar prudencia… Lo cierto es que falta mucho partido por jugar. Ahora llegan las convenciones de unos y de otros, el impacto de los candidatos a vicepresidente, una campaña larga y terriblemente difícil. Cualquier cosa es posible. En todo caso, las imágenes de tanques rusos tienen una influencia en el imaginario colectivo que no favorece precisamente una visión multilateral y cosmopolita de las relaciones internacionales.
¿Qué pretende Rusia? El sistema autoritario plantea un doble objetivo. Hacia el exterior, es un desafío fácil contra la democracia americana, distraída en la campaña electoral, y contra la Unión Europea, atrapada en sus propias incoherencias. Kosovo, como es notorio, empieza a pasar factura. Hacia el interior, es un gesto populista para compensar el fracaso evidente de un régimen opresivo. Una sociedad acostumbrada desde hace siglos al despotismo se conforma con muy poca cosa. Si prosperan las nuevas entidades, serán el modelo típico de Estado fallido, cuyo único objetivo ha descrito gráficamente algún autor: deterring América, es decir, crear un estorbo artificial ante el despliegue del hegemón contemporáneo. Casualidad o no, debe ser una forma de recordar los treinta años bien cumplidos desde la invasión de Praga por las tropas soviéticas disfrazadas bajo el ropaje poco creíble del Pacto de Varsovia. ¿Guardan en la memoria, al menos los veteranos, aquella letra de John Lennon y Paul McCartney, nada menos? Cuando recuerdo a las chicas de Moscú, de Ucrania o de Georgia… I´m back in the USSR. Pues eso debe ser… Lección a efectos domésticos. Extraña época en que las provincias quieren ser Estados, se diluye el genuino poder soberano y sólo ganan los pescadores en río revuelto. Georgia como síntoma, por si hace falta alguno para alentar aventuras soberanistas. Un obstáculo más para la política del sentido común. A pesar de todo, la verdad es más fuerte que la mentira. Volverá el tiempo en que sólo existirán Estados auténticos y Naciones acreditadas. Es cuestión de paciencia y realismo.
Hay demasiados Estados en el mundo. Antes era un club selecto. Apenas una docena en los tiempos de Westfalia. Mucho más cerca en el tiempo: el 1 de agosto de 1914, al empezar la Primera Guerra Mundial, los autores más rigurosos aceptaban a 43 Estados como miembros de la comunidad internacional. A saber, 21 europeos y otros tantos americanos, además de Japón; en un segundo nivel, China, Persia, Siam y acaso Etiopía o Liberia. A día de hoy, el número de miembros de pleno derecho en Naciones Unidas supera los 190. Las desigualdades de población son abrumadoras, desde los más de 1.300 millones en la República Popular China hasta los casi 50 que no alcanzan el millón de habitantes. Lo mismo ocurre con la superficie. La antigua Unión Soviética superaba los 22 millones y medio de kilómetros cuadrados, aunque la actual Federación Rusa se ha quedado sólo en 17 millones. Canadá y Estados Unidos pasan de 9, Brasil de 8, Australia de 7… En el extremo opuesto, eligiendo al azar, Nauru cuenta con 21 kilómetros cuadrados, Barbados con 430, Singapur con 590… Rusia está dispuesta a contribuir a la degradación de la estatalidad. Termino con las cifras: Abjasia tiene 216.000 habitantes y Osetia del Sur apenas 66.000. El disparate salta a la vista.
Las identidades falsas contribuyen a crear problemas. No son naciones, ni territorios con personalidad propia, sino -en particular, Osetia- regiones controladas por mafiosos dispuestos a enriquecerse a costa del conflicto. Muchos, por cierto, son siloviki, igual que Vladímir Putin, esto es, antiguos burócratas del servicio de inteligencia. Gente sin escrúpulos, que sabe hacer dinero pero no crear riqueza. Antes, el negocio se llamaba «Ciudad de la Vida Socialista», como en la novela de Soljenitsin: recuerden al desdichado personaje que el lector conoce cuando le quedan 3.653 días de condena en el campo de concentración. Ahora, el asunto se disfraza de «espacio post-soviético». El Kremlin rompe la tregua olímpica y sigue a lo suyo. Añoranza de la Unión Soviética, no nos engañemos. No se trata, claro, del ámbito ideológico, porque el comunismo fue un desastre de tal calibre que nadie lo echa de menos. Otra cosa es la condición perpetua en la hegemonía euroasiática, desde el monje Filoteo de Pskov y la idea de Moscú como tercera Roma, liberadora de los pueblos eslavos. El pretexto siempre es el mismo. Todo nacionalismo necesita territorios irredentos. Ucrania y Bielorrusia forman parte constitutiva del imaginario patriótico. El Cáucaso es una zona histórica de influencia. Georgia está gobernada por otro populismo imprudente, dispuesto a dar marcha atrás al proceso zarista de rusificación completado por el propio Stalin. Es curioso: el tirano nacido en Gori era una criatura del centralismo sistemático impuesto por Alejandro III. Así se escribe la historia.
Rusia no está en condiciones de ser un gigante a escala global, pero sigue siendo una potencia regional. Mal vecino para la Europa occidental, y tal vez algún día para China. A Washington ahora le importa menos. Retirados los «neocons» a sus cuarteles de verano, ya no se trata de exportar democracia sino de defender con inteligencia el interés nacional. Vuelven los «realistas» estilo Henry Kissinger, si es que alguna vez se habían ido. Incluso «Condi» Rice retorna a sus orígenes con un largo artículo en una revista de prestigio. La actitud de la declinante Administración Bush en la crisis de Georgia está más cerca del minimalismo que del activismo de la primera etapa en Irak. De ahí esa primera acción indirecta a través del «amigo» en la región, esta vez la Unión Europea bajo el mandato del hiperactivo Sarkozy. Visto el resultado, ha tenido que movilizar a la OTAN y acelerar el acuerdo con Varsovia y Praga. Cumplido su objetivo, el Kremlin sale fortalecido. También en las relaciones internacionales juega el factor psicológico. Mucho más, por supuesto, en una época determinada por la construcción mediática de la realidad. Acaso el problema le llegue por esta vía indirecta, si se confirman ciertos indicios de barbarie genocida. Ni siquiera una dictadura fría y distante puede ser indiferente ante el Espíritu de la Época. ¿Influencia en las elecciones americanas? Georgia trae al primer plano la política internacional en su aspecto más ingrato para la retórica universalista. Está claro a quién benefician los aires de Guerra Fría. Acaso los rusos tienen algo que decir sobre la opción entre demócratas y republicanos…
Ya saben: será el primer martes después del primer lunes de noviembre. Extraña fórmula, pero no arbitraria, al servicio de una vieja sociedad de granjeros con tiempo limitado para cumplir sus compromisos políticos. Las librerías están repletas de obras efímeras sobre Barack Obama y John McCain. Se habla de sus «confesiones» públicas. Egoísta, uno; infiel sin excesos, el otro. ¿Quién ganará? Obama, cómo no, es el favorito de los medios, de los progresistas convencionales y de los americanos que hablan con europeos. Por tanto, cuidado con la impresión que recibe el viajero en sus contactos con ambientes urbanos, universitarios, incluso empresariales. Hay también una América profunda, fiel al espíritu de los pioneros, una tierra de frontera vertebrada en torno al motel y la estación de gasolina. Un buen consejo. No hagan ustedes pronósticos fáciles ni se dejen llevar por impresiones superficiales. En ABC escriben buenos conocedores de la realidad social y política en los Estados Unidos: todos están de acuerdo en reclamar prudencia… Lo cierto es que falta mucho partido por jugar. Ahora llegan las convenciones de unos y de otros, el impacto de los candidatos a vicepresidente, una campaña larga y terriblemente difícil. Cualquier cosa es posible. En todo caso, las imágenes de tanques rusos tienen una influencia en el imaginario colectivo que no favorece precisamente una visión multilateral y cosmopolita de las relaciones internacionales.
¿Qué pretende Rusia? El sistema autoritario plantea un doble objetivo. Hacia el exterior, es un desafío fácil contra la democracia americana, distraída en la campaña electoral, y contra la Unión Europea, atrapada en sus propias incoherencias. Kosovo, como es notorio, empieza a pasar factura. Hacia el interior, es un gesto populista para compensar el fracaso evidente de un régimen opresivo. Una sociedad acostumbrada desde hace siglos al despotismo se conforma con muy poca cosa. Si prosperan las nuevas entidades, serán el modelo típico de Estado fallido, cuyo único objetivo ha descrito gráficamente algún autor: deterring América, es decir, crear un estorbo artificial ante el despliegue del hegemón contemporáneo. Casualidad o no, debe ser una forma de recordar los treinta años bien cumplidos desde la invasión de Praga por las tropas soviéticas disfrazadas bajo el ropaje poco creíble del Pacto de Varsovia. ¿Guardan en la memoria, al menos los veteranos, aquella letra de John Lennon y Paul McCartney, nada menos? Cuando recuerdo a las chicas de Moscú, de Ucrania o de Georgia… I´m back in the USSR. Pues eso debe ser… Lección a efectos domésticos. Extraña época en que las provincias quieren ser Estados, se diluye el genuino poder soberano y sólo ganan los pescadores en río revuelto. Georgia como síntoma, por si hace falta alguno para alentar aventuras soberanistas. Un obstáculo más para la política del sentido común. A pesar de todo, la verdad es más fuerte que la mentira. Volverá el tiempo en que sólo existirán Estados auténticos y Naciones acreditadas. Es cuestión de paciencia y realismo.
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