Por Guillem López-Casasnovas, catedrático de Economía de la UPF (EL PERIÓDICO, 20/09/08):
No conozco a nadie que anticipara, con conocimiento suficiente, el alcance real de la crisis que vivimos. La innovación financiera ha sido tan espectacular, que no ha habido regulación pública que le siguiera la estela. Los mercados han mostrado una gran hiperactividad, y donde algunos veían una señal de inteligencia y creatividad, otros detectaban síntomas de una enfermedad, que no se ha podido o sabido evitar, y a la que ahora se pone remedio con tratamientos bastante caros. Que sea esta patología genética en el capitalismo y que tenga o no cura, es una cuestión abierta a todas las opiniones.
Ante la situación resultante, hay ahora tantos aprendices de brujos como apóstoles de catástrofes. De modo que, en este contexto de incertidumbre y aguas procelosas (¿quién se atreve a pronosticar lo que va a pasar mañana?), creo que lo más honrado es tirar el ancla de la reflexión y sacar la brújula de la teoría. Una buena base para este ejercicio nos la da un libro reciente de Jordi Galí, colega y director del Centre de Recerca en Economia Internacional (UPF), titulado Monetari policy, inflation and the business cicle (Princeton University Press). Un texto obligado para la nueva generación de macroeconomistas, excelente introducción al análisis de la política monetaria, de lectura recomendada tanto para graduados como para analistas y directivos de bancos centrales, son algunos de sus alicientes.
EN EFECTO, su lectura es un excelente pretexto para revisar lo que nos dice la teoría macroeconómica de cara a explicar la crisis financiera que con tanto desconcierto vivimos. Veamos. El estado de conocimiento en la materia se construye a partir de modelos que interrelacionan la actividad productiva, la inflación y la política monetaria. Son representaciones estereotipadas de la realidad, no pensadas de entrada para incorporar shocks financieros de la dimensión del actual. Lo máximo que analizan son situaciones en las que el output eficiente –el que eligiríamos si pudié- semos planificar la economía– se des- vía mucho del output natural (lo que resulta consistente con la estabilidad de precios), cuando los mercados de capitales no son perfectos (¿Quién duda hoy de que no lo son?).
Quizá esta prescripción a más de un lector le puede haber recordado ya la cara, dedo levantado, del señor Trichet, gobernador del Banco Central Europeo, hoy héroe o villano de nuestros sufrimientos. En efecto, más allá del imaginario, para cualquier autoridad monetaria el reto se encuentra en identificar cuál es el equilibrio natural de la economía, ya que no es observable.
ESTA LABOR no parece muy alejada del compromiso antiinflacionista del BCE respecto al tipo de interés. Pero la Reserva Federal (Fed) parece que antepone la actividad por delante del peligro de inflación. ¿Responden así estas preocupaciones a fundamentos teóricos diferentes? No exactamente. Los estudios demuestran que no existen tantas diferencias, al menos en el medio plazo, entre la Fed y el BCE, ya que la preocupación de este por la inflación es de medio/largo plazo, resultando aceptables otros tipos de intervenciones. Este es el caso de la inyección de liquidez que observamos estos días, o si viene al caso, una reducción posible, a corto, del tipo de interés. Ambas cosas, estabilizar la economía y mantener el compromiso a medio/largo plazo de control de la inflación, son compatibles sin que se revisen al alza las expectativas inflacionistas de los agentes.
Una vez se tienen en cuenta estas actuaciones a corto, el registro histórico muestra que no es del todo cierto que el BCE solo se haya preocupado por la inflación y no por el output, a diferencia de la Fed. De modo que, en la presente situación económica de la zona euro, ni la teoría económica ni los datos empíricos permiten excluir una bajada de tipos de interés.
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