Por Arianne Arpa, directora general de Intermón Oxfam (EL PERIÓDICO, 16/09/08):
La actual crisis económica hace que todos nos replanteemos nuestro presupuesto y busquemos sacarle el mejor partido a nuestros recursos económicos. Familias, empresas y organizaciones reducimos nuestros gastos para afrontar los próximos meses, esperando que esta situación temporal cambie lo antes posible. En momentos así es cuando más valor tiene la solidaridad. Ahora se evidencia realmente nuestra generosidad con los más necesitados, los más vulnerables. Ahora más que nunca debemos dedicar el dinero a lo que de verdad vale la pena. En época de bonanza económica, cuando el donativo no supone ninguna renuncia, cualquiera puede ser solidario, pero el compromiso auténtico, la verdadera solidaridad, se demuestra cuando las cosas no van tan bien y, a pesar de ello, seguimos esforzándonos por ayudar a quien lo necesita.
Por ello es tan importante en estos tiempos de preocupación por el futuro seguir informando y concienciando de la pobreza y la precariedad en que viven millones de personas (en el tercer mundo, pero también en el primero). La crisis económica no solo es una realidad para nosotros: lo es para todas las personas en los países del sur, que por la subida de precios de los alimentos han pasado de dos comidas al día a una, han retirado a sus hijos de la escuela o han renunciado a unas medicinas que ya no pueden pagar.
LA TELEVISIÓN ha mostrado estas últimas semanas las tormentas y huracanes que han azotado sin piedad el Caribe, causando cientos de muertos y miles de desplazados solo en Haití. Como cada año, llueve sobre mojado en el país más pobre de América. La diferencia esta vez es que Haití estaba ya al borde del colapso mucho antes de que llegaran las inundaciones. En abril, la crisis alimentaria provocó disturbios en la capital, Puerto Príncipe, que se saldaron con cinco muertos y la dimisión del primer ministro. La lluvia que ha caído sin pausa estas semanas no solo ha destrozado las infraestructuras de por sí endebles del país, sino que ha inundado el valle Artibonite, en el que se cultiva el 80% del arroz haitiano, justo cuando llegaba la hora de la cosecha. Así que los precios, ya de por sí muy altos, seguirán subiendo sin respiro.
Quizá la población consuma ahora pasteles de barro, que desde hace un cierto tiempo forman parte de la dieta habitual en uno de los barrios de chabolas de la capital, el mal llamado Cité du Soleil. Es el único alimento que escapa a la tendencia inflacionista. En situaciones como esta, la comunidad internacional debe actuar a tiempo y proporcionar la ayuda necesaria para reconstruir el país y, ante todo, para alimentar a la población. ¿O es posible escudarse en la crisis económica global para no actuar ante una catástrofe humanitaria local de esta envergadura?
En los últimos meses también nos ha llegado a través de los medios la peor cara de Etiopía: la de la desnutrición. En las áreas afectadas por la sequía, las familias etíopes ignoran la crisis mundial y sus causas. Lo que conocen bien son sus efectos. En el último año, las lluvias escasearon en muchas zonas de las regiones de Afar, Somalí, Oromya y Sur. Encima, el precio de los cereales se disparó, lo que privó a muchos de su alimento principal. En los mercados el precio del teff, el cereal con que se prepara el pan básico del país, ha aumentado casi un 40%.
Así que la principal preocupación de las familias, sobre todo en las zonas rurales, es conseguir comida para el día siguiente. Han perdido cosecha tras cosecha y tampoco se han salvado los animales, el principal medio de vida de estas comunidades dedicadas mayoritariamente al pastoreo. Según el Programa Mundial de Alimentos, hay 10 millones de afectados por la crisis. Dentro de un mes empieza la cosecha, pero por casi todo el país los campos siguen secos. La poca lluvia de los últimos meses apenas ayudará a una minoría. La gran mayoría de etíopes seguirán obligados a esperar la ayuda internacional, que tarda en llegar y que también se ve afectada por los precios del mercado: si los presupuestos destinados a ayuda humanitaria y cooperación no aumentan, pero los precios de los alimentos se triplican, una organización que antes repartía tres sacos de trigo hoy estará dando tan solo uno.
SON SOLO dos claros ejemplos que ilustran una situación muy grave que no podemos ignorar. Girar la vista y centrarnos en nuestros problemas domésticos no es admisible. La solidaridad es un valor humano que todos debemos mantener en momentos así, cuando es más necesaria que nunca. Si, después de revisar su presupuesto familiar, algún donante se ve obligado a reducir parcialmente sus donativos o su tiempo, que no su compromiso, las organizaciones nos habremos de adaptar al nuevo escenario. Pero me preocupan especialmente en esta situación los avisos de diversos estamentos gubernamentales y autonómicos que apuntan a retrasos en los compromisos de alcanzar a medio plazo porcentajes de ayuda del 0,7%. En Intermón Oxfam y en muchas otras organizaciones trabajamos cada día para que la situación de muchas personas pueda mejorar. Personas que luchan por su supervivencia y por acceder a una vida digna, para sí y para sus hijos. La dignidad humana es una constante, no depende de la coyuntura. La auténtica solidaridad, tampoco.
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