Por Pilar Rahola (LA VANGUARDIA, 10/09/08):
Analizado en superficie, parece simple. La izquierda, que es muy buena, quiere legislar derechos civiles pendientes, y la derecha, que es muy mala, se opone, como es costumbre, amparada en la cruz y el tradicionalismo. Unos aseguran que lo suyo es la ética, y los otros se protegen bajo el paraguas de la moral. Y así, como si fuera una improvisada tómbola de ideas, aparecen en el panorama temas de enorme calado, cuyo debate merecería más profundidad, menos retórica y mucha menos demagogia. Personalmente estoy a favor de mejorar la ley sobre el aborto, que me parece, actualmente, un auténtico desaguisado, cuyos agujeros negros permiten muchas tropelías. Y también estoy convencida de que el derecho a una muerte digna necesita una buena ley que lo ampare. No estoy tan de acuerdo en el momento elegido, ya que me parece más una decisión táctica, para marear la dañada perdiz de la economía, que la asunción de un compromiso político. Abrir la manzana de la eutanasia y del aborto justo cuando la gente acaba de volver del verano y se encuentra con la dura realidad de sus bolsillos no me parece muy decente. Puede que sea una estricta cuestión de prioridades por mi parte, pero lo es: no hay mayor prioridad que atajar la crisis que sufren los ciudadanos. Sin embargo, con lo que estoy radicalmente en contra es con el planteamiento del debate, como si fuera una simple y descarnada elección, fácilmente resoluble en términos de maniqueísmo ideológico. Es decir, los de izquierdas a un lado, los de derechas al otro, y la legión de despistados, como Dios, en todas partes y en ninguna. Y así, mordaza en ristre, todos a tener posición simple en la enorme complejidad de estos debates delicados. Como si fueran departamentos estancos, como si los valores de una sociedad fueran propiedad de uno u otro partido, como si las consignas hubieran ganado, definitivamente, su batalla contra las ideas. Como si la ideología al uso resolviera, cual receta milagrosa, todos los enigmas. ¿Dónde está el catecismo, me pregunto, de la buena Mafalda?Lo siento, pero disiento. Primero, porque ni la izquierda es tan buena, ni la derecha tan mala, ni viceversa, ni los límites ideológicos pueden definir estos temas transversales que calan hondo en los principios de cada cual. Hay votantes del PSOE que no están de acuerdo con el aborto o la eutanasia, y hay votantes fieles del PP que consideran necesaria su legalidad. Tampoco se trata de una cuestión religiosa, sino aún más profunda, vinculada al sistema de valores que cada cual edifica para ir por el mundo. Además, siendo temas complejos, no se pueden merendar con un simple “esto es de izquierdas”. O peor aún, los otros están en contra “porque son de derechas”. Esta actitud, que niega el debate, frivoliza de tal forma la resolución de los problemas, que anula toda su complejidad. El derecho a debatir la complejidad de los problemas más hondos está en la esencia misma de la libertad, hasta el punto de que una no existe sin la otra. Por ello, cuando veo a Zapatero subido a la poltrona del mitin, zarandeando a los que están en contra del aborto o la eutanasia, como si fueran trogloditas habitaran en el inhóspito territorio del oscurantismo, me siento realmente incómoda. Porque no abre ningún debate sano. Al contrario, anula el derecho a debatir. Incluso, pues, participando de las propuestas que se plantean, no puedo participar de esta especie de aquelarre de aquellos que no están tan alegremente imbuidos de la verdad socialista. Y darle en el cogote a la Iglesia, eso ya es de manual. Cada vez que Zapatero tiene un serio problema de gestión - como es el caso-, pone en la diana a la Iglesia, porque machacar a la Iglesia siempre distrae al personal. Y, además, sale gratis.
¿De quién son los valores que definen una sociedad?, me pregunto en el titular. De todos, y ahí está el quid de la cuestión, que ningún partido puede patrimonializar dichos valores, como si suya fuera la verdad sobre la vida y la muerte. Como si, en realidad, se tratara de verdades absolutas. Realmente, ¿son debates tan ideológicos, tan simples? ¿Entonces, por qué habitan en la transversalidad? Si queremos hacer un serio favor a la salud democrática de nuestras sociedades, y tenemos el sano objetivo de construir una sociedad más justa, no podemos reducir a la miseria de una consigna programática lo que es un profundo debate sobre nuestra identidad social. La eutanasia es un claro ejemplo que no puede resumirse con el banal y maniqueo “progres a favor” y “fachas en contra”, propio de un estúpido pingpong dialéctico. Primero, porque el tema es muy complejo, segundo, porque hay motivos en contra que son sensatos, tercero, porque hay motivos a favor que son frívolos, y cuarto, porque las sociedades maduras debaten con madurez sus complejidades, sus retos y sus miedos. De ahí que aún más importante que el aborto o la eutanasia, es la capacidad de debatir profundamente sobre ello. Negar el debate, repartir cartas de naturaleza progresista y enviar a galeras a todos los que no tienen el tema claro es una perversión de la democracia. Porque niega el mayor de sus tesoros: el derecho a la duda.
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