Por Umberto Eco, escritor. © 2008 Umberto Eco/L’Espresso. Distribuido por The New York Times Syndicate. Traducción del inglés de Toni Tobella (EL PERIÓDICO, 23/09/08):
En una página web que lleva el nombre de La storia nascosta (La historia escondida), me tropecé con un breve debate acerca de una afirmación supuestamente mía hecha al periódico español El País. Ahí se afirma que yo sostuve que las Brigadas Rojas acertaron al pensar que deberían combatir contra las multinacionales, pero que se equivocaron al creer en el terrorismo. Y el articulista sigue escribiendo y deduce, por tanto, que yo estoy de acuerdo en que fueron “camaradas que se equivocaron”, y que yo apoyo la noción de que “las ideas eran aceptables, pero no los métodos”. El artículo concluye: “Si esta es la contribución del pensamiento cultural italiano 30 años después del asesinato del que fuera primer ministro, Aldo Moro, entonces esta es una película que ya hemos visto antes. Hete aquí”.
Un visitante anónimo a esa web dejó escrito el siguiente comentario sensato: “Albergo alguna duda sobre si el profesor Eco podría haber afirmado tamaño lugar común. En su El péndulo de Foucault encontramos –entre millares de otras cosas– su valoración personal del periodo en que las Brigadas Rojas estuvieron en activo, y él ciertamente no afirma nada que enaltezca el terrorismo. Sería bueno conocer cuáles fueron sus palabras exactas, y no la versión sacada del periódico”.
ES EVIDENTE que el propietario de la página web no se ha leído El péndulo de Foucault ni los artículos que escribí para la prensa italiana en la época del asunto Moro. Está en su derecho –derecho que defenderé hasta la muerte–. Pero me temo que ni se leyó mi entrevista en El País, y prefirió basar su opinión en unos breves artículos en italiano que informaron de algunas de mis afirmaciones. Al hacer una deducción a partir de premisas incompletas y falaces, cometió un error de lógica.
Sin embargo, replico a La storia nascosta por respeto hacia ese lector anónimo que sí lee, y en el interés de otros que, tras una visita a este sitio web malicioso, pudieran ser llevados (de buena fe) a perderse por la senda del error.
Dije lo mismo en la entrevista que lo que escribí hace 30 años. Afirmé que la prensa italiana utilizó el término delirio para describir ciertos comunicados difundidos por las Brigadas Rojas acerca del llamado Estado Imperialista de las Multinacionales, cuando esta era precisamente –aunque expresada de una manera un tanto fantasiosa– la única idea no delirante que surgía de aquel entramado. Ni siquiera era una idea de ellos, sino que la tomaron prestada de muchas publicaciones europeas y norteamericanas, y concretamente de la Monthly Review.
En aquel tiempo, hablar de un Estado dirigido por multinacionales equivalía a afirmar que la mayoría de las políticas mundiales ya no venían determinados por gobiernos individuales, sino por una red de potencias económicas transnacionales capaces de dirimir asuntos importantes como la guerra y la paz. En aquel tiempo, el ejemplo principal lo constituía las empresas petroleras conocidas como las siete hermanas, pero en los días actuales, la globalización puede significar que tomamos una lechuga cultivada en Burkina Faso, lavada y empaquetada en Hong Kong y expedida a Rumanía para su distribución en Francia o Italia. Tal es el gobierno de las multinacionales. Si el ejemplo les parece banal, aquí en Italia compañías aéreas transnacionales están influenciando las decisiones del Gobierno italiano en sus esfuerzos por decidir qué hacer con Alitalia, su malograda aerolínea nacional.
Lo que sí era delirante acerca del pensamiento de las Brigadas Rojas y grupos terroristas parejos eran las conclusiones que sacaban. Primero, pensaban que para ganar a las multinacionales debían fomentar una revolución en Italia. Segundo, que para ejercer presión sobre las multinacionales, hacía falta matar a Moro y a mucha otra gente buena. Tercero, que sus hechos empujarían a las masas proletarias a levantarse en una revolución.
Ideas totalmente disparatadas. Primero, una revolución en un país no habría preocupado a las multinacionales ni un segundo, y en cualquier caso la presión internacional hubiera restablecido el orden diligentemente. Segundo, un único político italiano era irrelevante para el juego de intereses global. Tercero, los brigatisti deberían haber sabido que, por mucha gente que asesinaran, las clases trabajadoras nunca habrían reaccionado dando inicio a una revolución.
EL QUE LLEGA a conclusiones erróneas a partir de premisas relativamente aceptables no es un camarada que se equivoca. Si uno de mis compañeros de escuela hubiera afirmado que el sol gira alrededor de la tierra, o que dos más dos suman cinco, yo a él no le recordaría como un camarada que se equivocaba. Le habría considerado un idiota. Hace poco, en Italia se dio el caso de un terrorista antiinmigración –un antiguo terrorista de izquierdas– que se dedicaba a plantar bombas en mezquitas. Lo que prueba que él, como sus predecesores terroristas, no era exactamente el cuchillo más afilado del cajón de cubiertos.
Por lo tanto, el único camarada (pero ¿camarada de quién?) que se ha equivocado es precisamente el caballero que dirige esa web.
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