Por Andrei Piontkovsky, experto político independiente e investigador de la Academia Rusa de Ciencias (LA VANGUARDIA, 11/09/08):
Dimitri Medvedev heredó el cargo de presidente de la Federación Rusa de Vladimir Putin, y mientras Putin descendió un peldaño para convertirse en primer ministro, desde el principio de la presidencia de Medvedev abundaron las especulaciones sobre una eventual división entre los dos líderes más encumbrados de Rusia. Los primeros días del conflicto en Georgia derribaron esta hipótesis.
De hecho, Putin y Medvedev trabajaron en un perfecto tándem con respecto a Georgia, cooperando y ejerciendo hábilmente sus papeles diferentes, con Putin en el papel principal del dios que amenaza con un ajuste de cuentas ruso y Medvedev en el papel secundario de un posible defensor humanitario de la paz.
Pero la crisis de Georgia reveló una nueva fuerza estratégica en el Kremlin que se opone tanto a Putin como a Medvedev. Todavía no podemos nombrar a sus actores, pero somos conscientes de sus intereses y el impacto en los acontecimientos de la misma manera que los astrónomos disciernen un planeta nuevo pero invisible registrando su impacto en objetos visibles en el espacio.
Un indicio de que algo nuevo está afectando la política rusa lo ofrecen aquellos expertos leales del Kremlin conocidos por su don para adivinar los ánimos cambiantes de sus amos. Uno tras otro, aparecieron por televisión y por radio para denunciar a los “provocadores”, a quienes no se atreven a nombrar, por “planear la incursión de las tropas rusas hasta Tiflis y el establecimiento allí de un gobierno prorruso”.
Otro indicio indirecto de una lucha en marcha es el comportamiento incierto del ejército ruso en Georgia, lo cual, aparentemente, es el resultado de órdenes contradictorias del Kremlin. Mientras que el ejército ruso parece no haberse comprometido en ninguna medida activa desde que alcanzó sus posiciones actuales, permanece a media hora de Tiflis.
La línea en la arena que trazó el presidente George W. Bush en la noche del 11 de agosto, al advertir contra los ataques aéreos rusos en el aeropuerto de Tiflis y al enviar inmediatamente después a la secretaria de Estado Condoleezza Rice a visitar Tiflis, provocó una división en el Kremlin. La división separa a los que tienen vastas posesiones personales de las elites rusas en Occidente y los que no.
Yo llamo a estos campos, respectivamente, los cleptócratas globales y nacionales de Rusia. Ambos lados coinciden firmemente en que no hay nada que el “debilitado y cobarde Occidente” pueda hacer para frenar a Rusia, una superpotencia nuclear y petrolera, más allá de la retribución financiera contra aquellos gobernantes rusos con activos en el exterior.
Pero los cleptócratas nacionales parecen creer que pueden vivir sin activos en el extranjero, o sin educar a sus hijos y mantener residencias en Occidente. En cambio, están contentos con tener propiedades en zonas residenciales de elite en los alrededores de Moscú y en Rusia, tales como Rublyovka o Krasnaya Polyana.
Tanto Putin como Medvedev (y sus propagandistas televisivos) actualmente reflejan las opiniones y objetivos de los cleptócratas globales. Ninguno de los dos líderes quiere capturar Tiflis. Putin, por supuesto, habría estado feliz de ver al presidente georgiano, Mijail Saakashvili, su enemigo declarado, encerrado en una celda. Pero para él hay otras consideraciones mundanas que resultan más importantes.
Dicho esto, Putin mantiene sus opciones abiertas para sumarse a los plutócratas nacionales, en caso de que su posición se fortalezca dramáticamente. Si se pasa al otro lado, hasta podría convertirse en su líder y regresar, triunfante, al trono que hace poco abandonó formalmente.
Si bien nadie conoce todavía los nombres de los plutócratas nacionales, creo que son actores nuevos e influyentes dentro del Kremlin o asociados con él, y que ahora se volvieron lo suficientemente intrépidos como para desafiar tanto a Putin como a Medvedev. Los jefes militares rusos, a quienes les resulta psicológicamente difícil recibir órdenes de políticos para poner fin a una operación militar de gran escala y exitosa, son sus aliados naturales.
No puedo predecir quién ganará esta creciente confrontación. Pero incluso si los cleptócratas globales sostienen su posición más “moderada” sobre Georgia, la suya podría ser una victoria pírrica. Cada día y cada hora, mediante su propia propaganda, estos cleptócratas de mentalidad global le están marcando el camino al poder a los nacionalistas. Para justificar su régimen autoritario y camuflar frente al público ruso su robo masivo de los recursos del país, los cleptócratas globales ya convencieron al ruso común y corriente de que está rodeado por enemigos despiadados que intentan desmembrar y destruir a Rusia. Ahora se les está tornando cada vez más difícil explicar por qué sus esposas e hijos están comprando palacios en las capitales de países que, supuestamente, son enemigos declarados de Rusia.
Por el contrario, la postura de los cleptócratas nacionales es más consistente. No están limitados por enormes activos en el odiado Occidente. No les resultaría difícil convencer al ruso común y corriente, que ya fue cebado por la propaganda xenófoba actual, de que Tiflis, Sebastopol, Astaná y Tallin le pertenecen a Rusia y deberían ser tomadas por la fuerza.
Putin una vez dijo que “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX fue la caída de la Unión Soviética”. Los cleptócratas nacionales tal vez pronto empiecen a pedir su restitución, y se encuentran en una posición cada vez más fuerte para hacerlo.
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