Por Miguel A. Moratinos, ministro de Exteriores (EL MUNDO, 10/09/08):
Los cambios de ciclo histórico suelen anunciarse, aunque sea como una suma de acontecimientos. Eso es lo que ha ocurrido con el Siglo XXI este 8-08-2008, marcado por la inauguración de unos Juegos Olímpicos en Pekín, que suponen la puesta en la escena internacional de la nueva China; la crisis en el Cáucaso y los enfrentamientos armados en Georgia, que sitúan a Rusia en una perspectiva distinta; las dificultades de Estados Unidos para ejercer de única potencia hegemónica mundial; y la necesidad imperiosa en este contexto de que la Unión Europea se sitúe y defina de manera autónoma sus intereses y su papel en este nuevo orden internacional.
Este nuevo marco internacional exige hoy más que nunca que la UE defina claramente un proyecto en el mundo, inspirado en los valores y principios que la sustentan. Ello exige una reflexión de carácter estratégico que permita ejercer un liderazgo autónomo sobre los aspectos cruciales que van a dar forma al nuevo orden internacional, comenzando por la reforma de las instituciones que configuran hoy la gobernanza mundial, muy especialmente Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad. Necesitamos instituciones capaces de abordar, desde el Derecho Internacional y el multilateralismo, la agenda de problemas globales que como el cambio climático, la lucha contra la pobreza, la igualdad de género, la regulación democrática de la globalización, la seguridad energética y alimentaria o el desafío del terrorismo internacional constituyen la nueva frontera del Siglo XXI.
Rusia no sólo es un actor internacional esencial en este contexto. Para la UE es un país vecino cuya propia dimensión define la nuestra y las exigencias que ello implica. Nuestras relaciones bilaterales necesariamente deben combinar de manera positiva ambos aspectos de vecindad y relación estratégica para construir un espacio común de cooperación y estabilidad. La experiencia desde 1989-91 es que el desarrollo progresivo de ese espacio ha permitido la ampliación de la UE, la seguridad y la gestión de los conflictos en nuestro continente tras la caída del Muro y el desmoronamiento de la URSS y un ciclo de desarrollo económico, el más importante desde la crisis de los años 70, que ha cambiado la realidad cotidiana de las gentes tanto en la UE como en Rusia.
La división de Europa, el amargo fruto de los totalitarismo del Siglo XX, ha supuesto un coste terrible para varias generaciones, que han tenido que pagar con su sufrimiento, sus vidas, carreras armamentísticas y la represión de su derechos democráticos. No podemos permitirnos una nueva división y una nueva Guerra Fría que nieguen el futuro en nombre del pasado. Rusia necesita a Europa y la UE necesita a Rusia para formar parte de un espacio común político y económico en el que podamos definir nuestra vecindad de manera positiva.
Los datos, por otra parte, son tozudos. No sólo en el terreno económico, en el que el 60% del comercio exterior ruso se dirige a la UE, de la que llegan el 70% de las inversiones extranjeras en Rusia. En el terreno institucional, tanto la UE como Rusia participan activamente en la OSCE, desarrollan un marco político de asociación estratégica y aceptan el ejercicio de gestionar su seguridad conjunta en el marco del CAN-Rusia de la OTAN. Ello justifica que el nuevo presidente de Rusia, Dimitri Medvedev, haya propuesto un debate conjunto para construir una nueva arquitectura de seguridad europea.
La realidad geo-estratégica es que la Rusia del 2008 no tiene nada que ver con la Rusia humillada y debilitada que intentaba sobrevivir de los escombros de la URSS. Los actuales gobernantes rusos creen y están convencidos de que es Occidente, dirigido por EEUU y sin oposición europea, el que está alentando una nueva política de contención de Rusia y división en nuestro continente, que puede desembocar en una nueva Guerra Fría. Las señales que interpretan en este sentido son la instalación del sistema antimisiles en la República Checa y Polonia y la pretensión de integración urgente en la OTAN de Ucrania y Georgia.
La reacción de la UE al reforzamiento político-militar de Rusia debe priorizar la definición conjunta de un espacio común de seguridad y estabilidad en el que puedan enraizar los valores y principios democráticos europeos, no una confrontación que lo destruya.
La posición que España ha defendido en la UE ante este dramático conflicto, que nos devuelve a un siglo de divisiones que queremos superar, se sustenta en la defensa firme del Derecho y la legalidad internacional. Para reafirmar en la defensa de los valores y principios democráticos nuestra voluntad de desarrollar nuestra vecindad con Rusia, en un partenariado estratégico a través de instituciones comunes como la OSCE, o de cooperación como el CAN-Rusia de la OTAN. Para ofrecer a Rusia una perspectiva de diálogo y no de confrontación en el nuevo Siglo XXI que queremos compartir juntos.
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