Por Ahmed Rashid, periodista y escritor paquistaní, autor del libro Los talibán, Editorial Península (EL MUNDO, 22/09/08):
El devastador camión bomba que estalló en el Hotel Marriott en el centro de Islamabad, acabando con la vida de más de 50 personas e hiriendo a 150, es una señal más de que Pakistán se ha convertido en el epicentro de una tormenta de fuego, que ha sumido Asia central y meridional en el enfrentamiento de consecuencias más imprevisibles con los extremistas talibán desde el 11-S. La ofensiva a gran escala de los talibán en Afganistán y Pakistán, los atentados en la India por parte de extremistas musulmanes y los disturbios en Asia central demuestran que la política de EEUU y la OTAN en la región está fracasando.
Un síntoma del momento de crisis y desesperación que se vive en Pakistán fue que en un solo día de la semana pasada (el 16), el presidente del comité de coordinación de los jefes de Estado Mayor de EEUU, el almirante Mike Mullen, se encontraba en Islamabad reunido con el jefe del ejército de Pakistán, el general Ashfaq Kayani; su superior, el secretario de Defensa Bob Gates, estaba en Kabul; y el recién electo presidente de Pakistán Asif Ali Zardari, se fue a Londres a rogar al primer ministro Gordon Brown que le quitara de encima a los norteamericanos y ofreciera ayudas a su atribulado país en lugar de respuestas airadas.
Durante los últimos siete años, el Gobierno de Bush y la OTAN han ignorado deliberadamente la reagrupación de los talibán afganos y los líderes de Al Qaeda en las zonas tribales de Pakistán. Destacados oficiales de EEUU que sirven en Afganistán dicen que ya en 2006 suplicaron a la Casa Blanca y el Departamento de Estado que hicieran algo al respecto, pero Bush se llevaba demasiado bien con el ex presidente paquistaní Pervez Musharraf e Irak ocupaba toda su atención. La OTAN carece de una política oficial dirigida a combatir el extremismo en Pakistán.
Bush no tenía ni ganas ni necesidad de portarse bien con Afganistán, a pesar de las peticiones desesperadas del presidente Hamid Karzai para que ayudara a contener los ataques terroristas procedentes del otro lado de la frontera paquistaní o a reconstruir el país de forma efectiva. Ahora, con las elecciones estadounidenses a ojos vista, Bush se enfrenta a la humillante perspectiva de que Osama bin Laden sobreviva a sus dos legislaturas en la presidencia. La Historia no será benévola con Bush, y ésa es la razón por la que ha embarcado al Pentágono en una operación a vida o muerte para capturar a Bin Laden. Por el momento, John McCain no puede jugar con eficacia la carta de la seguridad nacional que trata de vender frente a Barack Obama, cuando su predecesor republicano ha fracasado en su intento de proteger a la nación contra futuros atentados de Al Qaeda.
El ejército de Pakistán y la Inteligencia Interservicios vieron la falta de atención de Bush a los talibán como una carta blanca para volver a implicarse como fuerza delegada, mientras el ejército se protegía contra una posible retirada de Afganistán de EEUU y la OTAN y el peligro de que la India se volviera demasiado influyente en Kabul atrayendo a esta capital a líderes afganos propaquistaníes y haciéndose capaz de dominar la política afgana, tal y como he puesto de manifiesto en mi nuevo libro Descenso hacia el caos. Estados Unidos y el fracaso de la construcción de naciones en Pakistán, Afganistán y Asia central.
Hasta este año Pakistán estaba ganando la partida, con los talibán afganos desencadenando una ofensiva sin precedentes contra EEUU, la OTAN y las fuerzas de seguridad de Afganistán. Ahora, los talibán afganos intentan paralizar el país cortando todas las carreteras importantes hacia los centros urbanos, privando así al pueblo del suministro y a las fuerzas occidentales de combustible y municiones -el 80% de los cuales se transportan a través de Pakistán-, y asesinando a los trabajadores de las obras de reconstrucción, que están sufriendo un frenazo.
Lo que pilló desprevenido al ejército de Pakistán fue el tremendo crecimiento de los talibán paquistaníes. Los miembros de las tribus pashtún, que, con la complicidad de la Inteligencia Interservicios, proporcionaron un santuario, provisiones y apoyo a los refugiados de Al Qaeda y los talibán afganos, fueron a su vez rápidamente radicalizados por sus invitados. El año pasado, las milicias talibán paquistaníes pasaron de ser solamente un grupo de apoyo a desarrollar su propia agenda política: talibanizar el norte de Pakistán y crear un nuevo «Estado de la sharia», que conduciría a la balcanización del país.
Hoy, los talibán paquistaníes controlan las siete organizaciones tribales que componen la región autónoma que hace frontera con Afganistán, llamada Zonas Tribales Administradas por el Gobierno Federal. Se han extendido por la Provincia Fronteriza del Noroeste por medio de brutales tácticas terroristas y ahora amenazan las grandes ciudades y se preparan en los límites del Punjab, la mayor provincia del país, en la que se les han unido los grupos extremistas punjabíes y cachemiros.
Han demostrado también su capacidad para perpetrar atentados suicidas en las ciudades importantes, sirviéndose de grupos terroristas urbanos aliados. Es casi seguro que el camión bomba fue lanzado contra el Marriott por alguien que vive y trabaja en Islamabad. La bomba destruyó un edificio que se encuentra a sólo 750 metros de la residencia, la casa del primer ministro, el Parlamento y el Tribunal Supremo. Las ventanas de viviendas situadas a cuatro kilómetros y medio estallaron con la fuerza de los mil kilogramos de explosivos que se cree que se emplearon. El atentado se produjo apenas unas horas después de que el recién elegido presidente Asif Zardari pronunciara su discurso de investidura en el Parlamento y asegurara que su Gobierno haría frente al terrorismo.
Mientras tanto, las fuerzas estadounidenses en Afganistán lanzan ahora ataques casi diarios contra lo que se sospecha que son escondrijos de Al Qaeda en las Zonas Tribales Administradas por el Gobierno Federal, y por primera vez se dirigen también contra líderes talibán afganos como Yalaluddin Jaqqani. El ejército paquistaní primero negó los ataques y luego protestó con virulencia por ellos. Sin embargo, el 3 de septiembre, los Grupos de Operaciones Especiales de la Marina de EEUU pisaron el territorio de las Zonas Tribales, para demostrar que van en serio y quizás también chantajear a Pakistán para que admita los ataques norteamericanos con misiles y ofrezca una mayor cooperación del ejército, o bien se muestre dispuesto a ser objeto de más operaciones terrestres. Como consecuencia, el Ejército dice ahora que consiente todos los ataques estadounidenses con misiles pese al malestar de la sociedad por el hecho de que Pakistán está descuidando su soberanía.
No obstante, las políticas militares desarrolladas durante los fatídicos siete últimos años ya han llevado a Pakistán a relajar en buena medida su soberanía territorial. Grupos de activistas fuertemente armados campan a sus anchas, los crímenes no tienen freno, y la moral de la policía y los paramilitares se ha desplomado tras una sucesión de deserciones. La economía del país se deshace. Las reservas de moneda extranjera se han reducido a la mitad en los últimos meses, hasta atesorar menos de 8.000 millones de dólares, la inflación corre al 25%, el desabastecimiento eléctrico ha paralizado la industria y la agricultura y el desempleo masivo alimenta la cólera y el resentimiento del pueblo.
Musharraf ha sido reemplazado en la presidencia por el controvertido Asif Ali Zardari, viudo de Benazir Bhutto y líder del único partido nacional que hay en el país, el Partido del Pueblo de Pakistán. Ganó las elecciones limpiamente, con un apoyo abrumador de las tres pequeñas demarcaciones de la Provincia Fronteriza del Noroeste, Baluchistán y Sind, pero el Punjab, donde vive el 65% de los 160 millones de personas que habitan el país, permanece fuera de su control, pues lo gobierna su antiguo aliado y actual rival Nawaz Sharif. Sharif y el Punjab se niegan a tomarse en serio el terrorismo porque han trabado amistad con partidos islámicos de derechas. La brecha entre las provincias menores y el Punjab es muy profunda.
Las primeras tareas que tiene Zardari son ocuparse de la economía y tomar el control de la guerra contra el terrorismo, a la vez que satisface las preocupaciones internacionales. Hasta el momento no tiene mucho que ofrecer. Desde que la nueva coalición de gobierno tomó posesión, se ha visto atrapada en batallas interminables con Sharif y se ha mostrado incapaz de dar a la economía y el terrorismo el tiempo y la atención que merecen. Si Zardari continúa en esa línea, Pakistán está perdido. El Gobierno de Bush ha venido al rescate de Zardari demasiado tarde para que sus promesas de ayuda económica y su exigencia de mayores reformas en la Inteligencia tengan algún significado.
Zardari necesita una alianza con el Ejército para luchar contra los terroristas, pero de momento éste ha carecido de cualquier estrategia o coherencia -un día se bombardean pueblos en las Zonas Tribales Administradas por el Gobierno Federal, el siguiente se anuncia un alto el fuego y se ofrecen compensaciones a los activistas-. No ha sabido proteger a la población de las Zonas Tribales -800.000 residentes de un total de sólo 3,5 millones han huido de la región desde 2006-.
Por otra parte, el Ejército todavía no ha realizado el muy necesario giro estratégico de olvidarse de los líderes talibán afganos que continúan viviendo en Baluchistán. La Inteligencia sigue confiando en que podrá mantener separados a los talibán afganos, a quienes favorece, de los talibán paquistaníes y Al Qaeda, a quienes combate, pero la verdad es que todos operan bajo una estrategia común. El objetivo de Al Qaeda es utilizar los meses próximos para hacerse con un territorio importante en la Provincia Fronteriza del Noroeste, donde pueda volver a establecer el tipo de bases seguras y campos de entrenamiento que llegó a tener en Afganistán.
La respuesta estadounidense a todo esto es enviar más tropas a Afganistán -está previsto que 4.500 soldados lleguen en poco tiempo y otros 10.000 el año que viene- y presionar a Pakistán. Pero la solución ya no consiste en un solo país. Ahora los talibán son un problema regional, y lo que el nuevo Gobierno tiene que hacer es alumbrar una estrategia regional que abarque Irán, Pakistán, la India, Afganistán y las cinco repúblicas de Asia central.
Las fuerzas occidentales no pueden ganar en Afganistán sin entenderse con Pakistán, pero el Ejército sólo modificará su actitud cuando se sienta más seguro respecto a la India. Del mismo modo, los estadounidenses necesitan dirigirse directamente a Irán, que ahora está armando a ciertos grupos de Afganistán. Volver al Consejo de Seguridad de la ONU y obtener un nuevo mandato para una iniciativa diplomática importante de carácter regional, todo ello acompañado de un programa masivo de ayudas a la zona y una amplia campaña de información que presente a Occidente como un solucionador de problemas en lugar de cómo un sembrador de violencia, son las necesidades del momento. Sin embargo, el asunto es si el nuevo presidente de EEUU y Europa y la OTAN tendrán el coraje y la voluntad de intentar algo nuevo, en vez de seguir adelante con políticas separadas para Afganistán y Pakistán que han fracasado claramente.
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