Por Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington (LA VANGUARDIA, 21/09/08):
En política, una semana es mucho tiempo; un año, una eternidad. Hace un año, casi todo el mundo en EE. UU. creía que Iraq sería una cuestión decisiva en las elecciones. Hace una semana, la mayoría de los observadores creía que el carácter y la experiencia (o la falta de experiencia) de Sarah Palin sería de capital importancia: ¿atraería a las estadounidenses o la alejaría de muchas su supuesta incompetencia? Hoy son pocos los que siguen hablando de Iraq o siquiera de Palin. Sólo hay un tema, la economía. Como solía decirse en la época del presidente Clinton, “Es la economía, tonto”. En otras palabras, lo que motiva en última instancia las preferencias ciudadanas por un presidente o por un partido político es el estado de la economía. El modo en que la perciben en su vida cotidiana. ¿Están mejor o peor que antes? ¿Cuáles son las perspectivas para el futuro?
La crisis de Wall Street, el derrumbe de algunas de las principales instituciones financieras, debería ser de gran ayuda para los demócratas - y quizá lo sea-, pero no se trata en absoluto de un hecho seguro. Debería ayudarlos porque los republicanos son el partido que está en el poder y a ellos se los considera responsables. En medio de la Gran Depresión, en 1932, los republicanos sufrieron una tremenda derrota, y les costó veinte años volver a la Casa Blanca. Sin embargo, el 2008 no es 1932, no es un desastre lo que afecta a la economía estadounidense, al ciudadano medio, sino una crisis financiera. Aunque miles de empleados de Wall Street perdieron su trabajo el año pasado, el porcentaje de desempleo es del 6%, inferior al de cualquier gran país europeo. En 1933, el desempleo en EE. UU. ascendía al 25% y el producto nacional bruto había caído en un 30%; en el 2008 no ha caído, sino que ha crecido en un 1,6%, casi tanto como en Alemania y un poco más que en Francia, España, Italia y Gran Bretaña.
Es cierto que existe una sensación de crisis y que se culpa con razón a los republicanos por no haberse mostrado vigilantes en las especulaciones de Wall Street. Pero los demócratas tenían mayoría en el Senado y tampoco ejercieron presión alguna en favor de unas normas más estrictas.
Barack Obama ha atacado la codicia y la estupidez de los banqueros que han carecido muchas veces de la elemental cautela en lo referente a sus inversiones. Mc-Cain lleva haciendo lo mismo desde hace mucho tiempo. Es cierto que, hace unos meses, McCain admitió que no sabía de economía tanto como debía, y sus críticos se lo han recordado en numerosas ocasiones. Pero no es seguro que Obama sepa mucho más, y muchos grandes expertos también se han equivocado en años recientes; no por nada la economía recibe desde hace mucho el sobrenombre de triste ciencia.Los programas económicos de los dos partidos no presentan tantas diferencias, y los asesores de Obama y Mc-Cain no son mundos diferenciados.
¿Es realmente cierto que las consideraciones económicas son siempre decisivas en lo que se refiere a la decisión de los votantes? Más correcto sería decir que suponen un factor importante, pero en absoluto el más importante, a menos que la situación sea verdaderamente catastrófica. En EE. UU., los sentimientos culturales (en el sentido más amplio) son a menudo de igual importancia, y bajo Obama los demócratas no han tenido demasiado éxito a la hora de alejar la imagen de formar un partido elitista. Quizá estemos ante una injusticia, pero es cierto que no forman en absoluto el partido de los muy pobres: desde el principio de la campaña, han recaudado más dinero en donaciones que los republicanos (46 millones de euros en agosto, más que nunca).
Para sorpresa de muchos observadores, los demócratas no han llevado demasiado bien la campaña, a pesar de su gran entusiasmo. Los republicanos en el poder han fracasado en muchos aspectos; el índice de aceptación del presidente Bush es el más bajo en mucho tiempo. A principios de año, nadie habría apostado por Mc-Cain, pero en las últimas semanas ha recuperado terreno e incluso en los últimos días le ha sacado a Obama varios puntos. Pocos observadores pueden dudar de que Obama es más carismático, mucho mejor orador y, probablemente, también más inteligente. Ahora bien, para muchos estadounidenses el mejor orador no es necesariamente el dirigente que inspira más confianza y no es seguro que el más inteligente posea también el mejor juicio. Los demócratas han cometido además el error de centrarse en las personas y no en los problemas atacando a McCain y, sobre todo las últimas semanas, a su candidata a la vicepresidencia. Los republicanos han hecho lo mismo, pero los demócratas tenían que haberse comportado mejor que sus rivales porque han prometido ser el partido del cambio (por más que nunca han aclarado demasiado de qué cambio) y también el partido que restauraría la unidad nacional.
Quedan varias semanas para las elecciones y podría ocurrir que la crisis de Wall Street diera a Obama y su partido el impulso necesario para ganar. Con todo, si hace unos meses la victoria demócrata parecía evidente, ahora ya ha dejado de ser así.
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