Por Anders Aslund, Instituto Peterson de Economía Internacional, autor de La revolución capitalista de Rusia (LA VANGUARDIA, 28/09/08):
El mundo entero se ve afectado por una tremenda crisis financiera, pero Rusia afronta una tormenta descomunal. El mercado ruso de valores está en caída libre, pues ha bajado en picado el 60% desde el 19 de mayo, una pérdida de 900.000 millones de dólares, y el desplome se va acelerando. Por ello es probable que el crecimiento económico de Rusia se reduzca repentina y pronunciadamente.
Tras un largo periodo de prudencia fiscal, Moscú ha dado muestras de extraordinaria ineptitud. Rusia ha disfrutado de un crecimiento económico anual del 7%, por término medio, desde 1999. Gracias a sus enormes superávits presupuestario y por cuenta corriente, en julio había acumulado reservas internacionales de 600.000 millones de dólares. Su deuda pública quedó casi eliminada, pero la economía abierta que ha engendrado el éxito económico de Rusia requiere el mantenimiento de políticas sensatas para dar resultado.
La crisis financiera estadounidense inicial apenas afectó a Rusia, pero la desaceleración económica mundial ha provocado una bajada de los precios del petróleo y otras materias primas en más de una tercera parte desde julio, lo que ha sido un golpe terrible. Pero todos los demás golpes han sido autoinfligidos. La crisis financiera rusa es muy dramática, y su mejor calificativo sería el de tragedia en cinco actos.
El 24 de julio, Putin inició el primer acto atacando ferozmente, sin pruebas, al tímido propietario de la gigantesca compañía de carbón y acero Mechel por manipular precios y evasión fiscal. En tres días, las acciones de Mechel perdieron la mitad de su valor, lo que desencadenó la reducción del mercado ruso de valores.
El 8 de agosto, Putin lanzó el segundo acto de esa tragedia rusa: su ataque, planeado desde tiempo atrás, a Georgia. Escandalosamente, Rusia sostuvo que tenía derecho a atacar a un país que albergaba a personas a las que acababa de extender pasaportes, con lo que provocó el terror en todos los países que tienen minorías rusas. Los dirigentes de Rusia se han granjeado la fama de ser informales, quijotescos e imprevisibles, pero lo que gusta a los mercados es la fiabilidad, la estabilidad y la previsibilidad. No es de extrañar que los inversores extranjeros hayan dejado de acudir a la Rusia de Putin.
Una semana después de su ataque a Georgia, Rusia registró una salida de capital de 16.000 millones de dólares, que desde entonces ha aumentado a 30.000 millones. Putin sigue negando que los problemas financieros de Rusia fueran causados por su guerra en Georgia, y el Banco Central tardó más de un mes en proporcionar importantes inyecciones de liquidez, pero ya era demasiado tarde, pues el problema de liquidez era ya una cuestión de solidez. Es evidente que las valoraciones de las acciones rusas resultan atractivas, pero, al despotricar contra los extranjeros, Putin los ha ahuyentado.
Como es habitual, muchos empresarios rusos pignoraron sus acciones para tomar dinero prestado con vistas a comprar valores del mercado. Cuando el mercado de valores baja en picado, deben atender a las exigencias de reposición del margen de garantía y se ven obligados a vender sus acciones a precios cada vez más bajos, con lo que contribuyen a que se acelere la espiral bajista del mercado. Al modo soviético, las bolsas de valores de Moscú cerraron durante cuatro días seguidos en la semana del 15 de septiembre, porque los valores se desplomaron demasiado rápidamente.
Al negar el problema, las autoridades han agravado la falta de confianza.
Rusia está a punto de entrar en el tercer acto de esa tragedia, una crisis bancaria. Numerosos bancos de tamaño mediano y algunos grandes están destinados a venirse abajo en la agitación de los mercados de valores. Muchos grandes inversores no pueden atender las exigencias de reposición de sus márgenes de garantía, mientras los costos de los préstamos han subido abruptamente.
En el cuarto acto, la burbuja inmobiliaria estallará. Una conjetura razonable es la de que los astronómicos precios inmobiliarios de Moscú se reducirán en al menos dos terceras partes, lo que exacerbará la crisis bancaria.
En el quinto acto, la inversión se paralizará. ¿Por qué construir edificios si no se puede financiar la inversión propia ni vender propiedad inmobiliaria? Los consumidores rusos están ya asustados y reducirán su consumo.
Al final, el crecimiento económico real se detendrá, tal vez tan pronto como el año próximo. Otros factores probablemente agravarán la situación. La corrupción en las alturas es tan galopante que Rusia no parece capaz de construir importantes infraestructuras públicas. Es probable que los precios del petróleo y las materias primas bajen aún más, y la producción de gas y petróleo ya se ha estancado. Putin ha dado la espalda a la OMC y está fomentando el proteccionismo, que también perjudicará al crecimiento.
Resulta extraño que las partes más sólidas del sistema financiero ruso sean el presupuesto estatal y las reservas de divisas, pero es demasiado tarde para que impidan esa tragedia. Ni una intervención estatal arbitraria ni la brutalidad restablecerán la confianza de los inversores.
El malo de ese drama es Putin, que se ha beneficiado con ocho años de crecimiento rápido producido por las reformas de los mercados de su predecesor, Boris Yeltsin. Rusia tuvo una buena oportunidad de escapar de esta crisis financiera internacional, pero, con su crueldad e ineptitud, Putin ha convertido a su pobre país en una víctima principal. ¿Cuánto tiempo puede Rusia permitirse el lujo de tener un primer ministro tan caro?
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