Andrew Wilson y Mark Leonard trabajan en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores y son autores, junto con Nicu Popescu, del estudio Can the EU win the peace in Georgia? (¿Puede la UE ganar la paz en Georgia?). Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 11/09/08):
Como pasó con las guerras de los Balcanes, el conflicto en Georgia es una amenaza directa contra un proyecto europeo que intenta sustituir viejos paradigmas como el equilibrio de poder, las esferas de influencia y la conquista militar por otros medios como la integración, la negociación y el imperio de la ley. La mezcla europea de multilateralismo pacífico se ha visto cuestionada por el impetuoso primer paso de Georgia y por la desproporcionada reacción de Rusia. Ahora, la Unión Europea tiene un interés colectivo en conservar lo que pueda de esos valores. España puede desempeñar un papel fundamental a la hora de ayudar a la UE a aunar sus diferentes intereses y desarrollar una nueva estrategia respecto a los vecinos de Europa y una política respecto a Rusia que tenga como objetivo la defensa de las leyes internacionales.
El punto de partida es que los europeos entiendan la perspectiva de Rusia. Al lanzar su ataque contra Georgia, Rusia intentaba reclamar toda la región postsoviética como esfera de influencia. No es sólo una “doctrina Monroe” local ni el deseo de evitar que haya Estados hostiles agrupados en torno a sus fronteras. Rusia sigue pensando que lo que llama el “extranjero próximo” no es realmente extranjero. Éste no es un fenómeno nuevo. Durante los ocho años de presidencia de Putin, Rusia ha elaborado el mito de que el orden internacional posterior a la guerra fría es una amenaza para sus intereses. Ahora se siente lo bastante fuerte como para desafiar abiertamente sus principios básicos y la estrategia de leyes internacionales de soberanía compartida de la UE. “Democracia soberana”, la ideología oficial de la era de Putin, significa cerrar Rusia -y, a ser posible, toda la región- a la influencia occidental. Significa también que la soberanía está reservada a los fuertes. De acuerdo con este sistema, las leyes no se conciben como una limitación del poder sino como una expresión del poder. Rusia tiene cada vez más poder, por lo que debe revisar los acuerdos y disposiciones elaborados cuando era un país débil.
La Revolución Rosa de 2003 en Georgia y la Revolución Naranja de 2004 en Ucrania interrumpieron bruscamente este proceso, pero, después de esos problemas iniciales, Rusia ha revisado de forma metódica sus métodos para desplegar su poder en la región; sobre todo, emuló lo que consideraba una ofensiva de poder blando contra su hegemonía y la modificó para que encajara en su propia imagen. Hoy, Rusia controla sus propias ONG y la sociedad civil en los países vecinos, pero ni las instituciones son civiles ni las organizaciones son no gubernamentales. Rusia ejerce influencia económica, pero gracias a laotkat ekonomiia (”economía del soborno”), no al comercio y las inversiones libres.
En la práctica, eso significa que el ataque contra Georgia forma parte de un proceso más amplio. Todos los países de la región se han puesto nerviosos ante la demostración de poder de Rusia, hasta supuestos amigos como Bielorrusia y Armenia. La guerra sumó su primera víctima colateral cuando cayó el Gobierno ucranio, el 2 de septiembre. Menos conocido fue el acuerdo del 3 de septiembre entre Medvédev e Igor Smirnov, líder de la no reconocida “República del Transniéster”, en Moldavia oriental, de presionar para que se celebren unas negociaciones en un formato a tres bandas -Rusia, Transnistria y Moldavia- con el que la república rebelde tendría clara ventaja (el formato anterior incluía a la UE, la OSCE y Ucrania).
La Unión Europea debe afrontar la realidad de la competencia desigual en la región. A los líderes europeos les gusta hablar de poder blando y los atractivos de la “política europea de vecindad”. Pero la verdad es que los funcionarios europeos pasan mucho tiempo diciendo a nuestros vecinos que la ampliación es imposible, y nuestros intentos de integrar Estados vecinos se deben a razones más relacionadas con el comercio y las inversiones que con la libre circulación de personas. Cuando la UE quiere mostrarse dura, envía expertos técnicos que elaboran informes sobre la lentitud de los progresos. Por el contrario, Rusia tiene una política de vecindad mucho más amplia. Entre sus herramientas de poder blando se incluyen viajes sin necesidad de visado, energía barata, grupos juveniles, canales de televisión e incluso pasaportes y pensiones para los habitantes de las regiones separatistas. Y, cuando Rusia quiere emplear el poder duro, envía tropas, lleva a cabo ataques informáticos y corta el suministro de gas.
La UE no puede ponerse a su altura sin perder su esencia como organización liberal basada en el imperio de la ley. Pero tiene que reconocer que Rusia está desafiando de manera fundamental el modelo de los años noventa, de círculos concéntricos europeos a partir del acervo comunitario. El mayor reto de la UE es resistir el intento de Rusia de crear una Europa bipolar. Para ello, necesita mostrar su solidaridad con los nerviosos vecinos de Georgia, como Ucrania y Moldavia. La política europea de vecindad ha sido demasiado técnica y ha estado planteada demasiado a largo plazo para surtir verdadero efecto en un entorno geopolítico que cambia a toda velocidad. Los políticos europeos han empezado por el Estado más importante, Ucrania, con la cumbre UE-Ucrania del 9 de septiembre, donde Bruselas ha ofrecido a Kiev un acuerdo de asociación que se firmará en 2009. En aspectos prácticos, hay que ofrecer a Ucrania un calendario previsto para los viajes sin necesidad de visado. El nuevo acuerdo entre la UE y Ucrania podría incluir asimismo una cláusula de solidaridad reforzada que ofrezca garantías de seguridad y ayude a presionar a Rusia para que respete su acuerdo de retirar su flota del mar Negro de aquí a 2017.
La UE debe también hacer algo más complicado, encontrar formas de influir en Rusia para que cambie su comportamiento. En España hay muchas voces preocupadas por la posibilidad de que se desate una nueva guerra fría. Tienen razón. Pero también es evidente que el cuidado que ha tenido Europa de tratar a Rusia con delicadeza no ha hecho que Moscú se contenga, sino que ha animado a Putin y Medvédev a ir más allá y reconocer a Abjazia y Osetia del Sur. A la hora de pensar en una nueva estrategia, la UE no debe castigar a Rusia porque sí. Tampoco debe congelar las relaciones UE-Rusia indefinidamente. Pero no puede permitir que los rusos se beneficien de sus relaciones comerciales con Europa mientras sus carros de combate ocupan las principales carreteras de Georgia. La UE debe dejar claro que Rusia tiene que escoger entre una economía modernizada y preparada para el siglo XXI y una política de poder propia del siglo XIX. En el primer caso, la UE debe ser un socio entusiasta, pero, si Rusia escoge el segundo camino, no podrá trabajar en estrecha relación con ella. Los líderes de la Unión deben explicar a Moscú que una política de distanciamiento estratégico perjudicará a Rusia a largo plazo. La clave para una nueva estrategia europea debe ser una defensa más rigurosa del imperio de la ley. Si Rusia no ha respetado el acuerdo de alto el fuego en Georgia es por la misma razón fundamental por la que ataca compañías occidentales como TNK-BP y trata de restar autoridad al Consejo de Europa y la OSCE. Por consiguiente, la UE no puede sacrificar un aspecto por otro; tiene que permanecer firme en todo.
España es un país clave para negociar una respuesta eficaz. No es un antagonista natural de Rusia como Lituania y Estonia. Tampoco es un caballo de Troya ruso -como calificó a Bulgaria el embajador ruso ante la UE-, tan dependiente de la energía que le proporciona Rusia que mide su reacción para evitar represalias de Moscú. España entiende la importancia de una política de vecindad en el sur; por tanto, debería apoyar una política paralela en el este, del mismo modo que los Estados miembros del este deberían apoyar a España en el norte de África. En las próximas semanas, España debe trabajar en colaboración con otros Estados miembros de la UE para fomentar una política de intereses colectivos. La UE ha perdido quizá la primera batalla de la guerra en Georgia, pero todavía puede “ganar la paz” si se une en defensa de sus valores.
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