Por Miguel María Muñoz Medina, presidente de la Asociación Española de la Carretera (EL PAÍS, 29/08/08):
El cambio climático es uno de los problemas más preocupantes en la sociedad actual. En los últimos años, se han puesto en marcha muchas iniciativas en todo el mundo (legislativas, políticas, empresariales, sociales…), con el Protocolo de Kioto a la cabeza, para ayudar a combatir los efectos que produce en el medio ambiente y en nuestra vida diaria. El objetivo final es encontrar un equilibrio entre el desarrollo económico y social y el respeto y cuidado de nuestro planeta. En el caso del transporte, la reducción de su impacto supone uno de los grandes retos en el campo medioambiental. Su contribución a las emisiones globales es elevada y todavía no está contemplada en los Planes Nacionales de asignación de derechos de emisiones. Sin embargo, en esta lucha por la defensa del medio ambiente, la sociedad no debería dejarse llevar en exceso por un entusiasmo que conduzca esta posición a un extremo insostenible.
Es frecuente que desde la opinión pública e incluso desde algunos estamentos de la política nacional, europea y mundial se considere la reducción (o eliminación) del transporte por carretera como el eje prioritario de esta cruzada por la protección del medioambiente. Cuidado. Afirmaciones en este sentido son sencillas de realizar, pero es necesario hacer una valoración de su impacto.
El 83% del transporte terrestre de mercancías y el 88% del de viajeros se realiza por carretera. Modificar esta distribución no es sencillo, no sólo por la necesidad de mejorar notablemente las infraestructuras de otros modos de transporte, con la enorme inversión que implica, sino también porque iría en contra de las decisiones personales, y libres, de los ciudadanos.
El transporte por carretera es un importante generador de empleo: cerca de un millón de personas ocupadas de manera directa, que llegan a dos millones si se consideran puestos de trabajo indirectos (entre el 5%-10% de la población activa total del país). Contribuye significativamente al PIB: 5,9% de manera oficial, que podría superar el 14% si se considera la participación del transporte por cuenta propia o el sector del automóvil privado. Genera más de 23.000 millones de euros en recaudación fiscal, que se invierten en hospitales, escuelas, comunicaciones, mejora del medio ambiente, recuperación del patrimonio histórico… para todos.
¿Realmente la carretera contamina más que otros medios de transporte? Si se analizan las emisiones globales, se puede extraer esa conclusión debido a su elevada participación en el reparto modal de viajeros y mercancías. Pero si se hace un análisis en igualdad de condiciones, es decir, en emisiones por kilómetro recorrido, la realidad es distinta. La Agencia Europea de Medio Ambiente en su informe Climate for a transport change establecía que los autobuses con tasas de ocupación elevadas (45-80 gramos de CO2 por kilómetro recorrido) y los vehículos respetuosos con el medio ambiente (100-150 g CO2/km) contaminan menos por kilómetro que el tren de alta velocidad (80-165 g CO2/km) o los vuelos de corta duración (77-240 g CO2/km). Datos similares podrían aportarse para todos los modos de transporte.
Desde luego, es necesario reducir el impacto del transporte en el medio ambiente, pero con medidas sensatas, realistas, con consecuencias valoradas y viables.
En el caso del transporte por carretera, la estrategia a seguir pasa, en primer lugar, por separar el mundo urbano del interurbano (se estima que el primero es responsable del 40% de las emisiones totales del transporte por carretera). En el contexto de las ciudades, es preciso promover la utilización del transporte público y contribuir a la generación de un transporte más limpio. El contexto interurbano requiere un tratamiento diferente.
Desde el sector de la carretera promovemos un transporte sostenible, integrado en el medio ambiente y respetándolo al máximo, pero sin descuidar las necesidades de los ciudadanos. Probablemente estamos lejos de conseguirlo, pero se avanza en esta línea. Quizá se trata de un sector que no ha sabido transmitir sus mejoras en este sentido a la sociedad, como sí lo han hecho, por ejemplo, las compañías eléctricas, con grandes campañas publicitarias.
El reciclado de firmes, reutilización de materiales, empleo de residuos en la construcción de carreteras, generación de sumideros de carbono asociados a los márgenes de las carreteras, reducción de la congestión por construcción de variantes de poblaciones y mejora de niveles de servicio… son algunos de los campos en los que se ha trabajado en los últimos años, y que se unen a la reducción de las emisiones de los vehículos y al uso de combustibles alternativos al petróleo y menos contaminantes, con el objetivo de un transporte más limpio y menos perjudicial.
Imaginemos un mundo sin carreteras: ¿estamos preparados para asumir un aumento del desempleo?, ¿una economía con una considerable reducción del PIB?, ¿una enorme reducción de la recaudación fiscal? Ciertamente, no. La sociedad no está preparada ni dispuesta a un mundo sin carreteras, porque forman parte de su vida, de su trabajo, de su ocio… Cambiemos “menos carreteras” por “carreteras sostenibles”. Conseguiremos avanzar en una dirección de equilibrio entre el respeto al medio ambiente y las necesidades de nuestros ciudadanos y nuestras economías.
El cambio climático es uno de los problemas más preocupantes en la sociedad actual. En los últimos años, se han puesto en marcha muchas iniciativas en todo el mundo (legislativas, políticas, empresariales, sociales…), con el Protocolo de Kioto a la cabeza, para ayudar a combatir los efectos que produce en el medio ambiente y en nuestra vida diaria. El objetivo final es encontrar un equilibrio entre el desarrollo económico y social y el respeto y cuidado de nuestro planeta. En el caso del transporte, la reducción de su impacto supone uno de los grandes retos en el campo medioambiental. Su contribución a las emisiones globales es elevada y todavía no está contemplada en los Planes Nacionales de asignación de derechos de emisiones. Sin embargo, en esta lucha por la defensa del medio ambiente, la sociedad no debería dejarse llevar en exceso por un entusiasmo que conduzca esta posición a un extremo insostenible.
Es frecuente que desde la opinión pública e incluso desde algunos estamentos de la política nacional, europea y mundial se considere la reducción (o eliminación) del transporte por carretera como el eje prioritario de esta cruzada por la protección del medioambiente. Cuidado. Afirmaciones en este sentido son sencillas de realizar, pero es necesario hacer una valoración de su impacto.
El 83% del transporte terrestre de mercancías y el 88% del de viajeros se realiza por carretera. Modificar esta distribución no es sencillo, no sólo por la necesidad de mejorar notablemente las infraestructuras de otros modos de transporte, con la enorme inversión que implica, sino también porque iría en contra de las decisiones personales, y libres, de los ciudadanos.
El transporte por carretera es un importante generador de empleo: cerca de un millón de personas ocupadas de manera directa, que llegan a dos millones si se consideran puestos de trabajo indirectos (entre el 5%-10% de la población activa total del país). Contribuye significativamente al PIB: 5,9% de manera oficial, que podría superar el 14% si se considera la participación del transporte por cuenta propia o el sector del automóvil privado. Genera más de 23.000 millones de euros en recaudación fiscal, que se invierten en hospitales, escuelas, comunicaciones, mejora del medio ambiente, recuperación del patrimonio histórico… para todos.
¿Realmente la carretera contamina más que otros medios de transporte? Si se analizan las emisiones globales, se puede extraer esa conclusión debido a su elevada participación en el reparto modal de viajeros y mercancías. Pero si se hace un análisis en igualdad de condiciones, es decir, en emisiones por kilómetro recorrido, la realidad es distinta. La Agencia Europea de Medio Ambiente en su informe Climate for a transport change establecía que los autobuses con tasas de ocupación elevadas (45-80 gramos de CO2 por kilómetro recorrido) y los vehículos respetuosos con el medio ambiente (100-150 g CO2/km) contaminan menos por kilómetro que el tren de alta velocidad (80-165 g CO2/km) o los vuelos de corta duración (77-240 g CO2/km). Datos similares podrían aportarse para todos los modos de transporte.
Desde luego, es necesario reducir el impacto del transporte en el medio ambiente, pero con medidas sensatas, realistas, con consecuencias valoradas y viables.
En el caso del transporte por carretera, la estrategia a seguir pasa, en primer lugar, por separar el mundo urbano del interurbano (se estima que el primero es responsable del 40% de las emisiones totales del transporte por carretera). En el contexto de las ciudades, es preciso promover la utilización del transporte público y contribuir a la generación de un transporte más limpio. El contexto interurbano requiere un tratamiento diferente.
Desde el sector de la carretera promovemos un transporte sostenible, integrado en el medio ambiente y respetándolo al máximo, pero sin descuidar las necesidades de los ciudadanos. Probablemente estamos lejos de conseguirlo, pero se avanza en esta línea. Quizá se trata de un sector que no ha sabido transmitir sus mejoras en este sentido a la sociedad, como sí lo han hecho, por ejemplo, las compañías eléctricas, con grandes campañas publicitarias.
El reciclado de firmes, reutilización de materiales, empleo de residuos en la construcción de carreteras, generación de sumideros de carbono asociados a los márgenes de las carreteras, reducción de la congestión por construcción de variantes de poblaciones y mejora de niveles de servicio… son algunos de los campos en los que se ha trabajado en los últimos años, y que se unen a la reducción de las emisiones de los vehículos y al uso de combustibles alternativos al petróleo y menos contaminantes, con el objetivo de un transporte más limpio y menos perjudicial.
Imaginemos un mundo sin carreteras: ¿estamos preparados para asumir un aumento del desempleo?, ¿una economía con una considerable reducción del PIB?, ¿una enorme reducción de la recaudación fiscal? Ciertamente, no. La sociedad no está preparada ni dispuesta a un mundo sin carreteras, porque forman parte de su vida, de su trabajo, de su ocio… Cambiemos “menos carreteras” por “carreteras sostenibles”. Conseguiremos avanzar en una dirección de equilibrio entre el respeto al medio ambiente y las necesidades de nuestros ciudadanos y nuestras economías.
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