Por Samuel Hadas, diplomático, primer embajador de Israel en España y ante la Santa Sede (LA VANGUARDIA, 30/11/08):
Los trágicos acontecimientos de Bombay, el corazón de la mayor democracia del mundo, uno de los más sensibles puntos de encuentro entre musulmanes y fieles de otras religiones (en India viven 150 millones de musulmanes, numéricamente la segunda comunidad después de la de Indonesia), obliga a dedicar nuevamente la atención al flagelo del terrorismo. No se trata solamente de otro trágico episodio en la vida de un país. Sus ondas expansivas se sienten en todo el globo. Es un episodio que nos recuerda que somos testigos de un inquietante fenómeno ante el cual no hay país inmune: un terrorismo globalizado que golpea en los lugares más insospechados.
Un brutal terrorismo motivado por quienes instrumentalizan la religión se ha constituido en uno de los grandes protagonistas de el panorama internacional. El resurgimiento y la manipulación del etnonacionalismo, así como la expansión del fundamentalismo religioso, que asumen formas cada vez más violentas, dejaron de ser amenaza para constituirse en claro y presente peligro. El radicalismo de algunos grupos fundamentalistas, que logran adoctrinar y seducir a jóvenes alienados, sin futuro en sus países y receptivos a sus enseñanzas, levanta muros de intolerancia, y su acción representa uno de los mayores riesgos para la sociedad internacional. Este terrorismo, para el que no existen fronteras, ni geográficas ni morales, golpea una y otra vez en cualquier lugar, sin distinción de credos, género o razas. Y cuando distinguimos el surgimiento de un islamismo apocalíptico vemos que, lo que es peor, no es inevitable que de la conexión fundamentalismo-terrorismo surja la letal ecuación terrorismo-armamento de destrucción masiva, sea químico, biológico e incluso nuclear. Ya no se trata de tema de novelas o películas de ciencia ficción.
¿Encontrará la comunidad internacional caminos para superar este flagelo? De hecho, estamos en plena guerra, una guerra impuesta por un nuevo totalitarismo: el totalitarismo religioso. La Segunda Guerra Mundial y la guerra fría fueron contra totalitarismos seculares, el nazismo y el comunismo. La tercera guerra mundial, escribe el comentarista del New York Times,Thomas Friedman, es una batalla contra el totalitarismo religioso, una visión de mundo que dice: mi fe debe reinar y puede ser afirmada y sostenida apasionadamente sólo si todas las otras son negadas. Pero a diferencia del nazismo, el totalitarismo religioso no puede ser combatido sólo con las armas. Es una guerra que debe ser librada principalmente en escuelas, mezquitas, iglesias, sinagogas, y puede ser vencida sólo con la ayuda de los líderes religiosos que promueven lo contrario al totalitarismo religioso, una ideología de pluralismo, una ideología que aliente la diversidad religiosa y que propugne que la fe de uno puede ser nutrida sin reclamar para sí la verdad exclusiva.
Esta lapidaria afirmación de Friedman es compartida por no pocos estudiosos de las religiones y obliga a una reflexión sobre la responsabilidad y la misión de políticos, diplomáticos, intelectuales y líderes religiosos. ¿Choque de civilizaciones? No, por cierto, sino un amargo enfrentamiento contra los que tratan de desencadenarlo. El islam no es enemigo del Occidente, lo son los fanáticos que malinterpretan sus enseñanzas. Los propios pueblos musulmanes son el primer objetivo de los líderes autoproclamados portavoces terrenales de Dios, que santifican el asesinato suicida y llaman al islamismo a convertir a los gobiernos de los países musulmanes “herejes” en religiosos. Aquellos gobiernos que intentaron o intentan acercarse a modelos occidentales, “los que están drogados de Occidente”, conocen su acoso. La fuerza puede ser dirigida contra estos, de acuerdo con las circunstancias.
Ríos de tinta han sido vertidos para describir y definir el fenómeno del fundamentalismo religioso, pero es claro que su cometido es deslegitimar estos gobiernos y las élites políticas e instaurar un Estado regulado según las leyes islámicas (la charia), condición esencial para el “bienestar de la comunidad musulmana” . El principal enemigo del fundamentalismo es entonces, en esta etapa, el musulmán que se “aparta” del islam, los estamentos del poder en los países árabes que han avanzado hacia un Estado nacional secular. Sin olvidar, por supuesto, a “cruzados” y judíos (unos y otros, objetivos prioritarios en Bombay) y “la tierra de los infieles” (Occidente). Bernard Lewis, de la Universidad de Princeton, uno de los más profundos estudiosos del islam, nos recuerda que en el islamismo fundamentalista hay una total compenetración entre credo religioso y poder, un acuerdo entre la fe y el dominio temporal que no tiene similitud ni en el cristianismo ni en el judaísmo. Lewis recuerda, a este respecto, una significativa frase del ayatolá Jomeini: “El islam es política o no es nada”.
El mundo debería responder al desafío del terrorismo islámico. Si este - como escribe el escritor italiano Arrigo Levy -tiene por enemigo al mundo entero, las naciones del mundo deberán unirse para hacerle frente. Uno de los peores enemigos de la humanidad después de la guerra fría no es hoy ningún país, ideología o religión, sino la intolerancia religiosa. Si se quiere combatir un terrorismo que no respeta fronteras ni valores humanos elementales, la lucha tiene que ser sin cuartel.
Sólo una acción consensuada de los países democráticos que convenza a los líderes radicales de que el recurso al terrorismo será enfrentado con firmeza y que el precio que deberán pagar será muy alto podría convencer a aquellos inspirados divinamente, que asesinan en nombre de Dios, de que no hay sitio para ellos en la comunidad internacional.
Una sugerencia a los fundamentalistas islámicos radicales: vosotros deberíais ser los primeros en releer el Corán para redescubrir su mensaje de paz y conocer mejor la verdadera belleza del islam.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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