Por Emilio Menéndez del Valle, embajador de España y eurodiputado socialista (EL PAÍS, 19/03/09):
A Abdelaziz Bin Abdelrahman Bin Faisal al Saud no le caía bien Winston Churchill. Al menos eso es lo que contaba en 1977 David Holden -periodista británico buen conocedor de las entretelas del desierto- del jeque fundador de la “moderna” Arabia Saudí. Corría 1945, terminaba la Segunda Guerra Mundial, e Inglaterra y Estados Unidos rivalizaban por el petróleo saudí. La decadencia de aquélla y el cansancio de Churchill eran notorios. Tanto como el empuje imperial norteamericano y el proyecto político de su presidente Franklin Delano Roosevelt (FDR).
Sir Winston ofreció a Abdelaziz una cena regada con buen vino francés y habanos y le obsequió con un viejo Rolls-Royce. El vehículo acabó en un museo de Riad. Por el contrario, FDR acogió a su huésped en el crucero Quincy y le permitió embarcar con un séquito de 50 personas y 100 corderos. Le regaló un bimotor DC-3, embrión de Saudia Airlines, con lo que Estados Unidos no sólo se garantizaría el monopolio del suministro de aviones militares y civiles, sino también el del petróleo.
El encuentro de 1945 constituyó el inicio de la larga relación entre la Casa de Saud y las sucesivas administraciones (y multinacionales) norteamericanas. A FDR -que estaba a punto de morir mientras el Estado de Israel comenzaba a nacer- las intensas horas del Quincy le resultaron reveladoras. El presidente intentó ganarse a Abdelaziz para que los dirigentes árabes permitieran una mayor emigración judía a Palestina. A ello Abdelaziz respondió: “Dé usted a los judíos y a sus descendientes las tierras y hogares de los alemanes que les han oprimido”.
El coronel William Eddy, que ejerció de intérprete, relata que el presidente resultó impresionado por Abdelaziz y que afirmó que “en cinco minutos había aprendido más sobre Palestina que en toda la documentación que se le había suministrado”. Durante esa jornada, el presidente trasladó al emir dos compromisos personales: nunca haría nada hostil hacia los árabes, y el Gobierno de los Estados Unidos no cambiaría los principios básicos de su política hacia Palestina sin consultar previamente con árabes y judíos.
Lamentablemente para los árabes, Truman sucedería a Roosevelt dos meses después y, a pesar de una resistencia inicial, traicionaría los compromisos de FDR. El nuevo presidente se rinde al lobby judío y lo expresa significativamente: “Lo siento, caballeros, pero debo dar satisfacción a cientos de miles de ciudadanos ansiosos por que el sionismo triunfe, y no tengo centenares de miles de árabes en mi circunscripción”.
A raíz de ello, la Casa de Saud diseña una estrategia pragmática: a) Explotación de los gigantescos recursos petroleros sobre losque se asienta, en coordinación con Estados Unidos, garante de su seguridad. b) Ello asegura la enorme riqueza de los principales dignatarios, la de los 2.000 príncipes del reino y la relativa de los súbditos del mismo. c) El mantenimiento de tal situación requiere no sólo la estabilidad interna del reino, sino también la de la región. d) Para ello, la Casa de Saud entiende que es requisito imprescindible que el espíritu de Roosevelt se imponga a la traición de Truman y que el conflicto israelo-palestino concluya.
Las guerras árabe-israelíes de 1967 y 1973 consolidan el expansionismo israelí e institucionalizan en el área lo más temido por los saudíes: la inestabilidad. De ahí que el monarca reinante en 1975, Jaled, ose traspasar la línea roja del frente árabe-islámico: el reconocimiento de Israel. El Custodio de los Lugares Santos del Islam anuncia, nada menos, que el reino podría aceptar el derecho de Israel a existir dentro de las fronteras anteriores a la guerra de 1967 a cambio de su retirada de los territorios árabes entonces ocupados, sobre las que se establecería un Estado palestino. Paz por territorios. Doctrina de Naciones Unidas y embrión de la iniciativa saudí de paz de 2002, ofrecida por el rey Abdalá y asumida en pleno por la Liga Árabe. Como era de esperar, el Israel expansionista rechaza tal oferta. Y la Casa de Saud debe hacer frente a un agravamiento de la inestabilidad.
En 1979 triunfa en Irán la revolución islámica chií y el poder saudí está convencido de que durante el hajj -la gigantesca peregrinación a La Meca- los iraníes, chiíes, le desafiarán y provocarán graves disturbios. Turki al Faisal, jefe de los servicios de inteligencia del reino, recibe informes de que se producirán en unos pueblos chiíes cercanos a La Meca. Se adoptan las debidas precauciones. La sorpresa es mayúscula cuando, contra todo pronóstico, es la Gran Mezquita la que es tomada al asalto por la Hermandad Musulmana, saudí y suní, como protesta por la corrupción y alejamiento de la recta vía de la Casa de Saud.
Las fuerzas saudíes necesitaron dos semanas para vencer la fiera resistencia de los rebeldes. El 9 de enero de 1980, 63 supervivientes fueron decapitados: 41 saudíes, 10 egipcios, 7 yemeníes, 3 kuwaitíes, un sudanés y un iraquí. ¿Un ensayo para Al Qaeda? En cualquier caso, un contundente aviso para la familia Saud. A partir de entonces queda claro que la estabilidad no está garantizada. Que el Estado (que es la familia) tiene bases frágiles, que los lugares santos del islam son vulnerables y que la península Arábiga no está a salvo del radicalismo político del área. La propia Casa de Saud ha tomado conciencia de sus debilidades.
Treinta años después, el mismo príncipe que coordinó el desalojo de los asaltantes wahabíes de la Gran Mezquita de La Meca, el jefe de la inteligencia del reino y luego, como embajador en Washington, hombre clave de los intereses saudíes, acaba de publicar un artículo en Financial Times (23-1-09) donde anuncia que “la paciencia saudí se está acabando”. La masacre de Gaza ha sido el detonante. La inestabilidad es mayor que nunca en la región. Los Estados Unidos de Bush son culpables. El desastre que originaron en Irak ha facilitado el ascenso de Irán.
Turki al Faisal advierte a Obama. Hoy, todos los saudíes son gazauíes y sólo queda una última -que ha de ser rápida- oportunidad para evitar el estallido definitivo en el área. EE UU debe promover seriamente la iniciativa de paz saudí, esto es, la que respaldan la ONU y el derecho internacional: paz por territorios. Un Estado palestino viable, con capital en Jerusalén Este y el reconocimiento de Israel por todos y cada uno de los países árabes.
Turki al Faisal revela que durante la invasión de Gaza, el presidente de Irán dirigió una carta al rey Abdalá, reconociendo explícitamente a Arabia Saudí como líder de los mundos árabe e islámico, suní y chií, e instándole a adoptar “un papel de mayor confrontación ante las atrocidades y asesinato de vuestros propios niños en Gaza”.
Al Faisal asegura que hasta ahora el reino se ha resistido a ello, pero que, de seguir así las cosas, “podría ser incapaz de impedir que sus ciudadanos se unan a la revuelta mundial contra Israel”, lo que “crearía un caos y derramamiento de sangre en la región sin precedentes”, que, sin duda, afectaría a la Casa de Saud. Como buen musulmán, termina invocando a que todos recemos para que “el señor Obama posea la visión, equidad y resolución para refrenar al criminal régimen israelí”.
A Abdelaziz Bin Abdelrahman Bin Faisal al Saud no le caía bien Winston Churchill. Al menos eso es lo que contaba en 1977 David Holden -periodista británico buen conocedor de las entretelas del desierto- del jeque fundador de la “moderna” Arabia Saudí. Corría 1945, terminaba la Segunda Guerra Mundial, e Inglaterra y Estados Unidos rivalizaban por el petróleo saudí. La decadencia de aquélla y el cansancio de Churchill eran notorios. Tanto como el empuje imperial norteamericano y el proyecto político de su presidente Franklin Delano Roosevelt (FDR).
Sir Winston ofreció a Abdelaziz una cena regada con buen vino francés y habanos y le obsequió con un viejo Rolls-Royce. El vehículo acabó en un museo de Riad. Por el contrario, FDR acogió a su huésped en el crucero Quincy y le permitió embarcar con un séquito de 50 personas y 100 corderos. Le regaló un bimotor DC-3, embrión de Saudia Airlines, con lo que Estados Unidos no sólo se garantizaría el monopolio del suministro de aviones militares y civiles, sino también el del petróleo.
El encuentro de 1945 constituyó el inicio de la larga relación entre la Casa de Saud y las sucesivas administraciones (y multinacionales) norteamericanas. A FDR -que estaba a punto de morir mientras el Estado de Israel comenzaba a nacer- las intensas horas del Quincy le resultaron reveladoras. El presidente intentó ganarse a Abdelaziz para que los dirigentes árabes permitieran una mayor emigración judía a Palestina. A ello Abdelaziz respondió: “Dé usted a los judíos y a sus descendientes las tierras y hogares de los alemanes que les han oprimido”.
El coronel William Eddy, que ejerció de intérprete, relata que el presidente resultó impresionado por Abdelaziz y que afirmó que “en cinco minutos había aprendido más sobre Palestina que en toda la documentación que se le había suministrado”. Durante esa jornada, el presidente trasladó al emir dos compromisos personales: nunca haría nada hostil hacia los árabes, y el Gobierno de los Estados Unidos no cambiaría los principios básicos de su política hacia Palestina sin consultar previamente con árabes y judíos.
Lamentablemente para los árabes, Truman sucedería a Roosevelt dos meses después y, a pesar de una resistencia inicial, traicionaría los compromisos de FDR. El nuevo presidente se rinde al lobby judío y lo expresa significativamente: “Lo siento, caballeros, pero debo dar satisfacción a cientos de miles de ciudadanos ansiosos por que el sionismo triunfe, y no tengo centenares de miles de árabes en mi circunscripción”.
A raíz de ello, la Casa de Saud diseña una estrategia pragmática: a) Explotación de los gigantescos recursos petroleros sobre losque se asienta, en coordinación con Estados Unidos, garante de su seguridad. b) Ello asegura la enorme riqueza de los principales dignatarios, la de los 2.000 príncipes del reino y la relativa de los súbditos del mismo. c) El mantenimiento de tal situación requiere no sólo la estabilidad interna del reino, sino también la de la región. d) Para ello, la Casa de Saud entiende que es requisito imprescindible que el espíritu de Roosevelt se imponga a la traición de Truman y que el conflicto israelo-palestino concluya.
Las guerras árabe-israelíes de 1967 y 1973 consolidan el expansionismo israelí e institucionalizan en el área lo más temido por los saudíes: la inestabilidad. De ahí que el monarca reinante en 1975, Jaled, ose traspasar la línea roja del frente árabe-islámico: el reconocimiento de Israel. El Custodio de los Lugares Santos del Islam anuncia, nada menos, que el reino podría aceptar el derecho de Israel a existir dentro de las fronteras anteriores a la guerra de 1967 a cambio de su retirada de los territorios árabes entonces ocupados, sobre las que se establecería un Estado palestino. Paz por territorios. Doctrina de Naciones Unidas y embrión de la iniciativa saudí de paz de 2002, ofrecida por el rey Abdalá y asumida en pleno por la Liga Árabe. Como era de esperar, el Israel expansionista rechaza tal oferta. Y la Casa de Saud debe hacer frente a un agravamiento de la inestabilidad.
En 1979 triunfa en Irán la revolución islámica chií y el poder saudí está convencido de que durante el hajj -la gigantesca peregrinación a La Meca- los iraníes, chiíes, le desafiarán y provocarán graves disturbios. Turki al Faisal, jefe de los servicios de inteligencia del reino, recibe informes de que se producirán en unos pueblos chiíes cercanos a La Meca. Se adoptan las debidas precauciones. La sorpresa es mayúscula cuando, contra todo pronóstico, es la Gran Mezquita la que es tomada al asalto por la Hermandad Musulmana, saudí y suní, como protesta por la corrupción y alejamiento de la recta vía de la Casa de Saud.
Las fuerzas saudíes necesitaron dos semanas para vencer la fiera resistencia de los rebeldes. El 9 de enero de 1980, 63 supervivientes fueron decapitados: 41 saudíes, 10 egipcios, 7 yemeníes, 3 kuwaitíes, un sudanés y un iraquí. ¿Un ensayo para Al Qaeda? En cualquier caso, un contundente aviso para la familia Saud. A partir de entonces queda claro que la estabilidad no está garantizada. Que el Estado (que es la familia) tiene bases frágiles, que los lugares santos del islam son vulnerables y que la península Arábiga no está a salvo del radicalismo político del área. La propia Casa de Saud ha tomado conciencia de sus debilidades.
Treinta años después, el mismo príncipe que coordinó el desalojo de los asaltantes wahabíes de la Gran Mezquita de La Meca, el jefe de la inteligencia del reino y luego, como embajador en Washington, hombre clave de los intereses saudíes, acaba de publicar un artículo en Financial Times (23-1-09) donde anuncia que “la paciencia saudí se está acabando”. La masacre de Gaza ha sido el detonante. La inestabilidad es mayor que nunca en la región. Los Estados Unidos de Bush son culpables. El desastre que originaron en Irak ha facilitado el ascenso de Irán.
Turki al Faisal advierte a Obama. Hoy, todos los saudíes son gazauíes y sólo queda una última -que ha de ser rápida- oportunidad para evitar el estallido definitivo en el área. EE UU debe promover seriamente la iniciativa de paz saudí, esto es, la que respaldan la ONU y el derecho internacional: paz por territorios. Un Estado palestino viable, con capital en Jerusalén Este y el reconocimiento de Israel por todos y cada uno de los países árabes.
Turki al Faisal revela que durante la invasión de Gaza, el presidente de Irán dirigió una carta al rey Abdalá, reconociendo explícitamente a Arabia Saudí como líder de los mundos árabe e islámico, suní y chií, e instándole a adoptar “un papel de mayor confrontación ante las atrocidades y asesinato de vuestros propios niños en Gaza”.
Al Faisal asegura que hasta ahora el reino se ha resistido a ello, pero que, de seguir así las cosas, “podría ser incapaz de impedir que sus ciudadanos se unan a la revuelta mundial contra Israel”, lo que “crearía un caos y derramamiento de sangre en la región sin precedentes”, que, sin duda, afectaría a la Casa de Saud. Como buen musulmán, termina invocando a que todos recemos para que “el señor Obama posea la visión, equidad y resolución para refrenar al criminal régimen israelí”.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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