Por Alfonso S. Palomares, periodista (EL PERIÓDICO, 18/03/09):
Sobre la llamada clase media se han escrito muchos discursos ideológicos y políticos, la mayoría cargados de un tono lírico esperanzado. También se han hecho sesudas reflexiones en las que se la señala como columna vertebradora de la sociedad. Existe una convergencia dialéctica al defender que con una amplia clase media se articula mejor la convivencia de los países, en particular, y de áreas geográficas, en general. Es el colchón más adecuado para una convivencia más armónica.
Sin embargo, no se puede empaquetar a la clase media en una definición, por eso hay que acudir a las descripciones, y en eso hay bastantes desacuerdos, aunque una referencia común sostiene que se trata de la franja de personas que se mueve entre los ricos-ricos y los que viven en la intemperie de la pobreza. La clase alta o los ricos-ricos tienen muy variados registros, porque no es lo mismo ser el dueño de Microsoft que serlo de una pequeña cadena de supermercados. Creo que la lona común que los envuelve es que pueden gastar dinero sin preocuparles en qué lo gastan dentro de los parámetros del sentido común. En los parámetros del sentido común de El Pocero cabe un yate de 70 metros con dos docenas de marineros; en los de un fabricante de helados de Lleida, el barco no puede pasar de los 15 metros y sin marineros.
En el otro extremo, los que viven en los amplios desiertos de la pobreza tienen una mayor gama cromática: los hay que no pueden sobrevivir y entran en las siniestras cifras de los muertos por hambre, pero también están ahí los que tienen las calorías suficientes para alimentarse y un techo adecuado para cobijarse, pero que no tienen acceso a lo que la economista y socióloga norteamericana Diana Farrell llama bienes secundarios.
La clase media encuadra a las gentes que están entre esos dos extremos: entre los ricos y los marginados. Lo cierto es que a esta clase, al igual que a las otras dos, las define el estatus económico, que se concreta en la posibilidad de adquisición de bienes que, con Farrell, podemos calificar de secundarios y placenteros. Ahí pueden apuntar desde coches, electrodomésticos, segundas viviendas, ropas entonadas, viajes y otras diversiones, hasta exhibiciones suntuosas ocasionales como las bodas de los hijos. En los consumos posibles de la clase media, ustedes pueden hacer su propia lista.
ESTA CLASE media no ha dejado de crecer en los dos últimos siglos, y en las dos últimas décadas se ha multiplicado de una forma espectacular. Los datos que da el economista indio Surjit Bhalla, uno de los grandes especialistas en la materia, son sumamente ilustrativos. A principios del siglo XIX, la naciente burguesía, equivalente a nuestra clase media, sumaba el 2% de la población mundial. En vísperas de la primera guerra mundial –año 1913–, Bhalla afirma que la clase media sumaba el 12% y, antes de que estallara la segunda gran guerra, se había elevado al 22%, para llegar al 30% en los 60. Hace año y medio, en el 2007, un economista colocaba al 53% de la humanidad en la banda ancha de esta clase. Claro está que la llamada clase media tiene más sonidos y registros que un órgano.
La clase media es un concepto subjetivo muy huidizo. Hace dos años, el Congreso de Estados Unidos pidió a un equipo de académicos que definiera o, más bien, que le diera una radiografía anatómica de la clase media. Después de complejos análisis combinando factores de dinero y consumo, llegaron a la conclusión de que podían encuadrarse dentro de la clase media aquellos que ganaran entre los 30.000 y los 155.000 dólares, una gama que puede calificarse de todo menos uniforme. Claro, eso era para Estados Unidos, y no es lo mismo la clase media y sus relaciones con el consumo en términos de dinero en la geografía estadounidense que en las geografías de los países emergentes como Brasil, China o la India, y, menos aún, en las geografías de los países pobres. El dólar no tiene el mismo poder adquisitivo en todos los lugares de la tierra. Por lo tanto, no es un termómetro para medir con exactitud. Los crecimientos continuos de la capacidad de enriquecimiento y consumo de la clase media parecían imparables. El consumo, que era una fiesta, se había convertido casi en una orgía. Ahora la crisis lo ha frenado en seco.
HABLAMOS de crisis con una sola palabra, pero esta crisis tiene muchos rostros y efectos devastadores a corto y a medio plazo. Las clases medias han cambiado de destino en su viaje histórico. Hace un año y medio, caminaban hacia el paraíso, pero ahora son millones los de esa clase que caen día a día en el purgatorio. A principios del siglo XIV, el concilio de Florencia colocó por primera vez el purgatorio en el canon de los dogmas. Era –parece que lo sigue siendo– un lugar de tránsito, pero donde hay fuego purificador y sufrimiento. Una nota esencial es que se trata de un lugar de paso hacia el paraíso. Basta observar el paisaje humano para ver el desfile diario de millones de seres que van al purgatorio de la pobreza. Desde Estados Unidos hasta China y, muy particularmente, entre nosotros, donde la crisis se ha convertido en sinónimo de paro. Ignoramos cuándo llegará el tiempo del retorno al paraíso, pero me temo que se tratará de un paraíso diferente.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Sobre la llamada clase media se han escrito muchos discursos ideológicos y políticos, la mayoría cargados de un tono lírico esperanzado. También se han hecho sesudas reflexiones en las que se la señala como columna vertebradora de la sociedad. Existe una convergencia dialéctica al defender que con una amplia clase media se articula mejor la convivencia de los países, en particular, y de áreas geográficas, en general. Es el colchón más adecuado para una convivencia más armónica.
Sin embargo, no se puede empaquetar a la clase media en una definición, por eso hay que acudir a las descripciones, y en eso hay bastantes desacuerdos, aunque una referencia común sostiene que se trata de la franja de personas que se mueve entre los ricos-ricos y los que viven en la intemperie de la pobreza. La clase alta o los ricos-ricos tienen muy variados registros, porque no es lo mismo ser el dueño de Microsoft que serlo de una pequeña cadena de supermercados. Creo que la lona común que los envuelve es que pueden gastar dinero sin preocuparles en qué lo gastan dentro de los parámetros del sentido común. En los parámetros del sentido común de El Pocero cabe un yate de 70 metros con dos docenas de marineros; en los de un fabricante de helados de Lleida, el barco no puede pasar de los 15 metros y sin marineros.
En el otro extremo, los que viven en los amplios desiertos de la pobreza tienen una mayor gama cromática: los hay que no pueden sobrevivir y entran en las siniestras cifras de los muertos por hambre, pero también están ahí los que tienen las calorías suficientes para alimentarse y un techo adecuado para cobijarse, pero que no tienen acceso a lo que la economista y socióloga norteamericana Diana Farrell llama bienes secundarios.
La clase media encuadra a las gentes que están entre esos dos extremos: entre los ricos y los marginados. Lo cierto es que a esta clase, al igual que a las otras dos, las define el estatus económico, que se concreta en la posibilidad de adquisición de bienes que, con Farrell, podemos calificar de secundarios y placenteros. Ahí pueden apuntar desde coches, electrodomésticos, segundas viviendas, ropas entonadas, viajes y otras diversiones, hasta exhibiciones suntuosas ocasionales como las bodas de los hijos. En los consumos posibles de la clase media, ustedes pueden hacer su propia lista.
ESTA CLASE media no ha dejado de crecer en los dos últimos siglos, y en las dos últimas décadas se ha multiplicado de una forma espectacular. Los datos que da el economista indio Surjit Bhalla, uno de los grandes especialistas en la materia, son sumamente ilustrativos. A principios del siglo XIX, la naciente burguesía, equivalente a nuestra clase media, sumaba el 2% de la población mundial. En vísperas de la primera guerra mundial –año 1913–, Bhalla afirma que la clase media sumaba el 12% y, antes de que estallara la segunda gran guerra, se había elevado al 22%, para llegar al 30% en los 60. Hace año y medio, en el 2007, un economista colocaba al 53% de la humanidad en la banda ancha de esta clase. Claro está que la llamada clase media tiene más sonidos y registros que un órgano.
La clase media es un concepto subjetivo muy huidizo. Hace dos años, el Congreso de Estados Unidos pidió a un equipo de académicos que definiera o, más bien, que le diera una radiografía anatómica de la clase media. Después de complejos análisis combinando factores de dinero y consumo, llegaron a la conclusión de que podían encuadrarse dentro de la clase media aquellos que ganaran entre los 30.000 y los 155.000 dólares, una gama que puede calificarse de todo menos uniforme. Claro, eso era para Estados Unidos, y no es lo mismo la clase media y sus relaciones con el consumo en términos de dinero en la geografía estadounidense que en las geografías de los países emergentes como Brasil, China o la India, y, menos aún, en las geografías de los países pobres. El dólar no tiene el mismo poder adquisitivo en todos los lugares de la tierra. Por lo tanto, no es un termómetro para medir con exactitud. Los crecimientos continuos de la capacidad de enriquecimiento y consumo de la clase media parecían imparables. El consumo, que era una fiesta, se había convertido casi en una orgía. Ahora la crisis lo ha frenado en seco.
HABLAMOS de crisis con una sola palabra, pero esta crisis tiene muchos rostros y efectos devastadores a corto y a medio plazo. Las clases medias han cambiado de destino en su viaje histórico. Hace un año y medio, caminaban hacia el paraíso, pero ahora son millones los de esa clase que caen día a día en el purgatorio. A principios del siglo XIV, el concilio de Florencia colocó por primera vez el purgatorio en el canon de los dogmas. Era –parece que lo sigue siendo– un lugar de tránsito, pero donde hay fuego purificador y sufrimiento. Una nota esencial es que se trata de un lugar de paso hacia el paraíso. Basta observar el paisaje humano para ver el desfile diario de millones de seres que van al purgatorio de la pobreza. Desde Estados Unidos hasta China y, muy particularmente, entre nosotros, donde la crisis se ha convertido en sinónimo de paro. Ignoramos cuándo llegará el tiempo del retorno al paraíso, pero me temo que se tratará de un paraíso diferente.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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