Por José Luis González Vallvé, director de la representación de la Comisión Europea en España (EL CORREO DIGITAL, 23/03/09):
Siempre he apoyado, y sentido como propias, las inquietudes de los jóvenes universitarios. Sin embargo, no puedo compartir el ataque contra algo positivo y beneficioso que suponen, a mi juicio, las manifestaciones que en las últimas semanas han inundado la mayoría de universidades españolas ‘contra Bolonia’. Bolonia supone básicamente tres cosas: armonizar los grados universitarios a nivel europeo (que no eliminar o fusionar las titulaciones universitarias españolas); crear un sistema de transferencia de créditos universitarios (crédito universitario: unidad que mide las horas dedicadas a una determinada asignatura, no confundir con becas o préstamos); e impulsar la movilidad de los estudiantes y profesores. Lo primero permitiría que los titulados españoles que quisieran trabajar en otro país de la UE no tuvieran más problemas con el reconocimiento de sus títulos, como actualmente está sucediendo. Lo segundo, que todos los títulos tuvieran el mismo peso, y fuera fácil comparar un título expedido en el extranjero con uno en España en cuanto a preparación y esfuerzos realizados. Y lo tercero, que más y más estudiantes españoles tuvieran la posibilidad de realizar parte de sus estudios, con ayudas económicas, en el extranjero.
El resto de cosas, el resto de argumentos esgrimidos ‘contra Bolonia’ simplemente no tienen nada que ver con el llamado Proceso de Bolonia. No tiene nada que ver el sistema de becas del Gobierno español, no tiene nada que ver el posible intento de ‘privatizar’ la Universidad, ni de alterar los nombres o existencia de las titulaciones, ni conceder o no a los estudiantes préstamos en lugar de becas. Todo eso, simple y rotundamente, está fuera del Proceso de Bolonia. Así que una de dos: o los estudiantes están mal informados, o alguien los ha manipulado. Me resisto a creer que los estudiantes estén manifestándose en contra de la posibilidad de conocer otros países como parte de sus estudios; en contra de tener la posibilidad de trabajar en el extranjero un año, dos, los que deseen, ejerciendo la profesión para la que han sido formados. Me resisto a creer que los estudiantes están tirando piedras contra su propio tejado.
La declaración de Bolonia no es algo nuevo: se firmó en 1999, y hasta la fecha ni una sola manifestación había atacado este proceso. ¿Sorprendente, verdad? Más aún si tenemos en cuenta que desde esa fecha los países firmantes no pararon de avanzar hacia la creación de un sueño: el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). El Proceso de Bolonia se ha fijado 2010 como fecha para alcanzar un pleno EEES, en el que los estudiantes puedan elegir entre una amplia y transparente gama de titulaciones superiores, y se beneficien de unos procesos de reconocimiento de dichos títulos sencillos y rápidos. Todas las reformas planteadas son acciones indispensables si queremos estar a la altura de sistemas educativos de primer orden mundial, como los de Estados Unidos o Japón. Cuarenta y seis países europeos se han embarcado en esta aventura.
Desde la perspectiva de la Unión Europea, estas reformas forman parte de la Estrategia de Lisboa para crecimiento y empleo, que también incluye una mayor cooperación en formación profesional y prácticas (el llamado Proceso de Copenhague). Para establecer unas pautas coherentes entre Copenhague y Bolonia, la Comisión ha lanzado la propuesta ‘Marco europeo de calificaciones’, un currículum común -EUROPASS-, un sistema de transferencia de créditos (ECTS, según sus siglas en inglés), un sistema de control de calidad, un Espacio Europeo de Investigación y, como meta final, el establecimiento real del mencionado Espacio Europeo de Educación Superior. Sin contar con los programas ya existentes, como el Programa Leonardo da Vinci, Erasmus, el Séptimo Programa Marco de Investigación y Desarrollo y las becas Marie Curie, el Programa de Competitividad e Innovación; y así un largo etcétera. En definitiva, desde la Unión Europea se está haciendo un gran esfuerzo para apoyar a los estudiantes universitarios. ¿Acaso se quiere parar este apoyo?
Imaginemos. Arturo es estudiante de Económicas en la Universidad de Alicante. Es inquieto y quiere sacar el mayor provecho a sus estudios. Tras superar el primer ciclo de su licenciatura con éxito, solicita una beca Erasmus y pasa un año en Manchester, donde, además de conocer a otros jóvenes europeos y otra cultura, consigue dominar la lengua del país y aprueba materias que son posteriormente reconocidas en la Universidad de Alicante. A Arturo le va bien, pero quiere volver al extranjero, tener una primera experiencia profesional en otro país. Así que solicita una beca Leonardo da Vinci, y se marcha a Lyon a realizar unas prácticas remuneradas de seis meses y a aprender francés. Tras estas dos experiencias, el currículum de Arturo es, a nivel europeo, muy competitivo. Sin embargo, quiere llegar a doctorarse, y dado que le ha cogido el gustillo a eso de recorrer mundo, decide probar con una beca Marie Curie, gracias a la cual ejerce de investigador en el Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Múnich durante dos cursos académicos. Tras esta serie de vivencias, Arturo decide volver a España, se instala en Valencia y encuentra fácilmente trabajo como mánager en una empresa extranjera instalada en nuestro país. A estas alturas, Arturo habla inglés, francés y alemán, se ha doctorado y tiene, además de un buen puesto, toda la vida por delante.
¿Queremos que abandonar Bolonia y por extensión los programas de formación universitarios suponga una nueva realidad, considerablemente peor, para Arturo? Y ahora, ¿alguien podría decirme qué hay de malo en ‘esto de Bolonia’?
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Siempre he apoyado, y sentido como propias, las inquietudes de los jóvenes universitarios. Sin embargo, no puedo compartir el ataque contra algo positivo y beneficioso que suponen, a mi juicio, las manifestaciones que en las últimas semanas han inundado la mayoría de universidades españolas ‘contra Bolonia’. Bolonia supone básicamente tres cosas: armonizar los grados universitarios a nivel europeo (que no eliminar o fusionar las titulaciones universitarias españolas); crear un sistema de transferencia de créditos universitarios (crédito universitario: unidad que mide las horas dedicadas a una determinada asignatura, no confundir con becas o préstamos); e impulsar la movilidad de los estudiantes y profesores. Lo primero permitiría que los titulados españoles que quisieran trabajar en otro país de la UE no tuvieran más problemas con el reconocimiento de sus títulos, como actualmente está sucediendo. Lo segundo, que todos los títulos tuvieran el mismo peso, y fuera fácil comparar un título expedido en el extranjero con uno en España en cuanto a preparación y esfuerzos realizados. Y lo tercero, que más y más estudiantes españoles tuvieran la posibilidad de realizar parte de sus estudios, con ayudas económicas, en el extranjero.
El resto de cosas, el resto de argumentos esgrimidos ‘contra Bolonia’ simplemente no tienen nada que ver con el llamado Proceso de Bolonia. No tiene nada que ver el sistema de becas del Gobierno español, no tiene nada que ver el posible intento de ‘privatizar’ la Universidad, ni de alterar los nombres o existencia de las titulaciones, ni conceder o no a los estudiantes préstamos en lugar de becas. Todo eso, simple y rotundamente, está fuera del Proceso de Bolonia. Así que una de dos: o los estudiantes están mal informados, o alguien los ha manipulado. Me resisto a creer que los estudiantes estén manifestándose en contra de la posibilidad de conocer otros países como parte de sus estudios; en contra de tener la posibilidad de trabajar en el extranjero un año, dos, los que deseen, ejerciendo la profesión para la que han sido formados. Me resisto a creer que los estudiantes están tirando piedras contra su propio tejado.
La declaración de Bolonia no es algo nuevo: se firmó en 1999, y hasta la fecha ni una sola manifestación había atacado este proceso. ¿Sorprendente, verdad? Más aún si tenemos en cuenta que desde esa fecha los países firmantes no pararon de avanzar hacia la creación de un sueño: el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). El Proceso de Bolonia se ha fijado 2010 como fecha para alcanzar un pleno EEES, en el que los estudiantes puedan elegir entre una amplia y transparente gama de titulaciones superiores, y se beneficien de unos procesos de reconocimiento de dichos títulos sencillos y rápidos. Todas las reformas planteadas son acciones indispensables si queremos estar a la altura de sistemas educativos de primer orden mundial, como los de Estados Unidos o Japón. Cuarenta y seis países europeos se han embarcado en esta aventura.
Desde la perspectiva de la Unión Europea, estas reformas forman parte de la Estrategia de Lisboa para crecimiento y empleo, que también incluye una mayor cooperación en formación profesional y prácticas (el llamado Proceso de Copenhague). Para establecer unas pautas coherentes entre Copenhague y Bolonia, la Comisión ha lanzado la propuesta ‘Marco europeo de calificaciones’, un currículum común -EUROPASS-, un sistema de transferencia de créditos (ECTS, según sus siglas en inglés), un sistema de control de calidad, un Espacio Europeo de Investigación y, como meta final, el establecimiento real del mencionado Espacio Europeo de Educación Superior. Sin contar con los programas ya existentes, como el Programa Leonardo da Vinci, Erasmus, el Séptimo Programa Marco de Investigación y Desarrollo y las becas Marie Curie, el Programa de Competitividad e Innovación; y así un largo etcétera. En definitiva, desde la Unión Europea se está haciendo un gran esfuerzo para apoyar a los estudiantes universitarios. ¿Acaso se quiere parar este apoyo?
Imaginemos. Arturo es estudiante de Económicas en la Universidad de Alicante. Es inquieto y quiere sacar el mayor provecho a sus estudios. Tras superar el primer ciclo de su licenciatura con éxito, solicita una beca Erasmus y pasa un año en Manchester, donde, además de conocer a otros jóvenes europeos y otra cultura, consigue dominar la lengua del país y aprueba materias que son posteriormente reconocidas en la Universidad de Alicante. A Arturo le va bien, pero quiere volver al extranjero, tener una primera experiencia profesional en otro país. Así que solicita una beca Leonardo da Vinci, y se marcha a Lyon a realizar unas prácticas remuneradas de seis meses y a aprender francés. Tras estas dos experiencias, el currículum de Arturo es, a nivel europeo, muy competitivo. Sin embargo, quiere llegar a doctorarse, y dado que le ha cogido el gustillo a eso de recorrer mundo, decide probar con una beca Marie Curie, gracias a la cual ejerce de investigador en el Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Múnich durante dos cursos académicos. Tras esta serie de vivencias, Arturo decide volver a España, se instala en Valencia y encuentra fácilmente trabajo como mánager en una empresa extranjera instalada en nuestro país. A estas alturas, Arturo habla inglés, francés y alemán, se ha doctorado y tiene, además de un buen puesto, toda la vida por delante.
¿Queremos que abandonar Bolonia y por extensión los programas de formación universitarios suponga una nueva realidad, considerablemente peor, para Arturo? Y ahora, ¿alguien podría decirme qué hay de malo en ‘esto de Bolonia’?
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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