Por Ian Buruma, profesor de Derechos Humanos en el Bard College; su último libro es "The China lover" © Project Syndicate, 2009. Traducción: David Meléndez Tormen (LA VANGUARDIA, 29/03/09):
El obispo Richard Williamson tiene opiniones muy peculiares y francamente odiosas: que no hubo asesinato de judíos en cámaras de gas durante la Segunda Guerra Mundial, que las Torres Gemelas fueron derribadas por explosivos estadounidenses, no por aviones, el 11-S del 2001, y que los judíos luchan por dominar el mundo “para preparar el trono del Anticristo en Jerusalén”.
En cuanto a temas de la doctrina católica romana, sus puntos de vista fueron considerados tan fuera de línea con la Iglesia moderna, que el Vaticano lo excomulgó en 1988, con otros miembros de la ultraconservadora Sociedad de San Pío X, fundada por el simpatizante del fascismo Marcel Lefebvre. Entre quienes respaldan a Williamson está David Irving, que hace poco cumplió pena de cárcel en Austria por glorificar a los nazis.
No hay duda de que el obispo no resulta un hombre atractivo. Sin embargo, ¿merece que cuelguen tantas espadas sobre su cabeza? Como consecuencia de las opiniones que expresó en la televisión sueca, se le ha negado la posibilidad de volver al redil de la Iglesia, como se lo había prometido Benedicto XVI, lo cual probablemente sea justo. Pero también fue expulsado de Argentina, donde vivía, y está bajo amenaza de ser extraditado a Alemania, donde hay en marcha preparativos para juzgarlo por negar el holocausto.
Mientras tanto, piénsese en el caso de otro hombre poco atractivo, el político holandés Geert Wilders, a quien el mes pasado se le prohibió entrar en el Reino Unido, donde tenía planes de mostrar Fitna, un corto que había dirigido y que describe al islam como una fe terrorista. En Holanda se le está juzgando por “propagar el odio” hacia los musulmanes. Comparó el Corán con Mein Kampf de Hitler y desea parar la inmigración de musulmanes.
La prohibición británica, así como el inminente juicio, han hecho que Wilders gane popularidad en Holanda, donde una encuesta indicó que su partido populista antimusulmán, el PVV, obtendría 27 escaños en el Parlamento si hoy hubiera elecciones. La razón de la popularidad de Wilders, además de la desconfianza hacia los musulmanes, es que ha cultivado la imagen de luchador de la libre expresión.
El principio de la libertad de expresión, uno de los derechos fundamentales en las democracias liberales, significa que debemos convivir con opiniones que consideramos reprobables, hasta cierto punto. La pregunta es: ¿hasta qué punto?
Las leyes sobre libertad de expresión difieren un poco de país en país. Expresar la opinión de que el holocausto nunca existió es delito en varias democracias europeas, como Francia, Alemania y Austria. Muchos países democráticos poseen leyes contra la apología de la violencia o el odio. Algunos países, incluida Holanda, incluso tienen leyes que penalizan el insultar a las personas por etnia o religión.
Puede que las ideas del obispo Williamson sean deplorables, pero la persecución legal contra un hombre por sus opiniones acerca de la historia quizá sea una mala idea. Debería ser criticado, incluso ridiculizado, pero no encarcelado. De manera similar, habría sido mucho mejor haber permitido a Wilders mostrar su desafortunada película en el Reino Unido que prohibirla. Sin embargo, la libre expresión no es algo absoluto. Hasta Wilders, con su absurda campaña para prohibir el Corán, claramente cree que hay límites…, para sus oponentes, claro, no para él mismo. Pero no es tan fácil definir con precisión esos límites, ya que dependen de quién le dice qué a quién, e incluso dónde ocurre.
Las opiniones de Williamson cobraron importancia de improviso, debido a que este sacerdote oscuro y excomulgado estaba a punto de ser restituido por el Papa, lo que habría dado legitimidad institucional a sus opiniones privadas. En el caso de Wilders, tiene peso el que se trate de un político, no sólo una persona privada.
En la vida civilizada, la gente se abstiene de decir muchas cosas, independientemente de los problemas relacionados con la legalidad. Las palabras que usan los jóvenes negros en las ciudades estadounidenses para relacionarse tendrían una resonancia diferente proferidas por jóvenes blancos. Burlarse de las costumbres y creencias de las minorías no es lo mismo que atacar los hábitos y puntos de vista de las mayorías.
La vida civilizada, especialmente en países con gran diversidad étnica y religiosa, se desgarraría si todos sintieran la libertad de decir lo que les plazca a cualquier persona. El problema es dónde trazar la línea. En términos legales, tendría que ser el punto donde las palabras tienen la intención de generar violencia. En lo social, hay demasiadas variables como para crear un principio absoluto y universal.
Personas como el obispo Williams y Geert Wilders son útiles en la medida en que nos sirven de ayuda para hacer eso. Dejémoslos hablar, para que sean juzgados no en los tribunales, sino por las opiniones contrarias. Prohibirles hacerlo no hace más que permitirles posar de mártires de la libertad de expresión. Y eso no sólo hace más difícil atacar sus puntos de vista, sino que también da mal nombre a la propia libertad de expresión.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
El obispo Richard Williamson tiene opiniones muy peculiares y francamente odiosas: que no hubo asesinato de judíos en cámaras de gas durante la Segunda Guerra Mundial, que las Torres Gemelas fueron derribadas por explosivos estadounidenses, no por aviones, el 11-S del 2001, y que los judíos luchan por dominar el mundo “para preparar el trono del Anticristo en Jerusalén”.
En cuanto a temas de la doctrina católica romana, sus puntos de vista fueron considerados tan fuera de línea con la Iglesia moderna, que el Vaticano lo excomulgó en 1988, con otros miembros de la ultraconservadora Sociedad de San Pío X, fundada por el simpatizante del fascismo Marcel Lefebvre. Entre quienes respaldan a Williamson está David Irving, que hace poco cumplió pena de cárcel en Austria por glorificar a los nazis.
No hay duda de que el obispo no resulta un hombre atractivo. Sin embargo, ¿merece que cuelguen tantas espadas sobre su cabeza? Como consecuencia de las opiniones que expresó en la televisión sueca, se le ha negado la posibilidad de volver al redil de la Iglesia, como se lo había prometido Benedicto XVI, lo cual probablemente sea justo. Pero también fue expulsado de Argentina, donde vivía, y está bajo amenaza de ser extraditado a Alemania, donde hay en marcha preparativos para juzgarlo por negar el holocausto.
Mientras tanto, piénsese en el caso de otro hombre poco atractivo, el político holandés Geert Wilders, a quien el mes pasado se le prohibió entrar en el Reino Unido, donde tenía planes de mostrar Fitna, un corto que había dirigido y que describe al islam como una fe terrorista. En Holanda se le está juzgando por “propagar el odio” hacia los musulmanes. Comparó el Corán con Mein Kampf de Hitler y desea parar la inmigración de musulmanes.
La prohibición británica, así como el inminente juicio, han hecho que Wilders gane popularidad en Holanda, donde una encuesta indicó que su partido populista antimusulmán, el PVV, obtendría 27 escaños en el Parlamento si hoy hubiera elecciones. La razón de la popularidad de Wilders, además de la desconfianza hacia los musulmanes, es que ha cultivado la imagen de luchador de la libre expresión.
El principio de la libertad de expresión, uno de los derechos fundamentales en las democracias liberales, significa que debemos convivir con opiniones que consideramos reprobables, hasta cierto punto. La pregunta es: ¿hasta qué punto?
Las leyes sobre libertad de expresión difieren un poco de país en país. Expresar la opinión de que el holocausto nunca existió es delito en varias democracias europeas, como Francia, Alemania y Austria. Muchos países democráticos poseen leyes contra la apología de la violencia o el odio. Algunos países, incluida Holanda, incluso tienen leyes que penalizan el insultar a las personas por etnia o religión.
Puede que las ideas del obispo Williamson sean deplorables, pero la persecución legal contra un hombre por sus opiniones acerca de la historia quizá sea una mala idea. Debería ser criticado, incluso ridiculizado, pero no encarcelado. De manera similar, habría sido mucho mejor haber permitido a Wilders mostrar su desafortunada película en el Reino Unido que prohibirla. Sin embargo, la libre expresión no es algo absoluto. Hasta Wilders, con su absurda campaña para prohibir el Corán, claramente cree que hay límites…, para sus oponentes, claro, no para él mismo. Pero no es tan fácil definir con precisión esos límites, ya que dependen de quién le dice qué a quién, e incluso dónde ocurre.
Las opiniones de Williamson cobraron importancia de improviso, debido a que este sacerdote oscuro y excomulgado estaba a punto de ser restituido por el Papa, lo que habría dado legitimidad institucional a sus opiniones privadas. En el caso de Wilders, tiene peso el que se trate de un político, no sólo una persona privada.
En la vida civilizada, la gente se abstiene de decir muchas cosas, independientemente de los problemas relacionados con la legalidad. Las palabras que usan los jóvenes negros en las ciudades estadounidenses para relacionarse tendrían una resonancia diferente proferidas por jóvenes blancos. Burlarse de las costumbres y creencias de las minorías no es lo mismo que atacar los hábitos y puntos de vista de las mayorías.
La vida civilizada, especialmente en países con gran diversidad étnica y religiosa, se desgarraría si todos sintieran la libertad de decir lo que les plazca a cualquier persona. El problema es dónde trazar la línea. En términos legales, tendría que ser el punto donde las palabras tienen la intención de generar violencia. En lo social, hay demasiadas variables como para crear un principio absoluto y universal.
Personas como el obispo Williams y Geert Wilders son útiles en la medida en que nos sirven de ayuda para hacer eso. Dejémoslos hablar, para que sean juzgados no en los tribunales, sino por las opiniones contrarias. Prohibirles hacerlo no hace más que permitirles posar de mártires de la libertad de expresión. Y eso no sólo hace más difícil atacar sus puntos de vista, sino que también da mal nombre a la propia libertad de expresión.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario