Por Michael Gerson, columnista de The Washington Post (EL MUNDO, 25/03/09):
Durante años, el régimen sudanés encabezado por el presidente Omar Hasán al-Bashir ha actuado como un grupo terrorista, tomando rehenes a millones de refugiados en campamentos en Darfur y advirtiendo al mundo de que no hiciera ninguna maniobra agresiva. Ahora el mundo se enfrenta a una duda: ¿qué hacer cuando los captores empiezan a matar a sus cautivos? Después de que el Tribunal Penal Internacional dictara una orden de detención bajo la acusación de crímenes contra la humanidad, Bashir respondía expulsando a 13 grupos internacionales de ayuda humanitaria, incluyendo a cuatro importantes socios del Programa Mundial de Alimentos responsables de distribuir comida entre los 1,1 millones de habitantes de Darfur. De un plumazo, Bashir eliminaba alrededor del 35% de la distribución de alimentos en Darfur. Además, ha amenazado a las organizaciones que aún quedan con la explusión antes de acabar el año. El doctor Mohammed Ahmed Abdalla, médico y activista de los derechos humanos en Darfur, me describía la región como «al límite». Sin organizaciones internacionales, apenas el 9% de la población de los campamentos tiene acceso a agua potable. El Programa Mundial de Alimentos ha respondido a la crisis inmediata, proporcionando dos meses de asistencia alimentaria de urgencia a los campamentos de Darfur en un intento de persuadir a la gente para que permanezca en los campamentos y no huya desesperadamente hacia el este del Chad. Mohammed Ahmed contempla con horror esta posibilidad. «La gente tendrá que recorrer 500 kilómetros, exponiéndose a los ataques de las milicias Janjaweed y los rebeldes del Chad que operan próximos a la frontera». Será una marcha larga, árida y mortal. La comunidad internacional, liderada por Estados Unidos, se enfrenta ahora a una decisión difícil. O bien atenúa la presión sobre el régimen de Bashir a cambio de que las organizaciones humanitarias expulsadas fueran autorizados a volver. Una atmósfera de acusada hostilidad también complica la puesta en práctica del acuerdo de paz entre el norte y el sur de Sudán, del cual dependen muchas vidas. O bien el mundo incrementa la presión sobre el régimen de Sudán, sabiendo que Bashir podría provocar más sufrimiento y muertes a corto plazo conforme se incremente la presión. Esto exige el desarrollo de una estrategia integral que conduzca a un régimen en Sudán que valore a los habitantes de Darfur y ponga en práctica de buena fe el acuerdo Norte-Sur.Esto no significa necesariamente cambio de régimen, pero probablemente exige el cambio de Bashir y un Gobierno sudanés que empiece de cero. En esta labor, la administración Obama cuenta con dos grandes ventajas. La primera es el propio Bashir, cuya brutalidad está destruyendo la credibilidad de todos los que le han protegido.La segunda es la extraordinaria posición global de Obama, que el presidente podría utilizar para persuadir a los europeos de que impogan mayores sanciones económicas, así como para convencer a algunos aliados tradicionales de Sudán como Egipto de que retire el respaldo a Bashir. Pero esto exigirá el gasto de capital diplomático, la elevación del rango de este asunto en las relaciones tanto con amigos como con rivales, y el probable uso de la fuerza militar hasta sus últimas consecuencias. No toda crisis humanitaria global justifica este tipo de compromiso, pero si el genocidio no justifica tales medidas, es que nunca van a estar justificadas. Y perderíamos todo derecho a decir «nunca más».
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Durante años, el régimen sudanés encabezado por el presidente Omar Hasán al-Bashir ha actuado como un grupo terrorista, tomando rehenes a millones de refugiados en campamentos en Darfur y advirtiendo al mundo de que no hiciera ninguna maniobra agresiva. Ahora el mundo se enfrenta a una duda: ¿qué hacer cuando los captores empiezan a matar a sus cautivos? Después de que el Tribunal Penal Internacional dictara una orden de detención bajo la acusación de crímenes contra la humanidad, Bashir respondía expulsando a 13 grupos internacionales de ayuda humanitaria, incluyendo a cuatro importantes socios del Programa Mundial de Alimentos responsables de distribuir comida entre los 1,1 millones de habitantes de Darfur. De un plumazo, Bashir eliminaba alrededor del 35% de la distribución de alimentos en Darfur. Además, ha amenazado a las organizaciones que aún quedan con la explusión antes de acabar el año. El doctor Mohammed Ahmed Abdalla, médico y activista de los derechos humanos en Darfur, me describía la región como «al límite». Sin organizaciones internacionales, apenas el 9% de la población de los campamentos tiene acceso a agua potable. El Programa Mundial de Alimentos ha respondido a la crisis inmediata, proporcionando dos meses de asistencia alimentaria de urgencia a los campamentos de Darfur en un intento de persuadir a la gente para que permanezca en los campamentos y no huya desesperadamente hacia el este del Chad. Mohammed Ahmed contempla con horror esta posibilidad. «La gente tendrá que recorrer 500 kilómetros, exponiéndose a los ataques de las milicias Janjaweed y los rebeldes del Chad que operan próximos a la frontera». Será una marcha larga, árida y mortal. La comunidad internacional, liderada por Estados Unidos, se enfrenta ahora a una decisión difícil. O bien atenúa la presión sobre el régimen de Bashir a cambio de que las organizaciones humanitarias expulsadas fueran autorizados a volver. Una atmósfera de acusada hostilidad también complica la puesta en práctica del acuerdo de paz entre el norte y el sur de Sudán, del cual dependen muchas vidas. O bien el mundo incrementa la presión sobre el régimen de Sudán, sabiendo que Bashir podría provocar más sufrimiento y muertes a corto plazo conforme se incremente la presión. Esto exige el desarrollo de una estrategia integral que conduzca a un régimen en Sudán que valore a los habitantes de Darfur y ponga en práctica de buena fe el acuerdo Norte-Sur.Esto no significa necesariamente cambio de régimen, pero probablemente exige el cambio de Bashir y un Gobierno sudanés que empiece de cero. En esta labor, la administración Obama cuenta con dos grandes ventajas. La primera es el propio Bashir, cuya brutalidad está destruyendo la credibilidad de todos los que le han protegido.La segunda es la extraordinaria posición global de Obama, que el presidente podría utilizar para persuadir a los europeos de que impogan mayores sanciones económicas, así como para convencer a algunos aliados tradicionales de Sudán como Egipto de que retire el respaldo a Bashir. Pero esto exigirá el gasto de capital diplomático, la elevación del rango de este asunto en las relaciones tanto con amigos como con rivales, y el probable uso de la fuerza militar hasta sus últimas consecuencias. No toda crisis humanitaria global justifica este tipo de compromiso, pero si el genocidio no justifica tales medidas, es que nunca van a estar justificadas. Y perderíamos todo derecho a decir «nunca más».
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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