Por Reyes Mate, profesor de Investigación del CSIC y autor de Medianoche en la historia. Comentarios a las Tesis de Benjamin sobre el concepto de historia (EL PAÍS, 22/03/09):
“El trapero es la figura más provocadora de la miseria humana”.
Walter Benjamin
El Ayuntamiento de Madrid multará con 750 euros a quien rebusque en la basura. Esta decisión administrativa es un gesto político de gran alcance ya que criminaliza una de las figuras, la del trapero, que más luz ha echado sobre la convivencia entre humanos. Si, para salir de la crisis, lo más sólido que nos cuentan los expertos es esperar a que escampe, no deberíamos despedir al trapero, sin recoger un legado amenazado de extinción.
Carlos Marx, coincidiendo en esto con Ana Botella, la concejala madrileña del ramo, fustigó sin piedad a los que le defendían. En alemán los trapos o harapos se llaman lumpen y sabemos bien el desprecio de Marx por el lumpeproletariat, el proletariado andrajoso, porque era un ejército de parásitos que no creaban riqueza. Sólo tenía ojos para el Proletariado que, esos sí, hacían andar la rueda de la historia.
La cosa cambia entreguerras, con el crash bursátil del 29 y el ascenso espectacular del fascismo. En un momento en el que, como decía Victor Serge, era “medianoche en el siglo”, emerge la figura del trapero. Escritores, como Beaudelaire o Peguy, y filósofos, como Walter Benjamin, encuentran en ella la guía inesperada para entender lo que está pasando y cómo salir de la crisis. Nada como dedicarse a las sobras que vierte el estómago de la ciudad dormida para entender lo que está pasando.
El trapero, en efecto, dispone de un punto de vista privilegiado para analizar las sociedades avanzadas. Al trapero no se le oculta que el sistema funciona creando desechos que luego recicla y aprovecha como alimento de la maquinaria.
Las sobras son una realidad del sistema y también la metáfora de la exclusión. Lo que el sistema desecha no es sólo lo que circula por las cloacas o va al cubo de las basuras. Convierte en basura todo lo que usa y que un momento antes ha sido festejado con todos los honores.
Cuando el trapero hace su ronda de noche pincha con el chuzo de trabajo cartones sueltos con palabras descoloridas, tales como “prestigio”, “científico” o “campeón”.
El trapo o desecho es sólo el momento posterior de lo que unas horas antes tuvo glamour y que ahora es papel ajado. Ve su condición de mendigo no como un oficio aparte, sino como un estado que amenaza a cualquiera.
Todo su afán consiste en rescatar trapos y ponerlos fuera de la circulación, como si fueran joyas, con las que armar la resistencia. Porque en ese mundo de miseria hay tesoros que merecen ser salvados, llámense austeridad, respeto del entorno, conciencia de que el mundo es limitado y frágil.
Posee una gramática educativa muy singular y si tuviera hijos les ahorraría la angustia del paro enseñándoles a distinguir entre ser y tener, desterrando la maldición de nuestra lengua que califica al desempleado como alguien que “está de más”.
Lo suyo no era sólo la diagnosis, también tenía una propuesta para salir de la crisis. Piensa que las teorías económicas fracasan porque no soportan el cara a cara con la miseria.
Los políticos y sus economistas se retiran demasiado pronto a sus gabinetes para tratar de resolver un problema en vez de escuchar las razones que subyacen a los gritos de los desesperados. Hay que tomar la medida del desastre, contando los caídos, escuchando los relatos de los que huyen por hambre, anotando las víctimas que en algún lugar lejano producen las decisiones de los poderosos.
“Yo no tengo nada que decir, sólo mostrar”, decía Benjamin. “No voy a ocultar nada que valga la pena. A los trapos y desechos no quiero clasificarlos, sino sólo hacerles justicia”. Ese es el secreto del trapero: mostrar los trapos, uno a uno, y escuchar su elocuencia. A esto invita a los políticos.
De la crisis del 29 se salió gracias a la inteligencia de Keynes. El trapero quedó archivado como figura literaria. Dicen los que saben que también de ésta saldremos, pero volveremos a las andadas si tratamos al trapero como un delincuente. De momento y mientras esperamos la llegada de un nuevo salvador, vuelve su silueta vacilante porque mientras subsista la miseria, habrá mitos, para que haya resistencia.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
“El trapero es la figura más provocadora de la miseria humana”.
Walter Benjamin
El Ayuntamiento de Madrid multará con 750 euros a quien rebusque en la basura. Esta decisión administrativa es un gesto político de gran alcance ya que criminaliza una de las figuras, la del trapero, que más luz ha echado sobre la convivencia entre humanos. Si, para salir de la crisis, lo más sólido que nos cuentan los expertos es esperar a que escampe, no deberíamos despedir al trapero, sin recoger un legado amenazado de extinción.
Carlos Marx, coincidiendo en esto con Ana Botella, la concejala madrileña del ramo, fustigó sin piedad a los que le defendían. En alemán los trapos o harapos se llaman lumpen y sabemos bien el desprecio de Marx por el lumpeproletariat, el proletariado andrajoso, porque era un ejército de parásitos que no creaban riqueza. Sólo tenía ojos para el Proletariado que, esos sí, hacían andar la rueda de la historia.
La cosa cambia entreguerras, con el crash bursátil del 29 y el ascenso espectacular del fascismo. En un momento en el que, como decía Victor Serge, era “medianoche en el siglo”, emerge la figura del trapero. Escritores, como Beaudelaire o Peguy, y filósofos, como Walter Benjamin, encuentran en ella la guía inesperada para entender lo que está pasando y cómo salir de la crisis. Nada como dedicarse a las sobras que vierte el estómago de la ciudad dormida para entender lo que está pasando.
El trapero, en efecto, dispone de un punto de vista privilegiado para analizar las sociedades avanzadas. Al trapero no se le oculta que el sistema funciona creando desechos que luego recicla y aprovecha como alimento de la maquinaria.
Las sobras son una realidad del sistema y también la metáfora de la exclusión. Lo que el sistema desecha no es sólo lo que circula por las cloacas o va al cubo de las basuras. Convierte en basura todo lo que usa y que un momento antes ha sido festejado con todos los honores.
Cuando el trapero hace su ronda de noche pincha con el chuzo de trabajo cartones sueltos con palabras descoloridas, tales como “prestigio”, “científico” o “campeón”.
El trapo o desecho es sólo el momento posterior de lo que unas horas antes tuvo glamour y que ahora es papel ajado. Ve su condición de mendigo no como un oficio aparte, sino como un estado que amenaza a cualquiera.
Todo su afán consiste en rescatar trapos y ponerlos fuera de la circulación, como si fueran joyas, con las que armar la resistencia. Porque en ese mundo de miseria hay tesoros que merecen ser salvados, llámense austeridad, respeto del entorno, conciencia de que el mundo es limitado y frágil.
Posee una gramática educativa muy singular y si tuviera hijos les ahorraría la angustia del paro enseñándoles a distinguir entre ser y tener, desterrando la maldición de nuestra lengua que califica al desempleado como alguien que “está de más”.
Lo suyo no era sólo la diagnosis, también tenía una propuesta para salir de la crisis. Piensa que las teorías económicas fracasan porque no soportan el cara a cara con la miseria.
Los políticos y sus economistas se retiran demasiado pronto a sus gabinetes para tratar de resolver un problema en vez de escuchar las razones que subyacen a los gritos de los desesperados. Hay que tomar la medida del desastre, contando los caídos, escuchando los relatos de los que huyen por hambre, anotando las víctimas que en algún lugar lejano producen las decisiones de los poderosos.
“Yo no tengo nada que decir, sólo mostrar”, decía Benjamin. “No voy a ocultar nada que valga la pena. A los trapos y desechos no quiero clasificarlos, sino sólo hacerles justicia”. Ese es el secreto del trapero: mostrar los trapos, uno a uno, y escuchar su elocuencia. A esto invita a los políticos.
De la crisis del 29 se salió gracias a la inteligencia de Keynes. El trapero quedó archivado como figura literaria. Dicen los que saben que también de ésta saldremos, pero volveremos a las andadas si tratamos al trapero como un delincuente. De momento y mientras esperamos la llegada de un nuevo salvador, vuelve su silueta vacilante porque mientras subsista la miseria, habrá mitos, para que haya resistencia.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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