Por RAMÓN LOBO (ElPais.com, 24/03/2009)
El bombardeo de la OTAN sobre Serbia hace 10 años tuvo un objetivo: poner fin a la limpieza étnica en Kosovo. Fue un éxito: logró la capitulación de Belgrado el 12 de junio de 1999 -81 días y 38.000 misiones después de que se iniciara el 24 de marzo- y el retorno de los refugiados albaneses que habían sido expulsados de sus casas.
Pero aquella misión también fue un fracaso político a largo plazo. La Alianza dejó el trabajo a medias, creyó que con la caída de Slobodan Milosevic en la mini revolución de octubre de 2000 en Belgrado y su posterior entrega al Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia el 28 de junio de 2001 el trabajo estaba hecho. El 12 de marzo de 2003 fue asesinado el primer ministro serbio, el reformista Zoran Djindjic. Era un hecho grave que pasó desapercibido para Europa y EEUU, que fueron abducidos por la guerra de Irak que comenzó siete días después. Atrás quedó Serbia y Afganistán, errores que aún se pagan.
Se abandonó Serbia a su suerte y se congeló la situación en Kosovo. El resultado de aquella miopía ha sido la independencia de Kosovo, convertida en la única solución posible aunque desde el principio no era la mejor. Serbia ha tardado en arrancar de nuevo. Desde mayo de 2008 intenta una segunda transición con un Gobierno democrático y proeuropeo que aspira a entrar en la UE y dejar atrás un pasado lleno de mitos, mentiras y sangre. Belgrado ha tardado 10 años en encontrar unos interlocutores válidos.
Kosovo fue hace 10 años la última de las cuatro guerras balcánicas (Eslovenia y Croacia en 1991 y Bosnia-Herzegovina entre 1992 y 1995). Kosovo fue la última pieza de la antigua Yugoslavia en independizarse. Aunque en realidad, la última pieza es Serbia, que trata de independizarse de sí misma.
El bombardeo de la OTAN sobre Serbia hace 10 años tuvo un objetivo: poner fin a la limpieza étnica en Kosovo. Fue un éxito: logró la capitulación de Belgrado el 12 de junio de 1999 -81 días y 38.000 misiones después de que se iniciara el 24 de marzo- y el retorno de los refugiados albaneses que habían sido expulsados de sus casas.
Pero aquella misión también fue un fracaso político a largo plazo. La Alianza dejó el trabajo a medias, creyó que con la caída de Slobodan Milosevic en la mini revolución de octubre de 2000 en Belgrado y su posterior entrega al Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia el 28 de junio de 2001 el trabajo estaba hecho. El 12 de marzo de 2003 fue asesinado el primer ministro serbio, el reformista Zoran Djindjic. Era un hecho grave que pasó desapercibido para Europa y EEUU, que fueron abducidos por la guerra de Irak que comenzó siete días después. Atrás quedó Serbia y Afganistán, errores que aún se pagan.
Se abandonó Serbia a su suerte y se congeló la situación en Kosovo. El resultado de aquella miopía ha sido la independencia de Kosovo, convertida en la única solución posible aunque desde el principio no era la mejor. Serbia ha tardado en arrancar de nuevo. Desde mayo de 2008 intenta una segunda transición con un Gobierno democrático y proeuropeo que aspira a entrar en la UE y dejar atrás un pasado lleno de mitos, mentiras y sangre. Belgrado ha tardado 10 años en encontrar unos interlocutores válidos.
Kosovo fue hace 10 años la última de las cuatro guerras balcánicas (Eslovenia y Croacia en 1991 y Bosnia-Herzegovina entre 1992 y 1995). Kosovo fue la última pieza de la antigua Yugoslavia en independizarse. Aunque en realidad, la última pieza es Serbia, que trata de independizarse de sí misma.
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