Por Mateo Madridejos, periodista e historiador (EL PERIÓDICO, 22/03/09):
Desde principios de enero, las fuerzas de la OTAN en Afganistán han perdido más de 60 hombres, el triple que en el mismo período de 2008, y se han encendido las alarmas en todos los países implicados. En Washington, donde Obama insiste en colocar a ese país asiático en el epicentro de su acción exterior, se multiplican los informes, las revisiones estratégicas, los comentarios y los rumores sobre un conflicto lejano pero endiablado que se extiende ya a Pakistán, un Estado de frágiles cimientos, que algunos reputan fallido, pero con un ejército poderoso que dispone de la bomba nuclear, infiltrado por el fanatismo religioso y la corrupción.
Las informaciones oficiosas en Washington señalan que Obama y sus consejeros estudian la extensión de la guerra encubierta (con aviones sin piloto de la CIA) que ya se libra en Pakistán y que desborda las áreas tribales fronterizas para adentrarse en la provincia de Beluchistán, desde donde se supone que los talibanes dirigen las incursiones mortíferas en el sureste afgano. La situación se parece peligrosamente a la de Vietnam a principios de los años 70, cuando los norteamericanos devastaron el norte en la creencia ilusoria de que podrían detener el avance comunista en el sur.
Obama ordenó el envío de 17.000 soldados más, en una brusca escalada del conflicto, pero sería positivo que reflexionara sobre los errores cometidos por Nixon cuando sucedió a Johnson en 1971 y se encontró con 540.000 soldados en Vietnam, una guerra impopular y más de 30.000 muertos. Luego de dos años de bombardeos y combates frenéticos, de muerte y deshonor, Washington y Hanoi firmaron un acuerdo de paz que no pudo impedir la derrota de los survietnamitas ni la infamante evacuación de la embajada norteamericana en Saigón en 1975. El mismo año, Pol Pot y sus jemeres rojos abrieron las puertas del infierno en Camboya en uno de los momentos más oscuros y crueles de la historia del pasado siglo.
El presidente norteamericano parece decidido a continuar la guerra y extenderla a Pakistán, santuario de los terroristas de Al Qaeda, mas surgen voces autorizadas en Washington que reclaman el repliegue militar para proteger los intereses vitales de EEUU en una región donde coinciden con los de India, China, Rusia e Irán. Su lema es: más diplomacia, más tecnología y menos soldados. Ante todo, porque el fantasma de Munich (1938), el de la capitulación ante un poder expansivo como el de la Alemania de Hitler, dictó el empecinamiento en Vietnam, para contener al comunismo, pero no puede aplicarse a Afganistán en la época de la globalización, aunque se halle debilitada por la crisis.
EN UN resonante artículo en The New York Times, titulado Cómo salir de Afganistán, Leslie H. Gelb, presidente emérito del Council of Foreign Relations, argumenta que una victoria militar en Afganistán exigiría unos recursos y unos sacrificios que la opinión norteamericana no está dispuesta a consentir. Por lo tanto, además de mantener la ayuda económica y militar, propone otra estrategia que resalte lo que EEUU hace bien (”contener y disuadir, forjar coaliciones”) y desista de lo que hace mal (”construcción de naciones y guerras interminables”). La retirada se completaría, como hicieron Nixon y Kissinger en Vietnam, con una virtuosa ofensiva diplomática que explotó la rivalidad chino-soviética y mitigó los efectos del abandono. Y no se cumplió la temible teoría del dominó.
Los vientos realistas que soplan en Washington insuflan recelo a esa retirada, que expondría a Obama al reproche del derrotismo, y propician el aumento de tropas, de manera similar a lo ocurrido en Irak bajo el mando del general David Petraeus, o la extensión del conflicto a Pakistán y el diálogo con el último hallazgo ideológico: unos talibanes supuestamente moderados. Henry Kissinger bendice esa estrategia, pero centrada en parte del territorio y dedicada a impedir la emergencia de bastiones terroristas, en cooperación con los jefes tribales y sus milicias. Una afganización de la guerra, el reconocimiento de que el combate clásico contra la insurrección “está abocado al fracaso” y la búsqueda de un acomodo con los vecinos.
Desde principios de enero, las fuerzas de la OTAN en Afganistán han perdido más de 60 hombres, el triple que en el mismo período de 2008, y se han encendido las alarmas en todos los países implicados. En Washington, donde Obama insiste en colocar a ese país asiático en el epicentro de su acción exterior, se multiplican los informes, las revisiones estratégicas, los comentarios y los rumores sobre un conflicto lejano pero endiablado que se extiende ya a Pakistán, un Estado de frágiles cimientos, que algunos reputan fallido, pero con un ejército poderoso que dispone de la bomba nuclear, infiltrado por el fanatismo religioso y la corrupción.
Las informaciones oficiosas en Washington señalan que Obama y sus consejeros estudian la extensión de la guerra encubierta (con aviones sin piloto de la CIA) que ya se libra en Pakistán y que desborda las áreas tribales fronterizas para adentrarse en la provincia de Beluchistán, desde donde se supone que los talibanes dirigen las incursiones mortíferas en el sureste afgano. La situación se parece peligrosamente a la de Vietnam a principios de los años 70, cuando los norteamericanos devastaron el norte en la creencia ilusoria de que podrían detener el avance comunista en el sur.
Obama ordenó el envío de 17.000 soldados más, en una brusca escalada del conflicto, pero sería positivo que reflexionara sobre los errores cometidos por Nixon cuando sucedió a Johnson en 1971 y se encontró con 540.000 soldados en Vietnam, una guerra impopular y más de 30.000 muertos. Luego de dos años de bombardeos y combates frenéticos, de muerte y deshonor, Washington y Hanoi firmaron un acuerdo de paz que no pudo impedir la derrota de los survietnamitas ni la infamante evacuación de la embajada norteamericana en Saigón en 1975. El mismo año, Pol Pot y sus jemeres rojos abrieron las puertas del infierno en Camboya en uno de los momentos más oscuros y crueles de la historia del pasado siglo.
El presidente norteamericano parece decidido a continuar la guerra y extenderla a Pakistán, santuario de los terroristas de Al Qaeda, mas surgen voces autorizadas en Washington que reclaman el repliegue militar para proteger los intereses vitales de EEUU en una región donde coinciden con los de India, China, Rusia e Irán. Su lema es: más diplomacia, más tecnología y menos soldados. Ante todo, porque el fantasma de Munich (1938), el de la capitulación ante un poder expansivo como el de la Alemania de Hitler, dictó el empecinamiento en Vietnam, para contener al comunismo, pero no puede aplicarse a Afganistán en la época de la globalización, aunque se halle debilitada por la crisis.
EN UN resonante artículo en The New York Times, titulado Cómo salir de Afganistán, Leslie H. Gelb, presidente emérito del Council of Foreign Relations, argumenta que una victoria militar en Afganistán exigiría unos recursos y unos sacrificios que la opinión norteamericana no está dispuesta a consentir. Por lo tanto, además de mantener la ayuda económica y militar, propone otra estrategia que resalte lo que EEUU hace bien (”contener y disuadir, forjar coaliciones”) y desista de lo que hace mal (”construcción de naciones y guerras interminables”). La retirada se completaría, como hicieron Nixon y Kissinger en Vietnam, con una virtuosa ofensiva diplomática que explotó la rivalidad chino-soviética y mitigó los efectos del abandono. Y no se cumplió la temible teoría del dominó.
Los vientos realistas que soplan en Washington insuflan recelo a esa retirada, que expondría a Obama al reproche del derrotismo, y propician el aumento de tropas, de manera similar a lo ocurrido en Irak bajo el mando del general David Petraeus, o la extensión del conflicto a Pakistán y el diálogo con el último hallazgo ideológico: unos talibanes supuestamente moderados. Henry Kissinger bendice esa estrategia, pero centrada en parte del territorio y dedicada a impedir la emergencia de bastiones terroristas, en cooperación con los jefes tribales y sus milicias. Una afganización de la guerra, el reconocimiento de que el combate clásico contra la insurrección “está abocado al fracaso” y la búsqueda de un acomodo con los vecinos.
La Unión Europea, cuyos países contribuyen con más de 15.000 hombres (778 españoles) al cuerpo expedicionario en Afganistán, parece ausente del debate, muda ante la escalada y delimitando o enmascarando la misión, para hacer tragar la píldora a su opinión pública y congraciarse con Obama, mientras la OTAN acepta esas incongruencias en la cadena de mando e incluso el reñidero por las zonas menos inseguras en aras de una simulada cooperación. ¿Hasta cuándo el equívoco de que las tropas están allí en una misión de paz que en realidad es una guerra en un territorio cada día más hostil debido al aumento de las víctimas civiles?
OBAMA LLEGARÁ de visita a Europa en abril, presumiblemente después de haber decidido un viraje estratégico en cuya elaboración no participan los aliados de la OTAN. Para obtener el consenso y el aumento de tropas, los estrategas norteamericanos esgrimirán el argumento problemático de que la amenaza del terrorismo islamista es más apremiante en Europa que en EEUU. Ante esa intimidación, los europeos actúan en orden disperso y no disponen, al menos públicamente, de un recambio para la escalada que se gesta en Washington. La subordinación es inexorable si el poder militar y su presupuesto quedan en manos de EEUU.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
OBAMA LLEGARÁ de visita a Europa en abril, presumiblemente después de haber decidido un viraje estratégico en cuya elaboración no participan los aliados de la OTAN. Para obtener el consenso y el aumento de tropas, los estrategas norteamericanos esgrimirán el argumento problemático de que la amenaza del terrorismo islamista es más apremiante en Europa que en EEUU. Ante esa intimidación, los europeos actúan en orden disperso y no disponen, al menos públicamente, de un recambio para la escalada que se gesta en Washington. La subordinación es inexorable si el poder militar y su presupuesto quedan en manos de EEUU.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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