Por Fawaz A. Gerges, de la cátedra Christian A. Johnson de Oriente Medio, Sarah Lawrence College, Nueva York. Autor de El viaje del yihadista: dentro de la militancia musulmana, Ed. Libros de Vanguardia. Traducción: JoséMaría Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 25/03/09):
En el artículo que publiqué en La Vanguardia el 9 de marzo, argumenté que Al Qaeda ha caído en el descrédito moral en el mundo islámico y afronta una colosal crisis de autoridad y legitimidad: el grupo de Bin Laden se ve asediado tanto interna como externamente.
Pero numerosos expertos en terrorismo, en unión de asesores de Bush, no aceptan este punto de vista; restan importancia a la crisis de legitimidad que no cesa de debilitar a Al Qaeda y a la situación de gran desgaste que aqueja al apoyo del mundo musulmán al grupo terrorista. Tales expertos sostienen que Al Qaeda está en auge y es una organización tan peligrosa como siempre, y que la yihad global es exitosa.
Los expertos recomiendan que se consideren los logros de Bin Laden durante los últimos veinte años: ha atacado el corazón de la mayor potencia de la historia mundial empantanándola además en dos guerras prolongadas y costosas y ha creado, asimismo, una exitosa franquicia global que recluta seguidores en todo el planeta.
La visión más pesimista descansa en una doble vertiente: por una parte, y aunque los seguidores de Bin Laden han sufrido un revés en Iraq y en otros países árabes, han ganado nuevo terreno a lo largo de la frontera tribal afganopakistaní; según esta perspectiva, las huestes de Al Qaeda se han reforzado en la zona tribal de la provincia noroccidental de Pakistán donde Bin Laden y Zauahiri se afanan en rehacer sus redes, atraer nuevos efectivos y tramar nuevos ataques contra objetivos occidentales; estos dos fugitivos no sólo no han sido detenidos, sino que siguen activos. Por otra parte, se arguye que Al Qaeda sigue dirigiendo y organizando sus redes y grupos subordinados en todo el mundo y que Bin Laden y Zauahiri sólo necesitan un teléfono móvil (o un mensaje) para dar órdenes a sus seguidores y elegir sus objetivos.
El conflicto en Afganistán y Pakistán reviste proporciones mucho más amplias y complejas que la concertación de una temible alianza de tribus pastunes y otras a ambos lados de la frontera contra la que consideran una amenaza extranjera contra su identidad y costumbres. La guerra ha atraído a algunos cientos de militantes islamistas de Cachemira, el mundo árabe e incluso Asia Central. Al Qaeda es un pequeño elemento de esta coalición, una especie de efecto secundario, un parásito que se alimenta del caos y la inestabilidad.
Liberar las áreas tribales pastunes de miembros de Al Qaeda y otros extremistas extranjeros requiere la conclusión de un acuerdo político que aborde los legítimos motivos de agravio de las comunidades tribales así como las inquietudes geoestratégicas de Pakistán, Irán e India. Existe asimismo un consenso entre los observadores pakistaníes y afganos en el sentido de que la reforma del sistema político y legal, la integración de las áreas tribales en el seno del marco político principal y la liberación de sus habitantes de la situación de extrema pobreza son esenciales para alcanzar una paz duradera.
Un acuerdo negociado, de laborioso y difícil alcance, con las tribus pastunes (que incorporase a los talibanes al Gobierno) redundaría probablemente en la expulsión de militantes de Al Qaeda y otros grupos del área tribal. El ejemplo de Iraq es ilustrativo.
Si bien Afganistán e Iraq son casos distintos, el desafío se cifra en distinguir las diferencias entre las tribus pastunes y los talibanes por una parte y los yihadistas globales como Al Qaeda por otra, aparte de reservar a las tribus pastunes una efectiva participación en el sistema político y económico de tal forma que se muestren contrarios a Al Qaeda.
Los pastunes no guardan ninguna historia de amor con Al Qaeda. Bin Laden, al tramar el 11-S contra EE. UU. desde Afganistán, violó los términos y condiciones de su estancia en el país y las garantías dadas al mulá Omar, jefe de los talibanes, acarreando su ruina. Fue violentamente censurado por apuñalar a sus anfitriones por la espalda, lo que constituye una blasfemia según el código del honor tribal.
El actual matrimonio de conveniencia entre los miembros de las tribus pastunes y los efectivos de Al Qaeda durará mientras las tribus que dan cobijo a Bin Laden y sus huestes les consideren como una baza a su favor, como hicieron inmediatamente tras el 11-S cuando entregaron a los combatientes extranjeros a EE. UU. En el caso de Washington, la clave estará en no meter a las tribus pastunes en el mismo saco junto con Al Qaeda, sino en intentar separarlos como hizo tardíamente en el caso de la región de Anbar en Iraq.
Resulta tranquilizador el hecho de que la nueva Administración Obama piense tantear una estrategia de mayor carácter regional frente a la guerra en Afganistán, - incluidas unas posibles conversaciones con Irán-y se muestre favorable al incipiente diálogo entre el Gobierno proestadounidense de Kabul y los posibles elementos “cooperadores” de los talibanes.
Asoman indicios alentadores en el sentido de que mengua el apoyo a la ideología de Al Qaeda entre los musulmanes europeos. Peter Clarke, ex jefe del departamento de lucha antiterrorista de la Policía Metropolitana de Nueva York, señaló en una conferencia en Florencia que las convicciones sostenidas por los conspiradores terroristas que han utilizado procedimientos legales normales han propiciado “debates constructivos” en el seno de diversas comunidades de musulmanes en Gran Bretaña que tal vez anteriormente han podido mostrarse escépticos acerca de la amenaza en cuestión. El fiscal de Milán en materia antiterrorista, Armando Spataro, manifestó asimismo que la amenaza terrorista sería difícil de sostener porque “la mayoría de los inmigrantes no aceptan las ideas terroristas”.
En cuanto a la cuestión de si Bin Laden y Zauahiri ejercen un efectivo control operativo sobre sus seguidores incondicionales, la fuerza de los hechos lo desmiente. El control de Al Qaeda sobre su débil red de seguidores se limita al jefe de sus operaciones externas, que suele instruir o sancionar los ataques de los efectivos que van por libre sin consultar a Bin Laden o a Zauahiri.
La noción de un puesto de control centralizado presupone vínculos materiales que ya no existen. Aunque Bin Laden y Zauahiri siguen aún en libertad, hibernan ocultos de modo más profundo e intenso, conscientes del precio de crear cualquier vínculo fuera del círculo más reducido de sus lugartenientes de confianza. Gran número de pruebas indican que mengua el grado de amenaza inicial de Al Qaeda y que las defecciones, divisiones internas y declive del apoyo musulmán han minado su fuerza. Desde el 11-S, Al Qaeda no ha cumplido sus reiteradas amenazas de atacar en el territorio de EE. UU. La mayoría de sus mandos y miembros veteranos han sido capturados o muertos, y sustituidos por agentes sin preparación e ineficaces.
El debilitamiento de Al Qaeda no significa que ya no sea peligroso. El terrorismo perpetrado por determinadas facciones proseguirá durante el próximo decenio, pero su movimiento ya no cuenta con una gran base de apoyo o un refugio seguro. Ahora el grupo de Bin Laden se compone principalmente de bandas errantes de terroristas suicidas en los valles y montañas en la frontera de Pakistán con Afganistán.
Militantes de todo tipo a los que he entrevistado, sobre todo yihadistas arrepentidos, saben que están en una encrucijada. En casa y en el extranjero se les acusa de desencadenar la ira de EE. UU. contra la umma (comunidad musulmana mundial). La mayoría de sus aliados los han abandonado y son censurados por el estamento religioso y la opinión musulmana. Sólo un milagro resucitará a la yihad global.
Bin Laden triunfó el 11-S e incluso puede triunfar de nuevo. Pero esta realidad, por espantosa que sea, no debe hacernos olvidar el carácter contraproducente y autolesivo del desafío de Al Qaeda.
El documento de Gran Bretaña sobre una nueva estrategia de seguridad nacional señaló recientemente que “aunque el terrorismo representa una amenaza para todas nuestras comunidades y un ataque a nuestro modo de vida, no equivale actualmente a una amenaza estratégica”. Al Qaeda ha demostrado ser su propio peor enemigo y muestra una clara vía autodestructiva. Tal vez los países occidentales deberían seguir la máxima de Napoleón: “Nunca distraigas a tu enemigo cuando está cometiendo una equivocación”.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
En el artículo que publiqué en La Vanguardia el 9 de marzo, argumenté que Al Qaeda ha caído en el descrédito moral en el mundo islámico y afronta una colosal crisis de autoridad y legitimidad: el grupo de Bin Laden se ve asediado tanto interna como externamente.
Pero numerosos expertos en terrorismo, en unión de asesores de Bush, no aceptan este punto de vista; restan importancia a la crisis de legitimidad que no cesa de debilitar a Al Qaeda y a la situación de gran desgaste que aqueja al apoyo del mundo musulmán al grupo terrorista. Tales expertos sostienen que Al Qaeda está en auge y es una organización tan peligrosa como siempre, y que la yihad global es exitosa.
Los expertos recomiendan que se consideren los logros de Bin Laden durante los últimos veinte años: ha atacado el corazón de la mayor potencia de la historia mundial empantanándola además en dos guerras prolongadas y costosas y ha creado, asimismo, una exitosa franquicia global que recluta seguidores en todo el planeta.
La visión más pesimista descansa en una doble vertiente: por una parte, y aunque los seguidores de Bin Laden han sufrido un revés en Iraq y en otros países árabes, han ganado nuevo terreno a lo largo de la frontera tribal afganopakistaní; según esta perspectiva, las huestes de Al Qaeda se han reforzado en la zona tribal de la provincia noroccidental de Pakistán donde Bin Laden y Zauahiri se afanan en rehacer sus redes, atraer nuevos efectivos y tramar nuevos ataques contra objetivos occidentales; estos dos fugitivos no sólo no han sido detenidos, sino que siguen activos. Por otra parte, se arguye que Al Qaeda sigue dirigiendo y organizando sus redes y grupos subordinados en todo el mundo y que Bin Laden y Zauahiri sólo necesitan un teléfono móvil (o un mensaje) para dar órdenes a sus seguidores y elegir sus objetivos.
El conflicto en Afganistán y Pakistán reviste proporciones mucho más amplias y complejas que la concertación de una temible alianza de tribus pastunes y otras a ambos lados de la frontera contra la que consideran una amenaza extranjera contra su identidad y costumbres. La guerra ha atraído a algunos cientos de militantes islamistas de Cachemira, el mundo árabe e incluso Asia Central. Al Qaeda es un pequeño elemento de esta coalición, una especie de efecto secundario, un parásito que se alimenta del caos y la inestabilidad.
Liberar las áreas tribales pastunes de miembros de Al Qaeda y otros extremistas extranjeros requiere la conclusión de un acuerdo político que aborde los legítimos motivos de agravio de las comunidades tribales así como las inquietudes geoestratégicas de Pakistán, Irán e India. Existe asimismo un consenso entre los observadores pakistaníes y afganos en el sentido de que la reforma del sistema político y legal, la integración de las áreas tribales en el seno del marco político principal y la liberación de sus habitantes de la situación de extrema pobreza son esenciales para alcanzar una paz duradera.
Un acuerdo negociado, de laborioso y difícil alcance, con las tribus pastunes (que incorporase a los talibanes al Gobierno) redundaría probablemente en la expulsión de militantes de Al Qaeda y otros grupos del área tribal. El ejemplo de Iraq es ilustrativo.
Si bien Afganistán e Iraq son casos distintos, el desafío se cifra en distinguir las diferencias entre las tribus pastunes y los talibanes por una parte y los yihadistas globales como Al Qaeda por otra, aparte de reservar a las tribus pastunes una efectiva participación en el sistema político y económico de tal forma que se muestren contrarios a Al Qaeda.
Los pastunes no guardan ninguna historia de amor con Al Qaeda. Bin Laden, al tramar el 11-S contra EE. UU. desde Afganistán, violó los términos y condiciones de su estancia en el país y las garantías dadas al mulá Omar, jefe de los talibanes, acarreando su ruina. Fue violentamente censurado por apuñalar a sus anfitriones por la espalda, lo que constituye una blasfemia según el código del honor tribal.
El actual matrimonio de conveniencia entre los miembros de las tribus pastunes y los efectivos de Al Qaeda durará mientras las tribus que dan cobijo a Bin Laden y sus huestes les consideren como una baza a su favor, como hicieron inmediatamente tras el 11-S cuando entregaron a los combatientes extranjeros a EE. UU. En el caso de Washington, la clave estará en no meter a las tribus pastunes en el mismo saco junto con Al Qaeda, sino en intentar separarlos como hizo tardíamente en el caso de la región de Anbar en Iraq.
Resulta tranquilizador el hecho de que la nueva Administración Obama piense tantear una estrategia de mayor carácter regional frente a la guerra en Afganistán, - incluidas unas posibles conversaciones con Irán-y se muestre favorable al incipiente diálogo entre el Gobierno proestadounidense de Kabul y los posibles elementos “cooperadores” de los talibanes.
Asoman indicios alentadores en el sentido de que mengua el apoyo a la ideología de Al Qaeda entre los musulmanes europeos. Peter Clarke, ex jefe del departamento de lucha antiterrorista de la Policía Metropolitana de Nueva York, señaló en una conferencia en Florencia que las convicciones sostenidas por los conspiradores terroristas que han utilizado procedimientos legales normales han propiciado “debates constructivos” en el seno de diversas comunidades de musulmanes en Gran Bretaña que tal vez anteriormente han podido mostrarse escépticos acerca de la amenaza en cuestión. El fiscal de Milán en materia antiterrorista, Armando Spataro, manifestó asimismo que la amenaza terrorista sería difícil de sostener porque “la mayoría de los inmigrantes no aceptan las ideas terroristas”.
En cuanto a la cuestión de si Bin Laden y Zauahiri ejercen un efectivo control operativo sobre sus seguidores incondicionales, la fuerza de los hechos lo desmiente. El control de Al Qaeda sobre su débil red de seguidores se limita al jefe de sus operaciones externas, que suele instruir o sancionar los ataques de los efectivos que van por libre sin consultar a Bin Laden o a Zauahiri.
La noción de un puesto de control centralizado presupone vínculos materiales que ya no existen. Aunque Bin Laden y Zauahiri siguen aún en libertad, hibernan ocultos de modo más profundo e intenso, conscientes del precio de crear cualquier vínculo fuera del círculo más reducido de sus lugartenientes de confianza. Gran número de pruebas indican que mengua el grado de amenaza inicial de Al Qaeda y que las defecciones, divisiones internas y declive del apoyo musulmán han minado su fuerza. Desde el 11-S, Al Qaeda no ha cumplido sus reiteradas amenazas de atacar en el territorio de EE. UU. La mayoría de sus mandos y miembros veteranos han sido capturados o muertos, y sustituidos por agentes sin preparación e ineficaces.
El debilitamiento de Al Qaeda no significa que ya no sea peligroso. El terrorismo perpetrado por determinadas facciones proseguirá durante el próximo decenio, pero su movimiento ya no cuenta con una gran base de apoyo o un refugio seguro. Ahora el grupo de Bin Laden se compone principalmente de bandas errantes de terroristas suicidas en los valles y montañas en la frontera de Pakistán con Afganistán.
Militantes de todo tipo a los que he entrevistado, sobre todo yihadistas arrepentidos, saben que están en una encrucijada. En casa y en el extranjero se les acusa de desencadenar la ira de EE. UU. contra la umma (comunidad musulmana mundial). La mayoría de sus aliados los han abandonado y son censurados por el estamento religioso y la opinión musulmana. Sólo un milagro resucitará a la yihad global.
Bin Laden triunfó el 11-S e incluso puede triunfar de nuevo. Pero esta realidad, por espantosa que sea, no debe hacernos olvidar el carácter contraproducente y autolesivo del desafío de Al Qaeda.
El documento de Gran Bretaña sobre una nueva estrategia de seguridad nacional señaló recientemente que “aunque el terrorismo representa una amenaza para todas nuestras comunidades y un ataque a nuestro modo de vida, no equivale actualmente a una amenaza estratégica”. Al Qaeda ha demostrado ser su propio peor enemigo y muestra una clara vía autodestructiva. Tal vez los países occidentales deberían seguir la máxima de Napoleón: “Nunca distraigas a tu enemigo cuando está cometiendo una equivocación”.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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