Por Mijaíl Gorbachov, ex presidente de la URSS y premio Nobel de la Paz. Distribuido por The New York Times Syndicate (EL PERIÓDICO, 29/03/09):
A medida que la crisis financiera y económica global se hace más profunda y más grave, debemos repensar algunos tópicos, entre ellos el papel del Estado. Es posible predecir que será revertido el enfoque que había prevalecido en las últimas décadas sobre ese rol.
El ataque contra el Estado fue lanzado hace más de 30 años. Margaret Thatcher y Ronald Reagan hicieron los primeros disparos. Economistas, empresarios y políticos apuntaron sus dedos al Gobierno, considerándolo la fuente de casi todos los problemas que sufría la economía.
Es cierto, había muchas críticas sobre cómo funcionaba el Gobierno. En esa época, los votantes tenían buenas razones para respaldar a políticos que prometían limitar el papel de la burocracia gubernamental, y dar a las empresas más libertad para crecer.
Aun así, había algo más detrás de las críticas al Gobierno. La agenda oculta reflejaba los intereses de aquellos que, mientras prometían que la marea en alza elevaría todas las naves, estaban en realidad más interesados en dar rienda suelta a las grandes empresas, liberándolas de importantes obligaciones hacia la sociedad y desmantelando la red de seguridad social que protegía a los trabajadores.
La globalización introdujo una nueva fase en el asalto al Estado, agudizando la competencia en los mercados para bienes, servicios y mano de obra. Los principios del monetarismo, de la irresponsabilidad con la sociedad y con el medio ambiente, y del exceso de consumo y de ganancias como motores de la economía y de la sociedad, comenzaron a considerarse un estándar internacional. El llamado consenso de Washington, que reflejó esos principios, intentó imponerse al mundo.
De manera creciente, el Estado fue desalojado de las esferas empresarial y financiera, quedando prácticamente sin poder de supervisión. Una tras otra, fueron infladas las burbujas y, más tarde o más temprano, estallaron. Así tuvimos la burbuja digital, la burbuja de la bolsa de valores y la burbuja de las hipotecas. Eventualmente, las finanzas globales en su totalidad se convirtieron en una sola y enorme burbuja.
EN EL PROCESO, pequeños grupos de personas crearon fortunas fabulosas, en tanto los niveles de vida de la mayoría continuaron estancadas en el mejor de los casos. En cuanto a los pobres del mundo, los compromisos para ayudarlos fueron en buena parte olvidados.
El debilitamiento del Estado permitió una enorme ola de fraude y corrupción financiera. Fue responsable por la invasión, por parte del crimen organizado, de las economías de numerosos países, y por la influencia desproporcionada de cabilderos de empresas. Estas se han convertido en gigantescas burocracias no gubernamentales, con enormes fondos y gran influencia política. Eso ha distorsionado el proceso democrático y dañado gravemente el tejido social.
En septiembre del 2008 empezó la quiebra catastrófica de toda la estructura. El hundimiento está sepultando los ahorros de muchas personas bajo los escombros, haciendo caer la producción a una tasa sin precedentes, y dejando a millones sin empleos. No es exagerado decir que la economía de todos los países está ahora siendo amenazada.
Pese a ello, seguimos escuchando a aquellos que todavía creen en los poderes mágicos, curativos, de los mercados sin regular. Pero la gente no espera que esos sectores aporten soluciones. Los pueblos esperan que los líderes electos actúen. Esos líderes deben usar las herramientas de la intervención gubernamental. No hay otras herramientas disponibles.
En una época en que un tsunami económico amenaza los medios de vida de cientos de millones de personas, debemos reconsiderar la responsabilidad del Estado en la protección de los ciudadanos. Hemos oído argumentos contra el Estado niñera y contra “la seguridad de la cuna a la tumba”. Lo cierto es que el Gobierno no puede hacerlo todo para todo el mundo. Pero debe proteger a los habitantes de un país del atraco a mano armada de las financieras.
Los gobiernos han asumido ahora la responsabilidad por rescatar la economía. Al enfrentar este desafío, no pueden permitir que grandes sumas de dinero de los contribuyentes sean gastadas sin control. El dinero no debe terminar en las manos y en los bolsillos de aquellos que siempre quieren “privatizar las ganancias y nacionalizar las pérdidas”.
En un mundo global necesitamos de manera simultánea limpiar el desastre en países individuales y, al mismo tiempo, crear estructuras para un Gobierno a largo plazo a escala mundial. La primera cumbre del G-20, que se realizó en noviembre pasado en Washington, fue el comienzo. La composición del grupo mostró la necesidad de una amalgama de fuerzas sin precedentes.
DESEO QUE LOS líderes del G-20 que se reunirán en Londres el próximo mes para discutir la crisis financiera, resuelvan los puntos más apremiantes y también sienten las bases de las décadas próximas. Los desafíos son realmente formidables: definir un nuevo papel para los gobiernos y los organismos internacionales a fin de regular la economía, construir economías menos militarizadas, que no se basen en el exceso de consumo y de ganancias, y armonizar el crecimiento con las preocupaciones morales y ambientales.
La tarea se asemeja en magnitud al desafío de impedir la amenaza de una catástrofe nuclear como hicimos en la década del 80. El desafío se asumió entonces a través de una cooperación internacional sin precedentes y un liderazgo colectivo que superó estereotipos anticuados y colocó en primer lugar los intereses comunes.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
A medida que la crisis financiera y económica global se hace más profunda y más grave, debemos repensar algunos tópicos, entre ellos el papel del Estado. Es posible predecir que será revertido el enfoque que había prevalecido en las últimas décadas sobre ese rol.
El ataque contra el Estado fue lanzado hace más de 30 años. Margaret Thatcher y Ronald Reagan hicieron los primeros disparos. Economistas, empresarios y políticos apuntaron sus dedos al Gobierno, considerándolo la fuente de casi todos los problemas que sufría la economía.
Es cierto, había muchas críticas sobre cómo funcionaba el Gobierno. En esa época, los votantes tenían buenas razones para respaldar a políticos que prometían limitar el papel de la burocracia gubernamental, y dar a las empresas más libertad para crecer.
Aun así, había algo más detrás de las críticas al Gobierno. La agenda oculta reflejaba los intereses de aquellos que, mientras prometían que la marea en alza elevaría todas las naves, estaban en realidad más interesados en dar rienda suelta a las grandes empresas, liberándolas de importantes obligaciones hacia la sociedad y desmantelando la red de seguridad social que protegía a los trabajadores.
La globalización introdujo una nueva fase en el asalto al Estado, agudizando la competencia en los mercados para bienes, servicios y mano de obra. Los principios del monetarismo, de la irresponsabilidad con la sociedad y con el medio ambiente, y del exceso de consumo y de ganancias como motores de la economía y de la sociedad, comenzaron a considerarse un estándar internacional. El llamado consenso de Washington, que reflejó esos principios, intentó imponerse al mundo.
De manera creciente, el Estado fue desalojado de las esferas empresarial y financiera, quedando prácticamente sin poder de supervisión. Una tras otra, fueron infladas las burbujas y, más tarde o más temprano, estallaron. Así tuvimos la burbuja digital, la burbuja de la bolsa de valores y la burbuja de las hipotecas. Eventualmente, las finanzas globales en su totalidad se convirtieron en una sola y enorme burbuja.
EN EL PROCESO, pequeños grupos de personas crearon fortunas fabulosas, en tanto los niveles de vida de la mayoría continuaron estancadas en el mejor de los casos. En cuanto a los pobres del mundo, los compromisos para ayudarlos fueron en buena parte olvidados.
El debilitamiento del Estado permitió una enorme ola de fraude y corrupción financiera. Fue responsable por la invasión, por parte del crimen organizado, de las economías de numerosos países, y por la influencia desproporcionada de cabilderos de empresas. Estas se han convertido en gigantescas burocracias no gubernamentales, con enormes fondos y gran influencia política. Eso ha distorsionado el proceso democrático y dañado gravemente el tejido social.
En septiembre del 2008 empezó la quiebra catastrófica de toda la estructura. El hundimiento está sepultando los ahorros de muchas personas bajo los escombros, haciendo caer la producción a una tasa sin precedentes, y dejando a millones sin empleos. No es exagerado decir que la economía de todos los países está ahora siendo amenazada.
Pese a ello, seguimos escuchando a aquellos que todavía creen en los poderes mágicos, curativos, de los mercados sin regular. Pero la gente no espera que esos sectores aporten soluciones. Los pueblos esperan que los líderes electos actúen. Esos líderes deben usar las herramientas de la intervención gubernamental. No hay otras herramientas disponibles.
En una época en que un tsunami económico amenaza los medios de vida de cientos de millones de personas, debemos reconsiderar la responsabilidad del Estado en la protección de los ciudadanos. Hemos oído argumentos contra el Estado niñera y contra “la seguridad de la cuna a la tumba”. Lo cierto es que el Gobierno no puede hacerlo todo para todo el mundo. Pero debe proteger a los habitantes de un país del atraco a mano armada de las financieras.
Los gobiernos han asumido ahora la responsabilidad por rescatar la economía. Al enfrentar este desafío, no pueden permitir que grandes sumas de dinero de los contribuyentes sean gastadas sin control. El dinero no debe terminar en las manos y en los bolsillos de aquellos que siempre quieren “privatizar las ganancias y nacionalizar las pérdidas”.
En un mundo global necesitamos de manera simultánea limpiar el desastre en países individuales y, al mismo tiempo, crear estructuras para un Gobierno a largo plazo a escala mundial. La primera cumbre del G-20, que se realizó en noviembre pasado en Washington, fue el comienzo. La composición del grupo mostró la necesidad de una amalgama de fuerzas sin precedentes.
DESEO QUE LOS líderes del G-20 que se reunirán en Londres el próximo mes para discutir la crisis financiera, resuelvan los puntos más apremiantes y también sienten las bases de las décadas próximas. Los desafíos son realmente formidables: definir un nuevo papel para los gobiernos y los organismos internacionales a fin de regular la economía, construir economías menos militarizadas, que no se basen en el exceso de consumo y de ganancias, y armonizar el crecimiento con las preocupaciones morales y ambientales.
La tarea se asemeja en magnitud al desafío de impedir la amenaza de una catástrofe nuclear como hicimos en la década del 80. El desafío se asumió entonces a través de una cooperación internacional sin precedentes y un liderazgo colectivo que superó estereotipos anticuados y colocó en primer lugar los intereses comunes.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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