Por José Ignacio Calleja, profesor de Moral Social Cristiana (EL CORREO DIGITAL, 27/03/09):
¿Y yo? -pregunta un niño junto a un lince ibérico y concluye-, ¡Protege mi vida!». Quiere indicar que la suya está menos protegida que la del animal que lo acompaña. Es sabido que se trata del título de la campaña lanzada por la Conferencia Episcopal con motivo de la Jornada en Defensa de la Vida y contra la futura Ley del Aborto. La campaña del Episcopado es directa y conscientemente ‘provocativa’, al comparar la protección que reciben las especies en vías de extinción, por ejemplo, el lince ibérico, con la que se da a los no nacidos en lo que será la nueva Ley del Aborto.
Vamos por partes. Primero la campaña en cuanto a su forma. El cartel. No me gusta para una campaña de nadie, y menos de la Iglesia. Hoy no vende lo que no provoca. No es atendido por nadie si no media la provocación. Es la moda. Pero el camino emprendido es muy peligroso. La Iglesia se ha quejado mil veces de que el márketing elige modos donde los medios amenazan la moralidad de los fines. Aquí hay en juego un fin primordial, vital, la vida humana en su etapa inicial, embrionaria y fetal, pero el medio, la imagen elegida, el cartel, a mi juicio, no reproduce el hecho en sí, sino que como mínimo lo distorsiona. La Iglesia, siempre tan sutil y precisa ante problemas morales, decide encomendarse al trazo grueso de la publicidad. El precio inequívoco es el propio del medio elegido: llegas a todos, pero confirmas que moralmente vale todo cuando algo te importa. Ya veremos la gracia que nos hace cuando mañana aparezca un cartel con los zapatos del Papa, o ‘un crucifijo de oro’, y un niño muriendo a su lado de hambre y miseria. No quiero dar ideas, pero lo veo venir. Por tanto, no al modo elegido. Rotundamente, no.
Algunos políticos de la derecha, con mucho cuidado electoral, están diciendo que la Iglesia tiene derecho a hacer esa campaña. Faltaría más. Vaya novedad. En una democracia, que un grupo de la sociedad civil tiene derecho a hacer esta campaña está fuera de toda duda. Es que el comentario ofende. Es hablar por no callar, hablar por no decir si se apoya o no la forma y el fondo. Ya nos conocemos. Son los antiabortistas por programa electoral.
Algunos políticos de la izquierda están diciendo que la Iglesia, así, no es moderna, que está contra el progreso y que no va con la sociedad. Vaya tontería, otra vez. La Iglesia tiene que ofrecer una palabra espiritual y moral, y no puede vivir pensando si va a gustar a la sociedad, o suena bien a los más modernos o lo verán como progreso. Claro que ella tiene que plantearse críticamente sus razones, pero si las ve bien fundadas, debe darlas y ofrecer su propuesta moral. Lógicamente, la sociedad tiene todo el derecho del mundo para debatirlas en términos de razón, experiencia y sentido común. Es lógico. Es el debate moral e ideológico de una sociedad plural y políticamente laica. Los propios cristianos no pueden obviar ese debate a la hora de formar su conciencia. ¿Y pastoralmente? ¡Cuidado! Dios ha enviado a su Hijo al mundo, «no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él».
Alguien ha escrito así: «Es muy peligroso hacer de la denuncia y la condena del mundo moderno todo un programa pastoral. Sólo con el corazón lleno de amor a todos nos podemos llamar unos a otros a la conversión. Si las personas se sienten condenadas por Dios, no les estamos transmitiendo el mensaje de Jesús sino otra cosa: tal vez, nuestro resentimiento y enojo». Pensamos así, desde luego; condenar, nunca.
Y el fondo, la defensa de la vida humana, también en su etapa inicial, embrionaria y fetal, como un bien incondicional. Digo que comparto esta convicción moral de forma inequívoca y libre. No soy biólogo ni trabajo en profundidad la bioética, pero me siento bien representado, ¡no digo absolutamente!, pero digo bien representado en el manifiesto en defensa de la vida humana en su etapa inicial, embrionaria y fetal, que más de mil ‘profesionales’ han hecho público en Madrid, y que recorre por ahí los caminos de ‘los medios’, solicitando nuestras firmas. En caso de dudas científicas -pienso- a favor de la tesis más proteccionista del embrión.
Por tanto, afirmo, con ellos, que las conclusiones que el Grupo Socialista en el Congreso, por medio de la subcomisión del aborto, trasladará al Gobierno para que se ponga en marcha una ley de plazos, agravan la situación actual y desoyen a una (buena parte de la) sociedad, que lejos de desear una nueva ley más permisiva reclama una regulación más atenta a detener los abusos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
¿Y yo? -pregunta un niño junto a un lince ibérico y concluye-, ¡Protege mi vida!». Quiere indicar que la suya está menos protegida que la del animal que lo acompaña. Es sabido que se trata del título de la campaña lanzada por la Conferencia Episcopal con motivo de la Jornada en Defensa de la Vida y contra la futura Ley del Aborto. La campaña del Episcopado es directa y conscientemente ‘provocativa’, al comparar la protección que reciben las especies en vías de extinción, por ejemplo, el lince ibérico, con la que se da a los no nacidos en lo que será la nueva Ley del Aborto.
Vamos por partes. Primero la campaña en cuanto a su forma. El cartel. No me gusta para una campaña de nadie, y menos de la Iglesia. Hoy no vende lo que no provoca. No es atendido por nadie si no media la provocación. Es la moda. Pero el camino emprendido es muy peligroso. La Iglesia se ha quejado mil veces de que el márketing elige modos donde los medios amenazan la moralidad de los fines. Aquí hay en juego un fin primordial, vital, la vida humana en su etapa inicial, embrionaria y fetal, pero el medio, la imagen elegida, el cartel, a mi juicio, no reproduce el hecho en sí, sino que como mínimo lo distorsiona. La Iglesia, siempre tan sutil y precisa ante problemas morales, decide encomendarse al trazo grueso de la publicidad. El precio inequívoco es el propio del medio elegido: llegas a todos, pero confirmas que moralmente vale todo cuando algo te importa. Ya veremos la gracia que nos hace cuando mañana aparezca un cartel con los zapatos del Papa, o ‘un crucifijo de oro’, y un niño muriendo a su lado de hambre y miseria. No quiero dar ideas, pero lo veo venir. Por tanto, no al modo elegido. Rotundamente, no.
Algunos políticos de la derecha, con mucho cuidado electoral, están diciendo que la Iglesia tiene derecho a hacer esa campaña. Faltaría más. Vaya novedad. En una democracia, que un grupo de la sociedad civil tiene derecho a hacer esta campaña está fuera de toda duda. Es que el comentario ofende. Es hablar por no callar, hablar por no decir si se apoya o no la forma y el fondo. Ya nos conocemos. Son los antiabortistas por programa electoral.
Algunos políticos de la izquierda están diciendo que la Iglesia, así, no es moderna, que está contra el progreso y que no va con la sociedad. Vaya tontería, otra vez. La Iglesia tiene que ofrecer una palabra espiritual y moral, y no puede vivir pensando si va a gustar a la sociedad, o suena bien a los más modernos o lo verán como progreso. Claro que ella tiene que plantearse críticamente sus razones, pero si las ve bien fundadas, debe darlas y ofrecer su propuesta moral. Lógicamente, la sociedad tiene todo el derecho del mundo para debatirlas en términos de razón, experiencia y sentido común. Es lógico. Es el debate moral e ideológico de una sociedad plural y políticamente laica. Los propios cristianos no pueden obviar ese debate a la hora de formar su conciencia. ¿Y pastoralmente? ¡Cuidado! Dios ha enviado a su Hijo al mundo, «no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él».
Alguien ha escrito así: «Es muy peligroso hacer de la denuncia y la condena del mundo moderno todo un programa pastoral. Sólo con el corazón lleno de amor a todos nos podemos llamar unos a otros a la conversión. Si las personas se sienten condenadas por Dios, no les estamos transmitiendo el mensaje de Jesús sino otra cosa: tal vez, nuestro resentimiento y enojo». Pensamos así, desde luego; condenar, nunca.
Y el fondo, la defensa de la vida humana, también en su etapa inicial, embrionaria y fetal, como un bien incondicional. Digo que comparto esta convicción moral de forma inequívoca y libre. No soy biólogo ni trabajo en profundidad la bioética, pero me siento bien representado, ¡no digo absolutamente!, pero digo bien representado en el manifiesto en defensa de la vida humana en su etapa inicial, embrionaria y fetal, que más de mil ‘profesionales’ han hecho público en Madrid, y que recorre por ahí los caminos de ‘los medios’, solicitando nuestras firmas. En caso de dudas científicas -pienso- a favor de la tesis más proteccionista del embrión.
Por tanto, afirmo, con ellos, que las conclusiones que el Grupo Socialista en el Congreso, por medio de la subcomisión del aborto, trasladará al Gobierno para que se ponga en marcha una ley de plazos, agravan la situación actual y desoyen a una (buena parte de la) sociedad, que lejos de desear una nueva ley más permisiva reclama una regulación más atenta a detener los abusos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario