Por Jaime Otero Roth, investigador principal del área de Lengua y Cultura del Real Instituto Elcano (EL PAÍS, 23/03/09):
La recesión afecta también al sector de la cultura. Mientras que la demanda de bienes y servicios culturales registra descensos en la mayoría de los países industrializados, la pérdida de valor de los activos financieros afecta al mecenazgo y las donaciones privadas al tercer sector. Museos, teatros y festivales cancelan producciones y ajustan plantillas. El Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles ha estado a punto de cerrar o fusionarse con otro museo. El Rose Art Museum quizá tenga que vender su colección para salvar las cuentas de la Universidad de Brandeis (Nueva Inglaterra). En diciembre, la Ópera de Baltimore se declaró en bancarrota.
Los grupos de presión se han movilizado. Durante el paso por las Cámaras del primer paquete de medidas de estímulo del presidente Obama, pidieron un significativo apoyo a las artes. Una campaña reunió firmas para asignar el 1% de los fondos a la cultura (lo que hubiera supuesto una cantidad de 7.870 millones de dólares) alegando los efectos positivos de los programas WPA (Works Progress Administration) del presidente Roosevelt en la década de 1930, que incluyeron también ayudas para artistas. Otra iniciativa promueve la creación de un departamento federal de Cultura de rango ministerial.
Finalmente, las asignaciones tuvieron que sufrir recortes para recibir el necesario apoyo parlamentario. El National Endowment for the Arts (agencia creada por el presidente Johnson en 1965) recibirá 50 millones de dólares adicionales, lo que aumenta su presupuesto en más de un tercio, pero la Smithsonian Institution sólo dispondrá de 25 millones de dólares, lejos de los 150 inicialmente propuestos. Al aprobarse, de vuelta en la Cámara de Representantes, la Ley de Recuperación y Reinversión, el congresista demócrata David Obey ha recordado que 5,7 millones de personas trabajan en la industria de la cultura y que sufren un desempleo del 15%.
Tampoco hay, por el momento, incentivos suplementarios al patrocinio privado, aunque ya es evidente que la crisis está afectando negativamente a la filantropía. Los senadores Grassley (republicano) y Bingaman (demócrata) intentaron sin éxito introducir medidas para ayudar a fundaciones acreedoras de administraciones públicas que se retrasan en sus pagos o para mejorar la fiscalidad de donaciones corporativas y organizaciones sin ánimo de lucro. Algunos advierten que si se congelan o reducen los salarios de los altos ejecutivos, una de las mayores fuentes de donaciones individuales probablemente se resentirá. Aunque en las encuestas la mayoría de los donantes asegure que la fiscalidad no influye en sus decisiones, está por ver si la crisis les impulsarán a mantener o aumentar sus aportaciones.
Otra cuestión es el destino de esas donaciones. Los expertos en marketing aseguran que el atractivo del patrocinio en deporte y cultura orientado al negocio seguirá siendo alto para las empresas, pero cuando aumentan las necesidades básicas el gasto en cultura puede parecer superfluo. En 2007 crecieron en EE UU las donaciones destinadas al medio ambiente, ciencia y tecnología y acción social mientras que se redujeron ligeramente las donaciones en cultura y asuntos internacionales; educación y salud siguieron siendo su principal destino. Esta tendencia concuerda con experiencias como las de Caja Navarra, en España, que al someter el empleo de su obra social a la opinión de sus clientes ha comprobado que crecen las preferencias hacia la salud, el medio ambiente o las discapacidades y bajan las de cultura, ocio o deporte.
Doble crisis, por tanto, para las artes: la misma que afecta a todos, y la derivada de la percepción de la cultura como una prioridad secundaria tras otras necesidades más urgentes. Los defensores de las ayudas federales a la cultura argumentan que las artes contribuyen a la economía generando renta y empleo (no sólo de artistas, sino también de electricistas o carpinteros) y adicionalmente a través del fomento del turismo. Docenas de estudios sobre el impacto de las inversiones en cultura en distintas comunidades (ciudades, condados, Estados) respaldan este argumento. Lo mismo puede decirse del sector exterior: la atracción del turismo internacional depende en buena medida de la efervescencia cultural de las grandes capitales, y la reputación artística de un país impregna sus productos de exportación. Las propias exportaciones culturales representan una fuente de ingresos nada desdeñable, como prueba la posición de Hollywood en la balanza externa de EE UU.
Entonces, ¿es el sector de la cultura un sector especial que merece recibir ayudas o estímulos públicos? Quizá no tanto en lo segundo (al fin y al cabo, Hollywood siguió generando enormes beneficios en 2008), pero en lo primero parece todo el mundo, quién más y quién menos, estar de acuerdo. En The Wall Street Journal, el crítico Greg Sandow reclama mejores argumentos para el arte, que tendrán que venir “del propio arte, de los beneficios que aporta el arte, en un mundo en el que la cultura popular -que se ha vuelto inteligente y seria- también contribuye a dar profundidad y sentido a nuestras vidas”. Michael Kaiser, presidente del John F. Kennedy Center for the Performing Arts, advierte en The New York Times que esta “tormenta perfecta” ya ha debilitado “el ecosistema artístico nacional” y que “estamos perdiendo la inspiración que necesitamos más que nunca. Cuando intentamos reconstruir la imagen de EE UU en el mundo, estamos perdiendo nuestros embajadores de buena voluntad más eficaces”.
Para los más optimistas, esta crisis debe interpretarse como una ocasión para la innovación y las reformas estructurales. Como en EE UU, es probable que en España el paisaje haya cambiado después de la batalla de la recuperación económica, pero las condiciones que hacen a las artes necesarias en una sociedad democrática y aconsejan que el Gobierno tenga un papel en la cultura se mantendrán. Junto con la educación y la investigación, las artes se han revelado como uno de los componentes de una economía basada en el conocimiento y la creatividad: la economía a la que nos encaminamos o deberíamos encaminarnos. No deben olvidarse los activos intangibles que proporciona el sector cultural en términos de imagen exterior. Después de dos décadas de internacionalización con éxito de muchas empresas españolas de distintos sectores, empieza a anunciarse la salida al exterior de lo que podrían ser otros motores del desarrollo económico en el futuro: la música, el cine, el libro, las artes plásticas, el diseño, la arquitectura, los servicios educativos, los medios de comunicación. Algunas de estas industrias atraviesan un momento crítico de adaptación a las nuevas tecnologías, caracterizado por la capacidad sin límites de Internet y por la falta de una regulación internacional en materia de propiedad intelectual.
Tanto los poderes públicos como el sector cultural tendrán que realizar ajustes para hacer frente a las circunstancias. El Gobierno deberá tener en consideración el papel social de la cultura y su potencial económico e incluirla en sus esfuerzos por la innovación. Será conveniente proporcionar a las empresas culturales, en su mayoría pequeñas o medianas, posibilidades de incubación y respaldo en su salida al exterior, y propiciar que crezcan en tamaño. Reforzar la educación artística es crucial a medio plazo para establecer las condiciones adecuadas para la creación. Mejorar la fiscalidad de las fundaciones y el mecenazgo ensancharía los cauces a la participación privada en la financiación de la cultura. El entorno normativo debe procurar que sean sostenibles las organizaciones culturales que demuestren su utilidad social. Las buenas prácticas culturales, ya introducidas por algunas administraciones públicas españolas, han probado en otros países su pertinencia como una garantía más -nunca perfecta- de la neutralidad del gestor de los fondos públicos y de la autonomía del creador. Por su parte, los artistas y las organizaciones culturales tendrán que aplicarse en mejorar su transparencia, calidad y eficacia, y en adaptar su oferta al mercado global.
¿Merece el sector de la cultura una protección especial? Argumentos hay a favor y en contra. Lo que parece cierto es que, ni por su peso económico ni por su valor simbólico, debiera ser (negativamente) discriminado.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
La recesión afecta también al sector de la cultura. Mientras que la demanda de bienes y servicios culturales registra descensos en la mayoría de los países industrializados, la pérdida de valor de los activos financieros afecta al mecenazgo y las donaciones privadas al tercer sector. Museos, teatros y festivales cancelan producciones y ajustan plantillas. El Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles ha estado a punto de cerrar o fusionarse con otro museo. El Rose Art Museum quizá tenga que vender su colección para salvar las cuentas de la Universidad de Brandeis (Nueva Inglaterra). En diciembre, la Ópera de Baltimore se declaró en bancarrota.
Los grupos de presión se han movilizado. Durante el paso por las Cámaras del primer paquete de medidas de estímulo del presidente Obama, pidieron un significativo apoyo a las artes. Una campaña reunió firmas para asignar el 1% de los fondos a la cultura (lo que hubiera supuesto una cantidad de 7.870 millones de dólares) alegando los efectos positivos de los programas WPA (Works Progress Administration) del presidente Roosevelt en la década de 1930, que incluyeron también ayudas para artistas. Otra iniciativa promueve la creación de un departamento federal de Cultura de rango ministerial.
Finalmente, las asignaciones tuvieron que sufrir recortes para recibir el necesario apoyo parlamentario. El National Endowment for the Arts (agencia creada por el presidente Johnson en 1965) recibirá 50 millones de dólares adicionales, lo que aumenta su presupuesto en más de un tercio, pero la Smithsonian Institution sólo dispondrá de 25 millones de dólares, lejos de los 150 inicialmente propuestos. Al aprobarse, de vuelta en la Cámara de Representantes, la Ley de Recuperación y Reinversión, el congresista demócrata David Obey ha recordado que 5,7 millones de personas trabajan en la industria de la cultura y que sufren un desempleo del 15%.
Tampoco hay, por el momento, incentivos suplementarios al patrocinio privado, aunque ya es evidente que la crisis está afectando negativamente a la filantropía. Los senadores Grassley (republicano) y Bingaman (demócrata) intentaron sin éxito introducir medidas para ayudar a fundaciones acreedoras de administraciones públicas que se retrasan en sus pagos o para mejorar la fiscalidad de donaciones corporativas y organizaciones sin ánimo de lucro. Algunos advierten que si se congelan o reducen los salarios de los altos ejecutivos, una de las mayores fuentes de donaciones individuales probablemente se resentirá. Aunque en las encuestas la mayoría de los donantes asegure que la fiscalidad no influye en sus decisiones, está por ver si la crisis les impulsarán a mantener o aumentar sus aportaciones.
Otra cuestión es el destino de esas donaciones. Los expertos en marketing aseguran que el atractivo del patrocinio en deporte y cultura orientado al negocio seguirá siendo alto para las empresas, pero cuando aumentan las necesidades básicas el gasto en cultura puede parecer superfluo. En 2007 crecieron en EE UU las donaciones destinadas al medio ambiente, ciencia y tecnología y acción social mientras que se redujeron ligeramente las donaciones en cultura y asuntos internacionales; educación y salud siguieron siendo su principal destino. Esta tendencia concuerda con experiencias como las de Caja Navarra, en España, que al someter el empleo de su obra social a la opinión de sus clientes ha comprobado que crecen las preferencias hacia la salud, el medio ambiente o las discapacidades y bajan las de cultura, ocio o deporte.
Doble crisis, por tanto, para las artes: la misma que afecta a todos, y la derivada de la percepción de la cultura como una prioridad secundaria tras otras necesidades más urgentes. Los defensores de las ayudas federales a la cultura argumentan que las artes contribuyen a la economía generando renta y empleo (no sólo de artistas, sino también de electricistas o carpinteros) y adicionalmente a través del fomento del turismo. Docenas de estudios sobre el impacto de las inversiones en cultura en distintas comunidades (ciudades, condados, Estados) respaldan este argumento. Lo mismo puede decirse del sector exterior: la atracción del turismo internacional depende en buena medida de la efervescencia cultural de las grandes capitales, y la reputación artística de un país impregna sus productos de exportación. Las propias exportaciones culturales representan una fuente de ingresos nada desdeñable, como prueba la posición de Hollywood en la balanza externa de EE UU.
Entonces, ¿es el sector de la cultura un sector especial que merece recibir ayudas o estímulos públicos? Quizá no tanto en lo segundo (al fin y al cabo, Hollywood siguió generando enormes beneficios en 2008), pero en lo primero parece todo el mundo, quién más y quién menos, estar de acuerdo. En The Wall Street Journal, el crítico Greg Sandow reclama mejores argumentos para el arte, que tendrán que venir “del propio arte, de los beneficios que aporta el arte, en un mundo en el que la cultura popular -que se ha vuelto inteligente y seria- también contribuye a dar profundidad y sentido a nuestras vidas”. Michael Kaiser, presidente del John F. Kennedy Center for the Performing Arts, advierte en The New York Times que esta “tormenta perfecta” ya ha debilitado “el ecosistema artístico nacional” y que “estamos perdiendo la inspiración que necesitamos más que nunca. Cuando intentamos reconstruir la imagen de EE UU en el mundo, estamos perdiendo nuestros embajadores de buena voluntad más eficaces”.
Para los más optimistas, esta crisis debe interpretarse como una ocasión para la innovación y las reformas estructurales. Como en EE UU, es probable que en España el paisaje haya cambiado después de la batalla de la recuperación económica, pero las condiciones que hacen a las artes necesarias en una sociedad democrática y aconsejan que el Gobierno tenga un papel en la cultura se mantendrán. Junto con la educación y la investigación, las artes se han revelado como uno de los componentes de una economía basada en el conocimiento y la creatividad: la economía a la que nos encaminamos o deberíamos encaminarnos. No deben olvidarse los activos intangibles que proporciona el sector cultural en términos de imagen exterior. Después de dos décadas de internacionalización con éxito de muchas empresas españolas de distintos sectores, empieza a anunciarse la salida al exterior de lo que podrían ser otros motores del desarrollo económico en el futuro: la música, el cine, el libro, las artes plásticas, el diseño, la arquitectura, los servicios educativos, los medios de comunicación. Algunas de estas industrias atraviesan un momento crítico de adaptación a las nuevas tecnologías, caracterizado por la capacidad sin límites de Internet y por la falta de una regulación internacional en materia de propiedad intelectual.
Tanto los poderes públicos como el sector cultural tendrán que realizar ajustes para hacer frente a las circunstancias. El Gobierno deberá tener en consideración el papel social de la cultura y su potencial económico e incluirla en sus esfuerzos por la innovación. Será conveniente proporcionar a las empresas culturales, en su mayoría pequeñas o medianas, posibilidades de incubación y respaldo en su salida al exterior, y propiciar que crezcan en tamaño. Reforzar la educación artística es crucial a medio plazo para establecer las condiciones adecuadas para la creación. Mejorar la fiscalidad de las fundaciones y el mecenazgo ensancharía los cauces a la participación privada en la financiación de la cultura. El entorno normativo debe procurar que sean sostenibles las organizaciones culturales que demuestren su utilidad social. Las buenas prácticas culturales, ya introducidas por algunas administraciones públicas españolas, han probado en otros países su pertinencia como una garantía más -nunca perfecta- de la neutralidad del gestor de los fondos públicos y de la autonomía del creador. Por su parte, los artistas y las organizaciones culturales tendrán que aplicarse en mejorar su transparencia, calidad y eficacia, y en adaptar su oferta al mercado global.
¿Merece el sector de la cultura una protección especial? Argumentos hay a favor y en contra. Lo que parece cierto es que, ni por su peso económico ni por su valor simbólico, debiera ser (negativamente) discriminado.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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