Por Gregorio Peces-Barba Martínez, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid (EL PAÍS, 25/03/09):
La política democrática necesita dignificarse y los políticos, prestigiarse y legitimarse. Una serie de condiciones objetivas deben unirse a las personales para que esos fines puedan alcanzarse.
Entre las condiciones mínimas para situarse en escenarios respetables para la política y los políticos, encontraremos el rechazo de la violencia, que no sea uso de la fuerza legítima a través del Derecho, el valor eminente de la vida humana y de su dignidad y el predominio de la conciencia sobre la potencia.
Es decisivo el escenario democrático para la política, y para los políticos, a través de la existencia de unas reglas de juego que señalen los valores, los principios y los derechos, y los procedimientos y las instituciones comunes que todas deben aceptar. Entre los principios sustanciales están la libertad, la igualdad y la solidaridad, y entre los procedimentales, la seguridad, el pluralismo y los principios de las mayorías y de la negociación.
Autores como Karl Mannheim, Ortega y Gasset o Benedetto Croce, entre otros, expresan de una forma u otra la dimensión moral, de ética pública, de esos criterios comunes, y la necesidad de la presencia de los intelectuales para realzar desde las ideas las justificaciones de ese sistema como sistema preferible: en esos ámbitos, la política está cerca de la cultura. Croce en su Historia de Europa de 1932 señalará que los ideales de la libertad, en esas condiciones de dignidad intelectual, fortalecen sus esperanzas de un futuro de renovación moral de la democracia. La siniestra presencia de los fascismos y de los leninismos fueron la otra cara que presagiaba un desastre moral para Europa y todo el mundo libre. No todo está ganado ni siquiera hoy y debemos seguir estando vigilantes para evitar las nuevas formas de los fascismos y de los leninismos que envenenan a muchos desde su ideología del enemigo sustancial, antítesis de la cultura democrática.
Aunque vivan en democracia hay políticos que no reúnen estas condiciones mínimas para actuar coherentemente en democracia y no sólo deslucen los escenarios de la libertad, sino que los contaminan con nombres ajenos, y corrompen las formas y los contenidos. El juego sucio, la mentira, la dialéctica del odio y del amigo enemigo, la incapacidad para reconocer errores y para limpiar sus filas de corruptos, el tú más, la técnica de lanzar basura contra el adversario para tapar las faltas propias y vivir según la pasión y no según la razón son algunos signos de esa carencia de fundamentos mínimos para hacer política en democracia.
Los políticos pueden ser ideólogos o expertos como “creadores o transmisores de ideas y deconocimientos políticos relevantes, y también según el papel que desempeñen en el contexto político”, según las autorizadas reflexiones de Bobbio en su trabajo Intelectuales y poder. Los primeros se ocupan sobre todo de los principios y los segundos de los medios. Los unos actúan por valores y los otros por el objetivo a alcanzar. En los respectivos extremos están los utopistas y los técnicos. Unos y otros deben ser fieles al valor de la política democrática.
También encontraremos la traición y la deserción. Bobbio dirá que traicionar es pasarse al enemigo y desertar abandonar al amigo. Con la existencia de la corrupción que también nos encontramos en políticos y que puede afectar a todos, la traición y la deserción vienen a significar lo mismo. El corrupto a la vez traiciona y deserta de los ideales y de los valores de ética pública que cada partido representa. Por eso resulta sorprendente la insistencia con la que Rajoy en España respalda sin fisuras a los miembros de su partido acusados de corrupción. Ninguna interpretación de ese comportamiento puede avalar buena fe o lealtad. Más bien avala simpleza o complicidad.
Por otra parte, en las sociedades democráticas el comportamiento de los políticos debe ajustarse a la cultura laica que expresa el espíritu de la modernidad y que supone filosofías mundanas, idea de progreso, respeto al conocimiento racional, al saber y a la difusión de las luces humanas, frente a la fe, pluralismo y tolerancia. Desde estos criterios, la sociedad moderna vive el rechazo del adoctrinamiento y de la servidumbre, la defensa del disenso, el valor de la conciencia, el espíritu crítico, el alejamiento de la violencia, la defensa de la paz, y el impulso de la inteligencia creadora.
Así, la democracia no puede ser sólo una formalidad, debe ser, también, una realidad, gobierno del pueblo, participación de los ciudadanos. Supone hacer desaparecer el vacío entre gobernantes y gobernados a través de la educación para la libertad, la igualdad, la solidaridad y la seguridad. A través de esta educación se desvelan los valores de la ética pública y los comportamientos acordes con la ciudadanía y con los derechos humanos. Después de la sentencia del Tribunal Supremo de 11 de febrero de 2009, entre otras, queda el camino libre para la enseñanza en primaria, secundaria y bachillerato de Educación para la Ciudadanía y derechos humanos, sin excusas ni objeciones de conciencia que están fuera de lugar.
Finalmente, unas últimas observaciones necesarias en el escenario de la política democrática para que pueda ser el ideal del buen gobierno y que, a veces, se olvidan, incluso por defensores de la democracia. Se trata de la necesidad de que el poder en democracia sea visible, y que nada en la política pueda situarse en el espacio del misterio y de la oscuridad. Aquí hablamos de lo público no contrapuesto a lo privado sino a lo secreto. Bobbio habla en El futuro de la democracia como del “gobierno público en público”. Las luces de la Ilustración son el escenario adecuado de la democracia frente al oscurantismo del antiguo régimen. El uso público de la razón exige permanentemente la acción pública de todos los actos del soberano. Kant lo explicitará en el segundo apéndice de La Paz Perpetua con la formulación del principio trascendental del Derecho público que establece lo siguiente: “… Todas las acciones relativas al Derecho de los demás hombres, cuya máxima no sea susceptible de publicidad son injustas…”.
No hay democracia sin luz y taquígrafos. Cada vez que se desvela un escándalo político y se hace público un comportamiento o unos hechos que hasta entonces eran secretos y permanecían en la oscuridad, se está perpetrando un ataque serio contra los valores democráticos. Los que celosamente defienden que nada malo pasa en sus filas políticas para ocultar un escándalo, una corrupción, una malversación, unos intereses privados contra el servicio público, están conscientes o inconscientes, y traicionando al interés general y defendiendo impúdicamente la autocracia y los arcana imperii. Si la democracia es el poder visible, el control del poder por la Constitución y por la ley, desde su trasparencia ante los ciudadanos, cualquier obstáculo a esa máxima inexcusable traiciona lo más valioso de nuestra convivencia libre. Es una traición a nuestras creencias comunes. En la política española más de uno, en los grandes partidos que nos gobiernan deberían recuperar los principios y huir de las malas prácticas. Es necesaria una gran renovación moral.
La política democrática o es moral o no será.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
La política democrática necesita dignificarse y los políticos, prestigiarse y legitimarse. Una serie de condiciones objetivas deben unirse a las personales para que esos fines puedan alcanzarse.
Entre las condiciones mínimas para situarse en escenarios respetables para la política y los políticos, encontraremos el rechazo de la violencia, que no sea uso de la fuerza legítima a través del Derecho, el valor eminente de la vida humana y de su dignidad y el predominio de la conciencia sobre la potencia.
Es decisivo el escenario democrático para la política, y para los políticos, a través de la existencia de unas reglas de juego que señalen los valores, los principios y los derechos, y los procedimientos y las instituciones comunes que todas deben aceptar. Entre los principios sustanciales están la libertad, la igualdad y la solidaridad, y entre los procedimentales, la seguridad, el pluralismo y los principios de las mayorías y de la negociación.
Autores como Karl Mannheim, Ortega y Gasset o Benedetto Croce, entre otros, expresan de una forma u otra la dimensión moral, de ética pública, de esos criterios comunes, y la necesidad de la presencia de los intelectuales para realzar desde las ideas las justificaciones de ese sistema como sistema preferible: en esos ámbitos, la política está cerca de la cultura. Croce en su Historia de Europa de 1932 señalará que los ideales de la libertad, en esas condiciones de dignidad intelectual, fortalecen sus esperanzas de un futuro de renovación moral de la democracia. La siniestra presencia de los fascismos y de los leninismos fueron la otra cara que presagiaba un desastre moral para Europa y todo el mundo libre. No todo está ganado ni siquiera hoy y debemos seguir estando vigilantes para evitar las nuevas formas de los fascismos y de los leninismos que envenenan a muchos desde su ideología del enemigo sustancial, antítesis de la cultura democrática.
Aunque vivan en democracia hay políticos que no reúnen estas condiciones mínimas para actuar coherentemente en democracia y no sólo deslucen los escenarios de la libertad, sino que los contaminan con nombres ajenos, y corrompen las formas y los contenidos. El juego sucio, la mentira, la dialéctica del odio y del amigo enemigo, la incapacidad para reconocer errores y para limpiar sus filas de corruptos, el tú más, la técnica de lanzar basura contra el adversario para tapar las faltas propias y vivir según la pasión y no según la razón son algunos signos de esa carencia de fundamentos mínimos para hacer política en democracia.
Los políticos pueden ser ideólogos o expertos como “creadores o transmisores de ideas y deconocimientos políticos relevantes, y también según el papel que desempeñen en el contexto político”, según las autorizadas reflexiones de Bobbio en su trabajo Intelectuales y poder. Los primeros se ocupan sobre todo de los principios y los segundos de los medios. Los unos actúan por valores y los otros por el objetivo a alcanzar. En los respectivos extremos están los utopistas y los técnicos. Unos y otros deben ser fieles al valor de la política democrática.
También encontraremos la traición y la deserción. Bobbio dirá que traicionar es pasarse al enemigo y desertar abandonar al amigo. Con la existencia de la corrupción que también nos encontramos en políticos y que puede afectar a todos, la traición y la deserción vienen a significar lo mismo. El corrupto a la vez traiciona y deserta de los ideales y de los valores de ética pública que cada partido representa. Por eso resulta sorprendente la insistencia con la que Rajoy en España respalda sin fisuras a los miembros de su partido acusados de corrupción. Ninguna interpretación de ese comportamiento puede avalar buena fe o lealtad. Más bien avala simpleza o complicidad.
Por otra parte, en las sociedades democráticas el comportamiento de los políticos debe ajustarse a la cultura laica que expresa el espíritu de la modernidad y que supone filosofías mundanas, idea de progreso, respeto al conocimiento racional, al saber y a la difusión de las luces humanas, frente a la fe, pluralismo y tolerancia. Desde estos criterios, la sociedad moderna vive el rechazo del adoctrinamiento y de la servidumbre, la defensa del disenso, el valor de la conciencia, el espíritu crítico, el alejamiento de la violencia, la defensa de la paz, y el impulso de la inteligencia creadora.
Así, la democracia no puede ser sólo una formalidad, debe ser, también, una realidad, gobierno del pueblo, participación de los ciudadanos. Supone hacer desaparecer el vacío entre gobernantes y gobernados a través de la educación para la libertad, la igualdad, la solidaridad y la seguridad. A través de esta educación se desvelan los valores de la ética pública y los comportamientos acordes con la ciudadanía y con los derechos humanos. Después de la sentencia del Tribunal Supremo de 11 de febrero de 2009, entre otras, queda el camino libre para la enseñanza en primaria, secundaria y bachillerato de Educación para la Ciudadanía y derechos humanos, sin excusas ni objeciones de conciencia que están fuera de lugar.
Finalmente, unas últimas observaciones necesarias en el escenario de la política democrática para que pueda ser el ideal del buen gobierno y que, a veces, se olvidan, incluso por defensores de la democracia. Se trata de la necesidad de que el poder en democracia sea visible, y que nada en la política pueda situarse en el espacio del misterio y de la oscuridad. Aquí hablamos de lo público no contrapuesto a lo privado sino a lo secreto. Bobbio habla en El futuro de la democracia como del “gobierno público en público”. Las luces de la Ilustración son el escenario adecuado de la democracia frente al oscurantismo del antiguo régimen. El uso público de la razón exige permanentemente la acción pública de todos los actos del soberano. Kant lo explicitará en el segundo apéndice de La Paz Perpetua con la formulación del principio trascendental del Derecho público que establece lo siguiente: “… Todas las acciones relativas al Derecho de los demás hombres, cuya máxima no sea susceptible de publicidad son injustas…”.
No hay democracia sin luz y taquígrafos. Cada vez que se desvela un escándalo político y se hace público un comportamiento o unos hechos que hasta entonces eran secretos y permanecían en la oscuridad, se está perpetrando un ataque serio contra los valores democráticos. Los que celosamente defienden que nada malo pasa en sus filas políticas para ocultar un escándalo, una corrupción, una malversación, unos intereses privados contra el servicio público, están conscientes o inconscientes, y traicionando al interés general y defendiendo impúdicamente la autocracia y los arcana imperii. Si la democracia es el poder visible, el control del poder por la Constitución y por la ley, desde su trasparencia ante los ciudadanos, cualquier obstáculo a esa máxima inexcusable traiciona lo más valioso de nuestra convivencia libre. Es una traición a nuestras creencias comunes. En la política española más de uno, en los grandes partidos que nos gobiernan deberían recuperar los principios y huir de las malas prácticas. Es necesaria una gran renovación moral.
La política democrática o es moral o no será.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario