Por Antoni Segura, catedrático de Historia Contemporánea (EL PERIÓDICO, 01/04/09):
Benjamin Netanyahu ya tiene la mayoría parlamentaria suficiente para formar Gobierno. Primero firmó un acuerdo con Avigdor Lieberman, líder del partido de extrema derecha Israel Nuestra Casa, que cuenta con 15 diputados en el Parlamento, y que ocupará la cartera de Exteriores. El día 16, lo hacía con el Shas, partido ultraortodoxo sefardita, que tiene 11 escaños. Por último, el día 24, era con Ehud Barak, jefe de filas del Partido Laborista, 13 escaños, con quien cerraba un acuerdo: seguirá como titular de Defensa. En total, contando el Likud, 66 escaños sobre 120.
Sin embargo, los pactos son contradictorios entre sí. Lieberman se niega a negociar con los palestinos, es partidario de nuevos asentamientos en Cisjordania y de expulsar o restringir los derechos civiles de los palestinos israelís. El Shas quiere conservar las prerrogativas de los ultraortodoxos: financiación de las escuelas religiosas y la vivienda y preponderancia de la religión, en contraposición al matrimonio civil que defiende Lieberman. Por último, el Partido Laborista insiste en negociar con los palestinos, en respetar los acuerdos ya firmados (Annápolis, noviembre del 2007) y en la fórmula de los dos estados a la que se oponen Netanyahu y Lieberman. Además, el acuerdo de Barak, aunque aprobado por un 59% del partido, ha provocado una fractura en el laborismo. Inicialmente, algunos de los principales dirigentes y 7 de los 13 diputados se negaban a compartir Gobierno con la extrema derecha, porque creen que puede ser el final del laborismo. Mientras, la líder del Kadima, Tzipi Livni, convencida del poco futuro del nuevo Gabinete, se ha negado a participar en él, mantiene unas posiciones similares a los laboristas en cuanto al conflicto y fía su futuro a unas elecciones anticipadas.
Por todo ello, el nuevo Gobierno no parece el más apropiado para afrontar la política exterior que quiere impulsar Barack Obama, ya que, como se encargó de explicar la secretaria de Estado, Hillary Clinton, para la Casa Blanca la solución al conflicto pasa por la creación de un Estado palestino. Añadió, además, su desacuerdo con la demolición de casas palestinas en Jerusalén Este y con la aprobación de nuevos asentamientos en Cisjordania.
Y ESTA será la principal preocupación de Netanyahu: un ejecutivo excesivamente escorado a la derecha provoca desconfianza en los dos principales aliados de Israel, que, a pesar de que no dejarán de apoyar a Tel-Aviv, vigilarán escrupulosamente las iniciativas políticas del Ejecutivo de Netanyahu. Y este sabe que querer casar el irredentismo de Lieberman con la hoja de ruta de EEUU y la UE es casi imposible. Pero sabe también que Israel no puede ignorar las exigencias de Washington. Y tiene, además, la experiencia de su mandato anterior como primer ministro (1996-1999), cuando las pocas concesiones hechas a la Administración de Bill Clinton, que le obligó a suscribir pactos con los palestinos (memorando de Wye Plantation, octubre de 1998) que posteriormente no respetó, provocaron disensiones insuperables en el Gobierno y propiciaron la victoria del Partido Laborista.
Por ello, Netanyahu ha intentado hasta el último momento incorporar también al Kadima para formar un Gobierno de unidad nacional en el que Tzipi Livni seguiría siendo la ministra de Asuntos Exteriores. Pero Livni, ganadora de las elecciones (el Kadima obtuvo 28 escaños, por 27 del Likud), no está dispuesta a aceptar la oferta si Netanyahu no se compromete a compartir de forma rotatoria la presidencia del Gobierno. Y, por si fuera poco, el nuevo Ejecutivo tendrá que definirse sobre tres cuestiones que ahora mismo están encima de la mesa: las crecientes dificultades para negociar con Hamás la liberación del soldado Gilad Shalit, en su poder desde junio del 2006; las negociaciones no oficiales abiertas con Damasco para la restitución de los altos del Golán, y la posible formación de un Gobierno de unidad palestino, que supondría, indirectamente, el reconocimiento de la victoria de Hamás en enero del 2006 y el fin del embargo a Gaza.
LA COMPOSICIÓN del nuevo Gobierno de Israel es una pieza clave en el tablero de ajedrez en el que se ha convertido Oriente Próximo, porque la actitud del nuevo Ejecutivo de Tel-Aviv respecto del conflicto con los palestinos podría ser contradictoria con las pretensiones de Obama de restar tensión a los conflictos, aunque esto suceda para normalizar relaciones con Damasco y tantear caminos de aproximación a Teherán, que pasan por Irak. Si Netanyahu está dispuesto a mantener negociaciones con la ANP y “seguir el proceso de Annápolis para llegar a un acuerdo permanente y una solución para dos estados nacionales”, como reclama Livni, Washington lo tendrá más fácil para dar un giro a la política de la región. Si, por el contrario, se cierra en banda a cualquier negociación, como quiere Lieberman, y pretende acabar con el Gobierno de Hamás, se reducirá el margen de maniobra de la Casa Blanca. Por ello, Netanyahu, tan conservador como pragmático del poder, quiso agotar los plazos para ver si podía lograr la incorporación de Livni. Sabía que solo así podía maquillar un Gobierno en el que la presencia de Lieberman genera inquietud en Washington y Bruselas. El nudo del problema de la formación del nuevo Gobierno es, hoy por hoy, que nadie tiene claro hasta dónde puede tensarse la cuerda con la nueva Administración de EEUU.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Benjamin Netanyahu ya tiene la mayoría parlamentaria suficiente para formar Gobierno. Primero firmó un acuerdo con Avigdor Lieberman, líder del partido de extrema derecha Israel Nuestra Casa, que cuenta con 15 diputados en el Parlamento, y que ocupará la cartera de Exteriores. El día 16, lo hacía con el Shas, partido ultraortodoxo sefardita, que tiene 11 escaños. Por último, el día 24, era con Ehud Barak, jefe de filas del Partido Laborista, 13 escaños, con quien cerraba un acuerdo: seguirá como titular de Defensa. En total, contando el Likud, 66 escaños sobre 120.
Sin embargo, los pactos son contradictorios entre sí. Lieberman se niega a negociar con los palestinos, es partidario de nuevos asentamientos en Cisjordania y de expulsar o restringir los derechos civiles de los palestinos israelís. El Shas quiere conservar las prerrogativas de los ultraortodoxos: financiación de las escuelas religiosas y la vivienda y preponderancia de la religión, en contraposición al matrimonio civil que defiende Lieberman. Por último, el Partido Laborista insiste en negociar con los palestinos, en respetar los acuerdos ya firmados (Annápolis, noviembre del 2007) y en la fórmula de los dos estados a la que se oponen Netanyahu y Lieberman. Además, el acuerdo de Barak, aunque aprobado por un 59% del partido, ha provocado una fractura en el laborismo. Inicialmente, algunos de los principales dirigentes y 7 de los 13 diputados se negaban a compartir Gobierno con la extrema derecha, porque creen que puede ser el final del laborismo. Mientras, la líder del Kadima, Tzipi Livni, convencida del poco futuro del nuevo Gabinete, se ha negado a participar en él, mantiene unas posiciones similares a los laboristas en cuanto al conflicto y fía su futuro a unas elecciones anticipadas.
Por todo ello, el nuevo Gobierno no parece el más apropiado para afrontar la política exterior que quiere impulsar Barack Obama, ya que, como se encargó de explicar la secretaria de Estado, Hillary Clinton, para la Casa Blanca la solución al conflicto pasa por la creación de un Estado palestino. Añadió, además, su desacuerdo con la demolición de casas palestinas en Jerusalén Este y con la aprobación de nuevos asentamientos en Cisjordania.
Y ESTA será la principal preocupación de Netanyahu: un ejecutivo excesivamente escorado a la derecha provoca desconfianza en los dos principales aliados de Israel, que, a pesar de que no dejarán de apoyar a Tel-Aviv, vigilarán escrupulosamente las iniciativas políticas del Ejecutivo de Netanyahu. Y este sabe que querer casar el irredentismo de Lieberman con la hoja de ruta de EEUU y la UE es casi imposible. Pero sabe también que Israel no puede ignorar las exigencias de Washington. Y tiene, además, la experiencia de su mandato anterior como primer ministro (1996-1999), cuando las pocas concesiones hechas a la Administración de Bill Clinton, que le obligó a suscribir pactos con los palestinos (memorando de Wye Plantation, octubre de 1998) que posteriormente no respetó, provocaron disensiones insuperables en el Gobierno y propiciaron la victoria del Partido Laborista.
Por ello, Netanyahu ha intentado hasta el último momento incorporar también al Kadima para formar un Gobierno de unidad nacional en el que Tzipi Livni seguiría siendo la ministra de Asuntos Exteriores. Pero Livni, ganadora de las elecciones (el Kadima obtuvo 28 escaños, por 27 del Likud), no está dispuesta a aceptar la oferta si Netanyahu no se compromete a compartir de forma rotatoria la presidencia del Gobierno. Y, por si fuera poco, el nuevo Ejecutivo tendrá que definirse sobre tres cuestiones que ahora mismo están encima de la mesa: las crecientes dificultades para negociar con Hamás la liberación del soldado Gilad Shalit, en su poder desde junio del 2006; las negociaciones no oficiales abiertas con Damasco para la restitución de los altos del Golán, y la posible formación de un Gobierno de unidad palestino, que supondría, indirectamente, el reconocimiento de la victoria de Hamás en enero del 2006 y el fin del embargo a Gaza.
LA COMPOSICIÓN del nuevo Gobierno de Israel es una pieza clave en el tablero de ajedrez en el que se ha convertido Oriente Próximo, porque la actitud del nuevo Ejecutivo de Tel-Aviv respecto del conflicto con los palestinos podría ser contradictoria con las pretensiones de Obama de restar tensión a los conflictos, aunque esto suceda para normalizar relaciones con Damasco y tantear caminos de aproximación a Teherán, que pasan por Irak. Si Netanyahu está dispuesto a mantener negociaciones con la ANP y “seguir el proceso de Annápolis para llegar a un acuerdo permanente y una solución para dos estados nacionales”, como reclama Livni, Washington lo tendrá más fácil para dar un giro a la política de la región. Si, por el contrario, se cierra en banda a cualquier negociación, como quiere Lieberman, y pretende acabar con el Gobierno de Hamás, se reducirá el margen de maniobra de la Casa Blanca. Por ello, Netanyahu, tan conservador como pragmático del poder, quiso agotar los plazos para ver si podía lograr la incorporación de Livni. Sabía que solo así podía maquillar un Gobierno en el que la presencia de Lieberman genera inquietud en Washington y Bruselas. El nudo del problema de la formación del nuevo Gobierno es, hoy por hoy, que nadie tiene claro hasta dónde puede tensarse la cuerda con la nueva Administración de EEUU.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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