Por William R. Polk, miembro del Consejo de Planificación Política del Departamento de Estado durante la presidencia de John F. Kennedy (LA VANGUARDIA, 16/03/08):
La guerra de Iraq ha conllevado complejos costes cuyo impacto se ha dejado sentir no sólo en Estados Unidos sino también en Europa. Sin embargo, se han escamoteado ampliamente a ojos de la sociedad e incluso del Congreso estadounidense. Analizaré sus efectos, que serán duraderos y ejercerán una influencia determinante tanto en la economía como en los niveles de seguridad en España, en este y otros dos artículos siguientes. Empezaré por referirme a los muertos y heridos.
Estados Unidos ha sufrido casi 4.000 bajas - hace unos días, para ser exactos, 3.958-, además de otras 482 en Afganistán. No es posible contabilizar con tanta precisión a nuestros heridos porque se dividen en diversas categorías. Se oye o lee la cifra de 30.000 que dio recientemente el senador Obama, pero el candidato estaba equivocado: se trata sólo de una pequeña fracción del total.
Una de las heridas o lesiones que causan mayor impresión obedece al carácter de las circunstancias que acompañan una guerra de guerrillas: la conmoción cerebral, afección que no se registró hasta después del 2003. Se calcula que se ha visto aquejado por este problema uno de cada diez soldados o marines estadounidenses (aproximadamente, 50.000 hombres y mujeres). Su tratamiento es largo y la mayoría de los afectados nunca se recuperará por completo. En el ínterin, no recobrarán tampoco su normal capacidad funcional. Todas estas consecuencias ejercerán un efecto dominó en sus respectivas comunidades y entornos: pérdida de empleos, incapacidad de ejercer funciones parentales, divorcios, rabia y desesperación. Además, el coste del tratamiento oscilará entre 600.000 dólares y cinco millones de dólares por persona.
Aunque parece más fácil contabilizar la pérdida de extremidades, las cifras no están claras. Como mínimo, hay que hablar de 8.000 personas afectadas. Buena parte se recuperarán, pero muchas se pasarán la vida en una silla de ruedas.
Por añadidura, entre 125.000 y 200.000 personas - uno de cada cuatro soldados y marines, uno de cada tres según el jefe del servicio federal de Sanidad estadounidense- padecen una enfermedad mejor conocida en tiempos recientes, el síndrome de estrés postraumático (SEPT).
Asimismo, la revista JAMA (Journal of the American Medical Association)ha señalado que uno de cada tres hombres y mujeres que han servido militarmente en Iraq - tal vez unas 200.000 personas- precisa tratamiento psiquiátrico y una parte de estas personas pueden presentar tendencias suicidas o representar un peligro para las demás personas.
La herida más complicada y aterradora, sin embargo, se deriva del empleo de explosivos y proyectiles que contienen uranio empobrecido, usado por su poder de penetración en vehículos blindados. En sí mismo este material no es mucho más peligroso que el acero, pero en el curso del impacto el proyectil genera un intenso calor que motiva que el uranio se convierta en un aerosol de óxido de uranio, U O . Como señala Hans 3 8 Noll, profesor de biología de la American Cancer Society, “las partículas en suspensión del aerosol son absorbidas por el organismo por diversas vías. El óxido de uranio es una sustancia neurotóxica y mutagénica que provoca cáncer y malformaciones en fetos en desarrollo. Inhalado en forma de polvo, el óxido de uranio se acumula en pulmones, hígado y riñones y afecta al sistema nervioso”. Es inevitable que se deriven miles -tal vez decenas de miles- de casos de cáncer del empleo de esta arma.
Dado que también han resultado expuestos soldados españoles a esta sustancia, cabe esperar la aparición de graves consecuencias de tal circunstancia.
Estas heridas ascienden a cifras muy elevadas de casos. No es de extrañar, dado que 169.000 de los 580.400 hombres y mujeres que combatieron en la primera guerra del Golfo presentan clasificación de incapacidad permanente, cuya atención representa un coste de 2.000 millones de dólares al año.
En el caso de la segunda guerra del Golfo, se calcula que el coste de los cuidados médicos es equiparable al coste de la propia guerra; o, lo que es lo mismo, aproximadamente medio billón de dólares.
La guerra de Iraq ha conllevado complejos costes cuyo impacto se ha dejado sentir no sólo en Estados Unidos sino también en Europa. Sin embargo, se han escamoteado ampliamente a ojos de la sociedad e incluso del Congreso estadounidense. Analizaré sus efectos, que serán duraderos y ejercerán una influencia determinante tanto en la economía como en los niveles de seguridad en España, en este y otros dos artículos siguientes. Empezaré por referirme a los muertos y heridos.
Estados Unidos ha sufrido casi 4.000 bajas - hace unos días, para ser exactos, 3.958-, además de otras 482 en Afganistán. No es posible contabilizar con tanta precisión a nuestros heridos porque se dividen en diversas categorías. Se oye o lee la cifra de 30.000 que dio recientemente el senador Obama, pero el candidato estaba equivocado: se trata sólo de una pequeña fracción del total.
Una de las heridas o lesiones que causan mayor impresión obedece al carácter de las circunstancias que acompañan una guerra de guerrillas: la conmoción cerebral, afección que no se registró hasta después del 2003. Se calcula que se ha visto aquejado por este problema uno de cada diez soldados o marines estadounidenses (aproximadamente, 50.000 hombres y mujeres). Su tratamiento es largo y la mayoría de los afectados nunca se recuperará por completo. En el ínterin, no recobrarán tampoco su normal capacidad funcional. Todas estas consecuencias ejercerán un efecto dominó en sus respectivas comunidades y entornos: pérdida de empleos, incapacidad de ejercer funciones parentales, divorcios, rabia y desesperación. Además, el coste del tratamiento oscilará entre 600.000 dólares y cinco millones de dólares por persona.
Aunque parece más fácil contabilizar la pérdida de extremidades, las cifras no están claras. Como mínimo, hay que hablar de 8.000 personas afectadas. Buena parte se recuperarán, pero muchas se pasarán la vida en una silla de ruedas.
Por añadidura, entre 125.000 y 200.000 personas - uno de cada cuatro soldados y marines, uno de cada tres según el jefe del servicio federal de Sanidad estadounidense- padecen una enfermedad mejor conocida en tiempos recientes, el síndrome de estrés postraumático (SEPT).
Asimismo, la revista JAMA (Journal of the American Medical Association)ha señalado que uno de cada tres hombres y mujeres que han servido militarmente en Iraq - tal vez unas 200.000 personas- precisa tratamiento psiquiátrico y una parte de estas personas pueden presentar tendencias suicidas o representar un peligro para las demás personas.
La herida más complicada y aterradora, sin embargo, se deriva del empleo de explosivos y proyectiles que contienen uranio empobrecido, usado por su poder de penetración en vehículos blindados. En sí mismo este material no es mucho más peligroso que el acero, pero en el curso del impacto el proyectil genera un intenso calor que motiva que el uranio se convierta en un aerosol de óxido de uranio, U O . Como señala Hans 3 8 Noll, profesor de biología de la American Cancer Society, “las partículas en suspensión del aerosol son absorbidas por el organismo por diversas vías. El óxido de uranio es una sustancia neurotóxica y mutagénica que provoca cáncer y malformaciones en fetos en desarrollo. Inhalado en forma de polvo, el óxido de uranio se acumula en pulmones, hígado y riñones y afecta al sistema nervioso”. Es inevitable que se deriven miles -tal vez decenas de miles- de casos de cáncer del empleo de esta arma.
Dado que también han resultado expuestos soldados españoles a esta sustancia, cabe esperar la aparición de graves consecuencias de tal circunstancia.
Estas heridas ascienden a cifras muy elevadas de casos. No es de extrañar, dado que 169.000 de los 580.400 hombres y mujeres que combatieron en la primera guerra del Golfo presentan clasificación de incapacidad permanente, cuya atención representa un coste de 2.000 millones de dólares al año.
En el caso de la segunda guerra del Golfo, se calcula que el coste de los cuidados médicos es equiparable al coste de la propia guerra; o, lo que es lo mismo, aproximadamente medio billón de dólares.
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