Por Michel Wieviorka, profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París (LA VANGUARDIA, 20/03/08):
Con demasiada frecuencia nos contentamos con imágenes sumarias a la hora de abordar la cuestión de los agentes terroristas. No escasean, sin embargo, las investigaciones periodísticas y las obras de expertos a la hora de proporcionarnos innumerables detalles sobre redes y organizaciones, la trayectoria de las figuras más notorias, su modo habitual de actuar y sus preparativos antes de perpetrar un atentado y en el momento de ejecutarlo.
Sea como fuere, el poder de evocación del solo término de terrorismo es tal que lo ceñimos - espontáneamente- a la capacidad de dañar de los terroristas y a la idea de un mundo homogéneo dominado por ideologías asimismo sumarias, vigorosas y dotadas de gran homogeneidad. Igualmente, creemos poder compendiar en un puñado de frases su visión del mundo o sus planes, sus convicciones y el empeño que ponen en su compromiso que los conduce hasta el martirio: darse la muerte para mejor infligirla al enemigo.
Sin embargo, la realidad es compleja y las vicisitudes de Al Qaeda siguen ahí para demostrárnoslo. En efecto, la acción terrorista procedente de una nebulosa más que de un movimiento organizado no reviste el mismo sentido en todo el planeta; y, en el seno de la misma nebulosa, no todos coinciden en los mismos objetivos. Cabe referirse a ello de dos modos principales. Por una parte, el papel de los especialistas - sobre todo profesores universitarios, periodistas y servicios de información- se cifra en mostrar toda la complejidad de este fenómeno. Mediante el examen del discurso de los terroristas (que actualmente se propaga ampliamente por internet, fuente de información inexistente cuando se trataba de estudiar el terrorismo de extrema izquierda del tipo de las Brigadas Rojas italianas) y de sus atentados, muestran sus divergencias - en ocasiones notables- que separan por ejemplo a los yihadistas de Afganistán de los mártires de Iraq, los autores de los atentados de Madrid o los de Londres, Estambul o Bali sin hablar de los responsables del 11-S del 2001 en Estados Unidos.
Por otra parte, las tensiones y divisiones internas en el seno de un movimiento terrorista pueden aumentar hasta el extremo de provocar escisiones y bajas. Sucede entonces que los propios protagonistas o sus ideólogos, sus intelectuales orgánicos, hacen escarnio de ellos en la plaza pública como si los círculos dirigentes ya no pudieran lavar la ropa sucia en casa ni controlar el discurso procedente de la propia organización. En los años setenta y ochenta, por ejemplo, no era difícil seguir la pista de las peripecias internas de los conflictos que enfrentaban - en el seno de ETA en el País Vasco español o del IRA en Irlanda del Norte- a milis y poli-milis: los primeros querían mantener el primado absoluto de la lucha armada, en tanto que los segundos sopesaban la posibilidad de combinar lucha armada y acción política, e incluso un abandono de la lucha armada y un retorno a la vida política normal.
De mismo modo y en la actualidad, el mundo de la yihad se presenta singularmente dividido, hasta el punto de que es menester preguntarse sobre la naturaleza de estas divisiones y sobre lo que nos anuncian para el porvenir.
Los atentados del 11-S daban cuenta de un consenso en el seno de la yihad: expresaban - al más alto nivel- la visión general de una lucha sin cuartel contra Estados Unidos y Occidente, un choque de civilizaciones, para emplear los términos de Samuel Huntington. Pero luego los atentados más importantes han combinado habitualmente - con diversas modalidades- reacciones frente a desafíos globales y planetarios con otros enfoques de rango local asociados a los rasgos específicos del escenario de cada país en cuestión y, por tanto, acompañados de planes más limitados.
En estas circunstancias, han empezado a aflorar las tensiones internas, sobre todo en lo concerniente a Afganistán y más aún a Iraq: Al Qaeda, en efecto, al decidir bajo la batuta de Abu Musad al Zarqaui (muerto en el 2006) atacar a los chiíes iraquíes, provocó (incluso al parecer en el seno de Al Qaeda) verdaderas críticas.
Del mismo modo y en la actualidad, hace furor la polémica (desatada en la prensa árabe) desde que el imán Sayed al Cherif, el gran inspirador egipcio de la yihad y considerado uno de los fundadores ideológicos de Al Qaeda (ahora en la cárcel) ha apelado a la revisión (título de su texto de finales del 2007) reclamando poner fin a la lucha armada. Ha acusado a Osama bin Laden de “traición y alevosía” (contra el jefe de los talibanes, el mulá Omar) calificando a su segundo, Ayman al Zauahiri, de “pérfido y bribón”. Y este último ha replicado en internet acusando a Cherif de hablar bajo la tortura y el miedo y de doblar la cerviz ante los occidentales y los judíos; le ha reprochado que se haya inclinado a la sumisión y la capitulación.
Cabe observar, en este debate, la marca de una sensible evolución de la nebulosa de la yihad desde la aparición de Al Qaeda hasta finales de los años ochenta. Los atentados del 11-S señalaron su apogeo y posteriormente a los terroristas les ha resultado más difícil mantener la imagen de una acción unificada al más alto nivel - mundial- impulsada por un plan general. Por otra parte, los éxitos de la represión y el contraterrorismo han debilitado a Al Qaeda, cuyos dirigentes actuales parecen más zafios y menos formados políticamente: más dispuestos, en suma, a hacer hablar a las bombas que a considerar la reflexión política más compleja y sofisticada (una evolución clásica, por lo demás).
Dada la situación, las nuevas generaciones no se sienten tan capaces de sostener una acción sólida y coherente: se escinden bajo formas que recuerdan las tensiones entre milis y poli-milis,al tiempo que la acción remite a desafíos cada vez más nacionales y locales desgajados en mayor o menor medida de un proyecto mundial.
Digámoslo sin ambages: la yihad, Al Qaeda, han entrado en una nueva era que podría caracterizarse por la fragmentación de la acción - mucho más que por su integración en el seno de una visión general- en función de los rasgos específicos locales y nacionales.
Con demasiada frecuencia nos contentamos con imágenes sumarias a la hora de abordar la cuestión de los agentes terroristas. No escasean, sin embargo, las investigaciones periodísticas y las obras de expertos a la hora de proporcionarnos innumerables detalles sobre redes y organizaciones, la trayectoria de las figuras más notorias, su modo habitual de actuar y sus preparativos antes de perpetrar un atentado y en el momento de ejecutarlo.
Sea como fuere, el poder de evocación del solo término de terrorismo es tal que lo ceñimos - espontáneamente- a la capacidad de dañar de los terroristas y a la idea de un mundo homogéneo dominado por ideologías asimismo sumarias, vigorosas y dotadas de gran homogeneidad. Igualmente, creemos poder compendiar en un puñado de frases su visión del mundo o sus planes, sus convicciones y el empeño que ponen en su compromiso que los conduce hasta el martirio: darse la muerte para mejor infligirla al enemigo.
Sin embargo, la realidad es compleja y las vicisitudes de Al Qaeda siguen ahí para demostrárnoslo. En efecto, la acción terrorista procedente de una nebulosa más que de un movimiento organizado no reviste el mismo sentido en todo el planeta; y, en el seno de la misma nebulosa, no todos coinciden en los mismos objetivos. Cabe referirse a ello de dos modos principales. Por una parte, el papel de los especialistas - sobre todo profesores universitarios, periodistas y servicios de información- se cifra en mostrar toda la complejidad de este fenómeno. Mediante el examen del discurso de los terroristas (que actualmente se propaga ampliamente por internet, fuente de información inexistente cuando se trataba de estudiar el terrorismo de extrema izquierda del tipo de las Brigadas Rojas italianas) y de sus atentados, muestran sus divergencias - en ocasiones notables- que separan por ejemplo a los yihadistas de Afganistán de los mártires de Iraq, los autores de los atentados de Madrid o los de Londres, Estambul o Bali sin hablar de los responsables del 11-S del 2001 en Estados Unidos.
Por otra parte, las tensiones y divisiones internas en el seno de un movimiento terrorista pueden aumentar hasta el extremo de provocar escisiones y bajas. Sucede entonces que los propios protagonistas o sus ideólogos, sus intelectuales orgánicos, hacen escarnio de ellos en la plaza pública como si los círculos dirigentes ya no pudieran lavar la ropa sucia en casa ni controlar el discurso procedente de la propia organización. En los años setenta y ochenta, por ejemplo, no era difícil seguir la pista de las peripecias internas de los conflictos que enfrentaban - en el seno de ETA en el País Vasco español o del IRA en Irlanda del Norte- a milis y poli-milis: los primeros querían mantener el primado absoluto de la lucha armada, en tanto que los segundos sopesaban la posibilidad de combinar lucha armada y acción política, e incluso un abandono de la lucha armada y un retorno a la vida política normal.
De mismo modo y en la actualidad, el mundo de la yihad se presenta singularmente dividido, hasta el punto de que es menester preguntarse sobre la naturaleza de estas divisiones y sobre lo que nos anuncian para el porvenir.
Los atentados del 11-S daban cuenta de un consenso en el seno de la yihad: expresaban - al más alto nivel- la visión general de una lucha sin cuartel contra Estados Unidos y Occidente, un choque de civilizaciones, para emplear los términos de Samuel Huntington. Pero luego los atentados más importantes han combinado habitualmente - con diversas modalidades- reacciones frente a desafíos globales y planetarios con otros enfoques de rango local asociados a los rasgos específicos del escenario de cada país en cuestión y, por tanto, acompañados de planes más limitados.
En estas circunstancias, han empezado a aflorar las tensiones internas, sobre todo en lo concerniente a Afganistán y más aún a Iraq: Al Qaeda, en efecto, al decidir bajo la batuta de Abu Musad al Zarqaui (muerto en el 2006) atacar a los chiíes iraquíes, provocó (incluso al parecer en el seno de Al Qaeda) verdaderas críticas.
Del mismo modo y en la actualidad, hace furor la polémica (desatada en la prensa árabe) desde que el imán Sayed al Cherif, el gran inspirador egipcio de la yihad y considerado uno de los fundadores ideológicos de Al Qaeda (ahora en la cárcel) ha apelado a la revisión (título de su texto de finales del 2007) reclamando poner fin a la lucha armada. Ha acusado a Osama bin Laden de “traición y alevosía” (contra el jefe de los talibanes, el mulá Omar) calificando a su segundo, Ayman al Zauahiri, de “pérfido y bribón”. Y este último ha replicado en internet acusando a Cherif de hablar bajo la tortura y el miedo y de doblar la cerviz ante los occidentales y los judíos; le ha reprochado que se haya inclinado a la sumisión y la capitulación.
Cabe observar, en este debate, la marca de una sensible evolución de la nebulosa de la yihad desde la aparición de Al Qaeda hasta finales de los años ochenta. Los atentados del 11-S señalaron su apogeo y posteriormente a los terroristas les ha resultado más difícil mantener la imagen de una acción unificada al más alto nivel - mundial- impulsada por un plan general. Por otra parte, los éxitos de la represión y el contraterrorismo han debilitado a Al Qaeda, cuyos dirigentes actuales parecen más zafios y menos formados políticamente: más dispuestos, en suma, a hacer hablar a las bombas que a considerar la reflexión política más compleja y sofisticada (una evolución clásica, por lo demás).
Dada la situación, las nuevas generaciones no se sienten tan capaces de sostener una acción sólida y coherente: se escinden bajo formas que recuerdan las tensiones entre milis y poli-milis,al tiempo que la acción remite a desafíos cada vez más nacionales y locales desgajados en mayor o menor medida de un proyecto mundial.
Digámoslo sin ambages: la yihad, Al Qaeda, han entrado en una nueva era que podría caracterizarse por la fragmentación de la acción - mucho más que por su integración en el seno de una visión general- en función de los rasgos específicos locales y nacionales.
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