Por Alfonso S. Palomares, periodista (EL PERIÓDICO, 20/03/08):
Con demasiada frecuencia, en nuestras conversaciones y en sesudos artículos de opinión, se suele repetir: “A los políticos, en Estados Unidos, se les tolera todo, menos que mientan”. La frase hizo tanta fortuna que se convirtió en el estribillo de una verdad indiscutible, y para apuntalarla se saca a colación la enredadera de mentiras sobre el caso Watergate que obligaron al presidente Nixon a dimitir, así como que el brillante Bill Clinton estuvo a un paso de ser desalojado de la Casa Blanca por no confesar con claridad sus juegos sexuales, en el celebre Despacho Oval, con la becaria Monica Lewinsky.
La verdad es que las peripecias del acoso a Clinton tienen tal repugnancia de pliegues como para hacer ruborizar a un elefante y a un país. Si esa frase pudo tener algo de verdad en una época, ahora, con George Bush, nadie puede sostenerla sin avergonzarse, ya que Bush convirtió la mentira en el motor básico de su estrategia política para la invasión de Irak. Hoy se cumplen cinco años del comienzo de esa guerra, de aquel diluvio de fuego y metralla que sigue acumulando montones de muertos y muros de odio en las más diversas direcciones.
La guerra de Irak es la imagen más siniestra y acabada de la barbarie contemporánea, que va a seguir envenenando el futuro de la historia. De nuestra historia. Y esta guerra se montó sobre la mentira, sobre dos grandes mentiras. Se dio por hecho que el despiadado dictador Sadam Husein poseía un gran arsenal de armas químicas y tenía la voluntad de usarlas, los inspectores de las Naciones Unidas las habían buscado en vano y pedían más tiempo para seguir la búsqueda, pero Bush tenía prisa por lanzarse a una guerra de venganza dentro de la operación Libertad Duradera. La otra mentira, que ahora se acaba de comprobar en todos los detalles, fue la de las relaciones de colaboración de Sadam con la Al Qaeda de Bin Laden. Nunca hubo tales relaciones. Los servicios secretos de los países árabes, incluidos los de Arabia Saudí e incluso los del emirato de Kuwait, conocían perfectamente la incompatibilidad y las antipatías personales y políticas entre Sadam y Bin Laden. Lo que equivale a decir que Sadam no tuvo nada que ver con el terrible atentado contra las Torres Gemelas, pero a Bush le interesó implicar a Sadam en las redes del terrorismo internacional de corte islámico para montar una guerra que derivara en la imposición de la pax americana en todo Oriente Próximo, y que supondría el control de buena parte de las abundantes reservas petrolíferas de la zona.
APOYÁNDOSE en esas dos grandes mentiras puso en marcha un enorme engranaje mediático y un juego de presiones políticas y promesas económicas para captar voluntades y articular su guerra con el apoyo de la ONU. No lo logró. Kofi Annan y muchos otros se plantaron. Sin embargo, consiguió apoyos fervorosos, entre los que sobresalieron por su apasionamiento Tony Blair y José María Aznar. El entusiasmo de Aznar por esa guerra le convirtió en entusiasta portavoz de las mentiras de Bush. Escenificaron los fervores belicistas en las islas Azores, dejando para el recuerdo la célebre fotografía que ha pasado a la historia como una de las imágenes más perfectas en los álbumes de la infamia.
El efecto más cruel de la guerra sigue siendo la misma guerra, que se puso en marcha bajo el nombre de Libertad Duradera y ahora se está convirtiendo en guerra interminable. Las cifras son escalofriantes para los norteamericanos, y para los iraquís no hay palabras ni números que puedan medir con certeza las dimensiones de la brutalidad. Los soldados estadounidenses muertos rondan los 4.000 y los heridos son entre 30.000 y 40.000 –las estadísticas no se ponen de acuerdo–, mientras que se elevan a 60.000 los que seguirán teniendo secuelas psíquicas de por vida.
EL IMPACTO que está teniendo la guerra en la economía norteamericana es evidente, empezando por el alza descontrolada de los precios del petróleo y el abismal déficit presupuestario que impide la modernización de las infraestructuras que se están quedando viejas. Y son muchos los economistas que atribuyen un cierto porcentaje de las perturbaciones financieras a vivir en el marco de una guerra, porque es su guerra, aunque se desarrolle en una geografía lejana. Esa guerra también está en la matriz de nuestra propia crisis o desaceleración.
Los efectos sobre Irak son devastadores y lo seguirán siendo durante décadas. Los muertos apenas se cuentan; se entierran, se lloran y se vengan. Por eso las cifras de fallecidos varían bastante, según las fuentes, pero casi todas se mueven alrededor del medio millón. Los heridos sí que son incontables y con las más diversas formas de mutilación. Pero lo más grave es la ruptura de la convivencia, transformada en un ajedrez de violentos conflictos en un entramado de guerra civil.
Irak se ha convertido en una de las grandes madrigueras del terrorismo. Y es una fábrica de odio que alimenta los extremismos islamistas en el mundo árabe. Vivir es un drama cotidiano. Una tragedia con mucho futuro. Chiís contra sunís, sunís y chiís contra kurdos. Un cruce permanente de cuchillos y bombas entre etnias y creencias. Faltan trabajo, comida, electricidad… y paz. Hoy, al cabo de cinco años, los iraquís son un pueblo sin esperanza.
Con demasiada frecuencia, en nuestras conversaciones y en sesudos artículos de opinión, se suele repetir: “A los políticos, en Estados Unidos, se les tolera todo, menos que mientan”. La frase hizo tanta fortuna que se convirtió en el estribillo de una verdad indiscutible, y para apuntalarla se saca a colación la enredadera de mentiras sobre el caso Watergate que obligaron al presidente Nixon a dimitir, así como que el brillante Bill Clinton estuvo a un paso de ser desalojado de la Casa Blanca por no confesar con claridad sus juegos sexuales, en el celebre Despacho Oval, con la becaria Monica Lewinsky.
La verdad es que las peripecias del acoso a Clinton tienen tal repugnancia de pliegues como para hacer ruborizar a un elefante y a un país. Si esa frase pudo tener algo de verdad en una época, ahora, con George Bush, nadie puede sostenerla sin avergonzarse, ya que Bush convirtió la mentira en el motor básico de su estrategia política para la invasión de Irak. Hoy se cumplen cinco años del comienzo de esa guerra, de aquel diluvio de fuego y metralla que sigue acumulando montones de muertos y muros de odio en las más diversas direcciones.
La guerra de Irak es la imagen más siniestra y acabada de la barbarie contemporánea, que va a seguir envenenando el futuro de la historia. De nuestra historia. Y esta guerra se montó sobre la mentira, sobre dos grandes mentiras. Se dio por hecho que el despiadado dictador Sadam Husein poseía un gran arsenal de armas químicas y tenía la voluntad de usarlas, los inspectores de las Naciones Unidas las habían buscado en vano y pedían más tiempo para seguir la búsqueda, pero Bush tenía prisa por lanzarse a una guerra de venganza dentro de la operación Libertad Duradera. La otra mentira, que ahora se acaba de comprobar en todos los detalles, fue la de las relaciones de colaboración de Sadam con la Al Qaeda de Bin Laden. Nunca hubo tales relaciones. Los servicios secretos de los países árabes, incluidos los de Arabia Saudí e incluso los del emirato de Kuwait, conocían perfectamente la incompatibilidad y las antipatías personales y políticas entre Sadam y Bin Laden. Lo que equivale a decir que Sadam no tuvo nada que ver con el terrible atentado contra las Torres Gemelas, pero a Bush le interesó implicar a Sadam en las redes del terrorismo internacional de corte islámico para montar una guerra que derivara en la imposición de la pax americana en todo Oriente Próximo, y que supondría el control de buena parte de las abundantes reservas petrolíferas de la zona.
APOYÁNDOSE en esas dos grandes mentiras puso en marcha un enorme engranaje mediático y un juego de presiones políticas y promesas económicas para captar voluntades y articular su guerra con el apoyo de la ONU. No lo logró. Kofi Annan y muchos otros se plantaron. Sin embargo, consiguió apoyos fervorosos, entre los que sobresalieron por su apasionamiento Tony Blair y José María Aznar. El entusiasmo de Aznar por esa guerra le convirtió en entusiasta portavoz de las mentiras de Bush. Escenificaron los fervores belicistas en las islas Azores, dejando para el recuerdo la célebre fotografía que ha pasado a la historia como una de las imágenes más perfectas en los álbumes de la infamia.
El efecto más cruel de la guerra sigue siendo la misma guerra, que se puso en marcha bajo el nombre de Libertad Duradera y ahora se está convirtiendo en guerra interminable. Las cifras son escalofriantes para los norteamericanos, y para los iraquís no hay palabras ni números que puedan medir con certeza las dimensiones de la brutalidad. Los soldados estadounidenses muertos rondan los 4.000 y los heridos son entre 30.000 y 40.000 –las estadísticas no se ponen de acuerdo–, mientras que se elevan a 60.000 los que seguirán teniendo secuelas psíquicas de por vida.
EL IMPACTO que está teniendo la guerra en la economía norteamericana es evidente, empezando por el alza descontrolada de los precios del petróleo y el abismal déficit presupuestario que impide la modernización de las infraestructuras que se están quedando viejas. Y son muchos los economistas que atribuyen un cierto porcentaje de las perturbaciones financieras a vivir en el marco de una guerra, porque es su guerra, aunque se desarrolle en una geografía lejana. Esa guerra también está en la matriz de nuestra propia crisis o desaceleración.
Los efectos sobre Irak son devastadores y lo seguirán siendo durante décadas. Los muertos apenas se cuentan; se entierran, se lloran y se vengan. Por eso las cifras de fallecidos varían bastante, según las fuentes, pero casi todas se mueven alrededor del medio millón. Los heridos sí que son incontables y con las más diversas formas de mutilación. Pero lo más grave es la ruptura de la convivencia, transformada en un ajedrez de violentos conflictos en un entramado de guerra civil.
Irak se ha convertido en una de las grandes madrigueras del terrorismo. Y es una fábrica de odio que alimenta los extremismos islamistas en el mundo árabe. Vivir es un drama cotidiano. Una tragedia con mucho futuro. Chiís contra sunís, sunís y chiís contra kurdos. Un cruce permanente de cuchillos y bombas entre etnias y creencias. Faltan trabajo, comida, electricidad… y paz. Hoy, al cabo de cinco años, los iraquís son un pueblo sin esperanza.
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