Por Dolors Bramon, profesora de estudios islámicos (EL PERIÓDICO, 11/03/08):
En estos días se habla mucho de operaciones quirúrgicas y, especialmente, de las que se practican por razones estéticas. La himenoplastia, o recomposición del himen, es una de ellas y sus usuarias son mujeres no vírgenes que quieren contentar a una segunda pareja y algunas prostitutas de lujo, pero sobre todo musulmanas y gitanas. Este es un hecho sobre el que pienso que vale la pena reflexionar.
En lo referente al islam, los tratados de derecho sustentan por encima de todo que la mujer debe casarse virgen la primera vez. El filósofo medieval Algazel, uno de los grandes teóricos del matrimonio islámico, centra las excelencias de la virginidad en el hecho de que la mujer reciba de su marido las primeras impresiones de lo que es el amor físico, porque “en lo que más a gusto se encuentra la naturaleza es en aquello a lo que está acostumbrada desde el principio. Podría suceder que a una mujer que ya ha conocido otros hombres y ha probado otras relaciones le disgustara alguna cualidad que no estuviera de acuerdo con aquello a lo que está acostumbrada, de modo que sintiera aversión hacia su marido”. Está claro que esta cita obvia las viudas, las repudiadas o las divorciadas que vuelven a casarse.
TAMBIÉN la cultura gitana rinde un verdadero culto a la virginidad y considera primordial que la desfloración de una chica sea efectuada por su primer marido. La máxima consideración de la virginidad de la novia se produce la noche de bodas con el examen al que la somete la ajuntadora: hemos visto reportajes de ceremonias nupciales gitanas en las que se ve cómo se exhibe un pañuelo con la mancha de sangre que certifica que el himen de la recién casada ha sido roto entonces y por primera vez. Es en este sentido que el pañuelo recibe el nombre de del honor, porque con su exhibición pública se juzga el honor de la novia y el de todos los familiares. En un reciente programa de TVE, dirigido y presentado por Sílvia Cóppulo, un joven gitano de Gràcia aseguraba que su hija de 3 años ya decía que quería casarse sometiéndose a la ceremonia del pañuelo del honor.
León el Africano, en su descripción de África del siglo XVI, explica cómo se desarrolla una boda musulmana: “Después de que la esposa ha entrado en la cámara nupcial, el marido pone un pie sobre el pie de su mujer y, una vez hecho esto, ambos se encierran dentro. En el exterior, la gente de la casa prepara el ágape nupcial mientras que una mujer permanece a la puerta de la cámara hasta que la esposa haya sido desflorada y el esposo le haya dado a la mujer una tela manchada con sangre. Entonces, la mujer sale al encuentro de los invitados con esta prueba, gritando y haciéndoles saber que la novia era virgen … Si, por ventura, la esposa no fuera virgen, el marido la devolvería a su padre y su madre. Sería una gran vergüenza para ellos y los invitados se irían sin comer”.
En ambas comunidades, en caso de no poder mostrar la prueba de la virginidad de la recién desposada, esta puede ser repudiada en ese instante, con la consiguiente vergüenza para ella y su familia. Esto es así porque en la mayoría de las sociedades patriarcales, el concepto de honor no solamente se aplica al individuo, sino “también” a todo el clan, y va ligado especialmente al comportamiento de las mujeres. Si una mujer no es considerada honesta, su conducta sexual repercute en toda su familia, y la vergüenza y el deshonor caen sobre todo su clan. De este modo, el honor de un hombre queda protegido mientras las mujeres solteras de su familia tienen el himen intacto. Si la recién casada no ha sangrado la noche de bodas y, en consecuencia, no ha podido probar su virginidad, se expone a la muerte, al ostracismo y a la exclusión. Por eso, algunas chicas recurren a la restauración del himen: creen que su virginidad es el mayor tesoro y explican sin reparos que las matarían si no se operaran.
Aunque la sexóloga Shere Hite diga que el tabú de la virginidad se dio en Occidente hasta hace 50 años, parece que ahora reviva en algún sector cristiano. Es práctica antigua en nuestro país así como conocido el fragmento de La Celestina que pone en boca de la alcahueta, a quien se atribuyen más de 5.000 reparaciones de himen, esta confesión: “Esto de los virgos, unos los hacía de vejiga y otros curaba de punto. Tenía en un tabladillo … unas agujas delgadas de pellejeros e hilos de cera encerados, y colgadas allí raíces de hojaplasma y fuste sanguino, cebolla albarrana y cepacaballo; hacía con esto maravillas: que, cuando vino el embajador francés, tres veces vendió por virgen una criada que tenía”.
HOY EN DÍA, una consulta en Google sobre la himenoplastia proporciona miles de entradas. Las clínicas que aparecen anunciadas hablan de anestesia local, de intervenciones de entre 3 y 15 minutos y de una recuperación de poco más de un mes. Sus precios oscilan entre 2.000 y 3.000 euros, y en América Latina organizan forfaits con avión, reserva de hotel y limusina. Por nuestra parte, en lugar de perder el tiempo con el tema del velo (que en España no es problema) o de coyunturales integraciones de determinadas comunidades, sería mejor combatir las mentalidades patriarcales que depositan en una membrana el honor de la familia y evitar operaciones humillantes que algunas mujeres se hacen por razones estéticas, pero otras por verdadera necesidad.
En estos días se habla mucho de operaciones quirúrgicas y, especialmente, de las que se practican por razones estéticas. La himenoplastia, o recomposición del himen, es una de ellas y sus usuarias son mujeres no vírgenes que quieren contentar a una segunda pareja y algunas prostitutas de lujo, pero sobre todo musulmanas y gitanas. Este es un hecho sobre el que pienso que vale la pena reflexionar.
En lo referente al islam, los tratados de derecho sustentan por encima de todo que la mujer debe casarse virgen la primera vez. El filósofo medieval Algazel, uno de los grandes teóricos del matrimonio islámico, centra las excelencias de la virginidad en el hecho de que la mujer reciba de su marido las primeras impresiones de lo que es el amor físico, porque “en lo que más a gusto se encuentra la naturaleza es en aquello a lo que está acostumbrada desde el principio. Podría suceder que a una mujer que ya ha conocido otros hombres y ha probado otras relaciones le disgustara alguna cualidad que no estuviera de acuerdo con aquello a lo que está acostumbrada, de modo que sintiera aversión hacia su marido”. Está claro que esta cita obvia las viudas, las repudiadas o las divorciadas que vuelven a casarse.
TAMBIÉN la cultura gitana rinde un verdadero culto a la virginidad y considera primordial que la desfloración de una chica sea efectuada por su primer marido. La máxima consideración de la virginidad de la novia se produce la noche de bodas con el examen al que la somete la ajuntadora: hemos visto reportajes de ceremonias nupciales gitanas en las que se ve cómo se exhibe un pañuelo con la mancha de sangre que certifica que el himen de la recién casada ha sido roto entonces y por primera vez. Es en este sentido que el pañuelo recibe el nombre de del honor, porque con su exhibición pública se juzga el honor de la novia y el de todos los familiares. En un reciente programa de TVE, dirigido y presentado por Sílvia Cóppulo, un joven gitano de Gràcia aseguraba que su hija de 3 años ya decía que quería casarse sometiéndose a la ceremonia del pañuelo del honor.
León el Africano, en su descripción de África del siglo XVI, explica cómo se desarrolla una boda musulmana: “Después de que la esposa ha entrado en la cámara nupcial, el marido pone un pie sobre el pie de su mujer y, una vez hecho esto, ambos se encierran dentro. En el exterior, la gente de la casa prepara el ágape nupcial mientras que una mujer permanece a la puerta de la cámara hasta que la esposa haya sido desflorada y el esposo le haya dado a la mujer una tela manchada con sangre. Entonces, la mujer sale al encuentro de los invitados con esta prueba, gritando y haciéndoles saber que la novia era virgen … Si, por ventura, la esposa no fuera virgen, el marido la devolvería a su padre y su madre. Sería una gran vergüenza para ellos y los invitados se irían sin comer”.
En ambas comunidades, en caso de no poder mostrar la prueba de la virginidad de la recién desposada, esta puede ser repudiada en ese instante, con la consiguiente vergüenza para ella y su familia. Esto es así porque en la mayoría de las sociedades patriarcales, el concepto de honor no solamente se aplica al individuo, sino “también” a todo el clan, y va ligado especialmente al comportamiento de las mujeres. Si una mujer no es considerada honesta, su conducta sexual repercute en toda su familia, y la vergüenza y el deshonor caen sobre todo su clan. De este modo, el honor de un hombre queda protegido mientras las mujeres solteras de su familia tienen el himen intacto. Si la recién casada no ha sangrado la noche de bodas y, en consecuencia, no ha podido probar su virginidad, se expone a la muerte, al ostracismo y a la exclusión. Por eso, algunas chicas recurren a la restauración del himen: creen que su virginidad es el mayor tesoro y explican sin reparos que las matarían si no se operaran.
Aunque la sexóloga Shere Hite diga que el tabú de la virginidad se dio en Occidente hasta hace 50 años, parece que ahora reviva en algún sector cristiano. Es práctica antigua en nuestro país así como conocido el fragmento de La Celestina que pone en boca de la alcahueta, a quien se atribuyen más de 5.000 reparaciones de himen, esta confesión: “Esto de los virgos, unos los hacía de vejiga y otros curaba de punto. Tenía en un tabladillo … unas agujas delgadas de pellejeros e hilos de cera encerados, y colgadas allí raíces de hojaplasma y fuste sanguino, cebolla albarrana y cepacaballo; hacía con esto maravillas: que, cuando vino el embajador francés, tres veces vendió por virgen una criada que tenía”.
HOY EN DÍA, una consulta en Google sobre la himenoplastia proporciona miles de entradas. Las clínicas que aparecen anunciadas hablan de anestesia local, de intervenciones de entre 3 y 15 minutos y de una recuperación de poco más de un mes. Sus precios oscilan entre 2.000 y 3.000 euros, y en América Latina organizan forfaits con avión, reserva de hotel y limusina. Por nuestra parte, en lugar de perder el tiempo con el tema del velo (que en España no es problema) o de coyunturales integraciones de determinadas comunidades, sería mejor combatir las mentalidades patriarcales que depositan en una membrana el honor de la familia y evitar operaciones humillantes que algunas mujeres se hacen por razones estéticas, pero otras por verdadera necesidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario