Por Luis Alejandre, general (EL PERIÓDICO, 06/03/08):
La noticia nos sorprendió el pasado 29 de febrero. Raúl Reyes, nombre de guerra de Luis Edgar Devia, número dos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), representante de su línea dura, pero a la vez supuesto mediador en la lenta operación de canjes humanitarios, había sido abatido por el Ejercito colombiano en territorio ecuatoriano. El cruce de comunicados, de denuncias, de movimientos diplomáticos y de movilización de la ONU y la OEA no se hizo esperar.
Ecuador denunciaba, claramente, la violación de su territorio, a la vez que Colombia le acusaba de permitir, cuando no alimentar, santuarios de las FARC en el mismo. No es nueva la situación: los primeros campamentos de la contra nicaragüense disueltos por la ONU en 1990 estaban en la Kiatara, en plena Moskitia hondureña, situación que negaban solemnemente las autoridades de Tegucigalpa.
Y PARA reducir tensión, el presidente venezolano, Hugo Chávez, ordenó el envío de 10 batallones a la frontera con Colombia, por si “se les ocurre hacer lo mismo a este lado”. Diez batallones para una frontera de 2.200 kilómetros tampoco debe interpretarse como una amenaza a la paz mundial. Porque Colombia, que linda por tierra y mar con once países, tiene cuatro fronteras importantes: la de Venezuela, que arranca al norte desde la Guajira y sigue una línea quebrada hasta el límite con Brasil, sobre el río Negro, el gran aportador del Amazonas. Este tramo común tiene 1.640 kilómetros, y otros tantos, el que limita con Perú, que enlaza prácticamente las cabeceras del Negro y del Amazonas.
Pero nos interesa hablar de la cuarta frontera, la ecuatoriana. Es una línea horizontal de 586 kilometros, cruzada en su tramo central por el espinazo de los Andes, con alturas de 5.000 metros. Los ríos que desaguan en el Pacifico, el San Juan y el Mira, y el tributario del Amazonas, el Putumayo, definen la linde.
Son fronteras residuales de aquel virreinato hispano de Nueva Granada, que formaron parte del sueño bolivariano de la Gran Colombia, con rediseños definitivos tras la guerra con Perú (1932-1934), en la que Colombia perdió buena parte de su territorio amazónico. Con Ecuador, no obstante, se quiso poner cierto orden en 1992 –Declaración de Ibarra–, buscando poner fin a la indefinición histórica de unos límites violados sistemáticamente por flujos y reflujos de narcos, guerrilleros y paramilitares. Un lógico convenio migratorio bilateral, pensado para beneficiar a los indígenas de la región, se convirtió en instrumento de conflictividad. En 1996 se creó una comisión binacional fronteriza. Tres años después, Ecuador destruyó santuarios de las FARC en su territorio, tras el secuestro de 12 extranjeros, tres de ellos españoles.
En el 2001, los enfrentamientos entre guerrilleros y paramilitares fueron graves en Lago Agrio, en territorio ecuatoriano. La ONU cifra en 12.000 el número de desplazados a consecuencia de la violencia en la frontera, la mayoría indígenas. Allí se conoce bien lo que son laboratorios clandestinos, fumigaciones indiscriminadas y secuestros, que cruzan la permeable línea fronteriza.
Con estos antecedentes, ¿qué ha podido pasar? Primera hipótesis. Tras la última liberación de cuatro diputados nacionales colombianos, retenidos por las FARC durante seis años, se sigue un rastro fiable de elementos del llamado Frente 48 de la organización, desde el pueblo colombiano de Granada hasta la frontera con Ecuador. La información por satélite permite confirmar la existencia de un campamento a escasos dos kilómetros de la línea. Se decide actuar a la israelí, contando con los helicópteros Black Hawk, bien dotados para ataques nocturnos y lanzamiento de misiles. La decisión se toma desde arriba.
Segunda hipótesis. El Ejercito colombiano ha ganado, desde la época del presidente Pastrana, en fluidez e iniciativa. Sus mandos disponen de autonomía, porque los Andes condicionan la comunicación con Bogotá. Encuentran una buena ocasión en el caso de Raúl Reyes. Y el presidente Álvaro Uribe, pese a otros defectos, asume su responsabilidad. Con los antecedentes señalados, ambas posibilidades explican la operación. Y, por su parte, EEUU se declara sorprendido y apela a la cordura.
Las FARC pagan un precio que no habían previsto, porque habían jugado fuerte la baza de la internacionalización. Ingrid Betancourt forma parte de este plan. Incluso los canjes unilaterales buscaban alcanzar una imagen que no es la real. Caracas y Quito les dan, además, cierto aliento, y contribuyen a vender lo humanitario como festival mediático. La Habana, en cambio, se mantiene más sensata. ¡Lleva muchos años en el oficio!
PERO LA comunicación con el exterior abre los ojos a muchos combatientes, y permite peligrosas filtraciones. Fuentes seguras permiten cuantificar los actuales efectivos de las FARC en 8.900 combatientes frente a los 16.900 con que contaba en el 2001. Por tanto, ¡cuidado con las palabras! ¡Cuidado con las amenazas! Porque ya estarán sobre la mesa de algunos despachos ministeriales ofertas de venta de material de guerra. Incluso alguien estará planificando un nuevo Maine, el caso del acorazado estadounidense fondeado en La Habana, que se hundió por accidente, pero que fue presentado como un ataque de España, lo que nos llevó a la guerra de 1898.
Debería ser más un momento de reflexión que de bravatas. Debería ser momento de tratar seriamente de la liberación de los secuestrados y de la humanización real del conflicto, con el respeto debido a las minorías indígenas, que son las que más sufren, calladamente. Debería ser el momento en el que todos los movimientos insurgentes pudiesen caber en una misma Colombia para que la maniobra fronteriza de Chávez quedara solo en maniobra.
La noticia nos sorprendió el pasado 29 de febrero. Raúl Reyes, nombre de guerra de Luis Edgar Devia, número dos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), representante de su línea dura, pero a la vez supuesto mediador en la lenta operación de canjes humanitarios, había sido abatido por el Ejercito colombiano en territorio ecuatoriano. El cruce de comunicados, de denuncias, de movimientos diplomáticos y de movilización de la ONU y la OEA no se hizo esperar.
Ecuador denunciaba, claramente, la violación de su territorio, a la vez que Colombia le acusaba de permitir, cuando no alimentar, santuarios de las FARC en el mismo. No es nueva la situación: los primeros campamentos de la contra nicaragüense disueltos por la ONU en 1990 estaban en la Kiatara, en plena Moskitia hondureña, situación que negaban solemnemente las autoridades de Tegucigalpa.
Y PARA reducir tensión, el presidente venezolano, Hugo Chávez, ordenó el envío de 10 batallones a la frontera con Colombia, por si “se les ocurre hacer lo mismo a este lado”. Diez batallones para una frontera de 2.200 kilómetros tampoco debe interpretarse como una amenaza a la paz mundial. Porque Colombia, que linda por tierra y mar con once países, tiene cuatro fronteras importantes: la de Venezuela, que arranca al norte desde la Guajira y sigue una línea quebrada hasta el límite con Brasil, sobre el río Negro, el gran aportador del Amazonas. Este tramo común tiene 1.640 kilómetros, y otros tantos, el que limita con Perú, que enlaza prácticamente las cabeceras del Negro y del Amazonas.
Pero nos interesa hablar de la cuarta frontera, la ecuatoriana. Es una línea horizontal de 586 kilometros, cruzada en su tramo central por el espinazo de los Andes, con alturas de 5.000 metros. Los ríos que desaguan en el Pacifico, el San Juan y el Mira, y el tributario del Amazonas, el Putumayo, definen la linde.
Son fronteras residuales de aquel virreinato hispano de Nueva Granada, que formaron parte del sueño bolivariano de la Gran Colombia, con rediseños definitivos tras la guerra con Perú (1932-1934), en la que Colombia perdió buena parte de su territorio amazónico. Con Ecuador, no obstante, se quiso poner cierto orden en 1992 –Declaración de Ibarra–, buscando poner fin a la indefinición histórica de unos límites violados sistemáticamente por flujos y reflujos de narcos, guerrilleros y paramilitares. Un lógico convenio migratorio bilateral, pensado para beneficiar a los indígenas de la región, se convirtió en instrumento de conflictividad. En 1996 se creó una comisión binacional fronteriza. Tres años después, Ecuador destruyó santuarios de las FARC en su territorio, tras el secuestro de 12 extranjeros, tres de ellos españoles.
En el 2001, los enfrentamientos entre guerrilleros y paramilitares fueron graves en Lago Agrio, en territorio ecuatoriano. La ONU cifra en 12.000 el número de desplazados a consecuencia de la violencia en la frontera, la mayoría indígenas. Allí se conoce bien lo que son laboratorios clandestinos, fumigaciones indiscriminadas y secuestros, que cruzan la permeable línea fronteriza.
Con estos antecedentes, ¿qué ha podido pasar? Primera hipótesis. Tras la última liberación de cuatro diputados nacionales colombianos, retenidos por las FARC durante seis años, se sigue un rastro fiable de elementos del llamado Frente 48 de la organización, desde el pueblo colombiano de Granada hasta la frontera con Ecuador. La información por satélite permite confirmar la existencia de un campamento a escasos dos kilómetros de la línea. Se decide actuar a la israelí, contando con los helicópteros Black Hawk, bien dotados para ataques nocturnos y lanzamiento de misiles. La decisión se toma desde arriba.
Segunda hipótesis. El Ejercito colombiano ha ganado, desde la época del presidente Pastrana, en fluidez e iniciativa. Sus mandos disponen de autonomía, porque los Andes condicionan la comunicación con Bogotá. Encuentran una buena ocasión en el caso de Raúl Reyes. Y el presidente Álvaro Uribe, pese a otros defectos, asume su responsabilidad. Con los antecedentes señalados, ambas posibilidades explican la operación. Y, por su parte, EEUU se declara sorprendido y apela a la cordura.
Las FARC pagan un precio que no habían previsto, porque habían jugado fuerte la baza de la internacionalización. Ingrid Betancourt forma parte de este plan. Incluso los canjes unilaterales buscaban alcanzar una imagen que no es la real. Caracas y Quito les dan, además, cierto aliento, y contribuyen a vender lo humanitario como festival mediático. La Habana, en cambio, se mantiene más sensata. ¡Lleva muchos años en el oficio!
PERO LA comunicación con el exterior abre los ojos a muchos combatientes, y permite peligrosas filtraciones. Fuentes seguras permiten cuantificar los actuales efectivos de las FARC en 8.900 combatientes frente a los 16.900 con que contaba en el 2001. Por tanto, ¡cuidado con las palabras! ¡Cuidado con las amenazas! Porque ya estarán sobre la mesa de algunos despachos ministeriales ofertas de venta de material de guerra. Incluso alguien estará planificando un nuevo Maine, el caso del acorazado estadounidense fondeado en La Habana, que se hundió por accidente, pero que fue presentado como un ataque de España, lo que nos llevó a la guerra de 1898.
Debería ser más un momento de reflexión que de bravatas. Debería ser momento de tratar seriamente de la liberación de los secuestrados y de la humanización real del conflicto, con el respeto debido a las minorías indígenas, que son las que más sufren, calladamente. Debería ser el momento en el que todos los movimientos insurgentes pudiesen caber en una misma Colombia para que la maniobra fronteriza de Chávez quedara solo en maniobra.
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